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Una ruta por el México inexplorado

Un viaje por México fuera de lo común, evitando rutas turísticas habituales, descubriendo destinos poco conocidos y conectando con la autenticidad del país. Viajamos con Aeroméxico, explorando tradiciones, conociendo la cultura y a la gente.

POR: Redacción Travesías

El propósito de este viaje era simple: quisimos salir de lo convencional, romper con las reglas y encontrarnos con una cara menos común de nuestro país. Preferimos ignorar las recomendaciones habituales y los sitios más populares, para descubrir lo que nos esperaba en esos destinos que se esconden debajo del radar turístico. Con eso en mente trazamos un itinerario que nos llevaría de punta a punta de México, por seis diferentes estados en un viaje como ningún otro.

Sabíamos que si salíamos del camino trazado por otros viajeros no lo haríamos sin sus retos. Tendríamos que ir haciendo nuestra propia ruta con cada paso, con cada vuelta al itinerario, con cada recomendación de la gente local. Sin embargo, no tuvimos ningún problema para movernos por lo largo y ancho de nuestro país.

Viajamos con Aeroméxico, que nos puso cerca de cada ciudad. Encontramos vuelos para todos nuestros destinos, sin importar de donde veníamos o hacía donde íbamos y nunca dejamos de estar conectados con sus servicios, lo que nos dejó improvisar para crear el viaje perfecto sobre la marcha.

Sólo así pudimos encontrar la faceta más auténtica de México. Con esos lugares que aún conservan sus tradiciones más profundas intactas, sin ceder para crear una experiencia turística. Comimos como nunca, descubrimos sitios improbables y podemos decir que conocimos México y, sobre todo, a su gente.

Primera parada: Coahuila
Aunque siempre planeamos dejar un poco de espacio para la improvisación, en caso de que quisiéramos revirar sobre el camino y cambiar de rumbos, el plan básico era empezar en el norte del país e ir bajando hacia los estados del sur.

Por eso volamos con Aeroméxico desde la Ciudad de México a Torreón. Para descubrir la comarca lagunera y la ribera de la Nazas, una de las regiones de las que menos habíamos escuchado, pero que sabíamos tenía muchas joyas por descubrir.

No estábamos equivocados. En nuestra primera parada encontramos una gastronomía invaluable. Eso que cualquiera en el norte siempre presume y con toda razón: algunos de los mejores cortes que hemos probado, puestos al asador y cocinados entre amigos. Pero, también una escena vinícola que no esperábamos. En Parras, a pocas horas en coche desde Torreón, conviven los viñedos de más tradición en todo México con algunas iniciativas jóvenes y emocionantes que nos abrieron sus puertas para probar buen vino.

Por si fuera poco, en Coahuila nos paseamos entre algunos panoramas naturales que bien podían haber salido de una película. Quizá el más impresionante haya sido en Cuatro Ciénegas, uno de los sitios con más diversidad en todo el país, nombrado por algunos expertos como el “Galápagos de México” por sus especies extrañisimas, únicas en el mundo, y por la extensa cantidad de organismos que habitan sus pozas.

Segunda parada: Zacatecas y Aguascalientes
Después de unos días conociendo los secretos mejores guardados del norte de México, nos movimos un poco más hacia el sur, rumbo otra región inexplorada para el turismo masivo pero llena de cultura e historia: el Bajío.

Nos sorprendimos al saber que con Aeroméxico podíamos volar entre Torreón y Zacatecas y aprovechamos nuestros puntos Aeroméxico Rewards para ahorrarnos una carretera que pudo haber llegado a tomar más de medio día en nuestro itinerario.

Con todo ese tiempo recorrimos el centro de la ciudad de Zacatecas y conocimos uno de los pedazos de historia viva más interesantes de nuestro país. Esta ciudad, que tiene casi medio milenio desde su fundación, siempre ha estado ligada al próspero negocio de la plata mexicana. Algo que es evidente entre sus edificios más característicos, como la catedral Metropolitana de Zacatecas, cuyas dimensiones y arquitectura barroca nos dejaron impresionados.

Aprovechando la cercanía con la ciudad, visitamos la sierra de Órganos, un parque nacional a dos horas de Zacatecas. Este grupo de montañas, que se levantan en medio de un extenso paraje desértico, forma parte de la Sierra Madre Occidental que viene formándose desde el noreste de Sonora y llegará hasta Jalisco.

Para seguir sumergiéndonos en la cultura del Bajío, estuvimos en Jerez, un pequeño pueblo mágico que preserva sin modificaciones sus edificios de la época colonial y algunas de las tradiciones más entrañables del estado, como el tamborazo zacatecano que pudimos escuchar por la tarde en el zócalo.

Justo cuando el itinerario nos decía que era momento de dejar el Bajío y seguir viajando hacia el sur, nos enteramos de que habíamos llegado en medio de una de las fiestas más grandes de la región, quizá de todo el país: la Feria de San Marcos. Lo único que nos separaba era un viaje de escasas dos horas hacía Aguascalientes. Era una oportunidad demasiado buena para desperdiciarla, así que improvisamos y cambiamos la marcha.

A través de la aplicación móvil de Aeroméxico pudimos hacer todos los cambios necesarios para nuestro siguiente vuelo sin mayor dificultad y pronto estuvimos envueltos en la fiesta y la música, probando la comida y el mezcal que fluía entre los asistentes de la feria.

Tercera parada: Colima

Después de que el Bajío nos dejara sorprendidos, había llegado el momento de viajar a nuestro primer destino de playa. Si la idea era huir de las multitudes y los lugares turísticos, lo último que queríamos era acabar hospedados en un resort. Priorizamos la calma, los atardeceres y la buena comida. Todo lo encontramos en Colima.

Salimos del aeropuerto de Aguascalientes y llegamos hasta Manzanillo después de un viaje de cuatro horas y una escala con Aeroméxico. Aunque no teníamos pensado quedarnos en esta playa, sino más bien descubrir otras costas inexploradas del estado, tuvimos que hacer una parada gastronómica debido a la insistente recomendación de los locales.

El restaurante La Sal, del chef Nico Mejía, sirve maravillas culinarias preparadas con los mejores ingredientes del estado: mariscos frescos de las costas, mangos dulces y sal de la laguna de Cuyutlán, que curiosamente sería nuestra primera parada después de probar la mejor cara de la gastronomía local.

En la costa centro del estado, Cuyutlán mantiene una pequeña producción de insumos casi artesanal. Además de su famosa sal, también está lleno de árboles de limón y huertas de coco que rodean su laguna, a donde el turismo local va a nadar, pero sobre todo a comer.

También estuvimos en la costa sur, cerca de la frontera con Michoacán, en San Telmo, una playa famosa por sus olas, pero que nosotros destacaríamos por la sazón local. En los pequeños restaurantes de la playa servían mariscos recién pescados, entre nuestros favoritos estuvieron unos moluscos de roca que difícilmente sabrán igual en otro lugar.

Cuarta parada: Tabasco

Cuando por fin llegamos al sur, todo empezó a sentirse un poco diferente: el clima estaba más húmedo, pero también las tradiciones empezaban a volverse más profundas, a remontarse mucho más lejos en el tiempo.

Tabasco fue un paseo por lo más enigmático del México prehispánico, por la cultura Olmeca que tuvimos de frente en el primer sitio arqueológico que visitamos en este viaje: La Venta. Este fue el centro ceremonial más importante para la antigua civilización olmeca, por lo que aún guarda una de las colecciones de artículos históricos más grandes en todo el país. Altares, tumbas, esculturas y, desde luego, cabezas monumentales desfilan en un recorrido a través de una densa selva que se extiende ininterrumpidamente por casi siete hectáreas.

En esta parada también viajamos al origen del chocolate en México. Precisamente los Olmecas fueron la primera civilización en cultivar y el árbol de cacao para utilizar su semilla en un brebaje que consideraban sagrado. Desde entonces la región quedó irremediablemente atada a la historia del chocolate mexicano y, de hecho, aún es el estado que más produce cacao en todo el país, con más del 70% de la producción nacional.

Entre paradas en el Museo Interactivo del Chocolate o algunas haciendas de cacao, como La Luz, en Comalcalco, pudimos dar un vistazo muy de cerca a todo el proceso que convierte la semilla en el chocolate como lo conocemos, así como aprender más de su historia y, por supuesto, probar algunas muestras.

Última parada: Campeche

No es un secreto que la península de Yucatán guarda muchas de las mejores joyas naturales, gastronómicas e históricas que tenemos en México. Por lo mismo, es el destino final para muchos viajeros que llegan y se mueven por el territorio. Puede ser difícil no encontrarse con el rastro del turismo por estos lares y, en su lugar, descubrir un destino auténtico.

Por eso tomamos un vuelo hacia Campeche, un lugar que tiene lo mejor del sureste mexicano, sin ese turismo voraz que a veces diluye las experiencias viajeras. Ahí encontramos la extensa historia colonial de otros puertos de la región, pero con emocionantes detalles de aventuras piratas con la famosa muralla de la ciudad como testigo.

Además, aquí la oferta gastronómica fue buena, vasta y sorprendentemente diversa. Contrario a lo que en realidad encontramos, pensábamos que nos dirigíamos a otro destino marisquero. Aunque no había quejas al respecto, en lugar de eso dimos con una variedad de platillos y antojitos locales que iban desde escabeche de pollo, pan de cazón y frijol con puerco, hasta cochinita, tamales de pibipollo y tortas de jamón claveteado. Desde luego también pasando por una extensa variedad de preparaciones de mariscos.

Para conocer la historia de este tradicional puerto, nos movimos por sus barrios más tradicionales y pintorescos, todos con nombres de santos: San Francisco, Santa Ana y San Román. Las caminatas por el malecón y el centro histórico, rodeadas de garnachas y souvenirs de piratas también le dieron un toque mágico a esta ciudad, perfecta para acabar nuestro viaje.

 
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