Beber el mejor whisky del mundo en el cielo
Así se siente una cata a 30,000 pies de altura.
POR: Issa Plancarte
Aquellos que devoramos cada capítulo de la serie Mad Men compartimos el anhelo por esa época en la que viajar en avión resultaba todo un acontecimiento. Los crocs y las botas ugg jamás tendrían cabida en ese mundo de trajes impecablemente planchados, pañuelos en la solapa, zapatos boleados, vestidos y sombreros a juego.
Tuvieron que pasar varias décadas para que la utopía del glamur que traía consigo viajar volviera, aunque haya sido por un instante efímero. Por un momento, todos los que estábamos en un vuelo de Aeroméxico rumbo a la ciudad de Nueva York nos sentimos Don Draper.
Todo comenzó al alcanzar 30, 000 pies de altura. El capitán anunció por los altavoces que nos esperaba una sorpresa y que bajáramos nuestras mesitas si queríamos ser parte de una cata de Johnnie Walker Blue Label. Miradas nerviosas se cruzaron, unos se quitaban los audífonos, otro puso en pausa el sistema de entretenimiento y alguno más era despertado por el compañero de vuelo para que no se perdiera aquello. Entonces, detrás de una cortinita apareció un carrito de ensueño en el que había tres etiquetas Johnnie Walker: Gold Label, Aged 18 Years y Blue Label.
Pronto, comenzó una obra a tres tiempos en el que el primer acto, vasos se posaron sobre una manteleta de cata. El segundo se anunció con el inconfundible acento afrancesado-chilango de Matthieu Guerpillon en los altavoces —embajador de Diageo Scotch en México—, quien explicaba qué aromas y sabores reconocer en cada vaso. Desde el perfil cremoso con notas de miel de Gold Label; las notas de malta, caramelo, almendra y vainilla cremosa de 18 Years, hasta finalizar con toques de avellana, jerez, naranja, jengibre, sándalo, pimienta y chocolate amargo de Blue Label. El último acto consistió en sorber, comparar y elegir el favorito particular.
«La profundidad que tiene Blue Label es única. No lo domesticas. Tiene un lado salvaje al que tienes que tenerle respeto. Nunca sabe igual. Su percepción y
recepción es distinta cada vez que lo pruebas y eso es marca de los grandes whiskys. Blue Label es tan disruptivo que no lo entiendes a la primera. Por eso deja huella», comentaba Guerpillon mientras caminaba por cada asiento escuchando lo que cada pasajero opinaba sobre la icónica etiqueta azul.
El ejercicio sui generis fue creación de Johnnie Walker y Aeroméxico quienes decidieron hacer una experiencia única en el mundo—no se ha hecho en ninguna otra línea aérea—. Mientras miles de voces preguntaban porqué hacerlo, ellos respondían “por qué no?”. De esta manera, los desconocidos que sólo éramos compañeros de asiento con destino a Manhattan, nos convertimos en compañeros de bar que comparaban notas de cata al mismo tiempo que contábamos historias de viaje y de la vida.
«Lo mejor que te puedes llevar de una experiencia de whisky es el recuerdo», comentó sabiamente Matthieu Guerpillon a los pasajeros del vuelo 404, quienes llegaron a Nueva York con la sensación de haber hecho también una breve escala en Escocia.
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