Parafraseando a la escritora Elena Poniatowska, México fue una de las grandes inspiraciones –intelectuales y revolucionarias– de la italiana, Assunta Adelaide Luigia Modotti, mejor conocida como Tina Modotti. Y es que sin haber puesto un pie en el país, ya hilaba en su cabeza un México rebelde y bravío, producto de las descripciones que le hacía su entonces marido, el pintor y poeta canadiense, Roubaix de L’Abrie Richey.
Cuando por fin conoció México, en 1923, se encontró con una nación en transición: de caudillos, caciques e insurgentes, a una suerte de bloque artístico con inspiración europea y ansias de mantener una postura política y social a través de la pintura, la poesía, la literatura y, por supuesto, la fotografía. Porque sí, la lucha seguía y ella ansiaba ser parte de esa corriente. Como ya había tenido instrucción visual bajo la guía del fotógrafo Edward Weston, pudo indagar en el tejido social mexicano –sus luchas, sus símbolos, sus carencias–. Dio luz a esa parte de la dimensión humana.
Instalada en México se desarrolló como luchadora contra el fascismo y la opresión. Fomentó grandes relaciones con intelectuales como Antonieta Rivas Mercado, Frida Kahlo, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Salvador Novo, David Alfaro Siqueiros y Nahui Ollin. También fue editora de la revista Mexican Folkways y del periódico El Machete. Fue entonces que desarrolló su instinto gráfico, mismo que la llevó a posicionarse como la primera mujer en dar forma a lo que hoy entendemos como fotoperiodismo crítico.
En 1925 tuvo su primera exposición como fotógrafa, en Guadalajara, junto con Edward Weston (auspiciada por el entonces gobernador de Jalisco, José Guadalupe Zuno). Un año después ambos emprendieron un largo viaje a través de Jalisco, Michoacán, Puebla y Oaxaca, para adentrarse en la cultura popular nacional (por medio de las artesanías, el arte contemporáneo y la arquitectura colonial) y retratar el libro de Anita Brenner, Ídolos tras los altares.
Sin embargo, no fue hasta que viajó a Tehuantepec, Oaxaca, que su carrera artística dio un giro sumamente importante. Se podría decir que ahí conoció los múltiples rostros de México, desde la maternidad y el feminismo, hasta el arraigo, la pobreza, la desigualdad y el amor. Fue cuando quizá se sintió más mexicana que nunca.
Su quehacer se centró en resaltar la carga simbólica de objetos como el rebozo, las manos de los obreros (emblema de laboriosidad y perseverancia), edificios en construcción (sinónimo de avance industrial) y postes con cables (lo cotidiano). Metáforas minimalistas que también retrataban mujeres anónimas pero siempre mexicanas. O como el caso de sus flores, que aluden a lo femenino (las rosas) y lo nacional (los alcatraces).
Tina también sirvió como referente –entonces y ahora–. Basta revisar el clásico ¡Qué viva México! de Sergei Eisenstein para encontrar un importante archivo visual inspirado en la foto fija de Modotti. Sin duda, ayudó a construir el estilo mexicano que marcó la cinematografía nacional. De igual manera, la escritora Elena Poniatowska se interesó en su vida, dando como resultado Tinísima (Era, 2004), una biografía íntima que describe más de 40 años de arte y revolución.
Diego Rivera la inmortalizó bajo la figura de luchadora social en La tierra dormida y La tierra oprimida en la serie de murales Del Desarrollo Social, en el mural de Chapingo; así como en el tablero Entrega de arsenal, del conjunto Corrido de la Revolución (ubicado en edificio de la Secretaría de Educación Pública) donde se le ve al lado de Frida Kahlo, Vittorio Vidali, David Alfaro Siqueiros y Juan Antonio Mella.
Tina Modotti fue expulsada del país en 1930 al ser considerada culpable del asesinato del periodista revolucionario Julio Antonio Mella, con quien mantenía un romance (hecho que ocurrió en la calle de Abraham González, colonia Juárez, CDMX). Por suerte, México le abrió los ojos antes de irse a Berlín, Moscú y España, donde desempeñó con más fuerza su activismo político debiendo, incluso, cambiarse el nombre a María Sánchez. Tina falleció a bordo de un taxi –a razón de un paro cardiaco– en CDMX el 5 de enero de 1942 y a tan solo tres años de haber regresado a México. Su muerte fue declarada en una vieja Cruz Verde de la capital.
Su tumba se ubica en el Panteón de Dolores (CDMX), Lote 5 (donde según están los “más pobres” -como aquellos que retrataba–), Línea 28, Sepultura 26. Se sabe que al llegar al país por primera vez, residía en la Calle Veracruz, en la Condesa; en la azotea de esa casa se tomó la icónica foto donde luce recostada y completamente desnuda. Cuando regresó siendo María, vivía en Doctor Balmis, junto al Hospital General en la Colonia Doctores, también en la Ciudad de México.
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Portada: Acervo INAH-SINAFO.FN.MÉXICO.
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