La carretera que conduce a Palm Springs es una salida polvorienta y complicada de la autopista transcontinental 10. Un ejército de gigantescas turbinas eólicas a ambos lados de la State Route 111 en California domina el paisaje desértico, con sus hélices cosechando diligentemente energía para la red eléctrica. La grava y la arena hacen remolinos sobre el asfalto de la carretera que rodea la base desmoronada del monte San Jacinto. Ésta es la puerta de entrada (nada prometedora) al valle Coachella y su afamado centro turístico, y, como la señalización de la carretera anuncia, a “otras ciudades del desierto” con nombres que evocan al místico y árido Oeste: Cathedral City, Rancho Mirage, Indian Wells, Bombay Beach.
En las décadas de 1950 y 1960, celebridades y políticos acudían en masa a Palm Springs. De la arena del desierto brotaron repentinamente country clubs con hectáreas de pasto verde rodeadas de propiedades de lujo y fraccionamientos reticulados. El calor seco exigía un océano de piscinas turquesas. Éste es el modernismo desértico que capturó el fotógrafo de arquitectura Julius Shulman, cuyas imágenes de la casa Kaufmann (1946-1947), de Richard Neutra, o de la residencia que Paul R. Williams diseñó para Lucille Ball y Desi Arnaz (1954-1955) representan el paradigma de la estética cocktail cool de la época.
Es inevitable imaginarse un desfile de Cadillacs aerodinámicos, con sus aletas traseras resplandecientes bajo el sol, dirigiéndose hacia el sur sobre la State Route 111. En cada asiento de conductor, un ícono: Bob Hope y Frank Sinatra, en mangas de camisa y con lentes de sol; Dinah Shore y Nancy Reagan, con largos pañuelos de gasa atados sobre sus peinados bouffants como algodones de azúcar, y, en la retaguardia, “Colonel” Tom Parker, el manager de Elvis, fumando un puro. En su día, el impresionante techo voladizo de la gasolinera Tramway (1965), de Albert Frey y Robson Chambers, le hubiera dado la bienvenida a esta fabulosa caravana de estrellas. La estructura volada, como un ala —que ahora alberga el Centro de Visitantes de Palm Springs—, marca la entrada no oficial a la ciudad, un punto de transición entre el páramo estéril del desierto y el santuario de los campos de golf bien remojados con aspersores.
Esta primavera, sin embargo, un nuevo objeto ha destronado a la vieja gasolinera como señal de entrada. Un poco más al norte del edificio, entre arena y matorrales, el artista Nicholas Galanin ha instalado su escultura monumental Never Forget. La obra, producida para la edición 2021 de la bienal de arte Desert X, enuncia INDIANLAND —tierra de indios— con letras mayúsculas blancas de casi 14 metros de altura. Su referencia al icónico letrero de Hollywood es grandilocuente, y el mensaje cala hondo. Palm Springs se construyó sobre el territorio de los agua caliente, un grupo perteneciente a la tribu de los cahuilla. La tribu aún mantiene su soberanía sobre una parcela de dos kilómetros cuadrados —la sección 14— en el corazón de la ciudad, donde se encuentra la fuente termal original. Nacido en Alaska, Galanin es de ascendencia tlingit y unangax̂, y su trabajo hace hincapié en la necesidad de resarcimiento y de hacer se visible. Never Forget obliga a los visitantes a ser conscientes de la historia colonizadora de los invasores blancos en Palm Springs.
En conjunto, INDIANLAND y la gasolinera Tramway hacen referencia al cambio que se empieza a dar en la ciudad. En su día celebrada por su arquitectura modernista, sus resorts fabulosos y una efervescente comunidad LGBTQ, Palm Springs ya no puede darles la espalda a los problemas culturales que la superan y que afectan a zonas rurales, urbanas y suburbanas a lo largo y ancho de todo el país.
Y aunque todavía miles de personas acuden a la ciudad cada año para la Semana del Modernismo, tal vez sea inevitable que este momento en que la crisis climática y la desigualdad racial y de género dominan la conversación en todo el mundo, en un lugar de escapismo como éste, también, de alguna forma, se vean reflejadas ciertas realidades. Este giro corre paralelo al cambio generacional de los grupos de jóvenes que llegan al festival de música cada primavera, quienes traen consigo una estética nacida en el cercano desierto de Mojave y sus propias normas culturales. Lo que empezó durante los fines de semana del festival de música y arte del valle de Coachella, que celebró su primera edición en 1999, ha evolucionado poco a poco hasta convertirse en un estilo alternativo, caracterizado por una vibra contracultural tipo Zabriskie Point, la cerámica artesanal y los aceites para el cuerpo infusionados con salvia.
Se podría decir que el Ace Hotel & Swim Club, inaugurado en febrero de 2009, es el progenitor de esta sensibilidad particularmente hip. La firma de diseño Commune, con sede en Los Ángeles, puso en marcha un nuevo vocabulario de diseño al transformar un destartalado motel Westward Ho y un restaurante Denny’s de finales de la década de los cincuenta en un hotel de 173 habitaciones donde puedes comer tostadas de aguacate junto a la alberca. El kitsch de la era atómica, de las sillas Eames en tonos brillantes y detalles cromados, fue sustituido por una mezcla de influencias escandinavas y revistas de skate. El diseño evoca una nostalgia que no es la del glamur de las estrellas de cine, sino más bien la de pasar un buen rato tumbados escuchando a Crosby, Stills, Nash & Young. Desde el principio, el Ace Palm Springs atrajo a visitantes de Los Ángeles y cultivó un ambiente relajado. Antes de la pandemia, este núcleo cultural informal ofrecía conciertos de bandas en vivo todas la semanas y meditaciones de luna llena en el spa.
Penetrante y tentadora, la estética de comuna del Ace implicó la llegada de una novedad relativa en Palm Springs: el Mojave Flea Trading Post. Un verdadero emporio de lifestyle donde se mezclan el arte, el diseño y la artesanía de “fabricantes y comerciantes” de las comunidades cercanas de la zona de Joshua Tree, se trata de una selección rotativa de tiendas pop-up ubicadas en un edificio de poca altura, al estilo colonial español, donde hasta hace poco vendían muebles vintage y coleccionables de mitad del siglo xx. A unos cuantos metros de distancia, en Indian Canyon Drive, hay un mural en honor a George Floyd pintado sobre los triplays de una tienda clausurada. El artista MisterAlek pintó el mural en junio de 2020, unos días después de que más de mil habitantes de Palm Springs salieran a la calle a protestar en contra de la violencia policial. El grito de Floyd, “No puedo respirar”, se escucha desde la fachada. Sólo un estacionamiento, una tienda de artículos para fumadores y un par de palmeras desaliñadas separan las tiendas del Mojave Flea Trading Post del mural de George Floyd.
Pero, en realidad, es un gran abismo el que separa el oasis bohemio y la conciencia naciente de justicia social. Sería muy simplista tratar de cruzarlo de un solo salto. Sin embargo, si hay un puente entre ellos que podría representar una conexión, es Desert X, la bienal de instalaciones in situ y a gran escala de Palm Springs y sus alrededores, que se extiende a veces desde Desert Hot Springs hasta el lago Salton. La organización artística sin fines de lucro fundada por Susan L. Davis y comisariada por el director artístico Neville Wakefield, presentó una primera exposición en 2017 y una segunda edición en 2019. En ambas ocasiones se exhibieron obras de artistas reconocidos internacionalmente, incluyendo una casa de espejos de Doug Aitken, un monolito naranja fluorescente de Sterling Ruby y un par de arcoíris de acero de Pia Camil, uno en Rancho Mirage y el segundo al otro lado de la frontera de Estados Unidos con México, en Ensenada. Estas esculturas, como otras de la exposición, funcionan de múltiples maneras: representan la respuesta de un artista al contexto del desierto o llevan el arte público a una audiencia más grande en el valle de Coachella. Su éxito, sin embargo, depende más de las redes sociales y de la yuxtaposición fotogénica del arte de gran tamaño frente a las colinas iluminadas por el sol y el deslumbrante cielo azul.
En esencia, Desert X es como una búsqueda del tesoro para Instagram, que atrae a personas e ingresos a esta zona. Los visitantes pueden pasar por el vestíbulo del Ace Palm Springs para obtener información y merchandise. El hotel figura como socio de la bienal y el Festival de Música y Artes del Valle de Coachella es un gran benefactor. La mayoría de las veces, afortunadamente, el programa logra esquivar el cinismo de los influencers en turno. Esto puede atribuirse a la calidad y seriedad de los artistas representados. Por ejemplo, el colectivo de artistas Postcommodity instaló su pieza It Exists in Many Forms, de 2019, en Wave House, la casa modernista del arquitecto Walter White. Esta obra muestra las complejas nociones de consumismo y ocupación de la casa modernista, porque los artistas contrastan los ideales de la arquitectura moderna del desierto con el desplazamiento de los habitantes por los territorios tribales de los cahuilla.
La edición actual de la bienal incluye The Passenger, del artista Eduardo Sarabia. Nacido en Los Ángeles, vive y trabaja en Guadalajara. Su pieza es un laberinto triangular hecho de petates de palma y toscos postes de pino. Está situado en un pedazo de desierto sin desarrollo urbano, al otro lado de un distrito suburbano, cerca del Desert Willow Golf Resort sobre la carretera Frank Sinatra Drive. Inspirada en la experiencia migrante de su madre, la pieza evoca una narrativa de éxodo, ya que los visitantes tienen que caminar por un sendero largo y arenoso antes de entrar en el laberinto mismo. Lagartos de color de arena se deslizan entre la vegetación reseca a lo largo del camino, pero la instalación no es ninguna meditación sobre la naturaleza hostil o pura. En cambio, es desorientadora a propósito y, bajo el sol y el calor de finales de primavera, representa una imagen breve y privilegiada de tan sólo una de las dificultades de cruzar la frontera.
Con todo y los temas importantes que se abordan sobre colonización e inmigración, Desert X no ofrece soluciones ni está libre de controversia. En 2020, la organización montó una exposición en Arabia Saudita, haciendo oídos sordos a los abusos contra los derechos humanos que ocurren en aquel país, que incluyen el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, orquestado por el gobierno.
Tres miembros de la junta de Desert X, incluido el artista Ed Ruscha, renunciaron en protesta. Este año, en las semanas previas a la exposición de 2021, una escultura de humo de la artista Judy Chicago fue objeto de una disputa. Su pieza, concebida como un performance, iba a ubicarse en una reserva de unas 500 hectáreas llamada The Living Desert. Cuando se anunció que la obra utilizaría humo de colores para crear una instalación temporal y atmosférica, la periodista local Ann Japenga inició una protesta mediante comunicados y cartas en las que expresaba su preocupación por el impacto medioambiental en la vida silvestre. Esta alarma, que Chicago disputa, logró que The Living Desert anulara el permiso para utilizar el lugar y el performance se canceló.
Los debates políticos sobre las artes no se limitan a Desert X. Palm Springs Resorts (una asociación de empresas turísticas), junto con el ayuntamiento de la ciudad, se está peleando con el Palm Springs Art Museum y otros líderes culturales por una escultura de ocho metros de altura de Marilyn Monroe. La obra de arte, de Seward Johnson, representa a la actriz en la clásica pose de la película La comezón del séptimo año, de 1955. La falda blanca de su vestido halter se eleva ondeante, revelando unos calzones blancos gigantescos. Como fotograma es icónico; como escultura, ridícula. Pero hace poco, y a instancias de grupos de presión, el ayuntamiento votó a favor de colocar la pieza de mal gusto en medio de la ciudad, en la calle Museum Way, la que lleva al museo modernista tardío de E. Stewart Williams y es adyacente a un nuevo parque del arquitecto angelino Mark Ríos, programado para inaugurarse el próximo año como parte de un plan de reurbanización en el centro de la ciudad. Y, a cuenta de esto, se dio tremendo enfrentamiento.
Los partidarios afirman que la escultura infinitamente instagrameable es una bendición para la economía, ya que atrae dólares de turismo al centro de la ciudad. La estatua de Marilyn, antes ubicada en un lote baldío, en efecto atrae a multitudes que alegremente se toman selfis entre sus piernas. Los que están en contra claman que la pieza es sexista y mala. Protestan y escriben peticiones argumentando que la escultura está muy alejada de los nuevos valores cívicos, y crearon el hashtag #metoomarilyn, que traza una línea directa entre la escultura y el movimiento contra el acoso sexual que empezó precisamente en Hollywood. Una campaña de GoFundMe, organizada por la diseñadora de moda Trina Turk, ha recaudado casi 70,000 dólares para gastos legales y de publicidad en un esfuerzo por combatir la nueva ubicación de la obra de arte.
La estatua de Marilyn capitaliza una nostalgia por una Palm Springs llena de glamur y estrellas que puede o no haber existido en el pasado. En una fantasía tan retro, el verdadero patrimonio arquitectónico modernista es casi irrelevante, reducido a un turbio telón de fondo de techos con forma de sierra y detalles decorativos futuristas. En realidad hay múltiples narrativas en juego en esta ciudad-resort. Identidades superpuestas y en competencia, cada una de ellas parcial y siempre cambiante. Cada una compite para dar forma a un imaginario de la ciudad. Para los asistentes al festival, el valle de Coachella es una meca bohemia. Un mural de George Floyd apunta a la posibilidad de un mundo nuevo sin violencia policial contra hombres y mujeres negros. INDIANLAND, de Galanin, mira hacia un futuro de reparaciones, una época en la que el territorio indígena regresa a los habitantes originales del lugar.
Lo que es estable, sin embargo, es el resplandor constante del sol del desierto sobre el desfile de automóviles que se dirigen al sur por la State Route 111.