The Glenlivet en el Museo Anahuacalli: experiencias originales por tradición
Las referencias a la arquitectura prehispánica en el Anahuacalli son evidentes, sin embargo, este espacio también es ejemplo de innovación y modernidad. Una curiosa combinación que también caracteriza a The Glenlivet
POR: Contenido Patrocinado \ FOTO: Diego Berruecos
Son las 7:00 pm y el Anahuacalli ya ha cerrado sus puertas al público. El enorme edificio de piedra volcánica se levanta frente a nosotros, vacío y listo —como todos los edificios vacíos siempre parecen estar— para ser explorado. Karla Niño de Rivera, curadora del museo, será nuestra guía esta noche, y detrás de ella se extiende la explanada principal del recinto. Tras unas palabras de bienvenida por parte de Alex Millán, embajador de The Glenlivet, la marca que ha hecho esta experiencia posible, Karla comienza a hablarnos.
“Lejos de los murales que pintó en el Centro Histórico, el Anahuacalli es la verdadera obra maestra de Diego Rivera”, asegura. Este edificio fue diseñado enteramente por el muralista, quien lo levantó en dupla con Juan O’Gorman. Sus líneas remiten al instante a la arquitectura prehispánica mesoamericana: el talud-tablero en los bordes es un elemento característico de Teotihuacán, mientras que la pequeña puerta que apenas y se asoma en el frente es un arco falso, típico del estilo Puuc. Sin embargo, un enorme ventanal completa la fachada: una señal moderna que nos habla de la fascinación que Diego sentía por las máquinas y la industria tras haber pasado temporadas en Detroit y Nueva York.
Pero antes de entrar al edificio, The Glenlivet nos presenta un cóctel que marca el comienzo de la experiencia. Sin embargo, la presentación nos llama la atención: en lugar de vasos, tomamos una cuchara y nos formamos para recibir una cápsula. Dentro de ella, nos informan, se encuentra una versión elaborada con whisky de la clásica Paloma. La cápsula revienta tan pronto y como toca el paladar, causando una sensación inesperada, pero interesante, que parece augurar que la noche estará marcada de sorpresas. Y ahora sí entramos al Anahuacalli.
Al ingresar, Karla nos pide alzar la cabeza y mirar arriba. Un discreto mosaico de la diosa mexica Coatlicue realizado sobre el techo nos da la bienvenida. Cada uno de los tres pisos del Anahuacalli simboliza un nivel del universo, y el primero, donde nos encontramos, representa el inframundo. La obscuridad del espacio y la sensación de cueva, de portal incluso, refuerzan la idea.
Los muros albergan repisas y vitrinas repletas de piezas precolombinas, pero a diferencia de la clásica museografía cronológica que organiza las piezas por cultura y fecha, aquí están ordenadas por valor estético. Pocos saben que este recinto fue inaugurado en 1964, apenas unos meses después que el Museo Nacional de Antropología, pero frente al discurso oficialista que este último mostraba, la colección del Anahuacalli se distinguió por su orden más lúdico, casi como los cócteles que tomamos antes, que cambiaron el vaso old fashion por las cápsulas.
Antes de subir a la terraza, ejemplo del plano celestial, hacemos una pausa en una de las esquinas que está cubierta de piso a techo con pequeñas representaciones de Tláloc. Estando en época de lluvias, es imposible no percatarse de la humedad y el salitre que se filtra por las paredes, señal de que el edificio, hecho de materiales extraídos del mismo sitio, sigue respirando.
Una vez arriba, logramos observar los cerros cercanos y el resto de la ciudad, pero también notamos que el museo está rodeado por su propia reserva natural. Al inicio del proyecto, Rivera vislumbró construir aquí, en un terreno pedregoso que originalmente fue parte del extenso pedregal generado por la erupción del volcán Xitle, hace unos 2 mil años, su propia ciudad de las artes, pero el plan permaneció como un sueño. No obstante, casi 60 años después, hoy el museo está preparando una expansión que busca reinterpretar y materializar la idea original del muralista. Una muestra de que incluso los museos, que suelen pensarse como sitios donde nada cambia, siguen evolucionando.
Finalmente, llegamos a la sala principal, que representa el plano terrenal y donde el muralista alguna vez soñó con tener un estudio abierto para que la gente pudiera observarlo pintando. Karla explica cada detalle: el origen de las piezas prehispánicas que llenan las vitrinas, el simbolismo del edificio y un sinfín de anécdotas interesantes de la vida de Diego.
Después de transitar por el interior del edificio, regresamos a la plaza y llegó el momento de degustar, también en cápsulas, los otros dos cócteles que The Glenlivet ideó: The Last King, que reinterpreta de una manera tropical el clásico whisky al añadirle piña y especias, y Ool La La, un cóctel veraniego que combina whisky con té oolong y jarabe de vainilla.
Lejos del clásico a las rocas, los cócteles y las cápsulas demuestran que incluso una bebida como el whisky single malt tradicional puede ser usada para innovar, de la misma manera que las culturas prehispánicas fueron la inspiración de Rivera para crear un espacio único e irrepetible. Es curioso hacer el paralelismo entre esta experiencia de degustación y la manera en la que, según Karla nos contó, Diego nunca dejó de interactuar con su colección, buscando darle vida a esas figuras del pasado en sus obras del momento. Al anochecer, y antes de que las luces se apaguen, es imposible no ver este recinto con nuevos ojos: resalta con claridad la perspectiva de la arquitectura precolombina que fue reinterpretada por Rivera para crear un espacio tan atemporal como moderno. Si algo nos queda claro, es que, y aunque en un principio asociamos el Anahuacalli con una pirámide, tras verlo y recorrerlo detalladamente, nos encontramos en un espacio totalmente original.
Esta experiencia fue parte de ‘Experiencias originales por tradición: The Glenlivet & Club Travesías’, una serie de tres eventos organizados por la marca y los cuales tuvieron como sede al Museo Anahuacalli, al Monumento a la Revolución y al Parque Quetzalcóatl.
Especiales del mundo
Travesías Recomienda
También podría interesarte.