Al hablar de las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, los libros de historia suelen enfocarse en la desaparición del imperio austro-húngaro, del alemán y del otomano. Ninguno menciona, sin embargo, que como consecuencia del conflicto, los d’Harnoncourt (una familia de nobles que poseía grandes extensiones de terreno en Checoslovaquia) perdieron todo su dinero.
Una pequeña tragedia familiar que, nadie pudo haber previsto, tendría enormes repercusiones en la historia del arte del siglo XX.
La situación económica de la familia empeoró en los años posteriores a la guerra, y entonces el joven conde René, tuvo que interrumpir sus estudios de química en la Universidad Técnica de Viena por falta de recursos. Así, y convencido de que era ‘mejor ser pobre en un territorio nuevo que en uno familiar’, d’Harnoncourt decidió salir de Europa en 1925 y probar suerte en América.
México: un destino por accidente
El conde había puesto su mirada en los Estados Unidos. Sin embargo, no contaba con que, tan sólo un año antes, el país había promulgado una nueva ley migratoria, y como resultado la entrada a la Unión Americana le fue negada. México fue la alternativa.
Instalado en la capital mexicana, d’Harnoncourt buscó trabajo como químico, pero el que no hablara español fue un problema. El conde pasó entonces un año dibujando posters y armando escaparates para mantenerse, pero su conocimiento sobre arte europeo (y un viejo contacto austriaco) eventualmente le abrieron las puertas como consultor de arte y antigüedades. No pasó mucho tiempo para que Frederick Davis, director del showroom de la Sonora News Company en la capital, lo contratara como su asistente.
De conde a marchante, y de marchante a curador
Fundada por Charles B. Waite en 1826 como una casa editora de tarjetas postales, mapas y guías turísticas enfocadas en el público estadounidense, la tienda principal de la Sonora News Company se había consolidado como una parada imperdible para los turistas norteamericanos que visitaban la Ciudad de México, pero también para intelectuales y artistas locales. Su local, ubicado en el número 4 de la calle de Gante, vendía desde piezas de arte popular y objetos prehispánicos, y hasta joyería en plata de William Spratling, pasando por obras de Diego Rivera y Jean Charlot.
El conde austriaco se encontró entonces sumergido en el efervescente ambiente artístico mexicano de los años veinte. Dr. Atl, Tina Modotti y Miguel Covarrubias se volvieron sus amigos, y comenzó a organizar y curar exposiciones de Orozco, Tamayo o Manuel Álvarez Bravo que se montaban en los muros de la Sonora News Company. Trabajando ahí, y con Davis como mentor, d’Harnoncourt se convirtió poco a poco en un experto de arte mexicano, y más importante, fue reconocido como tal por los numerosos coleccionistas, políticos y diplomáticos que frecuentaban el local.
De diplomacia cultural y expos viajeras
En semejante ambiente, sólo fue cuestión de tiempo para que d’Harnoncourt conociese a Dwight Morrow. Como embajador de los Estados Unidos en México entre 1927 y 1930, Morrow hizo que la reputación del conde subiera como la espuma. Su prestigió llegó incluso a los salones de la recientemente fundada Secretaría de Educación Pública, y en 1929 se le solicitó que organizara 48 pequeñas exposiciones de arte popular mexicano que viajarían a los Estados Unidos. En un acto de diplomacia cultural, cada una de ellas se enviaría a escuelas en cada uno de los estados que en ese momento componían ese país.
Tras la Revolución, el nuevo gobierno estaba decidido a mostrar una cara próspera (y fuertemente nacionalista) del país. Con ese objetivo en mente, el arte popular fue uno de los temas elegidos para ser exaltado tanto dentro como fuera del México, y d’Harnoncourt parecía ser el representante idóneo. De esta manera, el conde recibió otro encargo al año siguiente: organizar una exposición exhaustiva de arte mexicano que recorrería siete ciudades estadounidenses, e ir en persona a supervisar su gira. La muestra se organizó con apoyo del Museo Nacional de México (predecesor del actual Museo Nacional de Antropología e Historia), la Corporación Carnegie y la American Federation of Arts y su primera parada fue Nueva York. Mexican Arts comenzó así su recorrido en octubre de 1930 en el Museo Metropolitano de Arte de esa ciudad. La exposición fue un éxito y fue alargada por un año (y seis ciudades) más, permitiéndole a d’Harnoncourt conocer y entablar contacto con los directivos de algunos de los museos más importantes de los Estados Unidos.
Ilustrador
El legado: el arte de la instalación (y un par de colecciones)
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