Desde los 15 años descubrió que parte de su destino era ser viajera. Los sonidos de otras partes, y la forma de entender la música de los distintos lugares que visita año con año —México, Estados Unidos, Europa y Asia—, han influenciado, sin duda, la forma en que se aproxima a sus propias composiciones. ¿Cómo ha encontrado Magos Herrera su lugar en el mundo?
¿Cómo es un día en tu trabajo?
Todos los días es diferente. Cuando doy conciertos o estoy de gira no lo siento como trabajo, sino más bien todo lo que hay detrás de llegar al escenario. La práctica diaria. Cuando no estoy viajando o dando conciertos, tengo una rutina muy ordinaria. De disciplina, de estudiar, vocalizar, tocar piano, componer, ir al yoga. Como la mayor parte del tiempo estoy viajando, necesito mucha disciplina y conexión a la tierra para encontrar equilibrio.
¿Cuáles son los recuerdos más memorables de tu carrera?
Me mudé a Nueva York hace nueve años, y antes de eso tenía una carrera muy bonita en México: tocaba por todos lados, tenía un programa de televisión y uno de radio… y me iba muy bien, pero sentía una necesidad muy fuerte de ampliar mis horizontes y de internacionalizarme, de retarme a nivel artístico.
Creo que haberme ido a Nueva York, teniendo una carrera ya hecha en México, llegar “al lugar” de mayor competencia de jazz en el mundo sí fue un parteaguas, porque eso me hizo nutrir mi ejercicio artístico para poder competir en estos circuitos internacionales; pero también me permitió vivir en una ciudad que enriquece, inspira y te hace reinventarte todo el tiempo. También la primera vez que toqué en un festival internacional de jazz, como Montreal o Montreux. Ya después se convierte en tu modus vivendi, pero las primeras veces sí fue muy inspirador y motivacional.
¿Cómo era Magos a los 15 años?
Era muy curiosa. Quería comerme el mundo de una sola mordida. Y, tal cual, me fui muy jovencita de mi casa a estudiar fuera. Justo cuando cumplí 15 años me fui a Bélgica con mi mamá, ella iba a estudiar una maestría y no me quiso dejar en México, y ésa fue mi primera exposición al mundo. En ese viaje entendí que así me la iba a llevar, que parte de mi destino era estar de viaje.
¿Tus viajes han influenciado tu música?
Mucho. De entrada, vivir en Nueva York es un viaje. Es “el” viaje constante de músicos de todo el mundo, que llegan a esta ciudad para nutrir la escena. Esta multiculturalidad te hace sentir en un constante viaje a nivel sonoro.
Ahora, el viaje, en el camino: he tenido la fortuna de que mis latitudes de gira son muy lejanas. Viajo a Europa, México y Estados Unidos, pero también voy mucho a Asia. Todos los años voy a India, Malasia y Singapur, y las sonoridades son tan increíbles y están tan conectadas a otra manera de entender la música que, evidentemente, han influido en la forma en que me aproximo a mi propia música. Un viaje también te ubica, te centra, te hace ver tu lugar en el planeta y te aterriza, paradójicamente, porque te das cuenta de que hay infinidad de artistas increíbles haciendo cosas fantásticas.
¿Tienes algún spot musical favorito en el mundo?
Muchos. Cuando estoy en París voy mucho a Duc de Lombards, que es un club de jazz muy bonito, muy chiquito, pero la programación es increíble. En Nueva York hay 30 mil lugares donde puedes escuchar música, y lo hago muy seguido, pero hay uno nuevo, en Williamsburg, que se llama National Sawdust, donde soy curadora.
Lo padre de este espacio es que tiene la mejor acústica del planeta, es increíble. La arquitectura acústica está construida para que el músico pueda ejecutar y que el público pueda tener la perfecta recepción. Su tipo de curaduría tiene un pensamiento propositivo, forward thinking. Ves cosas que no verías en otro lugar.
¿Qué no nos podemos perder en Nueva York?
Si vas a Nueva York y quieres escuchar jazz, todo mundo piensa que tienes que visitar el Blue Note, está bien, pero hay muchísimos otros lugares donde puedes escuchar a grandes músicos increíbles y son mucho más tranquilos: The 55 Bar, Smalls Jazz Club, La Lanterna Bar Next Door. Hay muchos barecitos en el Village que muestran la escena real local de Nueva York, que a mí es lo que más me gusta. Pero mi club de jazz preferido es sin duda Jazz Standard, es increíble, tiene muy buena programación.