Marrakech: la ciudad de los mil y un placeres
La tierra de los masajes, el hammam, los aromas a azahar y menta, los palacios y los jardines secretos. La ciudad vive, con la apertura del Museo Yves Saint Laurent, un placer más, un momento dulce.
POR: Anabel Vázquez \ FOTO: Ana Hop
Hay destinos que dan mucho, pero también piden mucho. Nueva York o Londres son así. Exigen energía, tener los ojos muy abiertos. Otros dan mucho, pero no piden nada: sólo que estés y te dejes llevar. Son destinos generosos. Marrakech es así. La ciudad marroquí, una de las cuatro imperiales o majzén del país, ha sido un destino generoso desde que en los años setenta llegó aquí una pandilla de bohemios burgueses encabezada por Pierre Bergé e Yves Saint Laurent. Ellos supieron entender que éste era un lugar para disfrutar de la vida, estirar el tiempo (volveremos a hablar del tiempo) y entregarse a los placeres. Ellos acuñaron la marca Marrakech como destino hedonista. Sin querer, regalaron a la ciudad roja la mejor campaña de publicidad que un lugar podría soñar.
Marrakech es el resultado de mirar la cultura árabe con ojos occidentales. Por eso, resulta tan atractiva para los viajeros: es exótica, voluptuosa y fácil. Aquí se viene a envolverse en experiencias placenteras, que abarcan desde un desayuno infinito en la terraza de un riad hasta disfrutar de un hammam de tres horas, pasando por largos masajes de aceite de argán y noches en terrazas iluminadas por velas oyendo al muecín. El disfrute en la ciudad pasa por no dejarse llevar por el reloj. Por eso, Marrakech no es para todos los viajeros, sólo para los que entienden que las reglas del juego son ésas. Aquí la palabra exprés se usa muy poco.
Marrakech es el resultado de mirar la cultura árabe con ojos occidentales. Por eso, resulta tan atractiva para los viajeros: es exótica, voluptuosa y fácil.
Quien viaja a Marrakech tiene en su retina una serie de imágenes que quiere replicar. Son Paul y Talitha Getty en el tejado del Palais Zahia vestidos con caftanes y el pelo largo y despeinado. Es Yves Saint Laurent diseñando bajo un arco árabe también con caftán. Es la cama interior de la piscina de La Mamounia. Son las piscinas silenciosas y los paseos con camisa blanca por La Mamounia. La buena noticia es que, aunque no seamos parte de los happy few, esos que viajan por el mundo de tumbona en tumbona y de masaje en masaje, podemos reproducir todas estas escenas. La personalidad epicúrea de Marrakech se extiende por toda la ciudad. Hay muchos y muy sibaritas hoteles, spas y restaurantes, que son buenas fuentes de placer. La ciudad es espléndida a la hora de proporcionar al viajero espacios y experiencias donde mimarse; además, las hay para todos los bolsillos y paladares, y todas, hasta la más sencilla, tienen una base de refinamiento importante. Pongámonos un caftán bordado, unas buenas gafas oscuras —hay una media de ocho horas de sol al día y sumerjámonos en ellas. Dejemos el reloj en el hotel: es una orden.
Todos los caminos hedonistas conducen a La Mamounia, alfa y omega. Sin este lugar no se entendería el hedonismo en la ciudad. La Mamounia, a punto de cumplir un siglo, sigue siendo mucho más que un hotel: es un centro clave de la vida social, hogar efímero de estrellas y lugar de disfrute abierto a huéspedes y visitantes. Lo interesante de ella —es una gran diva hotelera— no es que sea un monumento nacional ni que Hitchcock ideara aquí The Birds, sino que sigue construyendo su historia y su fama día a día. Aquí no hay nostalgia. Este templo del buen vivir siempre mira hacia adelante. Su spa con más premios que Meryl Streep sigue siendo uno de los mejores del mundo. Es una especie de parque temático elegantísimo del bienestar. Pensemos en un tipo de tratamiento (un masaje de piedras calientes, un facial de esos que equivalen al descanso de un año, una experiencia energizante, otra para eliminar toxinas) y lo tendremos. Aquí importa tanto lo que ocurre dentro de la cabina como toda la experiencia que lo envuelve: los lavados de pies de bienvenida, la luz tenue de los espacios laberínticos, los espacios de descanso, el té a la menta y los dulces de almendra que te reencuentran con la realidad. No es necesario dormir en La Mamounia para disfrutar de este spa. Existe una opción llamada “Day Pass”, que permite pasar un día con acceso a las piscinas, gimnasio —en pleno jardín— con un almuerzo en algunos de los dos restaurantes “Le Français” o “L’Italien” con un masaje o un hammam.
Hammam
Un momento, hemos escrito una palabra clave: hammam. Todos los caminos placenteros de la ciudad también conducen a ella. Abrimos un gran paréntesis. Nos detendremos en esta experiencia tan árabe y cada vez más exportada al resto del mundo. Un hammam es un tratamiento de purificación; sus beneficios son muchos: conduce a la relajación al reducir el estrés y la ansiedad, elimina toxinas físicas y emocionales, nutre la piel y el pelo, y acelera —gracias al calor del espacio— el metabolismo y el riego sanguíneo. Hay muchos lugares en Marrakech donde disfrutar de uno, desde los más sencillos a los más elevados como éste de La Mamounia, en el que todo son aromas deliciosos, manos expertas y lámparas perfectas. Todos siguen el mismo ritual: un lavado con jabón negro seguido de una exfoliación con una kessa —o guante áspero— y un masaje. La experiencia se mejora y adorna dependiendo del lugar que escojamos, pero cualquier hammam logra los objetivos buscados. Cerremos este paréntesis, aunque luego volvamos al hammam.
Tras el spa de La Mamounia tendremos ganas de comer algo dulce. Estamos en el sitio adecuado. La última apertura de La Mamounia ha sido la de Pierre Hermé; el repostero francés, nombrado el “mejor chef pastelero del mundo” en 2016 por la revista The World’s 50 Best Restaurant Academy, está a cargo de la pastelería del hotel. En su tienda, la primera boutique de Marruecos y África, se pueden comprar creaciones suyas como Ispahan o 2000 feuille. Sigamos con los placeres. Hablemos de sus piscinas, pieza clave en la cultura del disfrute. La interior, con la famosa cama con dosel, puede que sea una de las más fotografiadas del “planeta piscinas”. La exterior es como una plaza, un foro: en torno a ella se toma el desayuno largo y lento en el que es fácil encontrarse con mandatarios que consultan las noticias mientras toman un té y celebridades que saben que no serán delatadas. Cada riad —los hay integrados en sus jardines— también cuentan con su propia piscina. El lujo era eso.
Pero si queremos hablar de lujo epicúreo es obligatorio hacer una parada en el Royal Mansour. Éste es uno de los lugares más escondidos —y mágicos— de la ciudad; es propiedad del rey Mohamed VI y donde acoge a sus invitados. A este sitio tan palaciego no se llega por casualidad y esa es, justo, la idea. Esconde uno de los hoteles más singulares del mundo. Reproduce una forma de vida elevadísima, en la que todo ocurre en silencio y el papel de cartas tiene el nombre grabado. Si La Mamounia es social y vibrante, el Royal Mansour es privado. No es necesario que durmamos allí para atrapar la atmósfera. Una visita al spa ya nos da muchas pistas. Hay pocos en el mundo así. Entrar aquí significa comenzar un viaje sensorial dominado por la tranquilidad, los susurros y la estética. El espacio central es único y apabullante; evoca una jaula de pájaros y es una suerte de celosía de hierro blanco con una altura de tres pisos que nos traslada, en segundos, a otro mundo. A un mundo mejor. Ayudan los uniformes del personal, los aromas, el sonido de los pájaros y la falta de prisa. Aquí todo es “lo mejor”. La elección de marcas usadas: Chanel, marocMaroc, Leonor Greyl, Bastian o Dr Hauschka es exquisita. Allí es fácil compartir vestuario con alguna rica heredera de esas de rostro archiconocido. Disfrutar de un hammam rodeado de este espacio —una auténtica filigrana— es algo memorable. Éste es el tratamiento estrella, el más buscado. Aquí el huésped disfruta de este ritual que mejora con baños de vapor aromatizados, exfoliación sobre mármol cálido color pétalo de rosa y productos de marocMaroc. Al salir sentiremos que caminamos varios pasos por encima del suelo. Conviene mirarnos los pies: quizá lo hagamos. En el spa del Royal Mansour la sensación de susurro es permanente. También la calma, y esto es algo que buscan quienes viajan a Marrakech. El resto del mundo camina rápido, mira el reloj y mide su vida en likes. Aquí el reloj no es tan importante como la luz del sol y estar recostado entre cojines es bastante habitual. ¿Quién no querría una vida así?
Aquí se esconde uno de los hoteles más singulares del mundo. Reproduce una forma de vida elevadísima, en la que todo ocurre en silencio y el papel de cartas tiene el nombre grabado.
Otros placeres
Sigamos recorriendo la ciudad a través de sus placeres. Vayámonos a la Medina, ese lugar tan intenso como sugerente. Allí, junto a la casba, está Les Bains de l’Alhambra, un lugar muy frecuentado por viajeros espabilados que saben que aquí pueden disfrutar de un hammam estupendo por un precio razonable. Conviene reservar y guardar tres horas del tiempo: aquí la prisa es anatema. Muy cerca está La Sultana. Este hotel, como tantos otros espacios interesantes de la ciudad, está escondido. Es fácil pasar de largo, no se encuentra por casualidad. Esto —que la belleza se oculte— es muy marroquí; también muy lujoso. La Sultana es el hotel de cinco estrellas más pequeño de la ciudad; está compuesto por varios riads, construcciones tradicionales que giran en torno a un patio o jardín. Este laberinto repleto de rincones fotografiables esconde un spa muy reputado. Sus “Experiencias Sultana” dan muchas pistas de cómo se entiende en esta cultura el bienestar. La llamada “Oriental Dream” incluye un hammam y un masaje a cuatro manos. El spa cuenta con otros tratamientos muy singulares como un exfoliante corporal de canela o masaje de argán para niños. También podemos disfrutar de un masaje al aire libre, en una de sus terrazas. Antes o después de estos momentos de relax merece la pena pasear por sus patios y recrearse en sus piscinas. Hablemos de piscinas.
La piscina, como símbolo de bienestar y placer, es importante en Marrakech. El agua es purificadora y símbolo de lujo. Por eso, un momento de placer aquí incluye tener una cerca. Hasta los riads más pequeños cuentan con una pequeña, una plunge pool. Bañarse en ella no es tan importante como saber que está. Jan Pauwels, uno de los artífices de Max&Jan, la concept store más nueva y potente de Marrakech, nos resume cómo pasar el tiempo entre placeres en la ciudad: “En un fin de semana soleado disfruto de verdad yendo a una piscina bonita, como la del Selman, que tiene mucho estilo y relajándome bajo una palmera con una bebida y una revista”. Así de sencillos son los placeres aquí. Claro que el Selman es un hotel extraordinario, decorado por Jacques García y que no se podría encontrar en otro lugar. Su piscina, rodeada de palmeras y de color terracota con el atlas de fondo es memorable. Jan, aún emocionado por la apertura de su tienda, una ampliación de la que ya llevaba diez años en la Medina, nos confirma que el hammam es una afición nacional. “Me encanta ir a uno como el del Royal Mansour”. Él también habla de tomar un aperitivo en La Mamounia (ya mencionamos que todos los caminos conducen a ella) y quizás ir en la noche al Epicurien, que no podía tener un nombre mejor. Los epicúreos son los que entienden la vida como una suma de placeres. Aquí hay muchos miembros de esa tribu.
La moda
No todo el placer se reduce a los baños y los masajes. La gastronomía sin prisa y al aire libre es una de las actividades que realizan quienes se quieren cuidar. No hay tantas ciudades en el mundo en las que se pueda comer bien, en entornos elegantes con el cielo como techo. En el nuevo Max&Jan se puede hacer. Para visitarla tenemos que aventurarnos a la Medina. Allí está el gran proyecto de los diseñadores belgasuizos Jan Pauwels y Maximilian Scharl. Ellos abrieron hace diez años el Max&Jan original y lograron su fama con su forma de integrar la moda marroquí y la occidental. Ahora han abierto uno de los espacios más estimulantes de la ciudad. Está en el que fue el palacio de un alcalde y sus 1200 m2 a distintos niveles acogen ropa para esas personas que sí usan ropa de resort, caftanes de seda y maxicollares. Pronto lanzarán su propia línea de cosmética natural basada en la arcilla y los aceites de argán y de higo. Son todos productos para mimarse, como también lo son los objetos para el hogar que se venden, la papelería y la joyería vintage. Max&Jan cuenta con un restaurante orgánico y una terraza desde donde se puede disfrutar del cielo de Marrakech. “Max & Jan —explica Pauwels— tiene que ver con el color, el glamour y la alegría. Nosotros nos acercamos a la industria de la moda desde un lugar muy relajado, pero somos muy serios buscando diseño y calidad”. Por algo llevan, él y su socio, tanto tiempo vistiendo a personas mundanas. Cuidarse también es vestirse y rodearse de objetos bellos.
Los epicúreos son los que entienden la vida como una suma de placeres. Aquí hay muchos miembros de esa tribu.
Eso lo saben muy bien los que visitan el Museo Yves Saint Laurent, uno de los hits de la ciudad en los últimos meses. El museo, construido en terracota, granito y hormigón, tiene carisma. Este edificio de Karl Fournier y Olivier Marty —Studio KO— está en la misma calle que el Jardín Majorelle, protegido y comprado en 1980 por la pareja Bergé-Saint Laurent. El museo acoge una exposición con piezas icónicas, exposición temporal, una galería fotográfica (con Catherine Deneuve como protagonista), un auditorio con 150 asientos, una librería, una tienda en la que se antoja comprar todo y una terraza que sirve cocina francesa. La entrada al museo se realiza a través de un patio circular, está presidida por las letras YSL. Es imposible no hacerse la foto reglamentaria aquí. Hoy es el gran photocall de la ciudad. Esto también es un placer, y uno importante y al que acuden visitantes de todo el mundo en peregrinaje. La cultura genera bienestar, como también el paseo por jardines exquisitos, como el mismo Majorelle o el Le Jardin Secret.
Marrakech nunca ha estado apagada, pero es que ahora brilla mucho. Siempre ha sido sensual y epicúrea, pero ahora más. Hay confianza económica, seguridad y una oferta enorme de infraestructura de lujo. Sus museos, hoteles, tiendas, restaurantes y jardines atraen a un público viajado, evolucionado y estiloso: sólo hay que pasear por las calles de Guéliz, el barrio francés o por cualquier bar del Hivernage para confirmarlo. La ciudad es hoy un imán para coleccionistas de arte, bon vivants, expatriados, amantes de la moda y, por supuesto, los inefables instagramers. Aquí se viene a disfrutar. “La Historia se repite”, cuenta Quito Fierro, secretario general del Museo Yves Saint Laurent, en el bar Majorelle de La Mamounia. Él, que conoce todos los secretos de la ciudad, fue testigo de niño del Marrakech chic de los setenta; su madre fue una de las protagonistas de esa bohemia. Ahora, eso sí, las personas que viajan o se instalan aquí buscan el placer de manera más saludable. Las drogas han dado paso a la comida orgánica, la cultura detox y los tratamientos en spa. Fierro explica el porqué del embrujo de este lugar mientras toma un whisky sour y saluda sin parar a unos y otros: “Marrakech es la primera ciudad del país de que está realmente en África. Cuando estás aquí, estás mirando al sur, al atlas, a la fuerza del desierto. Por eso tiene una energía especial”. Poco más que añadir.
Hay un hilo invisible que une los placeres de esta ciudad. Quien compra en Max&Jan acude también al spa del Royal Mansour, y quien lo hace salta a cenar al restaurante francés de La Mamounia y, luego, se come un macaron de postre en Pierre Hermé. Quien sugiere a sus amigos que duerman en Selman les regala unos jabones con aroma a higo, y quien pasa las horas en la piscina de La Sultana se cubre con un caftán de seda y colores para visitar el Museo Yves Saint Laurent y presentarle los respetos al maestro. En Marrakech los placeres se dan y se ocultan y, justo, esa belleza esquiva es lo que buscan y encuentran quienes llegan aquí.
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