48 horas para descubrir Lisboa a través de su cocina
Descubrir la capital portuguesa a través del paladar es una de las formas más íntimas de conocerla.
POR: Liliana López Sorzano
Lisboa es una de esas ciudades pequeñas de Europa que contienen en versión concentrada una riqueza cultural y musical, coronada por por jardines, cafés y restaurantes que te hacen recordar que la vida también puede ser puro gozo.
Día uno
Mañana
Comenzar el día en medio de un jardín tropical como Estufa Fria es sumergirse en el asombro y la tranquilidad que generan las plantas exóticas. Este inmenso pabellón se empezó a plantar en 1910 como parte de la extensión del parque adyacente Eduardo VII. Recorrerlo es casi como sentirse dentro de una pintura de Henri Rousseau.
Hay que caminar hacia el barrio Príncipe Real por la calle Rua da Escola Politécnica que está llena de boutiques, galerías de arte, y desde donde se puede divisar, a lo lejos, a través de sus calles, el río Tajo de fondo.
El jardín del mismo nombre del barrio acoge a un cedro centenario cuya impresionante copa se extiende por metros a manera de techo. Hay que seguir por la misma calle para toparse con la vista memorable sobre la ciudad que ofrece el Miradouro de São Pedro de Alcântara.
Entrar a la iglesia San Roque, una construcción jesuita del siglo XVI, cuya austera fachada contrasta con las capillas en las que el barroco se excede si es que la redundancia lo permite.
Tarde
Seguramente para este entonces el apetito apremia, y a tan sólo unos pasos se encuentra Barrio Do Avillez, un espacio amplio y luminoso que reúne varios conceptos, entre ellos Páteo en el que las preparaciones con pescados y mariscos brillan. Todo fue creado por uno de los chefs más destacados de Portugal, José Avillez, uno de los pioneros en poner la mirada internacional sobre la gastronomía portuguesa. Aquí se pueden probar los adictivos pastelitos de nata, un sabor intrínseco al alma de esta ciudad, de masa fina y crujiente y un suave relleno equilibrado en dulce.
Aunque Pastéis de Belém, que se encuentra algo alejado, es uno de los lugares más conocidos para probarlos, a tan solo un par de cuadras también está Manteigaria, fábrica de pastéis de nata, donde podrán comparar cuál es su favorito. Lo que es seguro es que ir Lisboa sin probar una de estas tartaletas, es como no haber ido.
Noche
Hay que destinarle una noche a la alta cocina y a lo que muchos denominan la nueva cocina portuguesa. Los únicos dos restaurantes con dos estrellas Michelin de la ciudad se encuentran en el barrio Chiado.
Ya sea Alma del chef Henrique Sá Pessoa o en Belcanto de José Avillez. Las dos experiencias, si bien distintas, dan cuenta de la creatividad, la identidad portuguesa y la posibilidad de contar historias a través de los platillos.
Día dos
Mañana
Empezar el día en Rossio, una de las plazas más icónicas de la ciudad, para apreciar sus adoquines negros y blancos en patrón de olas, el mosaico típico de Lisboa.
Visitar la Plaza de Figuiera donde está el delicatesen Manteigaria Silva, fundado en 1890. Ahí se consiguen quesos, conservas y charcutería de Portugal y también se puede comprar el famoso bacalao seco.
Continuar la ruta por la calle peatonal Augusta y caminarla hasta el final. Subir al mirador del Arco da Rua Augusta para apreciar la dimensión de la imponente Plaza de comercio.
Tarde
Para comer en Marisqueria y Cervejaria Ramiro, esta institución desde 1956 que es un templo a los mariscos frescos y de calidad, hay que ensuciarse las manos. Pedir los carabineros, despojarlos de su cáscara y chupar sus cabezas. Espectacular la caldereta de almejas con cilantro, las gambas al ajillo, los langostinos tigre y en realidad, todo lo que se atraviesa en el antojo.
Casi al lado se encuentra la famosa tienda A vida Portuguesa, un local encantador de objetos revisitados de la cultura portuguesa, entre moda, libros, cocina, decoración, belleza y comida. Lugar idóneo para comprar regalos de viaje.
Noche
Prado es un hermoso restaurante de concepto de la granja a la mesa, de una carta que se rige por las estaciones y donde todo es orgánico de productores portugueses. El chef Antonio Galapito propone compartir todo el centro de mesa en una carta en es difícil decidirse.
Para cerrar el viaje con la nostalgia que suponen los finales, nada como adentrarse en el “saudade” que produce el fado, el género musical de la melancolía hecho de guitarras y lamentos poéticos. Hay que reservar en Mesa de Frades, ubicado dentro de una antigua capilla, para despedirse de Lisboa con esta banda sonora musical.
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