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Córcega: ni muy francés, ni muy mediterráneo

Córcega es un destino tan vasto como enigmático, perfecto para hacer senderismo, pero también para comer y, desde luego, para asolearse.

POR: Iker Jáuregui

Las Calanques de Piana están declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Para entrar a Córcega, aunque sea de manera imaginaria, hay que olvidar todo lo que creemos saber del Mediterráneo y, de paso, también quitarse la idea de que estamos en Francia, porque esta isla no se parece demasiado ni a uno ni a otra. Tendremos que crear nuevos conceptos acerca de un territorio que, en parte por su posición estratégica, en parte por su belleza y recursos, ha sido pretendido y conquistado por muchos y muy variados personajes, entre etruscos, romanos, bárbaros, musulmanes e italianos, además de su hijo más prodigio: Napoleón Bonaparte.

La mezcla dejó sus cicatrices y hoy ha formado una cultura particular, por decir lo menos. No sólo hay un marcado ánimo independentista, sino que, conscientes de la belleza de sus alrededores, los corsos también se han vuelto resistentes, casi por decreto, al turismo masivo y así han creado uno de los destinos más verdes y sustentables de Europa, donde la naturaleza es protagonista.

¿Qué hacer?

Si decimos que Córcega no se parece demasiado a otros destinos del Mediterráneo, es porque el entorno natural que predomina es más bien montañoso. Para ubicarse, los locales levantan el pulgar de la mano derecha, cuya forma imita de forma conveniente el mapa de la isla y prácticamente todo lo que no está al borde del puño es montaña.

Este paisaje convoca a aficionados del trail y la bicicleta de montaña de todo el mundo. Incluso hay un legendario sendero, el GR20, que cruza Córcega de norte a sur y se puede recorrer a pie o en bici. Entre las montañas también se van formando lagos de altura, como el Lac de Melu o el Lac de Capitellu, que desembocan en ríos como el Tavigano o el Golo, lo que quizá recuerda más a los Alpes que al Mediterráneo.

Aunque, desde luego, aquí también hay playas blancas. Las famosas Calanques de Piana, unas impresionantes formaciones de granito, son un monumento natural del encuentro entre la montaña y el mar. Ahí empiezan cerca de mil kilómetros de costas paradisiacas y playas secretas como Lotu y Rondinara, o las más populares Palombaggia y Santa Giulia.

La capital de la isla es Ajaccio, donde se hace palpable la diferencia con el resto de Francia. Parece, más bien, el simulacro de una ciudad italiana, después de todo lo fue hasta bien entrado el siglo XVIII. Sucede lo mismo en las otras grandes ciudades de la isla, como Bastia, Calvi y la lujosa Porto Vecchio, pero también en pequeños pueblos de la montaña, como Sant’Antonino.

¿Dónde quedarse?

La oferta d e hospedaje de Córcega es igual de diversa que el panorama de la isla y hay hoteles para disfrutar un poco de cada parte. Si la idea es estar cerca de la playa, está Casadelmar en Porto Vecchio, con un diseño contemporáneo y rodeado de jardines.

Lejos de la costa, donde el panorama se transforma en campos que recuerdan más la Toscana, entre granjas y olivos, están Aghjalle, en Sant’Antonino, y Domaine de Murtoli, cerca de Serraggia, dos propiedades familiares que, en contraste con la mayoría de los hoteles en la isla, abren todo el año para recibir a huéspedes en unas antiguas casonas con todas las comodidades.

¿Qué comer?

A pesar de ser una isla con todas las maravillas del Mediterráneo a disposición de los pescadores, la cocina corsa se inclinó más por sus montañas. Al centro está la charcutería, producto de los jabalíes que viven libres por el territorio, alimentándose de castañas y bellotas que les dan una calidad que no se encuentra en otros lugares de Europa. El prisuttu, un tipo de jamón seco, es el predilecto de las carnicerías, mientras que el civet de jabalí quizá sea el platillo tradicional más famoso.

Lo mejor de la región se puede comprar en tiendas de ultramarinos, como la tradicional L’Orriu de Porto Vecchio. Tempi Fà, en Propriano, es una carnicería y tienda de abarrotes que poco a poco, por la demanda de los comensales, se empezó a convertir en uno de los bistrós más aclamados de Córcega. Son varios los restaurantes que han sabido integrar el producto local y el impulso creativo. Amoresca es una cantina moderna que sirve platillos tradicionales en Pigna y en Olmeto está La Verrière, que incluso tiene una estrella Michelin.

¿Qué beber?

La cultura de las sobremesas y el aperitivo está particularmente presente en Córcega, incluso se produce aquí un licor que lleva por nombre Cap Corse. Además, es una región donde proliferan los viñedos de sus dos uvas nativas: sciaccarello y nielluccio. Las terrazas con vista, para tomar cualquiera de estas producciones o una Pietra, la cerveza local, están en lo alto de las montañas, como Chez Tao, en las costas de Calvi, o Le Patio en Porto Vecchio.

 
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