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Los verdaderos colores de Groenlandia

Durante el verano y el otoño, Groenlandia presume lo que generalmente permanece oculto debajo del hielo: montañas, plantas y ríos.

POR: Redacción Travesías

¿Sabías que Groenlandia es cada vez más verde? Cada verano el calor del sol ayuda a exponer más de este extraordinario territorio. Sólo los bordes de esta isla volcánica —del tamaño de Europa y con 55 mil habitantes— no están congelados y tienen una verdadera identidad verde.

A los groenlandeses no les preocupa el calentamiento global ni que los polos se derritan, al contrario, son buenas noticias para ellos. Por ejemplo, los veranos más cálidos significan que Groenlandia finalmente puede cosechar sus propios vegetales y así dejar de ser completamente dependiente de Dinamarca.

También están todos esos recursos naturales, minerales y el petróleo, que finalmente pueden explotarse gracias a la capa de hielo derretida. Es posible que en la siguiente década Groenlandia sea el territorio más rico de la tierra. Pero, por ahora, la pesca y el turismo siguen siendo las fuentes principales de ingreso.

Y esta isla —con el 80% de su territorio cubierto por la segunda placa de hielo más grande del mundo— es un paraíso absoluto para aquellos que aman la belleza más pura y natural. Un destino ideal para los viajeros que quieren descubrir estos rincones antes de que lleguen las masas de turistas.

No hay que creer que se puede descubrir Groenlandia en una semana. Las distancias son grandísimas, el transporte es caro y moverse del punto A al B no es fácil.

Como visitante tendrás que decidir entre ir al norte con el permafrost perpetuo y donde hay poquísimo verde; ir al este, donde se esconde una de las reservas naturales más grandes del mundo y hay pequeños pueblos donde los Inuit viven según sus tradiciones.

En los pueblos de Narsarsuaq y Qaqortoq, el verde es el color dominante durante el verano: un paisaje fértil, miles de ovejas y caballos pastando y una exitosa agricultura; finalmente, está el oeste con su soñadora Bahía Disko, salpicada de encantadores pueblitos.

Esta área está conformada por fiordos e islas que se pierden en las aguas del Ártico, descansando en el patio trasero del casquete polar groenlandés, que de vez en cuando se manifiesta en forma de glaciares y gigantescos icebergs, un paseo imperdible para quienes quieran experimentar Groenlandia en edición de bolsillo.

La inmensidad de una pequeña capital

Nuuk, en la costa oeste de Groenlandia, es una de la capitales más pequeñas del mundo, con alrededor de 16 mil habitantes, una mezcla de daneses y groenlandeses. Los turistas suelen verla rápido para adentrarse en la naturaleza, pero esta vida urbana también es parte de Groenlandia, así que quedarse al menos un día completa la experiencia.

En Nuuk tenemos una cita con Bjørn Johansson, el chef principal del restaurante Sarfalik del Hotel Hans Egede. Este es el mejor hotel de la ciudad y una buena alternativa para aquellos que buscan confort y privacidad durante su estancia.

El restaurante se encuentra en la última planta y ofrece un hermoso paisaje. A un lado hay un restaurante de carnes con un diseño interior acogedor estilo nórdico chic, donde también se sirve el delicioso desayuno de Hans Egede.

El chef Bjørn es sueco, y en Groenlandia ha encontrado la oportunidad de hacer platillos creativos e interesantes con ingredientes locales. Por ejemplo: el reno relleno de malta con morcilla, puré de zanahoria, raíz de perejil y cebollas horneadas.

También cocina buey almizclero con texturas de moras azules, col roja, acedera y lengua frita. El buey almizclero se cura en sal y se deja secar en piezas de 500 gramos por unas siete a nueve semanas.

Lo que le resulta más fascinante a Bjørn de ser chef en Groenlandia es el hecho de que la gente viva tan cerca de la naturaleza y coma solo lo que se consigue ahí mismo. Los pescadores, los cazadores y casi cualquier habitante de Groenlandia sale cada verano a recoger hierbas y frutos del bosque: acedera, tomillo, té de labrador, moras, angélica y otras.

Expedición a Disko Bay

La mejor manera de explorar el oeste de Groenlandia es a bordo de un barco de expediciones capaz de soportar las heladas aguas del Ártico. En el camino descubres cada día un rincón diferente de Disko Bay, sin gastar demasiado tiempo ni esfuerzo.

Nosotros subimos a un crucero por un par de días y después exploramos el resto por tierra. Muchos viajes empiezan en el excéntrico pueblito de Kangerlussuaq, que alguna vez fue una base militar y, durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, fue el sitio de escala entre América y Europa.

Este lugar también es único porque en los años noventa Volkswagen usó sus tierras congeladas para probar nuevos modelos. Gracias a la compañía alemana, este es el único lugar que tiene una carretera sin pavimentar; conecta el área residencial con un casquete polar.

Jesper, un guía local, nos lleva al inicio del casquete a bordo de su pesado camión. “Si tenemos suerte veremos un buey almizclero”, dice, “estos extraños y gigantescos animales fueron traídos hasta acá en los años sesenta y no tardaron en reproducirse hasta llegar a los 4 mil ejemplares que hay hoy en día.

Claro que la gente los caza, por la carne y porque es muy fácil atraparlos. Cuando estos animales se sienten amenazados, los más viejos forman una línea para proteger a los pequeños. Es demasiado fácil para los cazadores”, cuenta riendo.

El microclima de esta región tiene los veranos más cálidos y los inviernos más fríos de Groenlandia. No es de sorprender que el paisaje cambie del verde del musgo y los arbustos al seco desierto helado que se extiende hacia las blancas planicies de la capa polar. Quienes duerman en Kangerlussuaq pueden incluso acampar y los cazadores pueden organizar un safari de bueyes almizcleros.

Volando sobre la capa polar

Imagínate esto: un fiordo interminable, protegido por la UNESCO, que llega hasta un glaciar que se mueve 30 metros cada día —el segundo más activo del mundo—. De hecho, el fiordo Ilulissat y el glaciar Jakobshavn son las dos razones principales por las que los turistas llegan a este lugar.

El pueblito es típico groenlandés, con casitas coloridas, un puerto con barcos de todos los tamaños y, durante los meses de verano, un poco de actividad turística.

Ilulissat tiene también un interés histórico: el famoso explorador Knud Rasmussen nació aquí y en el 2008 fue sede de la Conferencia del Océano Ártico, cuando se firmo la Declaración de Ilulissat, que busca entre otras cosas una mejor protección del Océano Ártico y de toda la flora y fauna que alberga.

Como viajeros hay una opción de volar sobre el fiordo y el glaciar en helicóptero y aterrizar en el mar o, mejor todavía, sobre el casquete polar. La nave vuela muy bajo, sobre fisuras y cañones que llegan a varios kilómetros de profundidad. Estos hielos tienen siglos de antigüedad, casi 110 mil años para ser exactos. No hay que olvidar que este trozo de hielo tiene 14 veces el tamaño de Inglaterra. Hace que uno se sienta muy pequeño y muy humano.

El sonido de la tierra

Decidimos no volar y nos subimos a un barco que nos llevó al espectacular glaciar Eqi Sermia, a tres horas de camino desde Ilulissat.

Los barcos turísticos permanecen a una distancia prudente de al menos un kilómetro del glaciar que tiene 250 metros de altura y se mueve unos nueve metros al día. “Tal vez no sea el más grande ni el más impresionante en Groenlandia”, dice Tom, nuestro guía, “pero este es uno de los más interesantes, hermosos y activos”.

Eqi es un glaciar compacto con un ancho de unos cinco kilómetros por lo que podríamos llamarlo un “glaciar boutique”, especialmente cuando uno sabe que este es uno de los pocos glaciares en el mundo, donde junto se puede dormir, en el Glacier Lodge Eqi. El sonido que hace Eqi cuando se mueve es tan intenso (el del aire que escapa a través del hielo), que hace que se te pare el pelo.

Tal vez así sonaba la tierra cuando se formó, o quién sabe, tal vez así sonará cuando desaparezca. Se puede comparar a un rayo pero más largo e intenso, con explosiones naturales. Cuando un trozo de la pared glaciar se colapsa y cae como en cámara lenta al océano, causa un pequeño tsunami con olas lentas y largas que se van acercando a la costa, algunas de hasta cinco metros.

Si uno está flotando delante del glaciar con el barco no tiene noción del tamaño ni mucho menos de la altura. Solamente cuando uno lo ve a través de los binoculares y mira la base de la pared se da cuenta de la escala de esta maravilla natural.

Los trozos que caen al mar se sumergen y uno puede ver las gaviotas que se alejan, pequeñísimas en contraste con el azul helado del fondo. Pero hay que olvidarse del barco e ir mejor al Glacier Lodge Eqi, que abrió en 2001 junto al refugio del explorador polar, Paul-Émile Victor.

Primero fue el Café Victor, con algunas cabinas sencillas y hace algunos años, cuatro lujosas cabañas que funcionan con energía solar, tienen grandes ventanales que ven hacia el glaciar, con baño privado y agua caliente. En las tardes cae ligera la luz sobre la bahía, que se despierta de vez en cuando por culpa de alguna ola causada por el glaciar.

La mayoría de los huéspedes vienen aquí para caminar hasta el borde de la capa polar de Groenlandia (son cuatro horas de ida y otras cuatro de vuelta) o se dirigen al fiordo o al lago de agua dulce que se encuentra justo detrás del camp.

El soleado sur de Groenlandia

Narsaq es un típico pueblo pintoresco en el sur, con unos 1 600 residentes que viven en su mayoría del turismo y la pesca. Casitas de colores, un puerto bullicioso, icebergs que flotan en las aguas azules como el acero y hasta dos grandes supermercados en el centro, lo que es un lujo en este lugar.

Otra cosa fuera de lo común en este rincón del planeta es Inuili, el único hotel escuela de Groenlandia. Aquí, en el sur, todo crece y florece más fácil y por eso es más congruente que la escuela esté aquí, rodeada de casi todos los 52 agricultores registrados en la isla.

Narsaq también es el lugar ideal para celebrar el Igasa Food Festival, un evento gastronómico anual que empezó en 2012 y funciona como una plataforma para honrar a los productos indígenas.

Las ediciones anteriores atrajeron a unos 1 600 residentes y a muy pocos turistas. Con casi 15 grados de temperatura y un cielo azul, es tropicalmente cálido para Narsaq. En los alrededores del supermercado encontramos algunos puestos de comida con snacks que pertenecen a los chefs de los hoteles más famosos de Groenlandia o a la escuela de hotelería, localizada un poco más lejos en la cima del pueblo.

Descubrimos un rango de platillos más delicados con halibut y cordero de criaderos locales, además de las tradicionales versiones de carne seca con ballena y foca. Un poco más allá hay más delicias norteñas que ofrecen cocineros locales.

Peter Frederiksenip está asando un buey almizclero en una pieza de piedra y lo sirve marinado con zarzamoras y angélica, una planta que crece abundantemente aquí durante el verano y que tiene muchos usos.

“¿Votarán por mí?”, pregunta Peter sonriente mientras se inclina sobre su silla junto al asador, y disfruta del sol. La competencia por el título de los mejores platillos está organizada por Brugseni, uno de los dos supermercados. Los ganadores gozarán de un año de fama como el mejor cocinero de Narsaq.

Mientras se celebra el concurso de cocina hay una banda de rock en el escenario. Todos bailan, comen y beben, un verdadero ambiente groenlandés del que cualquier viajero puede disfrutar.

El hogar de la comida ártica

La comida casera es la que más nos gusta. Si nos preguntan dónde comimos mejor en Groenlandia, yo diría que la cena en chez Sofie Kielsen está, sin duda, en el top tres.

En Qaqortoq puede reservarse una experiencia de comida a través de Saga Lands, con locales que gustan de cocinar para algunos invitados. Nosotros fuimos a casa de la ágil Sofie, una mujer de 76 años que se mueve en su cocina como una verdadera profesional.

Ella tiene su propio huerto donde cosecha todo lo que podría crecer en estas tierras. Desentierra unas papas, las hierve y así de rápido prepara nuestra cena. Simple y sencillo. Los vegetales así de frescos y de buenos no necesitan ningún tratamiento experimental.

Sofie también prepara su propio pescado en un ahumador hecho por ella misma en un extremo de su jardín con vistas a la bahía de Qaqortoq, con los icebergs que asoman a la distancia.

Los últimos rayos del sol se cuelan en casa de Sofie, iluminando la mesa de su cocina mientras ella hace magia con sus ingredientes. Un toque (o tres) de ajo, un poco de hierbas frescas y un glorioso aderezo de tzaziki para acompañar a la trucha asalmonada.

Sofie no es la única local que tiene huerto propio. También conocemos a Rosa Høegh, quien hace 40 años empezó a cultivar como un hobby y desde entonces se jubiló y expandió su jardín a una abundante zona verde donde todo, desde las fresas hasta las zanahorias, crece con éxito. O Poul Bjerge, de 85 años, el ex director de la granja experimental Upernaviarsuk, ahora jubilado. Es la tierra la que mantiene a este danés activo y es que estar afuera, con el aire ártico, mueve todos los sentidos.

Experimentando con jitomates

Junto a un gran invernadero que mira hacia el mar, en un fiordo sin hielo, cerca de Qaqortoq, Tupaarnaq Bjerge está limpiando unos betabeles rojos grandísimos, preparándolos para enviarlos a los supermercados y las tiendas.

Poulsen es uno de los muchos estudiantes groenlandeses que trabajan en Upernaviarsuk, el proyecto de investigación y entrenamiento en agricultura gubernamental, cuya estación se encuentra en el sur.

La idea es sembrar distintos granos y árboles, en un rincón de la tierra donde hasta hace poco esto hubiera sonado a utopía, al menos hasta que el cambio climático se convirtió en algo real y Groenlandia se empezó a poner más verde, con una temporada de siembra más larga y temperaturas más altas.

Varios experimentos que buscan expandir el rango de vegetales que se cultivan han demostrado que incluso las fresas, las lechugas, las coles, los tomates y las papas pueden crecer aquí, en la muy fértil tierra polar. Gracias al aire limpio, las cosechas crecen sin necesidad de utilizar pesticidas, pues en la región no hay plagas ni enfermedades.

La granja de Upernaviarsuk tiene distintas zonas en exteriores, semilleros y dos grandes invernaderos junto a un edificio donde, en los meses que dura el verano, vive un grupo de estudiantes y maestros.

Las ventajas de experimentar con cultivos son muchas: en un futuro no muy distante Groenlandia podría convertirse en una entidad autosuficiente con ciertos productos alimenticios, eliminando las importaciones y exportando sus inmaculados productos orgánicos.

Por ahora hay unas 50 granjas registradas en las que la agricultura es la principal fuente de ingresos, pero este número podría aumentar si las condiciones van mejorando, creando así más empleos y mayores ganancias. “Hoy estamos enviando nuestro primer lote de chiles rojos a los supermercados.

Estos productos locales hacen felices no solamente a los chefs, también son un mensaje para los groenlandeses de comprar productos sanos y locales en lugar de importaciones que vienen de muy lejos y no tienen la misma calidad”, nos dice Efa Poulsen, una de las jardineras de las estación. “Habrá quienes empiecen a experimentar por su cuenta sembrando vegetales en sus patios. El futuro parece verde y brillante para Groenlandia”.

El único productor de miel ártica

El último lugar donde uno esperaría toparse con un productor de miel es el pueblo de Narsarsuaq, una ex base militar, utilizada por los americanos como torre de vigilancia entre ellos y la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Ole Guldager es el director del museo, vecino del aeropuerto y del Café Blue Ice. Pero cuando sale el sol y las flores comienzan a brotar y la gente sale a caminar en camiseta, Ole se pone a cuidar a sus abejas negras. Sí, es correcto, abejas en Groenlandia, importadas del sur de Suecia y Dinamarca, zumbando alegremente en este remoto paraje.

Las abejas no tienen enfermedades y traerlas hasta acá es casi como una operación militar que no puede tomar más de 24 horas. No se puede “enviar por correo” una familia de abejas —con más de 50 mil miembros— de una parte del mundo a la otra.

Ole es, de hecho, un arqueólogo danés que ha vivido la mayor parte de su vida en esta isla.

Su sueño es demostrarles a los groenlandeses que podrían vivir haciendo miel, y no se trata de cualquier miel, sino de la que es probablemente la más orgánica y saludable del mundo. Estas abejas pueden darse un festín de flores silvestres y hierbas (sauce, tomillo salvaje, campánulas, adelfas, angélica) y no tienen que lidiar con la contaminación ni los químicos; tienen un sol brillante y fuerte en el verano y una buena temporada de sueño en el invierno.

Ole dice que puede producir hasta 50 kilos de miel por colmena, por familia. Por el momento tiene solamente seis colmenas pero su idea es expandirse y criar una abeja reina, la tarea más difícil para un productor de miel. Ole quiere sumar a otros a su proyecto y les enseña a los granjeros de la zona a producir miel junto a la crianza de ovejas. Algunos tienen éxito, otros no.

“El modelo ideal sería que cada granjero, o cualquier groenlandés interesado en la miel, tuviera 50 colmenas y así, pudiera vivir de ello. Sería suficiente dinero y más oportunidades laborales”, dice. Para Ole las abejas pueden vivir tan al norte como Ilulissat.

En lugar de dos cosechas, allá tendrían solamente una. Si uno quiere probar esta deliciosa miel hay que venir hasta acá, al sur de Groenlandia o pedirle a Ole que te envíe un frasco con este líquido, el oro del Ártico, a tu casa y entonces sentirás el olor de las flores de Groenlandia. El único riesgo es que entonces quieras ir a Groenlandia, pero bueno, parece que es un riesgo que vale la pena tomar.

 
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