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Telluride todo el año

Atrapado entre dos montañas, Telluride es un pequeño pueblo de Colorado que atrae a los visitantes por sus paisajes y sus historias.

POR: Redacción Travesías

Algo sucede en este rincón con apenas 2 300 habitantes, que, sin importar el clima y la temporada, los viajeros llegan para quedarse. ¿Qué tiene Telluride? ¿Qué secreto se esconde entre las Montañas Rocallosas? Éstas son seis razones por las que debes descubrir su encanto más allá de la Sierra de las Grullas.

No es un resort de esquí

Es un pueblo vaquero real, con historias y leyendas, y con más de cien años de existencia. Aquí se encuentra el primer banco que robó Butch Cassidy, el speakeasy antiguo del pueblo continúa en funcionamiento y el festival de cine que se presenta cada verano, es uno de los más importantes de la industria.

Este pueblo es el escenario de la última parte de Lolita, la clásica obra de Vladimir Nabokov, quien, cuentan, se retiró a uno de sus hoteles para escribir la obra. Pero es más que eso. Telluride se divide en dos: el resort de esquí −Mountain Village− en la parte alta de la montaña, y el pueblo.

Uniendo ambos, hay un teleférico que empieza sus recorridos desde las seis de la mañana hasta las 12 de la noche. El paisaje que puede verse desde las alturas, con las montañas nevadas de frente, es impresionante pero muy breve, pues en menos de diez minutos llegas a la parte más alta o a la más baja del trayecto.

Adiós a las multitudes

Llegar a Telluride no es tarea fácil. Hay que hacer un par de escalas y después cruzar por una carretera durante un par de horas. En invierno te reciben inmensas montañas blancas con pistas de todos los niveles y capas de nieve por las que es fácil deslizarse.

También hay exquisitos restaurantes en la parte más alta de la montaña y una animada vida nocturna que no para por el frío. Todo eso, sin la cantidad de visitantes que llegan cada año a Aspen o a Vail. Muchos han calificado a Telluride como el mejor resort de esquí de Norteamérica y probablemente lo sea, pero por alguna razón son pocos los visitantes que llegan.

Recorrer las pistas de estas montañas casi en completa soledad, es un privilegio del que no puede gozarse en otros resorts más populares. Y parece que los locales también prefieren que los turistas sean los menos: disfrutan tener su pequeño secreto, este rincón del mundo enclavado entre dos montañas donde todo lo que podrías necesitar −desde entretenimiento y deportes extremos, hasta variedad gastronómica− está al alcance de la mano, en cualquier temporada.  Siempre hay una razón para venir aquí.

Paraíso de foodies

Hay dos cosas que se toman muy en serio en Telluride durante el invierno: la nieve y la comida. Los chefs han encontrado en este pequeño pueblo un escenario de inspiración inigualable y ofrecen a los visitantes opciones que probablemente no se encuentren en ningún otro resort de esquí de Estados Unidos: grandes mesas de montaña.

Usualmente, este tipo de resorts ponen a la mitad de la escalada una cafetería para calmar el hambre mientras los esquiadores deciden dónde alimentarse formalmente. Pero en Telluride, uno no sabe qué fue primero: si esquiar para comer o comer para esquiar. Bon Vivant, por ejemplo, es un delicioso restaurante francés que se encuentra en la pista cinco, bajando del Polar Queen Express Lift. Abierto únicamente durante los meses de invierno, se puede llegar esquiando bajo la pista seis, o por el teleférico.

Sin embargo, hay que tomar en cuenta que la única forma de salir de ahí, una vez terminada la comida, es deslizándose por la montaña. Bon Vivant ofrece comida bastante clásica y una gran carta de vinos, cerveza y cocteles. Se encuentra bajo una gran palapa y los días de sol (que en Colorado suelen ser casi todos) la vista desde ahí arriba es incomparable. Abre sus puertas sólo a la hora del lunch y cierra a la misma hora que la montaña.

Este tipo de oferta culinaria para los esquiadores parecería ser algo más europeo que americano y encontrarlo aquí, en medio de las Montañas Rocallosas, es una sorpresa.

Alpino Vino, otra de las opciones para comer, está a más de 3 000 metros de altura sobre la montaña, lo que lo convierte en el restaurante más alto del pueblo. Aquí sirven comida italiana y ofrecen también un menú de degustación con cinco tiempos y maridaje con vino.

Este lugar abre a la hora del almuerzo, pero también (y vale mucho más esta experiencia) para la cena. Como la montaña cierra después de las tres de la tarde, para llegar a Alpino Vino por la noche, en medio de la oscuridad casi total de la montaña nevada, es necesario subir en un camión tirado por una aplanadora de nieve.

Dentro, el ambiente es rústico y cálido: una chimenea calienta el lugar y las bebidas calman el frío que se cuela hasta los huesos. El restaurante se encuentra a tal altura, que algunos ingredientes deben prepararse en la base de la montaña, como el pan que no logra hornear a la perfección a esa altitud.

Otra razón: el pueblo

Desde microcervecerías, como Smugglers Brewpub (que merece una visita también por sus hamburguesas), hasta las tiendas de mariguana recreativa que ya son legales en Colorado, Telluride respira un ambiente juvenil, relajado, liberal.

Con una población bastante reducida y alejado de cualquier ciudad grande, este pueblo se siente mucho más joven y divertido que otros resorts de esquí. A pesar de contar con hospedaje y gastronomía high-end, Telluride no parece presuntuoso ni snob.

Al contrario, todo el mundo es bienvenido aquí. Vale la pena visitar el bar New Sheridan (que se encuentra al lado de una casa de ópera homónima), un speakeasy original que aún se encuentra en funcionamiento, con una barra de hace unos cien años.

El lugar solía ser un hotel y restaurante, aunque de esos tiempos apenas quedan algunos vestigios escondidos en la pared y detrás de mesas de billar. El bar se sigue llenando cada noche, de visitantes y locales por igual. Lo mejor: se encuentra a unos pasos de la góndola.

Lo más importante: las pistas

La mayoría de los resorts de esquí suelen especializarse en sólo un tipo de esquiadores. Los hay de pistas inclinadas y difíciles para quienes buscan un reto y llevan varios años perfeccionando su técnica.

También existen los resorts que son completamente familiares: grandes y anchas pistas perfectas para niños y principiantes, con quizá una o dos pistas negras para no aburrir a los expertos de la familia. Telluride, sin embargo, tiene un poco para todos.

Las pistas verdes son facilísimas de domar y conocer, sin bumps, con nieve dócil y nevadas continuas que hacen que las caídas sean menos dolorosas. Existe una gran variedad de pistas azules para los intermedios, con pendientes de distintas inclinaciones y largos caminos que pueden llegar hasta los 3 000 metros de altura.

Desde arriba se pueden recorrer dos rutas: la que lleva al resort de esquí y la que lleva al pueblo. Uno puede ponerse los esquís en el resort, subir la montaña y llegar al pueblo esquiando; comer algo, volver a subir y regresar a su hotel de la misma manera. Las opciones son infinitas.

El  encanto local

No se sabe si fueron las montañas las que atrajeron a esta variada comunidad que conforma la población de Telluride, lo cierto es que los pobladores  hablan de éste, su hogar, con un enamoramiento casi adolescente.

Aquí la comunidad es tan cosmopolita como ecléctica: chilenos, argentinos, estadounidenses, australianos. Cada uno tiene su propia razón (o pretexto) para haber convertido un destino vacacional en su nuevo hogar. Ya sean los movimientos artísticos que están surgiendo, la música, la comida que es cada vez más sofisticada y experimental o la infinidad de deportes al aire libre que pueden practicarse.

La satisfacción y tranquilidad de sus habitantes se respira en el ambiente de Telluride, desde lala forma en que la gente se saluda en la calle con una sonrisa, hasta el entusiasmo con que te recomiendan una cerveza a la hora de la comida.

Para ellos todo en este pueblo es perfecto, y mejora, si decir eso es posible, con cada cambio de estación. La primavera tiene su encanto con el reverdecimiento del paisaje y la posibilidad de hacer hiking y subir las montañas en bicicleta.

¡Ah, pero el verano! Lleno de festivales, cada uno mejor que el otro, cada semana uno nuevo, de música, de cine, de hongos, de globos, de fresas. La excusa es lo de menos. La pesca con mosca en los ríos de la zona es de primer nivel y, a comienzos de la temporada, también se pueden practicar una variedad de deportes acuáticos.

Pero ver cómo las hojas de los árboles se pintan de rojo y dorado durante el otoño, cómo los osos pasean en las montañas y los días comienzan a acortarse es también espectacular. Aunque el invierno, con sus nevadas montañas casi de postal, el regreso del esquí y los restaurantes que sólo abren con las bajísimas temperaturas de fin de año son apenas algunas de las razones para no perderse esta estación.

Aguas termales, motonieves y tiendas de ropa, cerámica y chocolates son otros atractivos, aunque quizá lo que seduce a más visitantes es la mezcla entre los tonos azules del cielo de Colorado y el sol que se refleja en las montañas blancas; quizá la magia Rocallosas. Lo difícil de visitar este pueblo siempre será tener que marcharse.

 
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