Conocida como la “Cuna de la Nación y el Mestizaje”, la ciudad de Tlaxcala fue el encuentro de dos mundos: el prehispánico y el de occidente. Aquí comenzó la conquista española que avanzó después a Tenochtitlan. El sincretismo de su historia puede verse en cada rincón del Centro Histórico, ya sea en los murales del Palacio de Gobierno, en sus diferentes plazas o en sus iglesias.
Su Centro Histórico se extiende por más de medio kilómetro y tiene poco más de 100 edificios construidos entre los siglos XVI al XIX. La Plaza de la Constitución es el principal centro de reunión. A uno de sus costados, está el Palacio de Gobierno —un imperdible en cualquier visita— que en su interior alberga una serie de preciosos murales del artista tlaxcalteca Desiderio Hernández Xochitiotzin, que sintetiza la historia de Tlaxcala.
Muy cerca de ahí se encuentra la Plaza Xicohténcatl, que debe su nombre al guerrero tlaxcalteca Xicohténcatl Axayacatzin, uno de los símbolos de resistencia indígena contra la invasión española. Aquí, los sábados y domingos se instala un tianguis de artesanías que vale la pena recorrer. Después se puede pasar a la popular pulquería La Tía Yola.
El sincretismo de su historia puede verse en cada rincón del Centro Histórico, ya sea en los murales del Palacio de Gobierno, en sus diferentes plazas o en sus iglesias.
Por último, no hay que olvidar que gran parte del atractivo de esta ciudad —y, en general, del estado— es su gastronomía, en la que el maguey y el maíz son los ingredientes principales. Para verdaderamente degustar la cocina tlaxcalteca hay que pedir una carne de borrego envuelta en pencas de maguey y la sopa tlaxcalteca (azteca), cuyo origen se remonta a este estado. (Dato nacional de absoluta relevancia: Tlaxcala significa “lugar donde abundan las tortillas”.) Para terminar el día, nada mejor que sentarse en una banca de plaza con un chocolate y churros de La Casa Azul.