Chacahua: un pedazo de África en las costas de Oaxaca

Es innegable que hay mucho de África en esta alucinante aldea sumida en el calor agobiante de Oaxaca.

30 Jul 2019
Chacahua

Este texto se publicó originalmente en el número 5 de Travesías, en diciembre de 2001.

Cuenta la historia que durante el virreinato un grupo considerable de esclavos negros organizó un motín a bordo de un buque español y se refugió en un lugar recóndito e inaccesible cerca del cacicazgo de Tututepec; es posible que los cimarrones se quedaran estupefactos al contemplar aquella floresta inacabable, aquella riqueza espectacular de manglar rojo, nopal y mesquite; es posible que al llevar sus lanchas sobre las azufradas aguas de las lagunas decidieran que ésa era su tierra prometida cuando al final se toparon con la boca rompiendo en el mar.

Y aunque se trate de un mito más, es innegable que hay mucho de África en esta alucinante aldea sumida en el calor agobiante de Oaxaca, desconectada del mundo, perdida todavía en la irrealidad de la pobreza extrema.

Localizado a unas dos horas de Puerto Escondido, el Parque Nacional de Chacahua, con una extensión de 14 000 hectáreas que comprende dos enormes lagunas salobres de manglar y dos playas vírgenes, alberga unas 153 especies de aves, entre urracas, águilas negras, pájaros carpinteros, chachalacas, calandrias, garzas blancas y águilas pescadoras, al igual que una variedad de plantas acuáticas y terrestres.

Se trata básicamente de una comunidad de pescadores que de vez en cuando desvían su atención hacia los turistas ofreciendo paseos en lancha a través de las brechas de manglar. El recorrido dura aproximadamente una hora e incluye una visita de tiempo ilimitado a la playa Cerro Hermoso, separada de la laguna por un espigón de piedra que forma una enorme alberca natural en donde se puede nadar sin peligro alguno. En Chacahua las playas son de arena fina y oleaje suave; hay algunos restaurantes que ofrecen buena comida y alojamiento en enramadas con baño comunitario.

De cualquier manera, el área, no necesariamente en la playa, debe haber unas 40 cabañas que pueden alquilarse por día, semana o mes. A pesar de lo impresionante que pueda resultar para algunos la rusticidad del lugar, es un sitio seguro para pasar la noche.

Chacahua

Además de su belleza intrínseca, del estado inmaculado de las playas, de la hospitalidad de la gente y de la exquisitez de la comida (fundamentalmente mariscos), Chacahua cuenta con un interesante cocodrilario que suele estar cerrado porque el señor se va a comer, pero vale la pena esperarlo.

En Chacahua suceden cosas inverosímiles. Se encuentran bebidas gaseosas que dejaron de circular desde hace años (Lulús de grosella); extranjeros –ingleses, alemanes, estadounidenses- que por alguna razón, sea falta de dinero o entusiasmo puro, se quedaron a vivir en la aldea; niños que corren desnudos entre piaras de cerdos; un centro de juegos de video ubicado en una choza de palma; gitanos que instalan sus carpas para ofrecer funciones de cine e historias de gente que vive en la cocina, cerca del faro, cuyas chozas parecen muy humildes por fuera pero están llenas de lujos por dentro. Quién sabe si esto último sea cierto.

Para visitar Chacahua hay dos aproximaciones alternativas directamente proporcionales al espíritu aventurero del visitante. La primera es convencional, desde Zapotalito, una población cercana en donde existe una cooperativa de transporte de lanchas y en la cual se puede dejar el coche con toda seguridad; adicionalmente, las agencias de viajes de Puerto Escondido organizan tours para visitar las dos lagunas y las playas, comer y regresar el mismo día.

La segunda opción es más osada pero más interesante; consiste en tomar el terrible y solitario camino de terracería que conduce directamente a Chacahua y sumergirse de plano en esa comunidad paupérrima, oír las historias de los nativos y quedarse uno, dos o tres días para absorber totalmente la enloquecedora experiencia de este lugar perdido en el tiempo.

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