Lo mejor de la gastronomía en Ensenada y Valle de Guadalupe

Esta ruta explora Ensenada y el valle de Guadalupe, lugares que desde hace más de una década tienen las mejores apuestas culinarias de M

16 Aug 2019
Lo mejor de la gastronomía en Ensenada y Valle de Guadalupe

La parte norte de la península de Baja California siempre recibe al viajero con un regalo: su aroma a mar. En la maleta hay que incluir siempre zapatos cómodos, bloqueador solar (la mayor parte del año) y muchas ganas de probarlo todo.

Llegar a Tijuana de día es un plan ideal, pero el mejor es tomar la carretera escénica rumbo a Ensenada, relajarse y admirar su belleza, mientras el gps se encarga de hacer una primera parada en Puerto Nuevo, cerca de Playas de Rosarito, a 40 minutos de Tijuana.

Camino a Ensenada

Ahí espera, fresca y jugosa, la famosa langosta de la región, lista para rellenar tortillas de harina recién hechas y acompañarse de las guarniciones de cajón: arroz rojo, frijoles bayos refritos y salsas. En el pueblo, a ras del mar, nada fancy y siempre con buen ambiente, hay más de 30 establecimientos: uno de los favoritos es el restaurante Puerto Nuevo #1, donde hay buen sazón y buen servicio.

Pero también se pueden explorar otras cartas, que en su mayoría ofrecen lo mismo, porque en Puerto Nuevo no se necesita más que esa langosta enmantequillada, con un sabor glorioso y un precio accesible. Después del comidón, hay que regresar al camino; a una hora de distancia aguarda Ensenada, una ciudad sui generis a la que el mar nos irá guiando.

No hay mejor bienvenida en Ensenada que un coctel de almeja en la carreta de Mariscos El Gordito, una mezcla que, sin temor a exagerar, puede ser una de las mejores de la vida. La almeja pismo, proveniente del mar ensenadense, es su ingrediente principal: una almeja gigante con un sabor fresco, consistente, y una textura firme. En esta carreta, ubicada en una céntrica esquina (Ryerson y Paseo Miguel Hidalgo y Costilla), Alex abre y limpia las almejas al momento, las prepara en la concha o en un vaso como coctel, con pepino, cebolla, un toque nada exagerado de salsas y limón, acompañamientos que resaltan el sabor marino y lo vuelven explosivo. Alex se toma su tiempo, prueba cada una de sus mezclas hasta que están en el punto exacto; ofrece ingredientes de la mejor calidad y es raro que le quede algo después de las 13:30 (abre entre 10:30 y 11:00); no sorprende que sea un favorito de los ensenadenses.

El ceviche de atún es otra de las joyitas del lugar; es de aleta azul y se ofrece en tostada, a la que se le puede poner un poco de la buenísima salsa de jalapeño y habanero que se prepara en casa. Este lugar abrió hace poco menos de 50 años y fue por mucho tiempo uno de los secretos mejor guardados de la ciudad. Hace unos años, El Gordito, quien arrancó y de quien toma su nombre el carrito, le pasó la estafeta a Alejandro, uno de sus hijos, quien hoy cuida celosamente cada detalle de sus preparaciones, las cuales, además de las almejas y el ceviche de atún, incluyen cocteles de pulpo, camarón, especiales y combinados, y tostadas de esos mismos ingredientes.

Opciones en carreta

Como esta carreta hay varias más en Ensenada, puestos que comenzaron como ambulantes (por eso las rueditas), para después ubicarse en puntos estratégicos de la ciudad y que poco a poco se convirtieron en emblema de la gastronomía local. Su especialidad son las preparaciones a base de productos frescos del mar; tostadas, ceviches y cocteles llenan sus cartas (que en realidad no son cartas formales, sino anuncios en las mismas carretas).

En los últimos 20 años ha habido muchas de ellas que van y vienen, pero pocas son las que se quedan y conservan su fama. Otra favorita es la carreta Mariscos El Güero, muy cerquita del mar, sobre Alvarado, en el centro. De un lado de la carreta se piden los cocteles y las almejas; del otro, las tostadas, que pueden ser combinadas o especiales, como nuestra favorita: la de camarón crudo con una buena base de aguacate y que va muy bien con la salsa macha. Es imposible hallar esta carreta sin gente, como difícil también es encontrar de mal humor a los chicos que sirven las especialidades.

Una de las postales favoritas, cuando de comer se trata en Ensenada, sucede justamente ahí, en Alvarado, que en su esquina con la 1ª luce una colorida y siempre repleta carreta, la de Sabina Bandera, mejor conocida (ella y su lugar) como La Guerrerense: un sitio que comenzó a funcionar en 1960 y que en los últimos años ha cobrado fama internacional por la combinación de sus preparaciones, sus salsas y el carisma de doña Sabina. Las tostadas reinan en esta esquina de Ensenada; las hay sencillas y especiales; la de erizo con almeja es una de las combinaciones ganadoras, como la de paté de pescado y callo de hacha, aunque nuestra favorita es la de ceviche de caracol con lajas también de caracol. Las más de 10 salsas que prepara Sabina (que ahora se comercializan), algunas hechas con chiles que ella misma cultiva, son el plus imperdible de su carreta, mientras que las aguas frescas complementan la experiencia.

La Guerrerense

Hace poco menos de dos años, Sabina inauguró el restaurante bautizado con su nombre, en la Plaza Blanca, que está cruzando la avenida, frente a la carreta. Ahí, los visitantes pueden sentarse cómodamente, ordenar las especialidades de la carreta, pero también tacos de pescado o de camarón estilo Ensenada, para los que está dispuesta una barra con sus acompañamientos (col, mayonesas, salsas, limones, etc.). El mayor lujo es cuando la misma Sabina le muestra al comensal cómo preparar el taco. Aquí también se puede probar un buen pozole de mariscos, tacos de pulpo y la exitosa sopa de almeja, entre otras preparaciones, así como las cervezas de la casa, clara y oscura, y los vinos —blanco, rosado y tinto—, elaborados para el lugar con la asesoría del enólogo Hugo D’Acosta, que también es el hacedor de las cervezas. Pero la expansión de Sabina no sólo se queda a media cuadra de su carreta; en enero de 2018 llegó a la Ciudad de México, donde su local, ubicado en el Parián Condesa, fue un éxito inmediato.

Las propuestas culinarias

Más allá de estos singulares carritos, y de la otra comida de calle y de mercado, Ensenada guarda excelentes restaurantes que son la perfecta muestra de lo que el talento y el buen producto pueden dar como resultado. Al principio de esta lista siempre estará Manzanilla, no solamente por haber sido el primer restaurante de su tipo en la ciudad y la región, sino por lo que, a lo largo de 18 años, ha aportado a la gastronomía mexicana contemporánea. Detrás de ese lugar, que estuvo anclado por varios años en la avenida Riveroll, para después mudarse a la ubicación que hoy ocupa muy cerca de la marina, están las manos y la pasión de los chefs Benito Molina y Solange Muris, quienes llegaron a Ensenada a finales de los noventa y comenzaron a hacer de esta zona un destino gastronómico de alto nivel. En Manzanilla se fusiona de manera elegante la cocina mexicana con los toques mediterráneos; su barra, centenaria, toda de madera y con el dibujo circular de un pulpo en el centro, es casi un símbolo de la restauración de Ensenada, y de ahí salen gin & tonics a los que es imposible negarse.

Su carta ha cambiado a lo largo de los años, pero el abulón en sus distintas preparaciones es un sello distintivo de la cocina de la pareja, así como sus ostiones a las brasas y con distintas preparaciones. Manzanilla es el lugar al que siempre hay que volver en esta ciudad; ahí siempre habrá una sorpresa y un sentimiento de añoranza que no te dejará salir por horas, después de haber recorrido la carta.

En el meritito puerto, literalmente frente al mar y los barcos y yates, se encuentra Muelle 3, un restaurante que desde hace más de diez años se mece silenciosamente con la brisa marina, con una propuesta gastronómica digna de presumir. Tiene un menú corto, en el que sobresalen los productos frescos del mar, cocinados sabrosamente por el chef Andoney García, originario de Guerrero, quien ha sido parte de la evolución de la cocina en Ensenada y sus alrededores desde el inicio.

El lugar es pequeño, por lo que es común esperar mesa, lo que no resulta ningún sacrificio con esa vista y la selección de cerveza nacional y vino (todo de la zona y a excelente precio) de las que goza el lugar. Los ceviches o el marisquite (esquite con caldo de camarón, pulpo y parmesano) son la forma correcta de comenzar la experiencia, que se va poniendo mejor con los platos fuertes que mezclan diversos ingredientes mexicanos, hasta llegar a los deliciosos postres.

Con pocos años, el restaurante Ophelia ha cobrado buena fama entre los lugareños; un lugar amplio, ubicado en El Sauzal (en la entrada a la ciudad, desde la carretera escénica), donde se come bien, hay buenos tragos y buen ambiente. Además de cocina del mar, la carta ofrece pizzas y cortes de carne, lo que diversifica la propuesta y marca la diferencia con la mayoría de los restaurantes ensenadenses.

Pero, si de diferencias hablamos, ahí está Pacífico, la nueva joyita de la ciudad, donde los jóvenes Miguel Bahena y su esposa Carolina Verdugo dan una lección de creatividad y respeto no sólo al producto, sino a la tradición culinaria mexicana. El restaurante, ubicado en el centro, muy cerca del Parque Revolución, tiene únicamente dos mesas comunales, donde caben alrededor de 40 personas. Su propuesta es unir sabores clásicos de la gastronomía nacional con los productos únicos y frescos de la región; el resultado es muyexitoso, lo que hoy los hace ser, a poco más de dos años de su apertura, una promesa de la cocina no sólo local, sino nacional. No hay que dejar de probar su quijada de jurel con chile güero estilo chino, las almejas con frijol y el arroz negro con mariscos.

Rumbo a Valle de Guadalupe

Es hora de ir al valle de Guadalupe, no para probar los vinos de la región, sino para conocer sus restaurantes y sabores. Toma entre 30 y 40 minutos internarse en esos paisajes verdosos de la carretera a Tecate, de los que poco a poco van emergiendo campos repletos de vides y se empiezan a asomar construcciones, algunas modernas, otras con muchos más años, que son las casas donde descansan los caldos más afamados del país. Estas vinícolas han vivido un fuerte boom en los últimos 15 años y han convertido el valle en una experiencia turística de altura. De la mano del vino va la comida, que en el valle es mucha y buena. El fuego, los vegetales, las aves y los mariscos son compañeros inseparables en estas cocinas que logran conquistar los gustos más sofisticados.

Ningún sitio puede describir mejor la evolución del valle de Guadalupe, su génesis y destino, que Laja, el restaurante que el chef Jair Téllez montó en una casa en medio de la nada, hace 17 años. En ese recóndito, poco alumbrado y bello sitio se vio por primera vez en nuestro país una de las tendencias más recurridas en las últimas décadas por cocineros de todo el mundo, la llamada farm to table. La propuesta de Jair fue, desde un principio, crear un menú basado en los productos de su huerto, que en los últimos años se ha convertido en una cada vez más extensa porción de tierra, donde se siembran más de 200 semillas al año. La cocina, rica en colores, sabores delicados que combinan las proteínas animales con una amplia variedad vegetal, hoy está en manos de Rafael Magaña, un joven michoacano que llegó a trabajar con el chef al inicio de Laja y que fue escalando y aprendiendo en la cocina, hasta lucir su sazón y talento natural en el arte de combinar sabores.

Del huerto está a cargo su hermano Armando, mejor conocido como Maro, que con devoción cuida y hace crecer cada parcela, donde, dependiendo de la época del año, se pueden encontrar distintas variedades de kale, mentas, lechugas, betabeles, rábanos, jitomates en todas sus tonalidades y flores comestibles. En el salón, elegante y decorado de una forma atemporal, sin ningún estilo tendencioso, sino con elementos que perduran en el gusto, está el maître y sommelier Jorge Álvarez Hernández, quien brinda un servicio pulcro y amistoso. Laja funciona con reservaciones y dificilmente dejará de ser una parada obligada en una visita al valle.

Las distancias aquí son cortas, pero a veces pareciera que no lo son tanto, sobre todo si tomamos en cuenta que el gps no es de confiar por la poca conectividad de la zona. Los letreros van anunciando cada vinícola u hotel, y es común recibir instrucciones sobre cómo llegar por las referencias de vinícolas cercanas o señales en la misma carretera. Un lugar al que todo mundo debe saber cómo entrar es Corazón de Tierra, ubicado a un costado de La Villa del Valle, el que en su tiempo fue el primer hotel boutique de esta zona (el primero, en realidad, fue Adobe Guadalupe, ubicado en el poblado de Francisco Zarco, conocido por ser el área de la migración rusa), fundado por Eileen y Phil Gregory en 2002, con la idea de crear un espacio autosostenible donde también comenzaron a crecer uvas que hoy se vinifican con el nombre de Vena Cava.

Años después se unió al proyecto este restaurante, donde se encuentra una de las cocinas más renombradas de la última década en el país y que le ha brindado un reconocimiento internacional a la nueva gastronomía de esta península, la del chef Diego Hernández Baquedano, un joven ensenadense que se formó en México para después regresar a Ensenada y abrir en 2011 Corazón de Tierra —hoy parte de la lista Latin America’s 50 Best Restaurants— y ahí poner en práctica su idea de la cocina, que a sus ojos siempre debe reflejar la tierra de donde nace, por lo que su cambiante menú se basa en los productos de su huerto y en otros ingredientes que crecen en la zona, y animales que se alimentan de los pastos de la península. Diego es poseedor de una cocina inteligente, atrevida y poderosa en sabores, que sabe como ninguna otra, un homenaje emplatado a su tierra.

Fiel embajador de los ingredientes locales, como el aceite de oliva o la sal bajacaliforniana, Baquedano ha emprendido proyectos en la Ciudad de México (Cocina Conchita, en 2015) y recientemente en Los Ángeles, con Verlaine, donde conecta la más pura cocina mexicana con su propuesta ensenadense en un menú a la carta, del que sobresalen platillos como el tamal colado de acelga y clorofila de acedera.

Decíamos que a Corazón de Tierra hay que saber entrar, porque este lugar está enclavado en lo más hondo del valle, por un camino de terracería que guía al visitante a lo alto de una colina, desde donde la vista es espectacular y la experiencia vale todo el trayecto. Entrar es fácil, querer salir de ahí es lo que se complica. Ojo, porque sólo se puede ir con reservación.

En el valle de Guadalupe, las cocinas son regidas por los ingredientes regionales, pero también, y mucho, por las personalidades y los nombres de quienes los cocinan. Y eso queda clarísimo cuando se menciona al chef Javier Plascencia, cuya extensa trayectoria en toda Baja lo ha convertido en referencia obligada de la buena cocina bajacaliforniana. Amante del fuego y del mar, cada propuesta de este cocinero, que nació y creció en Tijuana, resalta el sabor natural de los productos e ingredientes de su tierra, como el aceite de oliva. La mejor muestra de esa cocina sencilla y placentera es Finca Altozano, un gran espacio sin paredes, de madera y con techo de lámina, con una bella vista que permite gozar una propuesta de comfort food de gran nivel.

La aparente sencillez de los platos de la carta se traduce en sabores memorables, impregnados de leña y sal de mar. Como ejemplo, los morrones asados en leña de encino, con aceite virgen de aceituna manzanilla, arúgula, chip de ajo y angostura, o el delicioso pulpo del Pacífico a las brasas, con soya, cítricos, jengibre, cilantro y cacahuate. Mención aparte tienen los tacos a las brasas, de lengua, cachete, frijol refrito y costilla, que desbordan la ricura que Plascencia quiere transmitir en cada preparación. Sentarse en Finca Altozano, con una copa de vino mexicano en la mano y una tabla de quesos locales al lado, para observar uno de los mejores atardeceres que brinda el valle, puede traer una verdadera sensación de sanación y felicidad. Como Javier, Finca es un lugar de cero complejidades, que se disfruta en cada cosa y a cada momento.

Y si queremos seguir hablando de fuego, el recorrido nunca estaría completo sin visitar Deckman’s en el Mogor, un restaurante que en los últimos años se ha convertido en un nuevo clásico de estas visitas obligadas al valle. Ahí, la parrilla es reina y señora; cada plato se cocina al momento y se puede optar por el menú de degustación de cinco tiempos, cuyas opciones dependerán de los productos disponibles en cada estación, o por elegir platillos de la carta, en la que está una de las mejores codornices que se pueden probar en el país, jugosa, deliciosamente impregnada de carbón y montada sobre puré de camote. El tuétano y el rib eye son otras opciones imperdibles. Drew Deckman, originario de Georgia, Estados Unidos, llegó hace casi una década a Baja California, después de haber sido parte de importantes cocinas en su país, Europa y México. Drew llegó para quedarse y arriesgarlo todo por su pasión por las brasas; en El Mogor (vinícola de Mogor Badán) encontró el espacio y a los socios perfectos para desarrollar su sueño y concepto, que comenzó en 2012 como un pop up y poco después se convirtió en este acogedor y hermoso espacio adornado con madera, pacas de paja y coloridas flores. Al centro de este paraje hay un enorme asador, donde Drew y su equipo, conformado por jóvenes de distintas partes del país, controlan el fuego y le dan un toque único a cada producto regional.

El Mogor cuenta con un rancho donde se crían animales y se cultivan muchos de los insumos utilizados en la cocina; los miércoles y sábados, este espacio se convierte en un mercado de productores locales y dentro de poco, en lo que hoy es la casa de la familia, se inaugurará un espacio más íntimo, donde se ofrecerán solamente cenas. El futuro de Deckman’s en el Mogor, es tan brillante como el de todo el valle de Guadalupe, donde van naciendo otros prometedores proyectos culinarios.

Muchas son esas otras propuestas que actualmente coexisten en el valle de Guadalupe. De ser hasta hace poco un destino limitado a excelentes pero pocas opciones, hoy se levanta como un lugar donde se encienden la creatividad y el bien hacer gastronómico. El futuro está en reconocer y volver a esos buenos lugares, y darles su significación fuera de la península, pero también en algunos espacios donde se gesta una nueva cocina, más arriesgada aún que la que se ha conocido recientemente. Fauna es una de esas novedades, donde el riesgo consiste en encontrar el gozo de comer en amplias mesas en las que se convive y a las que llegan grandes platos para compartir, preparaciones abundantes en ingredientes y el gusto por la combinación de sabores potentes con sensaciones delicadas y sofisticadas.

Así es la cocina del joven chef David Castro Hussong, heredero natural de los sabores caseros de su natal Ensenada, que hoy los traduce, con las diferentes técnicas aprendidas tras su paso por algunos de los mejores restaurantes de Baja, México y Europa, en una destacable fusión. Su salpicón de papada de cerdo, con col morada encurtida y tomatillo fresco, es un claro ejemplo de esta sencilla pero electrizante combinación de sabores, lo mismo que su pulpo con chicharrón y frijol negro.

Platos para taquear y querer tener un estómago extra. El pato añejado por dos semanas, con una cocción perfecta y envidiable textura, acompañado de una berenjena tatemada, es una elección más sofisticada que refleja el respeto por el producto regional. Fauna se encuentra dentro de Bruma, uno de los hoteles mejor diseñados del valle, el cual, con menos de un año de vida, ha logrado atraer y complacer a los más exigentes viajeros, que se marchan felices con las instalaciones, el vino hecho en casa y esta propuesta culinaria a cargo de David y su esposa, la chef repostera Maribel Aldaco, que comienza a resonar fuerte en todo el país.

Con muy poco tiempo funcionado, al fondo de Finca Altozano y al pie de un enorme e impresionante encino, se encuentra un nuevo tesoro del valle de Guadalupe; se trata de Animalón, un pequeño restaurante dispuesto debajo, literalmente en las raíces, de ese árbol, que en 2017 nació como un pop up, pero que hoy se ha convertido en un espacio fijo (cerrará solamente durante la época más fría del año, ya que está al descubierto). De la mente de Javier Plascencia, este lugar se pensó como una apuesta más íntima que también refleja la pasión por las brasas y los productos locales, en un estilo más refinado, con un menú de degustación.

La decisión de convertirlo en un espacio sedentario vino después de que el chef Plascencia conociera en Los Cabos a Óscar Antonio Torres, un joven chef proveniente de Los Ángeles, de familia mexicana, quien hoy lleva las riendas de este bellísimo restaurante, único en su estilo. El menú de Animalón resulta una celebración a la cocina de Baja, pero sobre todo a las distintas culturas que la habitan; con una enorme delicadeza y buena técnica, el chef Torres logra representar sabores conocidos con otros nuevos. Los juegos de texturas, los distintos niveles de acidez en algunos platos, el picante y la grasa en dosis exactas le dan autenticidad a esta apuesta. El mejillón, en una concha falsa hecha a base de harina y tinta de calamar con mayonesa de chicatana, así como el chicharrón de alga son algunas de las entradas del menú, que va creciendo en potencia de sabores y en complejidad de texturas. El bacalao con crema de alubias y espuma de hoja santa es uno de los platos más sorpresivos, en el que se expresa la naturalidad de la pesca y el asombroso sabor de la alubia local. El borrego encapsulado en barro y cocinado en caja china es una delicia, como cada uno de los postres. No hay duda de que Animalón será uno de esos espacios consagrados del valle: basta sentarse ahí, sentirse fuera del mundo y gozar cada bocado para intuirlo.

En el valle seguirá abundando el talento. Se esperaba con ansias, por ejemplo, el regreso de Tre Galline, el restaurante italiano que por varios años robó suspiros en Villa Montefiori. Este año, el chef Angelo Dal Bon regresó con el mismo concepto a una nueva ubicación —cerca de la original— y está listo para reconquistar Baja California.

Mientras uno va y viene por el valle, o durante las fortuitas visitas a Ensenada (si la elección es hospedarse en el valle), hay sitios, algunos conocidos y otros fuera del mapa, que no hay que dejar de visitar. La noche es el pretexto perfecto para conocer las taquerías más ricas de la ciudad, pero primero hay que hacer espacio, relajarse con una cerveza o coctel, y, para tal efecto, el lugar obligado por excelencia es la cantina Hussong’s, de la cual se dice que es la más antigua no sólo de Ensenada, sino de todo el territorio californiano, que abarca también la parte estadounidense. El lugar conserva su estructura original y un ambiente muy singular, donde el mayor ruido lo hacen los grupos norteños que se alternan durante todas las horas de servicio, que van del mediodía hasta las dos de la mañana. De día, la regla es ver a grupos de turistas, en su mayoría estadounidenses, compartiendo cervezas mexicanas, shots de tequila o margaritas, las cuales, por cierto, están muy bien preparadas por los expertos cantineros.

Ya entrada la noche, es un punto de reunión de lugareños que conviven con sus diferencias; así, uno puede encontrarse a un ranchero norteño, a un surfer o a unos jóvenes de la ciudad que van a Hussong’s para el precopeo de la noche. Los cacahuates con cáscara son la botana favorita del lugar; las cáscaras se van apilando en el piso y en unas horas se convierten en parte de la decoración. Cuando el hambre regresa (una sensación que a veces parece desaparecer en Ensenada y el valle), hay que correr al Norteño por una tostada de carne asada, la especialidad que se acaba más rápido, así que no estará disponible si uno se trasnocha, aunque cualquier otra opción de la carta vale la pena.

Al día siguiente, para la cruda o simplemente para gozar desayunos que sólo se pueden hacer aquí, hay muchas más opciones que las carretas. Entre los favoritos está la taquería Criollo, donde se sirven combinaciones poco usuales de guisados; el de lengua es uno de los favoritos, como el de carnitas en salsa verde. Es imposible decir que uno comió buenos tacos en Ensanda si uno no prueba los de borrego en El Ferrocarril o los de birria (una preparación distinta de la tapatía) en los tacos Tres García, en el Zorzal, o en el Zozo, cerca de la presa. Una de las taquerías con mayor fama, que también sólo abre de día, es Taquería El Trailero, donde la recomendación es el taco de asada. Antes de irse, para llevarse en el paladar a Ensenada, hay que ir por un taco capeado de camarón (“estilo Ensenada”) a la Taquería Mi Ranchito “El Fénix”. Quizá una forma de despedirse para jurar volver.

Tomar la carretera escénica para el viaje de regreso a casa no es cosa fácil. Aun cuando uno sabe que el trayecto será bello en cuanto a paisajes, cuesta desprenderse de estas tierras de placeres excedidos. Para hacer más largo este viaje de salida, y llevarse una experiencia inolvidable en la maleta de sabores, hay que parar en Popotla, un pueblo pescador en Playas de Rosarito, donde se ofrecen decenas de opciones para disfrutar los productos de mar más frescos de toda la región. No hay que esperar un lugar sofisticado, sino un escenario con un encanto un tanto trashy, que hará sentir el clic del amor a primera vista al probar la primera cucharada de una almeja reina preparada. No hay sofisticación ni ciencia en estas preparaciones, sólo una incontrolable dosis de frescura y sabores naturales que desbarata cualquier otro artilugio culinario. Los lugares donde se goza más Popotla son los que están junto al mar, con mesas y sillas de plástico, puestos donde se preparan especiadas micheladas y clamatos, y parrillas donde se colocan los peces recién salidos del mar.

Las conchas, en sus distintas variantes, son las especialidades del lugar, en el que manos expertas las abren y las ofrecen al natural o con salsas, pepino, cebolla, a veces jitomate y limón. Esa almeja reina es oriunda de estos mares; su concha es más clara, su sabor es ligero y su textura todavía más suave que la de la almeja pismo. No hay competencia entre estas dos almejas ensenadenses; se disfrutan igual y son siempre uno de los mayores motivos para regresar una y otra vez a este paraíso gastronómico.

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