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Navegar en busca del Paso del Noroeste

Viajamos por una de las rutas en barco más icónicas y difíciles de la historia, a través del océano Ártico.

POR: Diego Berruecos

Los pasajeros del Ultramarine se mueven en zodiacs por las aguas heladas del Ártico.

Desde el primer momento me di cuenta de que éste no era un crucero ordinario, como ésos en los que los turistas simplemente visitan los puertos y van papaloteando. Nosotros navegábamos en el Ultramarine, de Quark Expeditions, con historiadores, biólogos, geólogos y expertos en osos polares, icebergs y aves.

Paso del Noroeste

La primera parada del Ultramarine fue en Beechey, una pequeña isla en el canal de Wellington frente a la costa de Devon, la isla deshabitada más grande del mundo y utilizada por la NASA para realizar pruebas, debido a la supuesta similitud de su terreno con el de Marte.

La isla de Beechey está casi al comienzo del Lancaster Sound, un canal clave en el Paso del Noroeste, ruta con la que llevo varios meses obsesionado y que me atrevería a decir que es la más mítica entre las expediciones árticas. Autores como Julio Verne, Mark Twain y Margaret Atwood han escrito sobre ella, mientras que James Taylor, Iron Maiden y The Breeders han compuesto canciones al respecto.

Pasajeros a bordo del Ultramarine, de Quark Expeditions.

En 1845, en pleno apogeo del Imperio británico, sir John Franklin se embarcó en una expedición para encontrar este pasaje, lo que cambiaría el rumbo del comercio internacional. La expedición contaba con dos barcos, el HSM Erebus y el HSM Terror, ambos con un historial destacado en expediciones polares tanto en el sur como en el norte. Franklin lideraba la expedición a bordo del Terror, mientras que Crozier capitaneaba el Erebus. Ésta fue la expedición mejor preparada de la historia en su momento y toda la gloria y el orgullo británico se centraban en este logro. Ambos barcos estaban equipados con la tecnología más avanzada de la época, incluyendo nuevos motores de vapor, que prácticamente eran motores de tren incorporados a los barcos. Por fortuna, antes de partir, parte de la tripulación fue fotografiada en increíbles daguerrotipos, lo que nos permite ver los rostros de estos valientes exploradores. Cada barco llevaba 67 tripulantes y suficientes provisiones para sobrevivir más de tres largos inviernos en el Ártico.

La clave de este pasaje radicaba en lograr cruzarlo en un margen de dos a tres meses, antes de que volviera a congelarse, pasando por canales llenos de icebergs de todos los tamaños. No creo que haya algo más aterrador que quedar atrapado en esta región del mundo durante inviernos consecutivos. En aquel entonces, la obsesión con este tipo de viajes era equivalente a nuestra obsesión actual por Marte. Todo lo que sabemos de esa expedición se conoce por las cartas enviadas por los oficiales. La última carta de Franklin a su esposa fue enviada desde la costa de Groenlandia, justo antes de cruzar la bahía de Baffin. Allí fueron vistos por última vez, por un barco ballenero, y a partir de ese momento todo es un misterio. Se sabía que podrían sobrevivir hasta tres inviernos y, después de ese tiempo, comenzó la búsqueda de la expedición. No se escatimaron recursos y años más tarde, en la isla de Beechey, se encontró la tumba de tres miembros de la tripulación, William Braine, John Torrington y John Hartnell, así como algunos vestigios de lo que podría haber sido un campamento. Sin embargo, no hay información sobre qué sucedió con el resto de la expedición. Hoy es posible reconstruir parte de la historia. Hace algunos años se encontraron los restos de ambos barcos cerca de la isla King William y se han descubierto algunos pergaminos con más información. Sabemos que Franklin falleció, pero nunca se encontró su tumba. Se cree que, de existir una, podría contener las claves del destino de la expedición, incluyendo el diario que llevaban a bordo con un registro minucioso de todo lo sucedido.

Y aquí estamos, desembarcando en Beechey

Minutos antes de bajar del Ultramarine nos informan que han avistado un oso polar en la zona, por lo que se toman todas las precauciones necesarias para garantizar nuestra seguridad. De todos los lugares remotos y extraños del mundo, nunca imaginé poner un pie aquí, frente a estas cuatro tumbas (la cuarta es de un explorador que murió en la búsqueda de Franklin).

Ross Day, un historiador inglés de Cambridge con una maestría en estudios medievales, es un apasionado investigador de todo lo relacionado con la expedición de Franklin. Además, es la persona detrás de la cuenta @polar_history_in_colour, en la que colorea imágenes históricas de expediciones polares. A un lado de estas cuatro tumbas, Ross nos lee la carta de la madre de uno de los fallecidos. Escuchar las líneas de esa carta de hace más de un siglo aquí mismo, en el lugar donde está enterrado este marinero, pone en perspectiva todo el viaje.

Hacemos una breve caminata de unos 20 minutos, en un grupo de unas 15 personas, todos muy juntos debido a la amenaza constante del oso. Me impresiona que en la isla no haya árboles en absoluto. Los árboles en el Ártico son como raíces que se extienden por el suelo, pero nunca se alzan. La caminata termina en el lugar donde se encontraron algunos vestigios del campamento de Franklin: latas oxidadas y algunos monumentos conmemorativos. Es sorprendente que éstos sean los únicos vestigios, que en esta vasta zona de la tierra no haya más que esto. Mientras camino y tomo fotografías, pienso en lo difícil que es capturar esta inmensidad en imágenes.


Lugar de descanso del explorador John Torrington, en la isla de Beechey.

Cuming Inlet (74° 36’ N) – Dundaas Harbor (74° 33’ N) – Isla de Coburg (75° 47’ N)

Continuamos navegando por el Ártico canadiense a lo largo de la costa de la isla de Devon. Cada mañana subo al séptimo piso del barco, donde hay un mirador perfecto para observar nuestro entorno. El espectáculo es constante. En nuestra siguiente parada en Cuming Inlet tenemos la oportunidad de sobrevolar un glaciar, un vasto desierto helado que se mueve muy despacio hacia el mar y constantemente expulsa hielo. Desde lo alto se pueden apreciar diferentes tonalidades de azul, dependiendo del grado de congelación del agua. También descendemos por un costado del fiordo y realizamos una pequeña caminata. Ahora, sin la amenaza de osos polares a la vista, la caminata es más relajada y no se siente tan desolada como en Beechey. Comenzamos a reconocer algunas flores y, tras unos 20 minutos, llegamos a una pequeña cima desde donde disfrutamos una maravillosa vista del fiordo.

Esa misma tarde desembarcamos en Dundaas Harbor, cuyo nombre en inuktitut, Talluruti, significa “barbilla con tatuajes de una mujer”. Aquí se encuentra un puesto militar abandonado que solía vigilar la caza de ballenas por parte de barcos extranjeros. El puesto cerró permanentemente en 1950. Realizamos una caminata un poco más larga y terminamos la visita en un cementerio que alberga dos tumbas de oficiales canadienses y un par de tumbas más de inuits, las cuales exhiben colores espectaculares.

Continuamos navegando hacia el norte para llegar a la isla inhabitada de Coburg, situada en el estrecho de Lady Ann, en la famosa bahía de Baffin, del lado canadiense del Ártico. Coburg es un territorio clave para las aves de la región, debido a sus altos y empinados acantilados, perfectos para los nidos. Aquí habitan aproximadamente 385,000 aves marinas, incluyendo al arao (Uria lomvia) y a las gaviotas de patas negras (Rissa tridactya). Estas últimas tienen el dedo trasero (similar a un pulgar) atrofiado o ausente, a diferencia de las demás gaviotas, que tienen cuatro dedos.

Una característica importante de esta zona es la presencia del fenómeno de la polinia al sur de la isla. Se trata de una amplia extensión de agua marina rodeada de hielo por todas partes, que persiste durante todo el año y proporciona alimento, como pescado y crustáceos, a las aves. Tenemos la enorme fortuna de que Fabrice Genovois nos acompañe como guía en una de las lanchas de aproximación, que han bautizado como zodiac. Él es un biólogo francés especializado en ornitología y un apasionado de las aves. Nos acercamos a la isla de Coburg en un mar agitado y, al llegar, me doy cuenta de las miles y miles de aves en los acantilados. Empiezo a fotografiar frenéticamente, nunca antes había presenciado algo tan impresionante. Es abrumador. Este momento se convierte en uno de los más memorables de la travesía.

Cabo de York (75° 57’ N) – Ilulissat (69° 12’ N) – Eqip Sermia (69° 47’ N)

Continuamos la navegación y cruzamos la bahía de Baffin para acercarnos a la costa oeste de Groenlandia. Una mañana amanecimos en el cabo de York, uno de los muchos lugares que visitó el almirante Robert Peary en su segunda expedición al Ártico. Aquí se descubrieron fragmentos de un meteorito. Hay un asentamiento inuit llamado Savissivik, que significa “lugar del meteorito de hierro”. Este lugar fue clave para los locales, ya que podían extraer minerales para fabricar puntas de lanza, algo que sería imposible en estos terrenos.

Nuestro capitán parece tener un gran tino para “estacionar” el Ultramarine en el lugar perfecto, justo a una distancia inmejorable para ver glaciares. El clima, la luz y las nuevas vistas hacen de estas coordenadas una postal perfecta. Pero la verdadera maravilla comienza cuando subimos al zodiac. Kim Mathiew tiene una maestría en geología y ha trabajado en esta región por muchos años. Ella nos lleva en una emocionante travesía por un mar agitado hacia esculturas naturales que parecen tener formas perfectas y volúmenes de todo tipo. Hay arcos con cuevas de un azul más profundo y mini montañas de hielo que parecen formar un cuadro mágico. Es el espectáculo de land art más impresionante que he visto en mi vida.

El pueblo de Ilulissat, antes conocido como Jacobshaven, se encuentra a 350 kilómetros al norte del círculo polar y tiene una población de 4,848 personas. Es la tercera ciudad más grande de Groenlandia, después de Nuuk y Sisimut. ¡Este pequeño pueblo tiene más perros de trineo que habitantes! Fue fundado por un comerciante danés llamado Jacob Saverin en 1741. Hoy, el principal sustento de este asentamiento es la pesca de camarones.


Los pueblos cazadores y pesqueros dependen de lo que puedan atrapar, como focas, osos polares, ballenas y diversos tipos de pesca.

Literalmente, Ilulissat significa icebergs en kalaallisut. El pueblo está situado a dos kilómetros al norte del fiordo de hielo, donde colosales icebergs fluyen hacia el mar. Ilulissat también es el lugar de nacimiento de Knud Rasmussen, mítico antropólogo y explorador polar, considerado un hijo prodigio de Groenlandia. El fiordo congelado es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

En la entrada de este lugar se encuentra un museo con una arquitectura moderna, lo cual es algo inusual luego de tantos días de ver estructuras tradicionales. Después de una pequeña caminata de unos 15 minutos, te acercas al mar y empiezas a ver icebergs en el horizonte. Una vez más te encuentras con un paisaje completamente nuevo y diferente a todo lo que has visto antes. El camino de madera serpentea hasta llegar al punto donde el glaciar y los icebergs se separan, creando un rincón de la tierra muy especial. Tengo la sensación de que es imposible capturar de forma adecuada lo que veo con una cámara fotográfica; las fotos no reflejan la verdadera magnitud del lugar. La escala es impresionante, el hielo parece no tener fin en el horizonte y la superficie se asemeja a la de otro planeta.

El Icefjord Centre de Ilulissat y su arquitectura moderna.

A unos 70 kilómetros al norte de Ilulissat se encuentra el glaciar Eqip Sermia, uno de los más activos de Groenlandia. Tiene cuatro kilómetros de ancho y más de 200 metros de altura. Este glaciar ha sido estudiado desde 1912 y se ha retraído cuatro kilómetros desde 1920. En esta ocasión, Nick Engelmann está al volante del zodiac. Nick es un biólogo y geólogo canadiense, y gracias a su destreza tenemos la fortuna de navegar entre los icebergs cerca del glaciar. Siempre se toman precauciones al acercarse a los icebergs en un bote, ya que sólo 10% de ellos está sobre la superficie del mar. En cualquier momento, un cambio en su equilibrio puede causar un minitsunami. La temperatura por la mañana, que oscila entre los –3 y 0 °C, hace que el agua comience a congelarse ligeramente y durante todo el trayecto a bordo del zodiac parece que vamos rompiendo el hielo. Los encuentros cercanos con estas hermosas esculturas son en verdad especiales. Nunca antes habíamos estado tan cerca del hielo. En un par de ocasiones incluso hemos tenido la oportunidad de tocarlos. Todo esto ocurre con el monumental glaciar de fondo que, en algún momento, con suerte, puede soltar un nuevo trozo de hielo al mar, con un ruido tan intimidante que sólo la naturaleza es capaz de producir.

Ummannaq (70° 40’ N) – Sisimut (66° 56’ N) – Itilleq (66° 34’ N)

La navegación por la costa oeste de Groenlandia nos lleva a visitar varios asentamientos. Éstos son pueblos cazadores y pesqueros que dependen de lo que puedan atrapar, como focas, osos polares, ballenas y diversos tipos de pesca. La verdad es que es una sensación muy extraña estar tantos días en zonas inhabitadas y luego empezar a ver pequeños pueblitos. De nuevo, esa palabra y la sensación de lo remoto hacen eco cuando llegas a estas comunidades. Esas famosas casitas de colores, casi de cuento, se ven a la distancia, detrás de una hermosa montaña con forma de corazón. Así es como se llama esta ciudad, Ummannaq, en inuit. Esta isla tiene unos 1,500 habitantes y estamos a 600 kilómetros al norte del círculo polar. La montaña era originalmente de granito, pero el calor y la presión cuando surgió desde la profundidad de la tierra hicieron que se transformara en rocas metamórficas. La erosión de la montaña es visible en sus capas. Uno de los desembarcos más escénicos, con la hermosa montaña de fondo, los antiguos barquitos pesqueros en el muelle y las casitas de madera en todo el horizonte. Éste, además, es el lugar adonde llegan las cartas para Santa Claus.

La caminata y la vista al subir poco a poco por el pueblo son increíbles. Los icebergs en el mar de fondo no te dejan de impresionar. Todo el tiempo te preguntas: ¿cómo hace la gente para pasar esos fuertísimos inviernos aquí?

En Ummannaq, las fotos fluyen. Dondequiera que mires, la composición funciona. El color de las casas sobre esa madera antigua contrasta con las rocas y algunas flores. Antes, cada color tenía un significado para que fuera más fácil encontrar a las personas. El negro era para la policía del pueblo, el azul para los pescadores y así. Estas construcciones vienen de Dinamarca, que ha tenido el control de Groenlandia durante muchos años.

Polinia, el fenómeno glaciar que rodea las costas del Ártico con hielo permanente.

Nuestra siguiente parada es en Sisimut, la segunda ciudad de Groenlandia después de Nuuk. Aquí se puede ver una población un poco más grande, con elementos más modernos. Esta zona lleva 4,500 años habitada, desde la cultura saqqaq, que luego dio paso a los dorset y después a los thule, de donde descienden los inuits actuales. Hay un muy buen museo de sitio especializado en el comercio y la caza, con una buena colección de herramientas de principios de siglo. De nuevo, con un poco de altura, la ciudad parece una maqueta.

Por la tarde me uno al grupo avanzado de senderismo, sin tener mucha idea ni contexto de lo que esto significa. En esta ocasión vamos unas ocho personas guiadas por Fabrice, quien lleva un ritmo acelerado durante el recorrido. Empezamos a ascender y las vistas de la montaña son espectaculares. Es un tipo de naturaleza completamente virgen. Subimos y subimos, y cada vez me cuesta más trabajo. Dudo varias veces de si debería rendirme y parar, y mejor esperar a los demás de regreso. Fabrice baja un poco el ritmo para motivarme y en los últimos metros del ascenso –no sé bien de dónde saco fuerzas– logro superar la parte más empinada del recorrido y subir al pico de la montaña. Todo el esfuerzo vale la pena y empiezo a enamorarme de esta otra parte del viaje que no había contemplado: las caminatas por la maravillosa costa oeste de Groenlandia.

El tiempo en el barco cambia. A medida que pasan los días, el horario se va ajustando de hora en hora. Nos alejamos de América y sigue cambiando, no mucho, pero después de tantos días en el cómodo Ultramarine se tiene una leve sensación de extravío. Seguimos navegando hacia el sur por toda la costa y visitamos la última comunidad, la muy pequeña y discreta Itilleq. Es una isla muy pequeña, sin caminos, a un kilómetro de Qeqqata. Este pueblito se fundó en 1847 y tiene 91 habitantes. ¡Qué locura una comunidad de sólo 91 habitantes! Viven de la pesca y la caza, al igual que en la mayoría de las comunidades que visitamos. La fábrica de pescado es el centro de la comunidad y aquí tienen un sistema para obtener agua dulce a partir del agua salada. Las montañas nevadas al fondo y los distintos campos de agua entre la villa componen una vista muy particular. De nuevo, me viene a la mente: ¿qué hacen estas personas durante todo el invierno?

Así pasamos 14 días navegando por el mítico Paso del Noroeste entre Groenlandia y el Ártico canadiense. Ver este tipo de naturaleza tan pura y sin ningún tipo de intervención humana te hace reflexionar sobre a dónde quieres viajar y por qué. ¿Cómo podemos visitar estos lugares tan remotos de la Tierra sin arruinarlos? El viaje lo tuvo todo: tocar tierra tan al norte como nunca lo imaginaste, frente a las tumbas de tres marineros exploradores que se aventuraron en el viaje más peligroso de su tiempo hace más de un siglo, con la reserva más grande de aves en el Ártico, caminatas por una de las costas más hermosas y poco intervenidas por la humanidad, y las esculturas naturales más imponentes que pasan en un loop continuo a pocos metros del barco.

 
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