Era 1878 cuando el botánico florentino Odoardo Beccari se topó de frente con una de las flores más colosales de la tierra. Estaba en una de sus múltiples excursiones por el archipiélago de Indonesia, en el centro de Sumatra. Esta flor rebasaba el tamaño de una persona y tenía un peculiar olor a materia descompuesta, nunca había visto una así. De hecho este ejemplar desafiaba a todos los pétalos frescos con los que se había encontrado en sus viajes.
Los locales indonesios la llaman Bunga Bangkai, que se traduce como flor cadáver, y es que a eso huele. Pero como las plantas son sabias y hacen lo justo y necesario para obtener lo que necesitan, la flor más grande del mundo emplea este método no para atraer espectadores con cara de asco sino insectos carnívoros que la polinizan, como escarabajos peloteros o moscas. Resulta paradójico que invertebrados tan pequeños sean la clave de la supervivencia de una planta tan inmensa –también llamada aro gigante– que alcanza hasta los 2.5 metros de altura en su rara época de floración y que se despliega majestuosamente en una especie de falda que puede llegar a medir cuatro metros de diámetro.
Flor cadáver, un espectáculo impredecible
La mayor parte del tiempo –y con esto nos referimos a años enteros– el aro gigante luce como una especie de mazorca que sale del suelo, o bien como un árbol de hojas verdes. Pero llega un momento fugaz en que este organismo decide florecer. Al respecto, los científicos no han encontrado un patrón constante desde que surge del bulbo. Según se ha observado, la planta tarda unos 10 años en madurar y poder generar una flor, la cual se manifiesta cada dos a siete años. Si alguien decidiera, hipotéticamente, desenterrar uno de estos organismos, encontraría un bulbo colosal que pesaría entre 70 y 90 kg.
Ahora, cuando todo parece indicar que florecerá, el mundo de la botánica se vuelca a su estudio, pues este instante dura apenas de 24 a 26 horas. Un día, la espiga decide abrirse en la punta y dejar crecer una estructura de apariencia carnosa conocida como spadix. Esta columna de color rosa y verde amarillento se alarga a un ritmo de hasta 15 cm diarios. Después, las hojas verdes que la envuelven comenzarán a aflojarse para desplegarse en cámara lenta como si fueran una falda al revés que reluce un color brillante y oscuro, entre morado y café.
Una vez abierta, la vista no se parece en nada al día anterior. La torre emite una temperatura similar a la de nuestro cuerpo y un olor putrefacto. Tim Pollock, floriculturista del Jardín Botánico de Chicago, explica que todo es una trampa. La calidez, el olor y el color hacen creer a los insectos –algunos a 800 metros de distancia– que se trata de un animal muerto. Pero cuando llegan y se adentran a las entrañas de la flor cadáver, no encuentran nada y se van, sin estar conscientes de que con ese clavado polinizaron a la planta. Al cabo de algunas horas habrá suficientes flores polinizadas y el aro se cierra de nuevo, se comprime, enflaca. La espada colapsa y el aro gigante vuelve a ser una alargada protuberancia en el piso quién sabe por cuánto tiempo.
El aro gigante en Occidente
Odoardo Beccari no pudo contener su curiosidad y regresó al viejo continente con algunas semillas. Unas germinaron, otras no. Nada se parecía a la imagen que él guardó de aquel ejemplar indonesio. Tuvieron que pasar 11 años para que la primera flor cadáver abriera en un jardín botánico; el gusto lo tuvieron los Kew Gardens londinenses en 1889, donde aún se estudia a esta especie hasta la fecha.
Cómo ver a la flor más grande del mundo en casa
El invernadero de The Huntington, un enorme complejo cultural a las afueras de Los Ángeles, brinda la oportunidad de contemplar uno de estos esporádicos florecimientos en vivo. Lo único que hay que hacer es ingresar a este enlace a través del cual relucen la espada verde y la enorme hoja oscura de la flor cadáver pero sin el intrusivo olor putrefacto –que aunque es parte de la experiencia de verla en persona, para algunos puede resultar un aliviane.
Endémica de la selva de Sumatra, actualmente la flor cadáver se encuentra amenazada debido a la deforestación alarmante de su entorno natural. Y aunque no se tiene un número estimado de ejemplares en la naturaleza, los jardines botánicos del mundo velan por su supervivencia. Por el momento, aquí les dejamos una floración de 2018 en al Jardín Botánico de Nueva York:
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Foto de portada: Richard J. Rehman / Wikimedia Commons
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