¿Un día que te haya marcado como viajero?
Fue a los 22 años, cuando me fui solo a Europa. En ese viaje hubo un día en el que me convertí en viajero de verdad. Tuve un problema de tiroides y estaba en uno de estos hostales para jóvenes, tumbado en una camita sin ganas de nada, y apareció un tipo y me dijo: “Soy argentino, me llamo Carlos, ven, vámonos a pasear”. Le contesté que no me sentía bien, pero no le importó, me levantó. El viaje venció al malestar físico.
¿Cuál es tu lugar favorito del mundo?
África, el desierto del Sahara: el silencio, la amplitud, la absoluta falta de todo, la vastedad, la noche… La primera vez que estuve en un campamento, le dije a un beréber que qué lástima que esa nube no dejara ver bien el cielo, y se rio de mí porque era la Vía Láctea.
¿En dónde comiste ese algo que nunca vas a olvidar?
Recuerdo una cena que fue muy impactante, en una isla de Grecia. Era la Semana Santa y ahí todo mundo respeta la vigilia. La última noche, mientras preparan a los cabritos para la gran comida del domingo, hacen una sopa con pulmón picado, limón, huevo y un queso muy fuerte. Esto es para purgar el cuerpo y prepararlo para comer carne al día siguiente. Fue algo muy extraño pero delicioso. Me serví dos platos, de hecho.
¿Cuál es el hotel del que guardas major recuerdo?
Depende de qué es lo que estés buscando. Parecería muy incómodo acampar en un tienda en el Serengueti, que te digan que revises tu cama en la noche antes de meterte porque puede haber una mamba negra… pero es maravilloso al mismo tiempo: estar en mitad de la nada, escuchar los rugidos de los leones en la madrugada, simplemente increíble.
¿Los viajes influencian lo que escribes?
A mí sí me han desatorado en dos casos. Estaba en un proceso de escritura y no sé si fue la amplitud, el impacto del paisaje y de recordar lo pequeño que eres, el grano de nada… Cuando regresé fue muy sencillo retomarlo. Es como si la amplitud se quedara para tu trabajo.
¿Qué llevas en la maleta?
Pocas cosas: ropa, tampoco mucha, trato de lavarla cada tres o cuatro días para no cargar, libros, libretas y un par de zapatos. Cámara no. Jamás tomo fotos por principio, siempre prefiero recordar los lugares: escribo las cosas que veo y eso es lo que tengo, diarios de viaje.
Si tuviera que dar la vuelta al mundo en 80 días, ¿por dónde pasarías?
Me gustaría ir a La Pampa argentina y a todo el Cono Sur: desde el desierto de Atacama hasta Ushuaia. En ese viaje también iría a Santiago y a Buenos Aires, pero la amplitud es lo que más me atrae.
¿Te robas algo de los hoteles?
De los hoteles no, pero sí de los viajes. Robo piedras de construcciones muy antiguas: algo que no debe hacerse, pero me encanta.
¿Qué significado tienen las piedras?
Tiene que ver con esto mismo de la amplitud, de la pureza del elemento, de lo más básico del paisaje.
Las tierras arrasadas, Penguin Random House (2015)
En su nuevo libro, el autor citadino vuelve a retratar la parte más salvaje de Latinoamérica. Es una road novel que confronta la violenta y solitaria vida de los inmigrantes, que, aunque nos cueste trabajo aceptarlo, a veces son reducidos a simple mercancía. Mitad ficción y mitad realidad —incluye testimonios—, esta novela esconde también una historia de amor.