Pensar como un océano

La experimentada oceanógrafa Sylvia Earle lideró una expedición a las islas Galápagos en 2022 con el fin de monitorear la salud del mar a su alrededor tras 25 años de acciones de protección. Pese a los desafíos, los resultados muestran que el archipiélago podría convertirse en un modelo para la conservación de todos los océanos de la Tierra.

08 Jun 2023
El famoso Arco de Darwin, en las Galápagos, colapsó parcialmente en 2021. Foto: © Rolex / Franck Gazzola

El famoso Arco de Darwin, en las Galápagos, colapsó parcialmente en 2021. Foto: © Rolex / Franck Gazzola.

Desde 1976, los Premios Rolex a la Iniciativa forman parte de la Iniciativa Perpetual Planet y han otorgado un reconocimiento a quienes transforman vidas y comunidades enteras para construir un mejor planeta para todos. Siguiendo los valores de calidad, ingenio, determinación y el espíritu emprendedor que ha impulsado a la compañía desde sus inicios, en Travesías presentamos esta serie de Guardianes del Planeta, con perfiles de socios y laureados con Premios Rolex a la Iniciativa.

La reconocida oceanógrafa Sylvia Earle –fundadora de Mission Blue, uno de los pilares de la Iniciativa Perpetual Planet de Rolex– ha vuelto a las Galápagos, esta vez acompañada por un equipo multidisciplinario y multiinstitucional, para registrar los resultados de un proyecto que podría convertirse en un modelo para la conservación de los océanos de todo el mundo.

El solo nombre de las islas Galápagos remite a tortugas gigantes, ecosistemas tan remotos que se mantienen intactos y un océano de aguas cristalinas repletas de vida. Algo hay de cierto en esa imagen del paraíso, pero también es verdad que mantener los 133,000 kilómetros cuadrados de la Reserva Marina Galápagos en equilibrio ha sido un esfuerzo colaborativo de décadas y que la región enfrenta –como ocurre en el resto del globo– una multitud de desafíos para su conservación.

Una iguana marina de las Galápagos descansa en la costa. Foto: © Rolex / Franck Gazzola

Aunque obtuvo el estatus de protección por parte del Estado ecuatoriano en 1998, la concientización de la población residente y de turistas y pescadores para el uso sostenible de los recursos ha sido una tarea permanente, cuyos resultados positivos no podían simplemente darse por sentados. Por ello, en 2022, casi 25 años después del pronunciamiento, Earle emprendió una expedición a las Galápagos, junto con científicos e investigadores de instituciones como Galápagos Science Center o la Charles Darwin Foundation, con el objetivo de monitorear el estado de salud de las aguas que bañan el archipiélago. El buque de investigación Argo iba cargado, además, de aparatos de alta tecnología que permitirán hacer lecturas del adn ambiental y de sistemas de video submarinos, equipamiento necesario tanto para censar poblaciones de especies identificadas y detectar ejemplares de tiburones etiquetados como para describir especímenes aún desconocidos para la ciencia.

La relación de Earle con las Galápagos se remonta a 1966, año de su primera visita a la región; en sus propias palabras, “el lugar con más tiburones y peces” que había visto hasta entonces. Cuando la oceanógrafa comenzó a impulsar la creación de hope spots (“lugares de esperanza”) –cuyo objetivo es la identificación y protección de áreas clave para la conservación de los mares–, esta región fue una de las primeras en entrar en el programa. Años más tarde, junto con la científica marina Salome Buglass, descubrió nueve especies de algas pardas que, aunque suelen vivir en regiones frías, parecían proliferar en esta región tan singular.

Por eso, en la expedición de 2022 por las Galápagos, una de las misiones más significativas consistió en la inmersión de Earle y Buglass a bordo del sumergible DeepSee, desde el cual presenciaron –y registraron en video– los frondosos bosques de algas que cubren el suelo marino y cuya abundancia y salud podrían reforzar la rica biodiversidad de la región.

Un tiburón ballena desaparece entre las aguas azules del Hope Spot en las Islas Galápagos. Foto: © Rolex / Franck Gazzola.
Un tiburón ballena desaparece entre las aguas azules del Hope Spot en las Islas Galápagos. Foto: © Rolex / Franck Gazzola

La noción de que se trata de un lugar único, dotado de una rica variedad biológica, no es novedad; Charles Darwin puso el archipiélago en el mapa como un laboratorio vivo y las condiciones que él pudo observar en tierra ocurren también en la profundidad marina: al ser el punto de confluencia de importantes corrientes oceánicas, una gran variedad de hábitats se aglutina en un área de conservación relativamente pequeña y hay un alto nivel de endemismo. Privilegiadas por la presencia de tortugas marinas, pingüinos, langostas y caballitos de mar, además de ser la ruta de migración de rayas, tiburones, ballenas y tortugas marinas, las islas se convirtieron con el tiempo en un imán para turistas y pescadores, lo que derivó también en la sobrepesca y la introducción de especies invasoras. Las consecuencias de la actividad humana en la región se suman, ahora, a los retos climáticos globales que llegan a este rincón remoto de la Tierra, donde prácticamente han desaparecido especies como el pepino de mar y se ha detectado la presencia de microplásticos, por mencionar sólo algunos efectos.

Por estos motivos, más allá de su historia personal con esta región, Earle subraya la importancia de la cooperación entre gobiernos, ya que, a diferencia de lo que ocurre con las fronteras terrestres entre los países, en el océano hay conectividad entre ecosistemas: hay que “pensar como un océano” para, por ejemplo, dar una protección real a las especies en cada punto de sus rutas migratorias. Uno de los resultados de esta lucha es la creación del Corredor Marino del Pacífico Este Tropical, un esfuerzo que involucra a Ecuador, Panamá, Costa Rica y Colombia para proteger las “migravías”, o vías de nado, de muchas de las especies que recorren grandes distancias cada temporada, indiferentes a las líneas imaginarias trazadas sobre la tierra.

El Argo, un barco con la tecnología más avanzada, anclado en la isla Wolf durante la expedición Mission Blue Galápagos. Foto: © Rolex / Franck Gazzola.
El Argo, un barco con la tecnología más avanzada, anclado en la isla Wolf durante la expedición Mission Blue Galápagos. Foto: © Rolex / Franck Gazzola

La más reciente expedición es sólo un capítulo más en la defensa permanente del océano, el “corazón azul de la Tierra”. Los resultados positivos, con sus problemas y oportunidades, tienen visos de éxito. Las estrategias de conservación en las Galápagos podrían convertirse en un modelo de protección que beneficie a los océanos de todo el mundo. Después de todo, “si no podemos proteger las islas Galápagos –se pregunta Earle–, ¿qué parte del planeta podemos proteger?”.

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