Un recorrido por los parques nacionales de Estados Unidos

Desde los iconos hollywoodienses de California hasta el mejor lugar del planeta para observar lobos.

06 Sep 2017
Un recorrido por los parques nacionales de Estados Unidos

Los árboles crujen y vibran como instrumentos que acarician el viento, unos buitres dan vueltas alrededor de una carcasa, un coyote se escapa de entre los copos de nieve. De repente, con las primeras luces del día, aparece un oso grizzly en el retrovisor del coche, en pleno valle de Hayden. Así amanece en Yellowstone ¿o será una alucinación colectiva? Incluso antes de poner un pie allí, uno ya está bajo la influencia del peso simbólico de Hollywood: desde los westerns rodados en el Gran Cañón hasta las escenas de culto de Star Wars filmadas en Redwood o en el Valle de la Muerte.

No se habían detenido los motores del avión, en la pista de San Francisco, y ya queríamos salir corriendo y sumergirnos en la naturaleza, volver a lo básico, perdernos en los parques americanos del oeste, experimentar un entorno natural auténtico, esa idea de un santuario salvaje, virgen, que el hombre venera sin ser totalmente parte de él. “Si no es por su cultura, la naturaleza de América, al menos, debe despertar la admiración del mundo”, argumentó en 1784, Thomas Jefferson, quien luego sería presidente de Estados Unidos.

Esa idea genial inspiró la creación de los primeros parques nacionales en el mundo, Yellowstone, en Wyoming en 1872, y Yosemite, en California en 1890. Hoy en día, hay 59 parques nacionales en Estados Unidos —la gran mayoría en el oeste— más 350 sitios del patrimonio administrado por el Servicio de Parques Nacionales (NPS), una agencia federal creada en 1916 y que este año está celebrando su centenario.

Pasó a la historia como America’s best idea. Un término utilizado por primera vez en 1983 por el novelista, historiador y ecologista Wallace Stegner: “Ésta es la mejor idea que hemos tenido, escribió. Absolutamente americana, absolutamente democrática. Los parques reflejan lo mejor de nosotros”.

Con motivo del centenario, personalidades como Michelle Obama y Laura Bush retomaron el lema en unos spots publicitarios para animar a los visitantes a encontrar “su” parque a través del sitio findyourpark.com. Difícil no compartir su entusiasmo. En los parques del oeste abundan los tesoros: nosotros elegimos empezar por los parques urbanos de San Francisco —el Golden Gate Park y la isla de Alcatraz— y de paso probar los últimos places to be del Golden State; seguir con los árboles más grandes del planeta en el Parque Nacional de las Secuoyas y acabar con el mejor lugar en el mundo para observar lobos, Yellowstone, ya muy cerca de Canadá.

El lado más verde de San Francisco

Alcatraz es mucho más que una prisión: reserva natural para las aves, fuerte militar y un lugar de protesta indígena que tomó la isla en 1969. Evacuados con excavadoras por el presidente Nixon en 1971, los indígenas regresaron este año a repintar en un rojo intenso: “indios bienvenidos” y “paz”, mensajes que se habían desvanecido de las paredes de Alcatraz.

Tomar el barco a Alcatraz cuesta unos 100 dólares para una familia de cuatro. Pero existen alternativas para disfrutar de estos hitos gratis según Bob, un local que en cuestión de minutos se convirtió en nuestro guía improvisado. “Vivo con 150 dólares al mes enfrente de las casas más caras en California”, se ríe detrás de su barba, en Sausalito, desde el otro lado de la bahía en su colorida lancha.

Debajo del Golden Gate, cerca del parque nacional, Bob forma parte de la comunidad anchor out que ancla gratis sus barcos casi debajo del puente y se despierta cada mañana con las mejores vistas de Alcatraz. Vive de manera autosuficiente gracias, por ejemplo, a los sistemas de paneles solares. Los anchor out subrayan una paradoja: luchan por mantener el parque público de Sausalito entre las dos atracciones, “este pedazo de espacio público donde todavía no hay rejas”, y ofrecen “sin boleto de entrada” un paseo a quien quiera acercarse y charlar.

Bob y sus compadres no están convencidos con la “mejor idea de América”, la cual ven limitada a ciertas zonas y públicos mientras se destruyen otros parques un kilómetro más lejos: animan al viajero a explorar los íconos de San Francisco, fuera de los senderos taquilleros.

En cuanto al Golden Gate, no hay objeción: se aprecia mejor cuando cae el sol, en bicicleta. Lo ideal entre las dos visitas es una degustación de vinos californianos en Bluxome Street Winery, una bodega de calidad en un ambiente relajado, ¡incluso los locales vienen aquí a tomarse una copa con su perro! Otra parada en el camino es The Market. La crème de la crème del mundo hipster y gourmet de San Francisco a precio justo. Uno compra en los distintos estands la mejor carne de denominación de origen, un sushi o un taco, como en un supermercado, pero con una copa en la mano. El cliente hace su propio mix y se sienta en unas de las mesas de madera colectivas en el centro.

Los más grandes… del mundo

Cuatro horas de viaje más tarde, nos volvimos liliputienses entre los troncos de secuoyas gigantes de Sequoia National Park. Apenas se vislumbra la cima del General Sherman (el árbol con mayor volumen en el mundo), a más de 80 metros, ¡el equivalente a un edificio de 30 pisos! Estos árboles, entre los más antiguos (hasta 3200 años) y los más imponentes del planeta, tienen su reino en este parque, en la vertiente occidental de la Sierra Nevada de California. Pareciera un océano esmeralda que recubre la montaña. Un océano en peligro.

Adrian Das, un científico del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS), hizo un angustioso descubrimiento: las secuoyas habían perdido 50 por ciento de su follaje en 2012. Para él, la culpable es, sin duda, la gran sequía de California que empezó en 2012, la más larga y la más grave que se haya registrado. En combinación con el calentamiento global (+ 1° C entre 2012 y 2015 en el estado), el coctel es explosivo.

Desde la punta del monolito de Moro Rock, el mejor lugar para ver el atardecer, Woody Smeck, director del Parque Nacional de las Secuoyas, confirma la extensión del daño: “En esta zona, un cuarto de los árboles están muertos, sus hojas son de color marrón”, se lamenta. “Los otros árboles, como los pinos, no resisten la sequía como las secuoyas a pesar de un aumento del 75 por ciento de las lluvias debido a El Niño”.

Yellowstone: el reino de los lobos

La última etapa del viaje es la más fría, la más remota, la más salvaje. Cambiemos los shorts por guantes, gorros, ropa que aguante temperaturas negativas y nieve. A casi tres horas de vuelo de California, llegar a Yellowstone se parece al comienzo de un safari. Antes de entrar al parque ya cruzan en el medio de la calle bisontes enormes y sus bebés o familias de wapitíes. Pero el animal más buscado es, sin duda, el lobo, exterminado por el gobierno federal hace 70 años (se consideraba una amenaza) y reintroducido en 1996. No es nada fácil encontrarle.

Hay que estar en la jugada antes de las seis de la mañana en el valle de Lamar, en el corazón de Yellowstone, cuando el sol se levanta detrás de las Montañas Rocosas y localizar las escasas camionetas que pasan volando entre los vapores de géiseres para unirse a Rick. Rick McIntyre, la radio en una mano, su telescopio en la otra, es el biólogo de campo del Wolf Project.

Con la ayuda de un puñado de apasionados que comparten unos cien walkies-talkies, sigue al canis lupus (lobo) a diario, armado con una antena que detecta sus collares GPS. Los turistas lo entendieron: en temporada alta, de mayo a agosto, colas de 300 coches se forman detrás del biólogo. Encuentra a Rick, sus antenas y sus compinches, y encontrarás a los lobos. Por las dudas, le pedimos ayuda a Cara McGary, una de las pocas guías con acceso a la red de radios que usa Rick.

Una vez que encontramos a Rick, lo que sigue es pegar nuestros ojos en los telescopios. Desde la reintroducción de la especie en el parque gracias al Wolf Project, con ejemplares traídos de Canadá, no pasa un solo día sin que Rick los vea. Aparecen unos pequeños puntos negros, rápidos, enigmáticos, escondidos entre los bisontes. Los lobos tienen un miedo natural a los humanos, casi nunca se acercan a más de 500 metros. La ayuda de los expertos es crucial para dirigir los binoculares al sitio correcto. Compartiendo emocionados su pasión, los Wolf Watchers dan una mano a los novatos.

Ese día, los lobos se preparan para cazar un bebé bisonte que defienden sus padres, cada uno debe pesar una tonelada. Una batalla desigual. Sólo lograrán sacar algunos mordiscos al pobre bebé. “Para los lobos es muy difícil alimentarse. Mediante la observación de este fracaso, la gente entiende que la idea del lobo todopoderoso y vicioso es un mito”, nos cuenta Rick sin levantar la vista de su telescopio. Él mismo aprende todos los días, “hace poco vi un bisonte madre aventar a un lobo que hizo varios círculos en el aire antes de caer de nuevo en sus pies y sin lesiones”, elástico como un gato.

Ahora entendemos por qué es el mejor lugar del mundo para observar lobos, estas escenas surrealistas son cotidianas. Los niños locales ya saben conectar su iPhone a los telescopios de los “grandes” aficionados y llenan las redes sociales de su amor por los lobos.

Los lobos dejaron su huella en todo el parque gracias al famoso fenómeno de las “cascadas tróficas”: los carnívoros curan su entorno, éste es el principal interés de su reintroducción. Doug Smith, pedagogo y director del Wolf Project, explica los efectos positivos en cascada de los lobos en toda la cadena alimentaria. “Cazan herbívoros como el ciervo, que se encontraban en exceso y estaban acabando con la vegetación endémica que ahora tiene la oportunidad de crecer de nuevo. Es una explosión de la diversidad: pájaros, castores, sauces han retomado su lugar”. El cañón de Yellowstone, sus géiseres coloridos y humeantes y sus ríos lucen de nuevo una vegetación color Bordeaux o anaranjada.

Si el presupuesto lo permite, celebrar el evento con una guía como Cara McGary, es un serio plus. Con ella aprendimos a mirar en el retrovisor y detectar osos grizzly, sacar fotos de lobos a través de su telescopio con la misma habilidad (o casi) que los niños y no perder detalles que hacen la magia de los parques. Así, pudimos tocar la textura suavísima del pelaje del bisonte, puesto que se había quedado atrapado en una rama. Y tenemos la confirmación, no fue una alucinación, sino una experiencia en uno de los últimos ecosistemas intactos de este mundo.

Find a Park. U.S. National Park Service.

next