Historias de museos: el Museo Nacional de Antropología e Historia
Tres sedes, un virrey, un emperador, innumerables presidentes y doce mil piezas exhibidas. Esta es la historia del museo más icónico de México.
POR: Diego Ávila
Con 45 mil metros cuadrados de construcción, 22 salas, siete mil objetos arqueológicos y cinco mil etnográficos en exhibición, el Museo Nacional de Antropología e Historia es el museo más grande de todo México. Cada año recibe la visita de alrededor de 2.5 millones de personas y es considerado un ícono de la arquitectura moderna mexicana.
Sin embargo, y si bien su sede actual fue inaugurada en 1964, su historia se remonta hasta finales del siglo XVIII.
El virrey, la diosa y el calendario
El 8 de octubre de 1789 desembarcó en el puerto de Veracruz Juan Vicente de Güemes Pacheco de Padilla y Horcasitas, segundo conde de Revillagigedo. Tras haber sido nombrado como virrey de la Nueva España por Carlos IV, el conde llegó a la Ciudad de México y rápidamente emprendió una campaña para embellecer la capital del virreinato. Además de establecer un servicio de limpia y recolección de basura, también ordenó pavimentar las calles, mejorar la imagen de los parques y las plazas, y crear un sistema de drenaje que permitiera mejorar la higiene (y el aroma) de la urbe.
Menos de un año después, mientras se llevaban a cabo estos trabajos, los trabajadores dieron con una piedra inusualmente grande debajo de la Plaza Mayor. Excavando más, el hallazgo resultó ser una escultura de grandes dimensiones que estaba casi enteramente cubierta por grabados de serpientes. El descubrimiento tuvo lugar el 13 de agosto de 1790, y el 17 de diciembre del mismo año fue seguido por otro: un enorme monolito circular que tenía una cara cubierta por glifos y que recordaba a un calendario. Así, y después de 269 años enterrados, la Coatlicue y el Calendario Azteca habían salido a la luz nuevamente.
Los hallazgos fueron extensamente comentados y el virrey mandó a resguardar la Coatlicue en el patio central del edificio de la Real Universidad, mientras que la Piedra del Sol fue colocada en una de las torres de la Catedral Metropolitana. Al año siguiente, los descubrimientos siguieron: la piedra de Tizoc y una cabeza de serpiente fueron encontradas. La racha de los cuatro hallazgos generó un genuino interés tanto entre la élite como en la población en general por la cultura mexica, pero además, las ideas de la Ilustración (que estaban en boga en ese momento) proponían la investigación de las culturas antiguas y los restos arqueológicos, de manera tal que las nuevas piezas fueron igualmente entregadas a la Universidad para su resguardo y estudio.
Un Museo Nacional para una nueva Nación
La inestabilidad originada por la guerra de independencia supuso una pausa para la búsqueda y análisis de las nuevas piezas, pero finalmente, en 1825, se anunció la creación del Museo Nacional. Como sede, se escogió el edificio de la Universidad, y la colección inicial se compuso, además de las piezas monumentales que ya resguardaba el recinto (como la Coatlicue y la piedra de Tizoc), por tepalcates hallados en la Isla de Sacrificios en Veracruz, y otras obras prehispánicas que algunos nobles novohispanos, como el Conde de la Cortina y el Conde de Peñasco, poseían.
A la década siguiente, en los años 1830, Lucas Alamán formó la junta directiva para la institución, y año tras año, su colección se incrementaba gracias a los hallazgos arqueológicos que se realizaban en el territorio de la recién formada república. Para mediados del siglo, en 1856, el catálogo incluía ya la escultura del Indio Triste, la cabeza de la diosa Coyolxauhqui, códices y manuscritos de la colección de Lorenzo Boturini, un anillo de un juego de pelota y la lápida conmemorativa del Templo Mayor.
Entre el Imperio y la República
El 30 de noviembre de 1865 el emperador Maximiliano clausuró oficialmente la antigua Universidad (emblema de la Nueva España monárquica) y la colección del museo quedó entonces en búsqueda de una nueva casa. Se escogió así un ala del antiguo palacio virreinal sobre la calle de Moneda, que antiguamente había servido como casa de acuñación de monedas durante el virreinato.
Sin embargo, la inestabilidad política y la caída del imperio ocasionó que el emperador no tuviese la oportunidad de inaugurar la nueva sede del Museo Nacional de México. El honor, una vez que se reinstauró la República, recayó en Benito Juárez y se inauguró entonces la primera exhibición de historia y arqueología en forma en la historia del país.
De monolitos y moda europea
Para el último tercio del siglo XIX, Porfirio Díaz llegó al poder, y durante su administración muchas ideas que estaban en boga en Europa, como el nacionalismo y el positivismo, se afianzaron en México. Los museos comenzaron a ser vistos como instrumentos cruciales que debían de mostrar el devenir de los diferentes pueblos y de las naciones en general, y se buscó entonces dotar al Museo Nacional de un aire más grandioso.
De este modo, el 16 de septiembre de 1887, fue inaugurado el Salón de Monolitos: un área especial que albergaba a las piezas más grandes de la colección, y que hasta ese entonces se encontraban desorganizadas en el patio del edificio. Incluso se trasladó la Piedra del Sol, que había permanecido a la intemperie en una de las torres de la catedral desde su descubrimiento casi 100 años atrás. La creación del Salón marcó un momento importante en la historia del museo, pues proponía ya un análisis y un estudio más sistemático de las piezas que componían su acervo, y llegó a convertirse en un referente internacional de la disciplina arqueológica en México. Además, en 1895, se comenzó a conformar asimismo una colección etnográfica. A instancias del lic. Joaquín Baranda, diversos objetos de uso cotidiano de diferentes pueblos indígenas (principalmente de nahuas, apaches, otomíes, mixtecos, tarahumaras, zapotecos y mayas), pero también reproducciones de armas prehispánicas y piezas indígenas virreinales, fueron incorporadas a la colección del Museo.
Con el cambio de siglo, el interés por la arqueología siguió aumentando constantemente. La publicación de las crónicas de viaje de John L. Stephens y Catherwood en Yucatán, le habían granjeado a México el título de el Egipto de América, y nuevas expediciones salían frecuentemente para explorar cada vez más zonas arqueológicas. Leopoldo Batres (quien había sido comisionado por Justo Sierra como el Inspector General de Monumentos Arqueológicos de la República Mexicana) llegó a enviar informes (y piezas) al museo desde Jonuta, Palenque, Mitla, Monte Albán, Teotihuacan, Tlaxcala y Cholula, entre otros sitios. Incluso, y en complicidad con Sierra, Batres decidió retirar el último panel que quedaba en la antigua ciudad maya de Palenque para enviarlo a la capital y completar la colección del Museo Nacional. Además, las obras que continuamente se llevaban a cabo en la Ciudad de México ya sea para ampliar calles o levantar nuevos edificios, arrojaban nuevas piezas que rápidamente pasan a enriquecer el acervo de la institución.
Una colección, tres museos
Para 1909, se dio un paso más en la especialización del acervo, y se decidió dividir la colección de piezas históricas de las ‘naturales’ (como especímenes de plantas y animales), que fueron entonces trasladadas al recientemente fundado Museo Nacional de Historia Natural. Tras el estallido de la Revolución, el Museo permaneció sin muchos cambios, hasta que en 1940 su colección fue nuevamente dividida. Ante la adaptación del Castillo de Chapultepec como Museo Nacional de Historia a instancias del presidente Lázaro Cárdenas, todas las piezas que databan de la fundación del Virreinato en adelante, fueron trasladadas a ese nuevo recinto, y el ya centenario Museo Nacional se abocó exclusivamente al pasado prehispánico de México y las culturas indígenas que han habitado en su territorio.
Habiendo su nueva misión sido definida, se reorganizó entonces todo su espacio. Se crearon nuevas salas temáticas por cultura, pero también se hizo también evidente la necesidad de un nuevo recinto.
Chapultepec y el presidente
Para la década de los años 60, México había disfrutado de veinte años de crecimiento económico sostenido, el país parecía estar ingresando de lleno al llamado primer mundo, y su capital se transformaba a pasos agigantados. De este modo, y con el auspicio personal del presidente Adolfo López Mateos, comenzó en el bosque de Chapultepec la edificación de la nueva sede del antiguo Museo Nacional. El diseño fue encomendado al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, quien para entonces ya se había hecho de un nombre gracias a su trabajo construyendo las nuevas y modernas sedes de unos 15 mercados, e innumerables centros escolares a lo largo y ancho del país.
Las obras iniciaron en febrero de 1963, pero no había mucho tiempo. López Mateos iba a dejar la presidencia el 30 de noviembre de 1964, y el nuevo museo debía de estar listo antes para que él pudiese inaugurarlo. Tras una labor titánica, y después de 19 meses de trabajo continuo, el 17 de septiembre de 1964 fue inaugurado el nuevo Museo Nacional de Antropología e Historia. La mudanza de los enormes monolitos desde el centro histórico paralizó la ciudad y atrajo a miles espectadores que se amontonaban para ver a la Piedra del Sol, a Chalchiuhtlicue o a Tlaloc desfilar lentamente por Paseo de la Reforma hasta su nuevo hogar: un gigantesco complejo de 70 mil metros cuadrados que además incorporaba elementos referentes a diferentes culturas prehispánicas en su diseño.
Vanguardia artística, inspiración prehispánica… y muchas piezas nuevas
Inspirado por el Cuadrángulo de las Monjas en Uxmal, el nuevo museo se desplegaba en torno a un gran patio cuadrangular. La mitad de él se encontraba resguardada por un gigantesco paraguas que sujetaba una cubierta colgante, mientras que la otra acogía un estanque inspirado en el lago de Texcoco. Varios de los muros se encontraban recubiertos por piedra de tezontle, y el artista zacatecano Manuel Felguérez realizó celosías inspiradas en serpientes, uno de los animales más sagrados para los pueblos mesoamericanos.
Cada uno de los nuevos curadores realizó además campañas para conseguir nuevas obras para sus respectivas salas, y numerosos museos regionales (e incluso extranjeros) tuvieron que ceder varias de sus mejores piezas al nuevo museo. Desde 1951 había comenzado una campaña para ampliar el acervo, y entre ese año y 1965, se adquirieron cerca de 4,000 nuevos objetos arqueológicos de todos los rincones del país, desde ofrendas y cabezas olmecas que habían sido halladas en La Venta, estelas teotihuacanas, y hasta dinteles de Yaxchilán y pequeñas esculturas mayas de jadeita. Incluso, y tras la inauguración del museo, varias personas comenzaron a donar piezas que ellos habían encontrado por casualidad, aunque esto se hizo imposible a partir de 1971, cuando una nueva ley estableció que el museo únicamente podía aceptar objetos provenientes de excavaciones realizadas por el INAH.
Leonora Carrington, Carlos Mérida, Fanny Rabel, Rufino Tamayo, los hermanos Chávez Morado, Luis Covarrubias, Raúl Anguiano, Jorge González Camarena y Arturo Estrada, entre otros artistas contemporáneos, fueron además comisionados para realizar murales que acompañasen a las piezas arqueológicas y el discurso museográfico. De este modo, el nuevo recinto desplegaba no sólo la riqueza cultural del México prehispánico de una manera majestuosa, sino que también la complementaba con arquitectura y arte contemporáneo.
El robo
El Museo Nacional de Antropología rápidamente se consolidó como uno de los recintos culturales más importantes (y visitados) de la Ciudad de México, y se convirtió en el corazón del distrito de museos en el bosque de Chapultepec: el Museo de Arte Moderno fue inaugurado en el mismo año de 1964, mientras que en 1981 el Museo Tamayo abrió sus puertas. Y aunque los grandes monolitos siempre han sido sus piezas estrella, sus piezas más pequeñas llamaron la atención de dos sujetos de 25 y 26 años que, la madrugada del 24 de diciembre de 1985, saltaron la barda del museo, cruzaron los jardines perimetrales y se infiltraron dentro del museo utilizando los ductos de aire acondicionado. En un lapso de tres horas (entre la 1 y las 4 de la mañana) sustrajeron 140 piezas de las salas dedicadas a los mayas, los mexicas y las culturas de Oaxaca, incluyendo la famosa vasija de obsidiana en forma de mono.
Aunque las piezas se recuperaron 1989 (de hecho jamás salieron del domicilio particular de los dos jóvenes que las robaron), el gran robo de 1985 ocasionó en su momento un escándalo nacional que fue anunciado por por medios mexicanos y extranjeros. Se emitió un boletín que fue enviado a 185 países e incluso se juntaron 50 millones de pesos para ofrecer como recompensa a quien ofreciera información que permitiera la recuperación de las piezas hurtadas.
El Museo Nacional de Antropología, hoy
A la fecha, el Museo Nacional de Antropología e Historia se ha consolidado como uno de los recintos culturales más importantes a nivel mundial. 2.5 millones de personas lo visitan cada año y sus vitrinas exhiben 7,761 piezas arqueológicas y 5,765 etnográficas, (sin mencionar los otros miles de objetos arqueológicos que se encuentran en sus bodegas). Además, y debajo de sus salas, se esconden otros 15,000 metros cuadrados que albergan talleres, servicios educativos y espacios de investigación que, día tras día y año con año, han hecho de ‘Antropología’ uno de los espacios más visitados y queridos de toda la ciudad.
Museo Nacional de Antropología e Historia
Av. Paseo de la Reforma s/n, Polanco, Primera Sección del Bosque de Chapultepec,
Miguel Hidalgo, 11560 Ciudad de México, CDMX.
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