Hay un refrán callejero que asegura que “todo entra por los ojos”, sin embargo, en el caso de Bogotá, creo que es válido afirmar que “todo entra por la boca”. En esta ciudad se come. Además de eso, se baila. Se aprende. Se descubre. Se encuentra uno mismo. Esta ciudad es para sentirse vivo a cada minuto, no hay tiempo para estar aburrido porque en cada esquina hay un plan diferente para quien esté dispuesto a navegarla y aventurarse a descubrirla.
Bogotá, como muchas otras ciudades del mundo, se ha dividido orgánicamente en zonas específicas para cada público, sin ser excluyente. Cada barrio en esta ciudad le entrega al visitante una experiencia singular, siempre con la naturaleza vibrante de una urbe que nunca para y que ha decidido hacer de sí misma un lugar para todas y todos.
EL LADO A
Por: Silvia Juliana Suárez
Empecemos este recorrido por el norte de la ciudad, exactamente en Usaquén, un barrio tradicional que se ha convertido en el destino ideal para visitar en plan familiar: muy tranquilo, especialmente en domingo, cuando las calles alrededor de su plaza se llenan de visitantes que llegan en busca de artesanías, antigüedades, piedras decorativas, inciensos y otras curiosidades que se encuentran en su mercado de pulgas (parecido a un tianguis mexicano). Caminando por el barrio está la plaza central, justo enfrente de la iglesia de Santa Bárbara y rodeada de una arquitectura que aún conserva rasgos coloniales. El plan típico bogotano es llegar hasta aquí, sentarse en una de las bancas de la plaza y comerse un helado mientras se ve a los cuenteros o músicos que muestran su arte. La joya escondida de Usaquén es El Altillo Café, en el que sirven las mejores empanadas argentinas de la ciudad.
Para estar en la zona trendy de Bogotá, sí o sí hay que visitar el Parque de la 93 y la Zona T. Ambos están conformados por un par de calles con restaurantes y tiendas de lujo, donde los andenes se convierten en pasarelas en las que todos quieren mostrar su mejor “pinta”. Aquí, el outfit siempre es el rey, bogotanas y bogotanos lo saben muy bien.
Cerca del Parque de la 93 está el Click Clack Hotel, único en su tipo en la ciudad y en la misma onda que otros en el mundo, como el Ace Hotel en Nueva York. El Click Clack no sólo es un espacio transitorio para sus huéspedes donde se quedan a dormir y ya, sino que mezcla buen rollo, arte y hospitalidad para lograr un espacio experiencial que invita a huéspedes y visitantes a quedarse más de la cuenta. En el último piso está Apache, un bar con vista a toda la ciudad y que se asemeja a una cantina del medio oeste gringo, donde la especialidad son los gin tonics y la hamburguesa.
Muy a la vista, pero a la vez escondido, en el costado norte del Parque de la 93 hay un edificio blanco: el Centro de Diseño Portobelo. Aunque desde afuera no tiene un atractivo particular, en su interior hay galerías de arte, joyerías colombianas como Jorge Liévano o Sonia Heilbron, o la sastrería de Simón Martelo, Martelo Bespoke, en la que él mismo toma las medidas y corta los moldes de la tela para que todo quede perfecto. Este espacio, poco conocido, guarda tesoros del diseño colombiano.
En el costado sur está el Hotel Salvio, un elegante complejo de apartasuites que también tiene un espacio abierto al público en sus primeros niveles; allí están Brera y Ko, dos de los restaurantes más destacados de la zona, el primero de cocina italiana y el segundo de comida asiática. En el rooftop de Salvio nos espera Vista Corona, el lugar perfecto para ver cómo cae el sol con una buena cerveza.
Más al sur están la calle 85 y la Zona T. Aquí fue donde todos empezamos a ir de fiesta cuando ya teníamos edad suficiente: los bares de reguetón se agolpan lado a lado de la calle, formando un corredor de música y buena onda que recibe a todo aquel que esté listo para bailar hasta el amanecer. La fiesta puede empezar en Sánchez, una cervecería con una vibra indie que se concentra en exponer lo mejor de los nuevos sonidos colombianos; la cerveza de gulupa es su especialidad y dentro hay una versión pequeña de Roma Records, la conocida tienda de discos.
A pocos pasos de Sánchez, al fondo de una calle cerrada, está Egua, un nuevo restaurante bar con una carta pequeña pero deliciosa, estilo dim sum, perfecta para coctelear y comer algo en grupo. Egua forma parte de los bares capitalinos que se empiezan a preocupar por darle un espacio a DJ locales que proponen nuevos y diferentes sonidos, alejados de las ondas tropicales a las que estamos acostumbrados.
Un paso obligado en la Zona T es Pravda, que tiene los mejores martinis de la ciudad; créanme cuando les digo que con uno es suficiente. Y listo, con la energía de la ginebra y el vermut uno está preparado para bailar toda la noche en Bungalow, Furia, Incógnito, El Coq o el ya muy conocido Andrés Carne de Res, todos excelentes bares en la zona para hacer bar hopping, ¿por qué no?
Para descubrir el lado más alternativo y hipster de Bogotá hay que ir a Chapinero, o Chapiyork, como lo llaman algunos haciendo alusión a la energía artística y creativa que se siente en esta zona de la ciudad. Aquí está el verdadero corazón del boom gastronómico que vive Bogotá en este momento. Mi favorito es Mesa Franca, nombrado uno de los 50 mejores restaurantes de Latinoamérica por The World’s 50 Best; su fetuccini achiotado es imperdible. LEO y El Casual de Leo, de la reconocida chef Leonor Espinosa, redescubren la mesa colombiana de nuestra anterior parada. Y, para acompañar la tarde, lo ideal es probar los amasijos colombianos en Diosa Café: achiras, envueltos de mazorca, arepas de yuca o choclo, tamales y galletas, junto con una buena aguapanela caliente, ayudarán a superar el frío bogotano.
Chapinero es, principalmente, un lugar para la cultura y la expresión artística. San Felipe se ha convertido en el distrito de arte en Bogotá y en sus calles se reúnen galerías como SGR, Espacio KB, DC, Beat Bop, Firma de Arte y muchas más, siempre abiertas al público durante Open San Felipe, el festival de puertas abiertas que se hace periódicamente en el barrio para acercar a los bogotanos al arte. En este barrio también hay restaurantes que vale la pena probar; aunque a simple vista no parecen ser especiales, su sabor da la cara: Ahumao, una sanguchería que cocina las carnes al cilindro peruano, y Pizza Obrador, donde la protagonista es, evidentemente, la pizza.
Ahora, si la cuestión es ir de compras y encontrar tesoros de moda y diseño, hay que ir a Guay, especializado en ropa vintage, o Casa Creciente, que guarda las joyas diseñadas por Aysha Bilgrami, así como la sastrería para mujeres Atelier Crump, o Casa Precis y Casa Santamaría, dos espacios en la calle de los anticuarios que albergan diferentes marcas colombianas con todo tipo de propuestas. Para libros, prints, fanzines, arte y objetos, en Chapinero también hay librerías con un diseño exquisito que alegra el ojo por su buen gusto: NADA, Santo y Seña y Wilborada.
La noche y la fiesta también se pueden vivir en Chapinero. Lo ideal es empezar con un coctel en Café Rico o en Siga, donde la especialidad son los tragos con viche, una bebida artesanal del Pacífico colombiano que, algunos aseguran, no da “tanto” guayabo, como le decimos en Colombia a la reseca. Yo no me cuento dentro de esos algunos. Si todavía no estás listo para bailar y quieres darle un poco más de actitud a la noche, están Paradisco y Súper Rayo, dos bares de escucha especializados en que el sonido producido por los DJ, seleccionados cuidadosamente cada noche, sea el protagonista del lugar.
Ahora sí, ¡es hora de bailar! Las pistas de baile en Chapinero van desde reguetón hasta post punk; me atrevería a decir que son el espacio más incluyente de esta ciudad, conocida por abrirle las puertas a quien la necesite y esté dispuesto a amarla. Mi pista favorita es la de ODEM (Observatorio Distrital del Exilio Musical), un bar en una esquina de la Plaza de Lourdes, con vista a la iglesia que lleva este mismo nombre y que adorna, y quizá asusta, con su arquitectura gótica. Y si la rumba se acaba, pero la energía aún sigue a tope, basta con caminar a la siguiente calle, entre casinos y licoreras trasnochadas, y rematar en Videoclub, el bar de música electrónica más conocido de Bogotá.
Se acaba la noche y es hora de seguir explorando esta ciudad. Nos falta conocer dos barrios que encapsulan la energía bohemia de Bogotá: Teusaquillo y La Macarena. Teusaquillo fue una de las localidades que marcó la pauta en urbanismo y arquitectura a finales de los años veinte; gracias a los dioses de la estética, sus casas de estilo inglés aún no han sido demolidas para levantar edificios gigantes y modernos. Una de sus mayores curiosidades es que allí, en una esquina, está ubicada la casa azul de Betty, la protagonista de la famosísima novela colombiana Yo soy Betty, la fea, que ya se ha convertido en lugar de peregrinación para los fanáticos de todas partes del mundo.
La mayor joya de Teusaquillo es el Parkway, un parque alargado que cruza varias calles, creando un corredor verde en el que se encuentran los vecinos del barrio para sacar a sus perros a pasear, tomarse un tinto o, incluso, una cerveza allí mismo en el andén, mientras alguien toca una guitarra. A un costado del Parkway está Salonika, un restaurante atendido por Giorgio, su propietario, quien primero llegó a Cartagena, allí se enamoró y luego vino a Bogotá, lo que resultó en esta esquina con las mejores papas griegas de la ciudad. Para tomarse una cerveza artesanal en un lugar lleno de color, Diosa Cervecería es la indicada; hay que entrar hasta el patio para encontrarse con Matorral, una librería independiente escondida dentro de esta maravillosa casa.
Para terminar, y adornado con las Torres del Parque, una de las obras más emblemáticas del arquitecto colombiano Rogelio Salmona, está el barrio La Macarena. Conocido en toda la ciudad como el “barrio de los artistas”, cuenta con galerías muy especiales: El Dorado, NC Arte y SN maCarena. También a pocos pasos está el Museo Nacional de Colombia, un edificio que vale la pena visitar no sólo por sus colecciones, sino por su arquitectura, pues el edificio solía ser una cárcel y ahora se le conoce como “el panóptico”. En esta zona también está el Mambo, o Museo de Arte Moderno de Bogotá, también diseñado por Rogelio Salmona, en 1985.La Macarena, además de arte, ofrece una experiencia gastronómica especial. En la Carrera Quinta, a lo largo de cinco calles, hay más de 20 restaurantes con variedades que incluyen cocina española, italiana, peruana, argentina, árabe y colombiana, con el twist especial de los chefs más creativos. No hay que perderse la pasta carbonara de La Monferrina y el sándwich de cerdo confitado en Sándwich Taller. Ahora bien, si lo que buscas es algo más tradicional, en La Macarena está la plaza de mercado de La Perseverancia, un espacio que ha sido desarrollado especialmente para el deleite de quien quiera comer un plato muy, muy, muy colombiano, y en su plazoleta de comida se encuentra todo lo necesario para los que quieren afirmar que fueron y probaron el país.