Mérida crece y crece y hay una lista considerable de nuevas cosas que ver y de lugares para comer en cada esquina pero, cuando le pregunté a Turco (fotógrafo, colaborador constante de Travesías desde hace años, y un local en Mérida) dónde podríamos almorzar un viernes a las 13:00 hrs, contestó que la mejor opción era El Toro en Progreso.
A unas cuadras de la playa y lejos de las pretensiones, este lugar tiene una historia muy larga como un restaurante sencillo con manteles rojos, un cuadro de un detalle de una copa de coñac, un cangrejo hiperrealista más grande de lo normal, fotos antiguas de Progreso forradas de plástico, un cuadro de Pinocho que espanta y un estéreo mini con todos los oldies but goodies.
Acompañamos los primeros ojos rojos —michelada con un poco de clamato— con una botana que va cambiando con cada nueva chela que deja huella en la mesa de plástico: betabel encurtido, chayote enchilado, ceviche de camarón… con el calor de estos rumbos, no importaán cuyos ventiladores tenga El Toro, vas a probar muchas botanas.
El momento estelar es el pescado frito. Nosotros escogimos un robalo, que se fríe en un tambo estilo carnitas y en unos 10 minutos lo tienes en la mesa, con tortillas hechas a mano, arroz, repollo y salsa de habanero. El pescado queda tan en su punto que la carne se despega con el mínimo esfuerzo. La textura en un taco es muy especial por el contraste entre la piel crujiente y la carne suave. Te puedes pasar la vida comiéndote este pescado hasta sus huesos.
De aquí quiero despechar todos los viernes.