Para algunas personas, por más que un viaje a La Habana sea muy completo por varias razones, la comida es quizás uno de los puntos en los que cojea esta ciudad. Debatible este punto, hay por lo menos tres productos muy fáciles de conseguir y todos de muy buena calidad: fruta (sobre todo guayaba y frutabomba, como le dicen a la papaya), café y tabaco.
Hablaré del café. No importa en qué esquina de la capital cubana estés, seguro un buen café encontrarás. No importa si el postre no está muy bueno, sabrás que el complemento será de alta calidad. De todos los que probé, el mejor por mucho fue el del Escorial.
Llegué ahí por recomendación de la casera, en taxi colectivo desde el Vedado. Me advirtió, y le agradezco: “Madruga, después no podrás entrar”. Antes de llegar, muy cerca del flujo inacabable de turistas de la calle Obispo, pasé rápido por la Plaza de Armas, donde hay muchos libreros y, probablemente, mucho contrabando de libros (a juzgar por Yoyi el Palomo, personaje de las novelas de Padura). A pocas cuadras, en una esquina de la Plaza Vieja, mucho más tranquila que otras cercanas, donde apenas unos niños jugaban pelota al centro, di con el lugar: Café El Escorial, inconfundible. Horas después estaría llenísimo.
El olor que se desprende de la máquina tostadora es lo primero que me atrajo. Sembrado en los valles cubanos, es tostado y molido en el propio establecimiento. Ofrecen una gran variedad de estilos, todos ellos garantía. Pero nada como un café negro. Pedí ése, pero para no quedarme con las ganas agregué uno con leche, y como no había desayunado, aproveché su oferta de sándwiches y pan dulce.
Además de recomendarme el lugar, la casera me encargó que le llevara un paquete de café molido. Señal de que es un gran café: los locales se forman, desde que abre, para comprarlo en grano, recién molido. Por supuesto, imité sus pasos y me traje a México cuanto la ley me permitió. Como nada más fue medio kilo, a los pocos días agoté las reservas. Lamentablemente.
Calle Mercaderes, esq. Muralla. La Habana Vieja.