La definición de los bosques es, según el ideario estándar del mundo, un área cubierta de árboles de gruesos troncos y follaje que crece en las ramas. Pero existe un paisaje forestal en Japón que se desvía un poco de dicha descripción. Hablamos del bosque de bambús de Arashiyama en Kioto, en donde crecen troncos delgados y rectos hacia el cielo.
Aquí no se puede deambular entre las plantas, sino que hay un camino que marca el recorrido. Desde la puerta, la cual se encuentra después de cruzar el emblemático Togetsu-kyo: una estructura construida en los años treinta y cuyo nombre se traduce como puente que cruza la luna. se toma una vereda delimitada por bordes de bambús secos y que va gradualmente montaña arriba.
El lugar, nombrado Sitio Histórico Nacional de Japón, es procurado tanto por locales como foráneos, por lo que no es extraño que de repente uno se encuentre con visitantes portando yukatas (una especie de bata japonesa), sandalias de plataforma de madera (llamadas geta) o incluso maikos, aprendices de geisha.
Esta área ha formado parte de los sitios de recreación de los japoneses desde hace más de mil años. Durante el periodo Heian –que reinó del año 794 al 1185–, dicho bosque de bambús era frecuentado por los nobles y los personajes de la alta sociedad kiotense para buscar tranquilidad y “depurar el alma”.
Bambú, un sonido para recordar
La intención de quienes se introducen en este bosque siguen siendo prácticamente las mismas: admirar el juego de luces que producen las hojas y disfrutar de sonido que genera el roce de las plantas con la brisa. Esta melodía fue nombrada por el Ministerio del Medio Ambiente del país nipón como uno de los 100 paisajes sonoros de la nación.
Un bosque lleno de templos
En la cercanía del bosque de bambús, dentro del distrito de Arashiyama, se pueden conocer algunos de los vestigios budistas y shinteístas más importantes de la región. La joya de la corona es el templo de Tenryu-Ji, que con siete siglos de antigüedad alberga un enorme jardín zen y es sede de la escuela rinzai de budismo. Otros santuarios que merecen una visita son el Jujaku-Ju, el Gio-Ji –y su triangular techo de paja– o el Otagi-Nembutsu-Ji –en cuyo jardín destacan cerca de 1000 esculturas de rakan (seres iluminados).
Visitar el bosque de Arashiyama
Aunque se puede visitar en cualquier época del año, las mejores son primavera y otoño. La primera coincide con las floración de los cerezos que cubren de rosa y blanco la superficie de la ciudad; la segunda es perfecta para admirar el koyo, aquel característico color fuego que las hojas cobran antes del invierno. Por otro lado, si uno va en diciembre, encontrará el camino dentro del bosque de bambús iluminado por linternas.
A estar tan cerca de la ciudad, vale la pena considerar un paseo entre los bambús como una pequeña excursión de día. Porque en Arashiyama no solo está la opción de ver el bosque, sino que a los alrededores hay mucho más que conocer.
Por un lado está Iwatayama, una sección del area natural en donde se pueden ver macacos japoneses. Para llegar hasta estos simpáticos monos –los mismos que se resguardan del frío invernal en las aguas termales– hay que caminar unos 20 minutos. Una vez en el santuario se puede entrar a una de las áreas designadas para alimentar a los animales.
Para quien cuenta con poco tiempo o no es fanático de caminar, siempre se puede tomar el tren escénico que atraviesa las Montañas de la Tormenta sobre unas vías que se instalaron siguiendo el cauce del río Hozu. El trayecto mide siete km, los cuales se recorren en aproximadamente 25 minutos. Una de sus estaciones queda muy cerca de la entrada al bosque de bambús.