Aquí, cerca de donde vivimos en el sur de Londres, se encuentra Nunhead Cemetery, uno de los siete grandes cementerios victorianos que hay en la ciudad (The Magnificent Seven, los llaman). Ahí voy a correr de vez en cuando. No es un cementerio como a los que estamos acostumbrados en México, con sus calles ordenadas de tumbas y nichos, mausoleos y cipreses. Este cementerio tiene grandes áreas en las que la vegetación se ha apoderado de las tumbas, que ya no forman calles sino parte de un bosque salvaje. Las lápidas cubiertas de maleza toman posturas caprichosas; hay zorros y miles de pájaros, y caminitos serpenteantes y sombreados. La gente viene a pasear con sus hijos o sus perros, o a correr. Es un cementerio que forma parte de la vida cotidiana de los vecinos.
Y ahí es donde vi la señalización del Green Chain Walk por primera vez. En los caminos entre árboles y tumbas, de vez en cuando veía una pequeña señal de madera con una flecha y el logo de la ruta. Me dio curiosidad, investigué en la red, y fue así que descubrí esta serie de rutas para caminantes que recorren toda la ciudad.
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El sistema de transporte público de Londres se llama Transport for London (TFL), y si te metes a su página, en la pestaña de “More” (más), hay una sección que se llama “Ways to get around” (maneras de moverse en la ciudad). Sonrío cuando la abro (“qué bien me caen los londinenses”, me repito una y otra vez desde que llegamos a vivir aquí hace dos veranos). Sonrío porque yo esperaba encontrarme aquí con el metro y el autobús, y resulta que tienen siete maneras de “get around”. Y caminar es una de ellas.
Si le picas a la sección “Walking”, encuentras un montón de información de interés para caminantes. Te animan a andar como forma de transporte: es sano, gratis y a veces hasta más rápido. Hay un mapa del metro con el tiempo aproximado que te tardas en caminar de una estación a la otra, o si lo prefieres, puedes mirar el que te indica el número de pasos. Hay otro PDF que se titula “Central London journeys that could be quicker to walk” (trayectorias entre estaciones de metro que puede que sean más rápidas caminando). También hay una sección que se titula “Walk London”, y ahí encuentras siete rutas diferentes, entre las que se encuentra nuestra “cadena verde”. La ruta cubre una longitud total de unos 80 kilómetros, pero está dividida en secciones fáciles de caminar en unas cuantas horas.
Todos los paseos empiezan y terminan cerca de una estación a la que se puede llegar en transporte público. Y es como un juego: “sigue la flecha”. Las rutas están diseñadas para caminar el mayor tiempo posible en zonas verdes. Unen parques, cementerios, bosques y áreas naturales protegidas que aún sobreviven en la ciudad. A veces uno se pierde un poco, pero con el celular —o preguntando— es fácil encontrar de nuevo el camino. No es recomendable hacerlas en bici, ya que algunas de las áreas que se atraviesan no le ermiten la entrada, o no son adecuadas para ella. Para rutas en bici, hay otras opciones en la página del TFL.
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Hace unos días, mi esposo y yo imprimimos uno de esos PDFs y nos fuimos a caminar la ruta que termina en nuestro cementerio, la de Christal Palace hasta Nunhead, de aproximadamente 9 kilómetros.
Nuestras conversaciones y silencios tomaron muchos giros durante las tres horas de caminata entre jardines, parques, cementerios y bosques. En uno de esos silencios, recordé una de las primeras veces en mi vida que tuve conciencia de un inmenso placer (¿la felicidad?). Estaba en una playa, sentada cerca del agua. Hundía las manos en las piedritas, agarraba un puñado, y me concentraba en la observación minuciosa de cada una de ellas. El gris uniforme de los diminutos guijarros se transforma en una infinidad de colores cuando están húmedos. Uno se asemeja a una berenjena, y otro, negro brillante, forma un círculo casi perfecto; este parece que tiene ojos y boca, este otro tiene un hoyo que lo atraviesa; hay un pedacito de caracol, un cristal verde que parece una gomita, y a veces sale una concha minúscula, intacta, perfecta. Puedo colocar todo en orden: por tamaños, por colores, por capricho. Construyo ciudades con sus calles, parques y palacios. Pienso en la suerte que tengo de haberme cruzado con cada uno de estos pedacitos de belleza, y me mareo pensando en la inmensa cantidad de guijarros de la playa. Todavía lo hago cuando tengo oportunidad.
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Este encierro nos ha hecho a todos plantearnos por qué viajamos. ¿Qué pasión extraña nos devora para subirnos a un avión y plantarnos en el otro lado del mundo para ser turistas? (Quisiera usar la palabra “turista” sin el sesgo de desprecio y burla con el que a veces la usamos para describir a los viajeros modernos, pero con la conciencia de que los turistas, a menudo tenemos una especie de añoranza por lo diferente, tal vez enfermiza; nos mueve el deseo de penetrar en las zonas “auténticas” de los lugares que visitamos).
Pero las zonas “auténticas” también están aquí a nuestro alrededor, en un territorio cercano pero desconocido que raramente disfrutamos a pie. Caminar así se parece un poco a ese placer de mi infancia en la playa. En vez de pasar a toda velocidad por los barrios en tren, autobús o en bici (que también tiene sus placeres), caminar por la ciudad es como detenerse a observar los guijarros de la playa.
Libros recomendados:
El arte del paseo inglés (2015), de Tumbona Editores, con ensayos de De Quincey, Hazlitt, Dickens, Woolf y Stevenson, entre otros.
Wanderlust (2000), de Rebecca Solnit, un libro ensayo precioso sobre el acto de caminar. Fue publicado en español por la editorial Capitán Swing, con el título Wanderlust. Una historia del caminar.