Madrid: todo lo que no es tradición es plagio
Una de las cosas que más disfruté de Madrid fue presenciar la rutina fuera de mi rutina.
POR: Lucía Ortiz Monasterio \ FOTO: Diego Berruecos
El encanto de discernir siluetas y movimientos cotidianos; ver las sombras de personas viviendo en un piso, abundante comida en la mesa, la lectura de un periódico y dos o tres cigarro en el balcón de un departamento. Esa familiaridad que noté al asomarme por la ventana de mi hotel me acompañó durante el resto de mi estancia.
En Madrid permea una sensación de que todo lo que pasa es producto de hábitos y reglas no escritas. Las personas en las calles parecen volver al mismo lugar, ordenar lo mismo del menú, a la misma hora y vestirse como siempre se han vestido. (Con colores neutros como beige, negro, azul marino y blanco. Siempre del lado seguro.)
En general no se le da tanta importancia a la experimentación. Pero sí la calidad y la autenticidad. Sucede lo que en El ángel exterminador de Buñuel: nadie puede salir del bucle y no se sabe muy bien por qué.
También los turistas entran en el bucle: adoptan sin resistencia los ritmos propios de los que viven allí. Quizá sea el embrujo de los hábitos, pero la tradición y las pautas de convivencia de Madrid son tan marcadas e irresistibles como su gusto por las estatuas y monumentos, la salmuera, la vida en la calle y el jamón ibérico. El viajero entra en los ritmos de Madrid como un alga que es devuelta al mar.
Frente a mi hotel, pasando el parque del Retiro, está el Casón del Buen Retiro, un edificio monumental que en una fachada tiene tallada en mármol la sentencia: Todo lo que no es tradición es plagio. Después me enteré de que es el extracto de un aforismo en catalán que empieza diciendo algo muy similar: Fora de la Tradició, cap veritable originalitat (“Sólo hay originalidad verdadera cuando se está dentro de una tradición.”)
El viajero entra en los ritmos de Madrid como un alga que es devuelta al mar.
Ese decreto en piedra, que además es antesala a la Real Academia Española y al Museo del Prado, no deja de iluminar lo que subyace en los ritmos de Madrid. Todo lo que uno crea que pueda improvisar en las calles está amortiguado por las costumbres de toda la vida, y las cosas son lo que son. Hay tranquilidad en eso. Para el turista y el oriundo, hay tranquilidad en no poder salir de un bucle donde se está siempre tan bien.
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