Este pueblo de BCS se reinventó con el turismo sustentable

Cada año miles de tortugas golfinas llegan a desovar en las playas de Los Barriles, Baja California Sur.

11 Oct 2021
Este pueblo de BCS se reinventó con el turismo sustentable

Amanece en la playa de Los Barriles, un pueblo de no más de 1 200 habitantes en Baja California Sur. Amanece y somos cientos de seres los que caminamos hacia el mar. Una veintena somos humanos, el resto son pequeñas y rugosas tortuguitas golfinas de ojos aún cerrados que dan tumbos, se descuidan y chocan contra pequeños montículos de arena húmeda.

A medida que el sol sube y las sombras desaparecen, nuestras tortuguitas sufren despistes más serios, visiblemente desorientadas por la fuerza de la luz. Unas pocas dudan, avanzan, van de lado, retroceden, como si buscaran regresar al nido. Nosotros sospechamos que simplemente acaban de enterarse de lo que les espera, una vez puestas las cuatro aletas en el mar: de mil que nacen sólo una sobrevivirá para reproducirse.

Los Barriles es una localidad pesquera situada a 100 kilómetros de La Paz y ubicada en el mismo municipio. A pesar de no poseer grandes hoteles e infraestructura de lujo como sus vecinos de Los Cabos, están habituados a recibir visitantes, principalmente estadounidenses, canadienses y en menor medida, mexicanos y europeos.

La mayoría busca tranquilidad, el lujo de estar en una playa del Pacífico mexicano sin hordas de turistas consumiendo sin freno. Ese otro tipo de lujo que consiste en todo lo contrario al silencio, la soledad y la austeridad.

Dicen que estas playas son ideales para el windsurf. Otros, los menos, se lanzan a bucear y a practicar esnórquel; si bien hay una considerable y atractiva vida marina bajo la superficie, muchos prefieren conocerla a través de la pesca deportiva. Y por supuesto, están los pescadores locales que se abastecen en estas aguas, y los infaltables depredadores, que practican una pesca voraz y netamente ilegal, pero que gracias a las medidas tomadas por la misma comunidad de Los Barriles son cada vez menos.

Siguiendo los pasos de su vecino Cabo Pulmo, los habitantes de Los Barriles, junto con la alianza WWF-Telcel, a través del programa dirigido por la carismática bióloga Georgina Saad, se han puesto a trabajar en el rescate de las tortugas marinas, y se han dado a la tarea de buscar fuentes alternativas de ingreso que no pongan en riesgo una de las faunas más prodigiosas de la región.

Baja California Sur es una de las regiones del país con mayor biodiversidad marina, y el caso de las tortugas de mar sirve de ejemplo. A pocos kilómetros de donde observamos a las tortugas bebé hundirse en el mar se ha ubicado un punto en el que las afortunadas que superan sus primeros meses de vida se reúnen para alimentarse. También estas playas son de las más visitadas por las madres que vienen a desovar. De las siete especies de tortugas marinas que existen en el mundo, cinco visitan estas costas.

Todo por una niña

Noé y Noelia son muy unidos. Sólido, alto, fuerte, curtido por el sol y el aire salobre de Los Barriles, Noé no disimula su ternura al contar cómo las tortugas golfinas llegaron a ocupar sus madrugadas.

La historia se remonta cinco años atrás, cuando pasaba por la playa de noche junto a su pequeña hija, Noelia, y asistieron fortuitamente al desove de una enorme, redonda y parsimoniosa tortuga de unos 40 kilos. Allí, la paciente tortuga escarbó con pericia usando sus toscas aletas y luego de depositar unos cien huevos y taparlos con arena, se dirigió al mar.

Noé y Noelia quedaron impresionados por la fragilidad del nido y decidieron marcarlo con un círculo de piedras para poder identificarlo. Un día después, Noelia insistió en ir a ver si no había otras madres haciendo nidos.

El momento que cambió todo fue el nacimiento, unas semanas después del primer hallazgo: de la arena comenzó a emerger, como por fuerza del latido de un corazón subterráneo, una maraña de tortuguitas.

Desde entonces, Noé no sólo dedicó sus noches a buscar nidos y trasladarlos a un corral de incubación hecho por él mismo, sino también empezó la ardua tarea de acercar a las crías recién nacidas al mar.

Noé instala un corral cada temporada donde coloca cuidadosamente los huevos que encuentra de noche, respetando cada nido (es decir, no mezcla los huevos), y poniendo sobre él una cruz con los datos de las crías (el número y fecha del desove), además de mantener una bitácora con el censo de esta curiosa población que protege.

Cada madrugada vuelve a su corral y en cuanto ve que la arena late y empiezan a asomar las primeras aletas cafés, ayuda a que la montaña de tortugas emerja a la superficie y las acerca a la playa para que sigan su camino.

La vida silenciosa de las tortugas

De las cinco especies que visitan las aguas del Golfo de California, las laúd son las más grandes (miden dos metros y alcanzan 600 kilos de peso promedio) y las menos numerosas. Le siguen en escasez las hermosas y elegantes carey, las tortugas prietas, las caguamas y las golfinas, las más pequeñas de todas, con apenas 40 kilos de peso y 70 centímetros de longitud.

Longevas todas (llegan a vivir unos 100 años), cada tortuga viva es un ejemplo de supervivencia, que ha logrado superar las estadísticas poco afortunadas que se han vuelto cada día más dramáticas a partir de la incursión del hombre en las aguas y su explotación.

Aunque el hombre siempre ha explotado algunas especies de tortugas marinas para aprovecharlas con usos que van desde los aceites y el consumo de carnes y huevos, hasta la fabricación de instrumentos musicales, no fue sino hasta que se desarrolló la pesca comercial intensiva en el siglo XX, cuando se produjo la mayor desaparición de tortugas.

Se estima que en el lapso de tres siglos fueron pescadas y muertas millones de tortugas en el mundo, aunque la mayor parte de esas muertes ocurrió cuando se desató la fiebre por la pesca de tortugas, entre los años sesenta y ochenta. Algunas especies desaparecieron para siempre del mapa, como las tortugas galápagos. Otras ya van por ese mismo camino.

Aunque desde la década de los noventa en México la pesca de tortugas es ilegal y penada por la ley, y se hayan modificado algunas prácticas de pesca para evitar el daño colateral, las cinco especies que viven en nuestros mares están en peligro de extinción. Por eso resulta tan feliz la noticia de que en Los Barriles las tortugas golfinas vayan en aumento.

Desde hace algunos años, con la fundación del Campo Tortuguero Don Manuel Dorantes, dirigido en la actualidad por la bióloga Graciela Tiburcio y muchos  miembros de las comunidades de Baja California Sur que se han puesto a trabajar voluntariamente rescatando nidos, reubicándolos en parcelas cerradas de incubación y ayudando a que las crías lleguen al mar, los nacimientos han aumentado y playas como las de Los Barriles se han convertido en el sitio preferido de especies como las golfinas.

También esto ha incentivado el turismo ecológico en la zona y quizá en el futuro, Baja California Sur sea escogido por los viajeros no por ser el paraíso de los campos de golf y el turismo de lujo, sino por lo que realmente lo hace rico: su vida marina.

De noche y a toda velocidad

Aunque habíamos pasado el día entero fuera del hotel y al día siguiente nos esperaba, amenazante, una desmañanada épica para ir a ver el nacimiento de las tortugas, esa noche, a las 12, nos subimos a cuatrimotos y coches eléctricos 4×4 para recorrer las playas.

Al fondo estaba el mar denso y ruidoso, y en la playa los troncos y palmas caídas durante el huracán Odile. En medio, en las brechas que quedaban, corrimos a toda velocidad en busca de nuevos nidos.

Hace unos meses, un día después del paso del huracán por Baja California, Noé y su hermano corrieron a revisar los nidos que tenían bajo su cuidado. No los encontraron. El viento había borrado las huellas que ellos habían dejado para identificarlos: ni cruces ni cartelitos. Gracias a la bitácora cuidadosamente llevada por Noé pudieron dar con la zona en que estaban los huevos y fueron rescatando los nidos, uno a uno. De esos nidos nacieron las tortugas que fuimos a despedir a la playa esta mañana.

Noé Ariza y su hermano Omar, así como otros voluntarios de la comunidad de Los Barriles y de otras localidades vecinas, se turnan para recorrer las playas durante las madrugadas de las temporadas de anidación, que van de julio a enero.

El trabajo requiere cuidado y organización para llevar el control de los nidos, buena visión para detectarlos en la oscuridad, delicadeza para trasladarlos y tantas otras cualidades y trabajos que sorprende que lleven haciendo esto durante tantos años y de forma gratuita. Por la mañana la tarea es revisar cada nido y ayudar a las crías a salir al mar.

Las tortugas suelen cavar a unos 40 centímetros del suelo y a una distancia prudente de la costa —la idea es que ni los depredadores ni las mareas se traguen los huevos—. Cada nido posee entre 80 y 100 huevos que permanecerán incubándose de 40 a 70 días, dependiendo de la especie.

El calor del nido influirá en el sexo de las tortuguitas: con temperaturas alrededor de los 26 grado, serán machos; mientras que con 33 grados, serán hembras. El cambio climático, entre otras cosas, está haciendo que se pierda también el equilibrio poblacional y que haya más tortugas hembras.

En la madrugada las madres vienen a desovar. Se sospecha que las tortugas eligen para sus nidos las mismas playas donde han nacido. Sin embargo, no deja de ser todavía una teoría: sobre la vida marina se sabe muy poco y en cuanto al ciclo de vida de las tortugas de mar, mucho menos. Es por esto que la etapa que va del nacimiento a su edad reproductiva —a los 13 años de edad— se conoce con el poético y proustiano nombre de “los años perdidos”.

Según algunas investigaciones, del total de vida de una tortuga marina sólo 5% transcurre en tierra firme, y ese minúsculo porcentaje es lo que sirve para estudiarlas; es decir, casi nada. Se conocería mucho menos de no ser por la tecnología.

La alianza WWF-Telcel, que trabaja con los centros tortugueros y los voluntarios de la región en el rescate y estudio de las especies que llegan a Baja California Sur, han implementado dos herramientas de estudio: la primera es una placa de metal numerada, que más bien parece un piercing, con la que pueden identificar a las tortugas y sus hábitos de anidación.

La otra se conoce como “marcaje satelital” y consiste en colocar sobre el caparazón de la tortuga un chip con el que se rastrean sus movimientos. Gracias a éste, los científicos del mundo (y cualquier curioso) pueden seguir las andanzas de la tortuga marcada a través de una página de internet (seaturtle.org). De esa manera se conocen zonas de alimentación, rutas de peregrinación y más datos curiosos. Hasta el momento se han marcado unas 20 tortugas golfinas, prietas y carey.

El marcaje satelital, sin embargo, es carísimo: el chip de rastreo tiene un costo de 1 500 dólares, y se paga además la información (decodificada) captada por satélites extranjeros. La única manera de lograr que se haga este trabajo, es por medio de donaciones privadas. Sin embargo, su contribución al conocimiento de las especies es fundamental para su preservación; sabiendo cada día más sobre éstas, es más fácil delimitar, por ejemplo, las zonas de pesca, decidir dónde y cómo establecer áreas protegidas.

El crecimiento turístico en estas zonas es un arma de doble filo. Aunque ha traído prosperidad a este estado, pone en riesgo el cuidado ambiental. Por fortuna, ya son varias las cadenas hoteleras que se han sumado al trabajo comunitario para evitar que sus actividades o la visita de los turistas pongan en riesgo la vida de las tortugas.

Pero, ¿por qué habrían de ser tan importantes, por qué destinar tantos esfuerzos y dinero en protegerlas? No se trata sólo de buena conciencia, de filantropía o imagen pública: sin las tortugas marinas, las playas de esta región quedarían infestadas de medusas y con medusas en el agua no habría turistas. Se trata de un arreglo quid pro quo.

Noelia sale al mar

El día anterior a nuestra visita en Los Barriles apareció  la tortuga Noelia, bautizada así en honor a la hija de Noé, quien hace ya cinco años alentó a su padre a dedicarle más tiempo al  rescate de tortugas.

Había llegado como sus compañeras a dejar su descendencia en un nido, y fue cuando se aprovechó para instalarle un chip de rastreo. Aunque podría parecer una técnica invasiva, Noelia apenas sentirá algo de incomodidad por un tiempo, pero no tardará en acostumbrarse, y en apenas dos años, cuando se aparee con un macho, perderá el aditamento que le han colocado en el caparazón; y que no es otra cosa que una cajita donde se encuentra el chip, y una delgada antena que transmite la señal.

Salimos ese mediodía ardoroso a la playa. Se ha reunido una pequeña multitud: niños y turistas estadounidenses enrojecidos por el sol. Una señora mayor se altera de la emoción e invade el círculo cerrado por el que debe atravesar la tortuga. Al terminar la emocionante liberación, la señora se desmaya y corren los turistas estadounidenses a llevarla a una camioneta, mientras nosotros, impávidos, nos quedamos en silencio mirando al mar.

Noelia fue transportada en una pequeña tina con agua, la bajaron a la arena y le dimos el paso: alterada por el ruido y el gentío, desconcertada con su antena en el caparazón, dio algunas vueltas, parecía que quería regresar a la camioneta de donde la habían bajado. Esa antena nos permitirá saber, por ejemplo, que a unas semanas después de su liberación habrá recorrido unos 500 kilómetros.

Noelia, todavía sin salir al mar, fue ayudada por los miembros de WWF; miraba con desconfianza a los turistas, caminaba lentamente y luego a mayor velocidad hacia las olas que la esperaban para engullirla y hacerla desaparecer ante nuestra vista. Jamás olvidaré la antena que flotaba, alejándose en la superficie.  

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