Oaxaca: color que se ve, se siente y, claro, también sabe
Visitar Oaxaca siempre es una buena idea…
POR: María Pellicer
La excusa de este viaje es la famosa Guelaguetza, a donde llegamos de la mano de Comex. Éste es el evento cultural más importante de Oaxaca, que se celebra solamente dos lunes de agosto. Y aunque esta celebración daría suficiente para una crónica completa, todo lo que sucede antes de esa mañana de lunes también merece una historia.
También estamos aquí para celebrar el cierre de un ciclo, el de Ardiente, el color que ha acompañado al año 2024. Como parte del programa Color Trends, cada año Comex convoca a un equipo interdisciplinario que incluye desde artistas hasta arquitectos o investigadores para que juntos, y siguiendo una metodología ya bien establecida por la compañía, elijan el color que marcara las tendencias de color el año siguiente. Durante este 2024 Ardiente fue el tono elegido por estos expertos y estos días, en el marco de la mayor fiesta de color oaxaqueña, cerrará su ciclo. Durante estos días, nos acompañarán también personajes que han participado en el programa, como Remigio Mestas y Jacobo y María Ángeles.
Llegamos temprano un domingo a San Martín Tilcajete y son María y Jacobo quienes nos reciben en su famoso taller. Jacobo y María Ángeles son una institución, reconocidos no solamente en Oaxaca y en México, sino en el mundo entero por haber llevado el arte de los alebrijes a su máximo refinamiento. En su taller se fabrican las más delicadas piezas y por eso hasta aquí llegan todos los días viajeros de todas partes que quieren ver de cerca estas maravillas.
Que sean ellos mismos quienes nos reciban y nos enseñen el funcionamiento de su taller es un verdadero lujo. Aunque el principio detrás de cada uno de estos seres fantásticos sea siempre el mismo (una escultura de madera decorada con colores brillantes), es sólo al acercarse al delicado trabajo de los artesanos que uno entiende el esfuerzo y la dedicación detrás de cada pieza, y la diferencia de calidades. En las salas donde los pacientes maestros trabajan con sus pinceles, algunos nos platican sobre el tiempo que dedican a cada una de aquellas figuras. “Tres meses”, me asegura un chico que tiene en sus manos una especie de jaguar del tamaño de un perro pequeño y que poco a poco parece ir cobrando vida con los delicados puntitos de color que él coloca con un palillo de madera.
Más que un taller, este espacio creado por Jacobo y María es en un homenaje al trabajo de todo Tilcajete, un pueblo que se ha especializado en los alebrijes. Aunque hay por lo menos tres galerías donde se muestran montajes muy elaborados de piezas que deberían estar en un museo, el resto del espacio ofrece también piezas más sencillas, algunas incluso elaboradas por otras familias, pero siempre manteniendo un nivel de calidad altísimo –éstas son las que los mortales podemos comprar de recuerdo y llevarnos a casa–. Es un verdadero orgullo acercarse al trabajo de esos artesanos y entender la dedicación que hay detrás de cada pieza.
Al salir del taller nos dirigimos a Almú, un proyecto también de la familia Ángeles, pero comandado por su hija Saby. La oferta es corta y deliciosa. En un cuaderno escolar, el menú escrito a mano presenta memelas, tlayudas, mole y cazuelas. El restaurante se encuentra ya en las afueras del pueblo, rodeado del monte, y la cocina es abierta, lo que permite ver cómo en los comales se están preparando todas las delicias que llegan hasta la mesa. Aunque el mole negro es el que se termina primero, me sorprenden mucho las cazuelas de verduras o carne, que se sirven con queso fundido encima. Acompañamos la comida con una deliciosa agua de horchata con nuez y mezcal, la clave para digerir todas estas delicias oaxaqueñas.
Pero decía al inicio que, en este recorrido, los colores de Oaxaca no solamente se ven, sino que también se sienten. Por la tarde hacemos una visita al taller de Remigio Mestas, maestro textil que ha dedicado su vida a valorar la variedad del arte textil de Oaxaca. Desde las técnicas de teñido hasta los distintas formas de trabajar con la trama y la urdimbre, Remigio nos habla del trabajo, la dedicación y, sobre todo, de cómo a partir del entendimiento de estas técnicas milenarias ha conseguido también llevarlas a otro nivel, integrando hilos de otras regiones.
Remigio, que nació en Yalalag, trabaja con más de 300 artesanos en todo el estado, los apoya para conseguir un precio justo por su trabajo y prueba con ellos la calidad de distintos hilos y tintes. Y aunque su taller tiene piezas únicas, que muestran la más delicada y exquisita experimentación –con hilos de seda, por ejemplo–, a un par de calles Remigio tiene un local donde es posible comprar estas piezas. Era inevitable que al salir del taller pasáramos por Los Baúles de Juana Cata en busca de algún huipil o una camisa para llevarnos a casa.
El cierre de este recorrido tiene que ver más con el color que sabe y huele. El tema gastronómico aquí es cosa seria y el único problema que enfrenta el viajero al venir es decidir cuándo y cómo comer todo lo que tiene en su lista de pendientes. La cita es en el Centro Cultural del Mezcal, literalmente una galería que expone todas las variedades de mezcal y que permite a quienes la visitan no sólo aprender de los procesos de elaboración y las diferencias entre unos y otros, sino, lo más importante, probar todas estas variedades. Aunque el lugar lleva abierto ya unos meses, apenas hace un par de semanas abrió sus puertas el restaurante Alambique, donde el chef Rodrigo Pacheco presenta su propuesta gastronómica de la mano de Itzel Paniagua, la creadora de este espacio mezcalero.
El chef hizo una investigación de campo, acercándose a muchos de los maestros mezcaleros del estado. Al rescatar muchas de sus recetas y reinterpretarlas, el chef ha conseguido un menú que se sabe sofisticado pero al mismo tiempo terrenal. Desde una tetela con short rib hasta un manchamanteles, la propuesta de Alambique promete mucho.
El cierre es, como tenía que ser, el lunes, en el famoso auditorio del cerro del Fortín. En el escenario desfilan las delegaciones de los pueblos oaxaqueños, orgullosos de mostrar sus bailes y trajes típicos. Es sin duda una de las celebraciones culturales más importantes de la región y poder disfrutarla de cerca permite valorar el esfuerzo de todos los que participan en ella. Sin duda, quien pueda anotarse a uno de esos lunes de agosto algún día debería hacerlo, porque no hay palabras que le hagan justicia a la experiencia de contemplarlo en vivo.
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