Año con año, la llegada de la primavera trae consigo el espectáculo natural más querido de la Ciudad de México: la floración de las jacarandas. Sembradas estratégicamente a lo largo de algunas de las avenidas más importantes de la urbe, estos árboles inundan calles, parques y colonias enteras con sus inconfundibles flores color lila. Y aunque se han vuelto uno de los iconos de la capital mexicana, las jacarandas son en realidad una especie sudamericana, nativa de Brasil y Paraguay, que llegó a nuestro país gracias a un jardinero japonés de nombre Tatsugoro Matsumoto.
¿Cómo sucedió esto? A continuación presentamos el viaje que siguió Matsumoto, que lo llevaría a convertirse no sólo en el jardinero preferido de la élite mexicana durante el Porfiriato –y del mismo Porfirio Díaz–, sino en el padre de uno de los símbolos más icónicos de la capital.
Parada 1: Lima, Perú
Durante una estadía en la capital peruana, el acaudalado hacendado y minero mexicano Don José Landero y Cos conoció al jardinero japonés Tatsugoro Matsumoto. Matsumoto había sido invitado por el empresario y diplomático peruano Óscar Heeren a la ciudad sudamericana para crear un jardín en la Quinta Heeren, un pequeño complejo de condominios cuyo diseño estaba inspirado en las metrópolis europeas de la época y que en su momento fue uno de los enclaves más lujosos de Lima.
Heeren había sido embajador del Perú ante el Japón en la década de 1870 y, a su regreso a América del Sur, no sólo fundó algunas empresas peruano-japonesas, sino que llevó a algunos de los primeros inmigrantes japoneses al país andino. Cautivado por la belleza de los jardines que vio en la Quinta Heeren, Landero y Cos invitó a Matsumoto a crear un espacio similar en los terrenos de la hacienda que él poseía en Hidalgo, México.
Parada 2: San Juan Hueyapan, Hidalgo, México
Matsumoto llegó así a México y realizó el encargo de Don José Landero y Cos. Landero era un hombre sumamente rico, y además de trabajar en la Compañía Minera de Santa Gertrudis y la Compañía de Real del Monte, había sido gobernador de Veracruz y secretario de Hacienda. Gracias a todo esto, poseía uno de los predios más antiguos e importantes del estado de Hidalgo: San Juan Hueyapan.
Parada 2: Ciudad de México, México
Recomendado por el hacendado, Matsumoto entró al círculo de la alta burguesía porfiriana, donde pronto se convirtió en el jardinero de cabecera de muchas de las familias más ricas e influyentes de la época. Con las colonias Roma y Juárez en plena construcción, el japonés no tardó en darse cuenta de que había una gran oferta de trabajo para sus habilidades y conocimientos.
Parada 3: Yokohama, Japón
Dándose cuenta que México era un país en el que no le faltaría trabajo, Matsumoto decidió que sería buena idea asentarse definitivamente en nuestro país. Antes de hacer su vida aquí regresó a Japón para visitar a su esposa y a su familia. Ahí, armó un cargamento de plantas que envió hacia el continente americano desde el puerto de Yokohama.
Parada 4: San Francisco, Estados Unidos
En 1894, en su camino a México, Matsumoto realizó una parada en San Francisco, donde su fama ya lo precedía. En la ciudad californiana, John McLaren, jefe del parque del Golden Gate, le comisionó que diseñara un jardín japonés para la Exposición Universal de Invierno, que se celebraría en la ciudad ese mismo año. El resultado fue el Japanese Tea Garden (jardín japonés para el té), que hoy en día sigue abierto al público.
Parada 5: Ciudad de México, México (otra vez)
De regreso a México, en 1896, Matsumoto se estableció definitivamente en la capital. Gracias a sus contactos, empezó a diseñar los jardines de las nuevas casas y mansiones que la burguesía porfiriana edificaba en los nuevos barrios de la Ciudad de México. Su fama no tardó en llegar a los oídos del presidente Porfirio Díaz y su esposa, Carmen Romero Rubio, quienes encargaron al japonés el cuidado del Bosque de Chapultepec. En 1910, el hijo de Matsumoto llegó a la ciudad para expandir el negocio familiar.
Gracias a sus relaciones con la élite, el negocio de los Matsumoto logró seguir operando a pesar de los cambios de régimen, y en los años veinte, le recomendaron al presidente en ese momento, el general Álvaro Obregón, que mandase a plantar ejemplares de un árbol brasileño en las principales avenidas de la Ciudad de México. Los japoneses habían empezado a cultivar esta especie, llamada jacarandas, en sus viveros, y estaban seguros de que prosperaría muy bien en la capital gracias a su tipo de clima. Además, consideraron que su floración duraría más, porque en primavera no llueve; esta característica crearía un espectáculo equiparable a la llegada de los cerezos en Japón.
Prácticamente un siglo después, las jacarandas siguen floreciendo en la Ciudad de México, exactamente como los Matsumoto dijeron que lo harían, entre marzo y abril de cada año. Un evento natural que tuvo su origen en el afortunado encuentro en Lima entre un mexicano y un japonés.
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Foto de portada: Santiago Arau
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