No muy lejos de Cannes y el mar Mediterráneo, la localidad francesa de Grasse se ha consolidado como la capital de la perfumería desde el siglo XVI. Famosa por producir lavanda, jazmines y nardos, este pueblo resguarda asimismo los campos de rosas más codiciados del mundo de la perfumería. No es de sorprender entonces que, cuando los fundadores de Le Labo, Eddie Roschi y Fabrice Penot, buscaron la mejor esencia de rosa para su perfume Rose 31, volteasen a ver a esta pequeña y legendaria ciudad gala.
Se suele decir que el ambiente forma parte de los productos, y el caso de Grasse no es la excepción. Además de generar un microclima perfecto para el cultivo de flores, su ubicación geográfica al pie de los pre-alpes franceses, imbuye a los capullos que ahí se cosechan de un aroma especial, producto de la combinación del aire del Mediterráneo y el de las montañas.
Grasse, y su colección de flores excepcionales
Si bien las rosas se caracterizan por sus aromas suaves y dulces, la fragancia de la variante de Grasse, también conocida como rosa de mayo o centifolia, es excepcionalmente fuerte. Como su nombre sugiere, florece una sola vez al año, durante el mes de mayo, y para conseguir extraer un solo kilogramo de esencia (también conocida como absolu) se necesitan 300 000 rosas, cada una de las cuales es recolectada a mano, y de preferencia, al atardecer, cuando su aroma es más potente. El tiempo de cosecha de las principales flores de la localidad, es también uno de fiesta, y cada primer fin de semana de agosto por ejemplo, se inician las celebraciones de la fiesta de los jasmines.
Un savoir-faire de más de trescientos años
Sin embargo, tener la ubicación geográfica idónea no es suficiente. En Grasse, de lo que se trata, es de tener el savoir-faire necesario tanto para poder cultivar las flores, como para saber manipularlas en pos de extraer sus esencias. Y con una experiencia de más de trescientos años en el oficio, este conocimiento fluye por las calles del poblado tan libremente como el aroma de los flores que crecen en sus alrededores.
Y aunque sea difícil imaginar lo contrario, esto no siempre fue así. Durante buena parte de la Edad Media, Grasse se consolidó como un centro peletero, exportando pieles curtidas a través de los puertos de Cannes y Génova. Fue hasta el siglo XVI cuando empezó a surgir una pequeña industria perfumista para mejorar el aroma de los artículos de cuero que se exportaban, y cuando la reina de Francia, Catalina de Médici, se enamoró de unos guantes perfumados que habían sido confeccionados en la localidad francesa, la suerte de Grasse se selló.
La importancia atemporal de las flores
En la actualidad, probablemente no haya ninguna persona que, trabajando en el mundo de la alta perfumería, no haya pasado por Grasse. Ya sea que estudiar y entrenar la nariz, o para conocer de cerca las flores que componen algunos de los perfumes más legendarios del mundo, la localidad francesa no deja de cautivar. Y si bien el auge de otros centros productores de esencias (como Egipto o Marruecos), aunado a la invención de las fragancias químicas, disminuyó considerablemente su importancia a mediados del siglo XX, hoy en día las principales casas perfumistas han regresado a este poblado, atraídas, como lo estuvo en su momento Catalina de Médici, por la calidad excepcional de sus flores. Para muestra, basta la rosa de Mayo de Grasse.
La rosa de Mayo es el ingrediente principal de ‘Rose 31’, una de las 18 fragancias producidas por Le Labo. Disponible en sus puntos de venta de la Ciudad de México.