Quizá sea por las calles adoquinadas de la ciudad de Oaxaca, porque la asociamos con playas y mezcal e incluso con los cactus estoicos que dominan algunas partes de la mixteca, que resulta desconcertante y fascinante descubrir que este estado es uno de los que tienen mayor diversidad de helechos.
Este hallazgo no lo hice por cuenta propia, sino a través de Diario de Oaxaca, escrito por el neurólogo y escritor Oliver Sacks (Anagrama, 2017). Este libro, una rara combinación de diario literario y bitácora de explorador, muestra con asombro auténtico (y alejado de los lugares comunes) sus impresiones de viaje.
La misteriosa sociedad de los helechos
En el 2000, Sacks se unió a un viaje organizado por la American Fern Society, un grupo heterogéneo (por decir lo menos) de botánicos profesionales y amateurs (entre cuyos miembros se encontraba él mismo), fanáticos declarados de los helechos. A primera vista podrá parecernos excesivamente específico (sólo este género de plantas), pero apenas en Oaxaca, cuenta Sacks, existen unos 5,000 especímenes distintos, razón de más para justificar un viaje a este estado.
¿Y por qué helechos? ¿Por qué no cactus, cempasúchil o cualquier otro género de plantas o flores de los que abundan también en México? El Diario documenta los hallazgos del grupo y las impresiones, siempre ricas y llenas de historias, personajes que nacen de la experiencia y la memoria de Sacks. Y esta última explica su predilección por estas plantas:
“Los helechos me encantaban por sus volutas, sus frondes circulados, su calidad victoriana […]. Pero, sobre todo, me maravillaban por su origen tan antiguo […]. Los helechos habían sobrevivido, con escasos cambios, durante trescientos millones de años. Otras criaturas, como los dinosaurios, surgieron y se extinguieron, pero los helechos, de apariencia frágil y vulnerable, sobrevivieron a todas las vicisitudes, a todas las extinciones de la Tierra”.
Más adelante, en el Diario comentará que este favoritismo vegetal también tiene origen en su simpleza: “prefiero el mundo verde y sin aroma de los helechos, un mundo verde antiguo, el mundo tal como era antes de que aparecieran las flores”.
Desde el Jardín Conzatti a la sierra
Este parque de la capital oaxaqueña le debe su nombre a Cassiano Conzatti, botánico de origen italiano que alguna vez dirigió el Jardín Etnobotánico de Oaxaca, y que en 1939 documentó más de 600 especies de helechos en todo México. Desde allí, y luego de recorrer la capital oaxaqueña y asombrarse de su gastronomía (quién no), el grupo recorre otros kilómetros por la carretera federal 175 hacia el este de la Sierra Madre, hasta llegar a Río Frío.
Ahí encontrarán un universo de helechos: un Asplenium hallbergii o “lengua de ciervo”; el Anogramma leptophylla, uno de los más grandes del mundo que crece a grandes alturas; el Pleopeptis interjecta (“grandes soros redondo con esporas amarillas”); la Mildella intramarginalis, de “márgenes suaves”, y un Elaphoglossum, del que existen 700 especies.
Entre extasiado y aturdido, Sacks decidirá al día siguiente tomarse un descanso para retomar la exploración en uno de los sitios más extraños y hermosos de Oaxaca.
Hierve el Agua
Resulta ser que incluso en un territorio tan marciano y árido como el de Hierve el Agua los helechos crecen; éstos se conocen como xerofíticos y de ellos, la especie que más los asombra es la de Botrychium, debido a su rareza. En esta parada del viaje, Sacks no deja pasar la oportunidad de tomar un delicioso baño termal, ni de hablar del extraño paisaje de la Cascada Petrificada: “Es un asombroso simulacro de cascada que no es de agua, sino de calcita, de un blanco amarillento, que pende de los riscos en amplias y ondeantes láminas”. El resto del viaje, hará lo mismo: entre anotaciones científicas, el retrato de sus compañeros de travesía, y sus impresiones oaxaqueñas mezcladas con recuerdos de su vida.
Recorrer, reconocer y volver al mismo lugar
El Diario no es una obra pretenciosa y llena de menciones exóticas, por más que el mínimo asomo del latín nos lo haga suponer, y es, en cambio, una guía perfecta para viajar a Oaxaca y mirar con otros ojos los paisajes que, por familiares, hemos dejado de escudriñar.
Como dice Sacks en una pausa de su viaje: “de momento no tenemos nada más que hacer que sentarnos en la orilla del río y gozar del sencillo placer animal de estar vivos (quizá, también, del placer vegetal; la sensación de lo que podría ser vivir sin prisas, un siglo tras otro, y aún así sentirse joven a los mil años)”.