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Tribe Caribe: el profundo arraigo a la historia y cultura de Cayo Hueso en La Habana

Este nuevo hotel boutique está recuperando uno de los edificios más emblemáticos del centro de la Habana y, además, quiere volverse un núcleo creativo para los artistas de la isla y el Caribe.

POR: Michael Snyder

En las décadas de 1950 y 1960, el café en la esquina de Neptuno y Aramburu era el lugar elegido para pasar la noche en el céntrico barrio habanero de Cayo Hueso. Los músicos del barrio, que con el tiempo se convirtieron en íconos como Chano Pozo, Juan Formell y Elena Burke, tocaban hasta el amanecer. Los sonidos de la rumba, el jazz y el filin salían de las puertas francesas del café, rumbo a las calles bordeadas por casas de la clase trabajadora. Cayo Hueso fue La Habana en su forma más paradigmática. Y aún lo es.

A medida que avanzaba el siglo xx, mientras el embargo comercial estadounidense cobraba un precio brutal y el régimen de Castro redobló sus vínculos con la tambaleante Unión Soviética, el Café Neptuno atravesó tiempos difíciles y finalmente cerró. El edificio que lo albergaba, una joya del eclecticismo de principios del siglo xx, se fue desmoronando lentamente. En 2016, cuando el músico y productor discográfico Andrés Levin encontró el edificio por primera vez, estaba dividido en ocho departamentos y las ventanas del Café Neptuno que daban a la calle estaban tapiadas. Tres años después, Levin conoció al empresario canadiense Chris Cornell, quien llevaba más de una década visitando Cuba. Casi de inmediato idearon lo que se convertiría en Tribe Caribe, un hotel boutique profundamente arraigado en la historia y cultura de Cayo Hueso. “Al cabo de dos días –recuerda Cornell– nos estábamos dando la mano”.

Esperaban que Tribe llevara trabajo a un vecindario a menudo ignorado por el turismo, un salvavidas esencial para innumerables familias cubanas, en especial desde que la era Trump impuso límites a las remesas extranjeras. También se convertiría en un centro para creativos de todo el Caribe. “Aquí hay un problema estructural, donde la falta de contacto físico entre estos países ha puesto freno a lo conectados que podríamos estar”, señala Levin, quien nació en Argentina y fue criado por padres que residen, respectivamente, en Estados Unidos y Venezuela. “Queríamos ayudar a crear una voz única para el Caribe en la música, la moda y la cultura; eso significa Jamaica, Cuba y la República Dominicana, pero también México, Colombia y Luisiana”, añade.

Durante más de tres años, Levin y Cornell colaboraron con el arquitecto Orlando Inclán y un equipo de artesanos locales para rehabilitar el edificio. Cornell patrullaba las tiendas de antigüedades y los talleres de artesanos de la ciudad, recolectando y reparando una mezcla ecléctica de muebles (neocolonial, art déco, modernista), mientras buscaba artesanos para restaurar sus balcones de hierro forjado y sus pisos de baldosas de cemento en tecnicolor. En el interior, el curador Sachie Hernández, del colectivo de arte independiente La Sindical, desarrolló un audaz programa de arte contemporáneo, el cual convirtió cada una de las 11 habitaciones del hotel en minigalerías donde las obras entrarían en diálogo entre sí y con el paisaje urbano (y político) del exterior.

En otras palabras, Tribe es mucho más que un simple “oasis” del calor y la energía frenética de La Habana (aunque, por supuesto, lo es en gran medida): es un punto de partida para un compromiso real con las innumerables maravillas y complejidades de la isla. Aprovechando sus décadas de experiencia acumulada en La Habana, Levin y Cornell organizan visitas privadas a estudios de artistas y talleres artesanales, conciertos en azoteas, largas noches de música y baile, cenas en bares clandestinos, omakases y almuerzos privados en los que los invitados pueden conocer a arquitectos, médicos, economistas o historiadores. “La esperanza es que eventualmente surja algo de esas conexiones más allá de simplemente enriquecer la estadía de alguien”, dice Cornell.

No obstante, a pesar de su amplio alcance, Tribe es, en esencia, un proyecto de barrio. Adoptada cínicamente como herramienta de marketing por innumerables proyectos turísticos, esa afirmación puede provocar que se pongan los ojos en blanco. Pero pocos hoteles manifiestan sus compromisos con tanta firmeza o con una alegría tan llamativa y vívida como Tribe. Para empezar, la gran mayoría del personal del hotel creció en Cayo Hueso (varios de ellos recuerdan jugar de niños en el ascensor averiado del edificio, que tardó más de un año en volver a funcionar) y prácticamente nadie proviene de la industria de la hospitalidad. El personal de la recepción, todos ellos jóvenes habaneros, aborda el proyecto con un entusiasmo sincero y contagioso, con especial atención en los detalles.

El hotel también pretende reconectar a los residentes de Cayo Hueso con el rico pasado cultural de su barrio. La primera muestra que se inauguró en el espacio de la galería de la planta baja, por ejemplo, consistió en fotografías y videos del vecindario tomados por el renombrado cineasta cubano Juan Carlos Alom. Para celebrar la inauguración de la exposición y del hotel en diciembre de 2022, Tribe Caribe organizó una fiesta en la calle y abrió sus puertas de par en par a cualquiera que estuviera interesado en ver los resultados de tres años de restauración. Un mes después, en colaboración con el Festival de Jazz anual de La Habana, Tribe trajo al percusionista Pedrito Martínez y a la legendaria banda Los Van Van, ambos grupos con profundas raíces en Cayo Hueso, para un concierto gratuito en el Parque Trillo, el espacio verde central de la zona, ante una multitud de más de 2,000 personas, muchas de las cuales nunca habían tenido oportunidad de ver actuar a los músicos más famosos de su barrio. De cara al futuro, Levin y Cornell esperan seguir utilizando el Parque Trillo como sede al aire libre del Festival de Jazz y, con suerte, participar en la restauración del Palacio de la Rumba, una sala de conciertos cerrada desde 2019 y dedicada a los artistas más emblemáticos de Cayo Hueso. 

El turismo de lujo en un barrio, una ciudad y un país paralizados por una pobreza persistente siempre es éticamente arriesgado. “Venir a Cuba conlleva cierta responsabilidad –señala Levin–. No puedes tan sólo encerrarte en un hotel de cinco estrellas con room service y piscina”. Tribe Caribe (que, por cierto, no tiene piscina) dirige a los huéspedes, gentil y cálidamente, hacia esas preguntas desafiantes y las conversaciones enriquecedoras que provocan. La disonancia también es hermosa. 

 
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