La pose del turista, un portafolio de Andrea Tejeda

La fotógrafa Andrea Tejeda formó este portafolio donde encontramos algunos patrones inconfundibles de la fotografía de los turistas.

27 Aug 2024

Una selfie de Andrea en el desierto, posando como turista.

Cada vez que Andrea salía de viaje, regresaba a casa con fotos de objetos y lugares que no tenían sentido para nadie más que ella. “¿Qué son estás piedras en el piso?”, le recriminaba su mamá, que esperaba ver imágenes del Big Ben o el Palacio de Buckingham cuando volvía de Londres.

Ella tenía el ojo puesto en otro lado. Prefería fotografiar los detalles escondidos a simple vista y, sin saberlo, también a otros turistas. Mientras la multitud a su alrededor se peleaba por el mejor ángulo o lograba contorsiones imposibles para retratar lo que todos querían ver, Andrea los retrataba a ellos.

Al principio fue inconsciente, los turistas se colaban en sus tomas de viaje sin que ella lo buscara. Pero después, al revisar su archivo de fotos, algo así como 14 discos duros, distinguió un patrón: su mirada siempre se cruzaba con la de otros viajeros.

Ahí estaba la peculiar manía de los turistas por crear un registro de sus vacaciones y entonces, siempre intrigada por la memoria y su relación con la fotografía, Andrea empezó esta serie, con toda la intención de explorar sus métodos y formas menos evidentes.

Hay algo que queda muy claro: la mera contemplación no les alcanza a los turistas. De pie frente a lo que han viajado para ver, desenfundan cámaras y celulares casi por protocolo. Pareciera una operación requerida, como bajar la voz en una biblioteca o no tocar las esculturas en un museo. Pero ésta no es una compulsión impuesta. Bueno, al menos no creo que de una manera tan obvia.

Con sus fotos, los viajeros piensan que resisten a la fragilidad de la memoria y el paso del tiempo. Se curan en salud ante la irremediable progresión del olvido. Sin embargo, Andrea cree que todo resulta en lo opuesto, en un paradójico detrimento de la memoria. “Hay una obsesión por lo visual –explica–, si no lo viste, no existió y, si no lo registraste, no lo viste”. Sin nuestras referencias gráficas quedaríamos a la deriva, porque “no sabemos vivir más que a través de lo visual”.

En las fotos quedan los únicos recuerdos de viaje, ya ni siquiera en reflexiones o conversaciones. Pero con ellos también estamos creando “recuerdos estandarizados”: consensos sobre lo que vale la pena fotografiar, sobre cómo hay que fotografiarlo y, con la introducción de la digitalidad, además todo está bajo nuestro control. “Nuestra memoria está hecha a la medida –piensa Andrea–, nos recordaremos como queramos ser recordados”.

Desde luego que las redes sociales tienen un papel importante en esta dinámica. El fomo y otros mecanismos nos exigen un registro y reporte inmediatos. Si no lo comparto, tampoco fui. Lo más importante es que esas fotografías salgan bien y siempre serán beneficiadas si alguien aparece en ellas.

El escenario incluso queda en un segundo plano, de manera literal. El lugar ya no importa tanto como la estética, o el viaje como nosotros mismos, quienes, después de todo, seremos los únicos protagonistas de nuestro recuerdo. No sólo se trata de tomar la foto, sino, cuando sea posible, de aparecer en ella.

“Siempre hay una performatividad enfrente del monumento”, observa Andrea. De hecho, hemos creado mecanismos como la selfie, el duck face, la mano en la cintura, los corazones o los símbolos de paz con los dedos. ¿Quién podría resistirse a tomarse una foto ‘recargado’ en la torre inclinada de Pisa? Es impresionante cómo, cuando la cámara sube, la gente cambia el cuerpo y todos toman la misma pose del turista.

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