El pueblo de Tepotzotlán —en náhuatl “lugar de las jorobas”, por los cerros que se encuentran en las inmediaciones—, se encuentra en el Estado de México, a tan sólo 45 minutos de la capital. De hecho está todavía dentro de la Zona Metropolitana del Valle. Y si recomendamos escaparse hasta ahí es porque, además de sus dos parques ecoturísticos, es sede de un recinto único: el Museo Nacional del Virreinato.
Antes de pertenecer a la Triple Alianza y ser sometido por el señorío de Cuautitlán, Tepotzotlán fue un enclave de la cultura otomí. Luego la Corona se lo cedió a los jesuitas en 1580, con la finalidad de que consolidaran su labor evangelizadora. De esta manera, las tierras otomíes se convirtieron después de una doble conquista en un pintoresco pueblo (ahora denominado mágico), sede idónea para construir el imponente complejo arquitectónico donde se fundarían tres colegios para convertir y educar católicamente a los niños indígenas, y que también serviría de base de operaciones de la Compañía de Jesús. Esta orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola y reconocida por el Papa Pablo III en 1540 llegó muy pronto a México, vía el puerto de San Juan de Ulúa, Veracruz, en 1572.
Así, el otrora Colegio de San Francisco Javier, donde estudiarían el futuro historiador Francisco Clavijero y el sabio científico, historiador y literato Carlos de Sigüenza y Góngora, autor del Paraíso oriental, estuvo activo hasta 1760 —seis años antes de la expulsión de esta orden de territorio americano por decreto de Carlos III. Y entre sus características destaca su impresionante fachada, esa que hizo del colegio el sitio idóneo para albergar, por decreto del presidente López Mateos, algunas de las piezas más importantes de la historia del México virreinal. Es decir, para ser sede del Museo Nacional del Virreinato, que en 2014 cumplirá 50 años desde su fundación.
Si bien la colección es riquísima, es probable que la pieza más valiosa sea la propia obra arquitectónica, de un estilo churrigueresco que llama –apabulla– la atención más allá de las fronteras de nuestro país.
Entre sus múltiples espacios hay que destacar el Atrio de los Olivos, los Retablos de San Francisco Javier, las Bóvedas de Miguel Cabrera, el Coro y el Antecoro, la Sacristía, el Camarín de la Virgen de Loreto (de estilo churrigueresco y recubierto de oro), el Relicario de San José, el Patio de los Naranjos y la Capilla doméstica o de novicios.
La Biblioteca Antigua merece mención aparte: fue una de las principales dependencias de los jesuitas y contiene cerca de cuatro mil volúmenes sobre derecho canónico, filosofía, teología, gramática, las sagradas escrituras, geografía e historia. Ahí están dos ejemplares del padre Francisco Javier Alegre, quien estudió en este colegio y escribió La historia de la Compañía de Jesús en la Nueva España.
Una de las salas más particulares del recinto es la botica, que si bien no es tan grande ni vistosa como otros espacios, tiene una pintura mural en la bóveda del siglo xviii con motivos alusivos al uso médico de la pieza, en cuyo patio se solían sembrar por aquel entonces plantas medicinales.
Y ahora sí, en lo que se refiere a la colección, estamos hablando de más de 15 000 piezas, divididas en secciones de pintura, escultura, plumaria, platería, textiles, armas y armaduras, cerámica, vidrio y marfiles. Las exposiciones permanentes están a su vez divididas en: “México Virreinal”, “Monjas coronadas”, “Vida conventual femenina”, “Artes y oficios de la Nueva España” y “Colección de Marfiles y Taraceada” (es decir, objetos hechos con pedazos de diversos materiales, en general madera y conchas).
Cabe mencionar que en el marco de las celebraciones por el 45 aniversario, en 2009, se presentó la exposición temporal “Miradas congeladas” que conjuntó fotografías de este importante complejo conventual realizadas por artistas de la lente tan reconocidos como Guillermo Kahlo que hace más de 100 años fotografió el Antiguo Colegio Noviciado. A esta muestra se sumaron fotógrafos contemporáneos, como Michel Zabé, Yolanda Andrade, Laura Castañeda, Agustín Estrada, Gabriel Figueroa, Javier Hinojosa, Héctor Armando Herrera, Jorge Westendarp, Pedro Hiriart y Héctor Montes de Oca, quienes en conjunto lograron un registro más que digno de ser visto.
También dentro de este impresionante espacio se encuentra el Templo de San Juan Apóstol, donde desde hace catorce años se realiza el Festival de Música Antigua que el año pasado —en el mes de octubre— fue dedicado a la divulgación e interpretación de melodías de los salones de baile que se encontraban silenciosas desde hace más de 200 años. Dichas piezas y melodías fueron registradas en el Manuscrito de Chalco (1772) que guarda entre sus páginas parte de la música de la segunda mitad del siglo xviii y es una de las pocas fuentes de música instrumental profana que se conoce de este periodo histórico; un texto pluricultural de danzas de origen cortesano europeo que además contiene música tradicional de la Huasteca y de la Sierra Gorda de Querétaro.
Finalmente, en los jardines del Museo Nacional del Virreinato se encuentra una curiosidad que puede suscitar interés: la Fuente de Salto del Agua original. En 1779, Antonio Bucareli y Ursúa, siendo Virrey de la Nueva España, mandó construir una fuente que se colocó en los arcos del Acueducto de Belén en la ciudad de México, misma que años después fue removida y llevada hasta la que fuera la huerta de este lugar. La de la esquina del Eje Central Lázaro Cárdenas y Avenida Izazaga, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, es una réplica que funciona como landmark y referencia de la estación de metro del mismo nombre.
Pero volviendo a Tepotzotlán, es necesario mencionar el Parque Ecológico Xochitla, que se despliega a lo largo y ancho de una superficie de 70 hectáreas, donde se desarrollan diversos proyectos y programas de educación ambiental. Su restaurante “El Silo”, resulta muy recomendable para pasear en un área verde, a un paso de la zona urbana.
También en las inmediaciones de Tepotzotlán está el Parque Estatal Sierra de Tepotzotlán, en el cual se encuentra el Acueducto de Xalpa, de más de 440 metros de longitud. También es conocido como Arcos del Sitio y cada año sirve de escenario—en diciembre—de las más famosas pastorelas de la región.
Finalmente es preciso resaltar un espacio más: la Ex Hacienda de la Concepción, que también fue propiedad de la Compañía de Jesús y se dedicaba a la producción de granos, hortalizas y frutos. Después de la expulsión de los jesuitas, y de pasar por distintos dueños, ha sido restaurada, lo cual permite disfrutar de su patio, sus arcadas y amplísimos jardines.