El encanto del Valle de Guadalupe
Un lugar al que estamos dispuestos a volver siempre para disfrutar de otra copa de vino entre el mar y la montaña.
POR: Redacción Travesías
Tijuana Makes Me Happy
Al llegar a Tijuana, y como consecuencia de un vuelo muy tempranero, nuestro grupo se dio a la tarea de combatir la falta de sueño con una merecida primera parada en Alma Verde, uno de los lugares más populares para desayunar en la ciudad.
Ubicado en el corazón de la colonia Cacho, este lugar es una gran opción para los que buscan un menú saludable a base de ingredientes frescos y propuestas vegetarianas de calidad. Elegimos una mesa en la terraza y no faltó mucho para que comenzaran a llegar todo tipo de coloridos platillos dulces y salados. Lo mejor: sus chilaquiles con mole de cacao recién tostado y la coliflor asada con mantequilla de ajo.
Con el ánimo recuperado gracias a la dosis calórica, dimos inicio al viaje de manera oficial con una de las postales más representativas de la ciudad: el Centro Cultural Tijuana. Diseñado por Pedro Ramírez Vázquez, y con una oferta multidisciplinaria que incluye exposiciones, una extensión oficial de la Cineteca Nacional, sala de espectáculos y una gran cantidad de talleres, cursos y programas, el CECUT es uno de los espacios más visitados por locales y turistas de todas las edades durante toda la semana.
Como la mayoría de las ciudades fronterizas en México, Tijuana ha pasado por un largo y complicado proceso para posicionarse como un destino atractivo para mexicanos y estadounidenses. En los últimos años la ciudad ha sido protagonista de una recuperación turística que se debe, en gran parte, a iniciativas locales, como la que me encontré en un callejón en avenida Revolución.
En plena Revo (como le dicen los tijuanenses), entre hoteles, restaurantes, bares y tiendas, existe un punto de reunión para la comunidad artística de Tijuana. Se trata del Pasaje Rodríguez, un callejón formado por pequeños locales que fueron recuperados del abandono hace algunos años.
Lo que comenzó en 2009 como una habilitación temporal del espacio con motivos del Festival Tijuana, ahora es el hogar permanente de una sólida propuesta cultural conformada por galerías, librerías y tiendas de diseño local. El Pasaje Rodríguez también cuenta con un par de pequeños restaurantes con mesitas exteriores, en donde, de haber tenido más tiempo, me hubiera encantado quedarme a probar algunas cervezas artesanales y disfrutar del buen ambiente del lugar. Será en otra ocasión.
Tecate, la antesala del Valle
El viaje de Tijuana a Tecate duró 40 minutos, con siesta incluida. Justo cuando algunos miembros del grupo comenzaban a hacer más que evidente su nivel de hambre con algunos comentarios, nos estacionamos en El Lugar de Nos, restaurante conocido como “el tesoro gastronómico del pueblo mágico”.
Mientras recorría las distintas terrazas, jardines y pasillos (con decoración muy instagrameable) en mi búsqueda por el baño, la chef Mariela Manzano se encargaba de preparar un banquete para nosotros. Ensaladas, pizzetas y una generosa parrillada nos hicieron casi imposible la tarea de llegar al postre, un crujiente de manzana que se llevó el premio de la tarde.
Pasar por Tecate sin hacer una parada en alguna cervecería artesanal es casi un crimen, así que, antes de dirigirnos al hotel, visitamos Cervecería Encino, un proyecto que busca producir cerveza de alta calidad y diferentes estilos tanto tradicionales como experimentales. Después de una buena degustación y un largo día, el santuario Diegueño nos recibió con una ligerísima cena y una noche de descanso necesario. Día uno, terminado.
A la mañana siguiente, notamos en el itinerario que nuestra salida hacia la ruta del vino incluía una escala para probar El Mejor Pan de Tecate. Las palabras “mejor” y “pan” juntas nos convencieron. Fue así como conocí una de mis nuevas panaderías favoritas. Los rumores eran ciertos, esta empresa familiar de tres sucursales y una producción de 20 mil panes al día nos hizo arrancar la jornada como debe de ser. Entramos con incertidumbre, salimos con donas, conchas, birotes y chocolatines. Ahora sí, podíamos continuar el viaje.
Finalmente, la Ruta del Vino
Durante los primeros 40 minutos, el paisaje de la carretera Tecate-Ensenada no cambió mucho, así que casi todos aprovechamos para aumentar la cuota de sueño. Sin embargo, la alarma biológica del grupo pareció sincronizarse con nuestra llegada al Valle, y al mirar por la ventana comenzaron a aparecer los ranchos vinícolas y las plantaciones de olivo enmarcadas por encinos.
Nuestro recorrido inició en Finca La Divina, el B&B del chef Javier Plascencia en el Valle de Guadalupe. El espacio actual se compone de una casa con tres habitaciones, sala con chimenea, cocina, asadores, alberca, jacuzzi y un patio muy lindo. Aunque, debido al éxito obtenido hasta el momento, sus planes de expansión incluyen un par de cabañas independientes que estarán terminadas para recibir a los turistas en las fiestas de la vendimia. Para sorpresa de todos, el chef Plascencia hizo una aparición fugaz después del desayuno. Y fue sorpresa porque nadie esperaba verlo tan temprano sino más tarde, cuando nos recibiera en Finca Altozano para la hora de la comida.
Nuestra siguiente parada en el Valle fue Bruma, un gran complejo turístico en desarrollo que estará compuesto por un hotel, bodega, villas residenciales y viñedos. Por ahora, existe la opción de hospedarse en alguna habitación de la casa principal, llamada Casa 8, o incluso rentar el espacio en su totalidad para tener una experiencia más privada.
La misión de Bruma es hacer que los huéspedes se sientan como en casa al ofrecer un lugar para disfrutar de la naturaleza y el vino en compañía de amigos y familiares, y así lo hicimos. Con copa de vino en mano, nos reunimos en el jardín principal para gozar de una buena plática mientras la característica brisa de la zona hacía del calor algo más soportable.
De manera inevitable, la hora de la comida se acercaba y fue el momento de dirigirnos al reencuentro con el chef Plascencia. Llegar a Finca Altozano es entender por qué tanta gente se enamora del Valle. Un espacio gastronómico que incluye viñedo, huerto, terrazas, miradores y, por supuesto, un restaurante de primer nivel. Finca Altozano es un lugar rústico, relajado y muy agradable en el que, al parecer, todos se conocen de nombre y apellido.
Comenzamos el festín con unas setas al carbón y un pulpo del Pacífico a las brasas con un caldo de soya, cítricos, jengibre y cacahuate. Este platillo fue para mí uno de los momentos más memorables de todo el viaje. Supongo que mis compañeros de recorrido opinaron lo mismo, porque nadie encontró pena alguna en utilizar el pan recién horneado como arma para rematar el caldo sobrante. Seguimos con una ensalada de verduras del huerto y terminamos con la codorniz local asada en encino. Delicioso.
Como nadie estaba dispuesto a renunciar al postre, pero al mismo tiempo no había forma de poder comerlo en ese momento (yo culpo al pulpo), decidimos dar un paseo por la propiedad antes de —una vez más— caer en la tentación. Fue entonces cuando descubrimos el mejor lugar para disfrutar de una vista espectacular acompañados de otra copa de vino: los miradores en forma de barriles gigantes que adornan el relieve de la finca. Después de regresar a la mesa y finiquitar el postre pendiente, nos despedimos de Altozano con la promesa de recibir más vino en nuestra siguiente parada: Finca La Carrodilla.
La gran cantidad de casas vinícolas de la zona, que han sabido utilizar las envidiables condiciones climáticas a su favor, hacen de Valle de Guadalupe el productor del 90% del vino mexicano. Para la familia Pérez Castro, propietarios de La Lomita, contar con una de las etiquetas más famosas de la región no fue suficiente, y hace algunos años hicieron realidad otro de sus sueños: tener un viñedo con certificación orgánica y sustentable. Así nace Finca La Carrodilla.
Llegamos justo cuando la puesta de sol se acercaba y no hubo mejor lugar que su terraza para disfrutarla. Una bonita postal del Valle que jamás cansará la vista.
Finca La Carrodilla es un proyecto que busca la producción de vinos a partir de una agricultura biodinámica que respeta el entorno y promueve la sustentabilidad. Así que no fue sorpresa que acompañáramos nuestra cata con algunos quesos y mermeladas producidas en el mismo suelo que da vida a su carta de vinos. Mi favorito: Así se va a las estrellas, una mezcla bordalesa de cabernet franc, cabernet sauvignon y merlot en partes iguales que pasa 12 meses en barrica de roble francés.
Después de que algunos entusiastas del vino y de los productos orgánicos aprovechamos para hacer algunas compras, nos dirigimos hacia uno de los hoteles más representativos de todo el Valle, Encuentro Guadalupe. Aunque me hubiera encantado adueñarme de alguna de las eco-villas durante un par de días, una gran cena en grupo fue lo único que necesitábamos para salir felices del lugar y encaminarnos rumbo al Hotel Boutique Valle de Guadalupe, donde dimos por terminado el segundo día.
Antes de emprender el viaje en carretera con destino al aeropuerto de Tijuana, hicimos una última escala en Cuatro Cuartos, un lugar que ofrece una experiencia única de camping en medio de la naturaleza, sin renunciar a todos los servicios de un hotel de lujo.
El mirador fue nuestro punto de reunión y, mientras intentaba no pensar en el vuelo de regreso, disfrutamos de una comida a base de mariscos frescos, del tempranillo de la casa y de una vista espectacular. Éste es precisamente el encanto del Valle.