Sabores de Irlanda

En las costas de Irlanda del Norte, rodeada de dramáticos paisajes, se encuentra la destilería de whisky más antigua.

10 Jul 2018
Sabores de Irlanda

I.

Aterrizamos en Belfast una mañana nublada. El vuelo desde Nueva York nos toma seis horas, apenas suficientes para recuperar horas de sueño. El aeropuerto es pequeño, no tardamos en ir por nuestras maletas y salir a la calle, donde ya nos esperan. Tenemos un asunto pendiente 90 kilómetros al norte, para ser más exactos, en Bushmills, un pueblito con menos de 1500 habitantes, muy cerca del Mar del Norte, en la provincia de Ulster.

Emprendemos el camino, siguiendo una carretera que ondea entre un paisaje donde el verde parece comérselo todo. Sin duda, recuerda a Escocia, no sólo por los colores, sino también por la temperatura baja y, sobre todo, por el viento. Dentro del camión se está bien, y podemos disfrutar del paisaje que se va extendiendo delante de nosotros. Encontramos pocos pueblos en el camino y pocos accidentes geográficos, lo que hace que el trayecto sea especialmente placentero. Poco a poco todos vamos quedándonos dormidos, arrullados por las ligeras curvas y la suavidad del paisaje.

Cuando finalmente llegamos a Bushmills, unas dos horas después, no son todavía ni las 12 del día. Nos están esperando en el Bushmills Inn, un hotelito precioso que se encuentra muy cerca de la destilería. Vamos tomando nuestras habitaciones para tomar un baño y descansar unos minutos antes de seguir al almuerzo. Lo cierto es que más allá de estar aquí para conocer la destilería poco sabemos de lo que nos depara este destino. Y ésa es justamente la mejor parte.

Una vez bañados y recuperados nos encontramos de nuevo en el lobby, listos para salir a comer. Un trayecto de apenas 15 minutos nos separa de Portballintrae, una pequeña población costera. Entramos al restaurante de Bayview Hotel y nos acomodamos en una mesa amplia. La mayoría elegimos la sopa del día, con la esperanza de que nos ayude a entrar en calor. Algunos salimos en lo que llega la comida. El pueblo es chico y se extiende sobre una pequeña bahía bien delineada. El paisaje es precioso, aunque el aire que llega del mar es helado. De un lado y del otro, algunas casitas blancas marcan el inicio y el fin de la bahía. Abajo, la playa está cubierta de piedras, y una escalerilla marca el camino para bajar. Aunque me encantaría hacerlo, con todo y el frío, la comida nos espera en el restaurante. Así que guardo la aventura para más tarde.

Después de recargar pilas es hora de hacer nuestra primera parada: Giant’s Causeway. Aunque es apenas mediodía el clima ha cambiado súbitamente, y cuando bajamos del camión el aire parece no tener piedad de nosotros. La caminata se hace más difícil porque el viento no cesa y va perforándonos los huesos de frío. Continuamos así hasta que llegamos a la famosa formación geológica. Giant’s Causeway es un conjunto de columnas de basalto que se calcula se originó hace 60 millones de años cuando un volcán en erupción se enfrió muy rápido, el resultado son una serie de columnas hexagonales, de distintas alturas pero similar tamaño, que crean un paisaje como de otro planeta. Es uno de los paisajes geológicos más hermosos que he visto.

Sobreponiéndonos al frío logramos subir algunas de las piedras y acercarnos hacia el mar; estamos literalmente parados sobre los prismas basálticos, y el viento que llega desde el mar lucha por quitarnos de su camino. Mientras unos intentan tomar fotos, otros simplemente buscamos sobrevivir al viento, el clima cambia de nuevo y de la nada comienza a llover. Entre la lluvia y el viento no nos queda más que bajar y refugiarnos al lado de otra formación rocosa.

Ya con el cuerpo medio congelado, alguien tiene la maravillosa idea de sacar una botella de Bushmills de una mochila y de ofrecernos a cada uno un trago de whisky. Saboreo el particular sabor del whisky irlandés y empiezo a sentir cómo va calentando mi cuerpo. Vinimos hasta aquí justamente para esto, para descubrir qué hay en estas tierras del norte que producen un whisky tan especial.

II.

Al día siguiente despierto llena de energía. No sé si fue la buena noche de sueño, los whiskies que acompañaron a la cena la noche anterior o simplemente el cansancio de haber cruzado el Atlántico. Antes de las siete de la mañana abro los ojos, sin demasiado esfuerzo. La luz natural invade la habitación. Como es temprano todavía, aprovecho para salir a correr y descubrir un poco más del pueblo y los alrededores.

Salgo a la recepción del hotel y le pregunto a las dos chicas que se encuentran detrás del mostrador si creen que hará mucho frío. Se miran entre ellas y ríen. “En Irlanda se pueden tener las cuatro estaciones en una hora, así que es mejor salir preparada para todo”, me responde una.

Me río con ellas y pienso que exageran. Cuando salgo hace frío pero brilla el sol. Pronto encuentro un camino que corre junto a unas antiguas vías del tren, a sabiendas de que me llevará hasta el mar. El paisaje es hermoso, con suaves colinas y pastos altos que lo cubren todo. No tardo en toparme con el campo de golf —Bushfoot Golf Club— que se extiende a lo largo del río Bush. Siguiendo el río y las vías del tren cruzo el campo de golf y desemboco yo también en el mar, en una playa desierta que se extiende hacia mi derecha. Al fondo se alcanzan a ver las primeras formaciones de Giant’s Causeway. Continúo hacia mi izquierda, subiendo por donde el terreno me lo pide. De repente me encuentro en Portballintrae, el pueblito donde comimos ayer. No hay nadie en la calle y decido bajar a la pequeña playa. De pronto, el viento comienza a soplar y de la nada aparece una nube. En menos de lo que puedo darme cuenta ya está lloviendo.

Emprendo el camino de vuelta, pensando que voy a llegar empapada, pero a la mitad del camino vuelve a salir el sol. Cuando entro al hotel, medio mojada y con las mejillas rojas por el frío y el ejercicio, las dos chicas se miran de nuevo y me sonríen.

Después de un desayuno completísimo que incluyó huevos, salmón y bacalao, nos preparamos para visitar la destilería. El edificio se encuentra literalmente a 10 minutos, pero, de nuevo, el clima nos juega una mala pasada y a la mitad del camino el sol desaparece y aparece una nube que nos obliga a correr. Colum Egan —el maestro de la destilería— nos está esperando en la puerta, y tampoco puede evitar reírse. La imagen de un grupo de mexicanos que intentan sin éxito sortear el clima irlandés debe ser graciosa.

El lujo no es solamente que estemos acá, sino que Colum se convierta en nuestro guía, finalmente, nadie mejor que él para compartir los secretos de esta destilería, la más antigua no sólo de la isla, sino del mundo entero. Entramos a un inmenso salón, repleto de barriles, donde reposan los whiskies. Colum nos explica cómo cada familia de Bushmills se crea a partir de una combinación de whiskies que provienen de distintas barricas. Algunas son de jerez y otras de bourbon, y eso hace que el whisky cambie radicalmente de carácter.

Pasamos por los enormes recipientes donde comienza el proceso de la malta y seguimos hasta los tres alambiques por los que pasa el whisky antes de filtrarse y pasar a las barricas. Aunque se trata de una fábrica, los procesos continúan siendo sencillos y artesanales, y es fácil comprender cada paso del proceso. En un punto entramos a un pequeño cuarto de máquinas donde podemos ver la calidad del líquido que sale de los alambiques. Colum nos hace probar con un dedo el líquido —es alcohol casi puro—. El sabor y la textura vendrán después, con el proceso de añejamiento en las distintas barricas.

Antes de pasar a la sala de catas nos asomamos a un bodegón donde un personaje que parece salido de un cuento está trabajando las barricas. Es el encargado de repararlas, cuando es necesario. Después de una demostración —bastante ruidosa— de cómo se sella un barril reparado, nos dirigimos a la sala de catas para degustar las distintas variedades de Bushmills. Durante la comida probamos el clásico Bushmills, pero también cuatro variedades más: Honey, Black Bush, 10 años y 12 años. Cada una con personalidad distinta, aunque todas con un sabor sorprendentemente suave.

III.

Pasamos la tarde con Helen Mulholland, la master blender. Escucharla hablar de Bushmills es emocionante porque ella misma transmite el cariño que tiene por lo que hace. Como master blender su trabajo consiste en mezclar los diferentes whiskies para crear cada edición. Es un trabajo totalmente artesanal y sorprende mucho que en un mundo tan tecnológico, como el nuestro, sea el paladar y el olfato de una misma persona el que tenga la responsabilidad detrás de una marca global y tan reconocida como Bushmills. Será por eso que la oficina de Helen más que oficina es un pequeño laboratorio.

Helen nos explica, por ejemplo, que el Bushmills Original es una mezcla que tiene aproximadamente cinco años en barrica y que se elabora a partir de una combinación de whiskies que se añejaron en barricas de bourbon y jerez. Es justamente el uso de las barricas de bourbon norteamericano lo que le da a este whisky un sabor muy particular, con notas de vainilla y durazno.

Cuando Helen nos platica del Black Bush pareciera que estuviera hablando de una persona y no de un whisky. Se refiere a él así, en masculino, y lo describe como a una persona: “Es encantador, es complejo, pero al mismo tiempo es cálido”. La sonrisa que se dibuja en su rostro mientras lo describe nos deja clarísimo que ella trabaja con pura pasión. Esa actitud se siente en todo el equipo que trabaja con ella y, desde luego, en el resultado final que tiene esa particularidad que sólo puede tener un producto cuando ha sido elaborado con cuidado artesanal.

Después de haber probado las distintas variedades y ediciones especiales —y de haber discutido ampliamente acerca de cuál es el favorito de cada uno— nos despedimos de Helen y Colum quienes nos encaminan a la salida de la fábrica. Los veremos de nuevo en la noche, pero antes nos queda pendiente visitar Dunluce Castle, las ruinas de un castillo medieval que se remonta al siglo xiv. Hay que llegar antes de las seis de la tarde y por eso salimos corriendo.

El castillo se encuentra en lo alto de un acantilado, con una ubicación estratégica sobre el mar. Hoy en ruinas, éste fue alguna vez hogar de uno de los clanes más importantes de Irlanda. Las vistas de la costa son especialmente hermosas, y las ruinas, cubiertas de un suave tapete verde, parecen salidas de un cuento. Nos pasamos las últimas horas del día entre las ruinas y los acantilados, compensando el frío que trae el viento con el paisaje que nos rodea. Todo se ve más claro y brillante. Una corta llovizna vuelve a limpiarlo todo, y los rayos del sol iluminan el paisaje una vez más, dejándolo aún más limpio que antes.

A la hora de cenar nos encontramos con Colum y con Helen en Portrush, en el restaurante Ramore. Sentados alrededor de una mesa alta seguimos platicando y compartiendo las experiencias del día. La mejor parte llega con los postres —tal vez los más deliciosos que he probado en mucho tiempo—. El mejor, por mucho, es el sticky toffee pudding, aunque todas las delicias de la vitrina de dulces que llegan a la mesa nos hacen sonreír. Cerramos la noche con unos whiskies. Yo elijo un Bushmills clásico cuyo sabor me parece balanceado e ideal. Y así termina un día más en el norte de Irlanda.

IV.

Nos despedimos de Bushmills y del norte de Irlanda, es hora de emprender el camino de vuelta, pero antes hacemos una parada en Belfast. Nos instalamos en The Merchants Hotel, dejamos las maletas en las habitaciones y nos separamos con la idea de explorar cada uno por su lado y vernos de nuevo a la hora de la cena.

El centro de Belfast es pequeño y recorrerlo completo no toma más de un par de horas. La ciudad tiene una vibra especial, un aire triste. Belfast fue la que más sufrió el conflicto de Irlanda del Norte, hasta 1998 cuando se firmó el tratado de paz. Con todo, aún quedan recuerdos y memorias de ese pasado reciente, cuando la ciudad tenía un muro que la dividía en dos partes, buscando evitar los conflictos entre católicos y protestantes. Belfast no es especialmente turística, pues su importancia fue siempre más económica que cultural. Por su ubicación, junto al río Lagan, muy cerca de su desembocadura en el Canal de Norte, la ciudad se convirtió en el lugar ideal para desarrollar la industria naval. Los astilleros de Belfast fueron los más importantes del mundo a finales del siglo xix, tanto así que fue aquí donde se construyó el Titanic.

Imposible no asomarse al museo que conmemora al famoso barco, el que alguna vez fuera el más grande del mundo, pero terminó hundiéndose antes de completar su primer viaje. El museo no habla sólo del Titanic, sino de Belfast y su historia, de su economía y desarrollo. Es el punto más turístico de la ciudad, pero en realidad este lugar no deja de ser una curiosidad.

Si se trata de asomarse a un museo, sin duda, The mac vale más la pena. El Metropolitan Art Center es un espacio cultural que abrió sus puertas en 2012 y que funciona como museo, pero también como teatro, residencia de artistas y hasta restaurantes. Es justamente aquí donde nos encontramos de nuevo con el resto del grupo para intercambiar impresiones de la ciudad. Nos llama la atención la amabilidad de los locales, casi todos sorprendidos al descubrir que somos mexicanos. Siendo un destino poco popular, los locales parecen ansiosos por descubrir más de los viajeros que visitan.

En la noche decidimos perdernos por un pequeño callejón repleto de bares y donde el ánimo general es festivo: Commercial Court. Pareciera una fiesta nacional, pero es como otro día cualquiera. Aquí en Irlanda, tanto en el norte como en el sur, algo que no cambia es la cultura del pub, y todo el mundo, sin importar de dónde venga, termina el día en uno de estos locales. Nosotros nos refugiamos primero en Duke of York, que parece una verdadera institución. Cerveza y whisky es lo que se pide aquí, y todos lo respetamos.

Nuestra siguiente parada nos lleva a The Harp Bar, cuyo exterior nos recuerda dónde estamos y por qué estamos aquí, pues luce un gigantesco letrero que anuncia Old Bushmills Whiskey. El local, que está dividido en dos partes, está a reventar, y después de acercarnos a la barra descubrimos que el salón del fondo es una verdadera fiesta, con música en vivo y mucho baile. Encontramos una mesa y nos integramos al ambiente. El grupo vuelve a dividirse cuando algunos deciden quedarse y seguir la fiesta, mientras que otros preferimos huir y descansar para aprovechar nuestro último día de viaje.

V.

Aprovecho la última mañana para ir a desayunar a Established Coffee, un local hermoso, muy cerca del hotel, con una gran mesa comunal en el centro, recomendación de un amigo que nació aquí. Me acerco a la barra y pido un café y una tostada con aguacate. La chica que atiende me pregunta de dónde soy y cómo llegué aquí. Cuando termino de desayunar tengo una extensa lista de recomendaciones para comer y beber. La amabilidad de los locales no para de sorprenderme.

Me encuentro con el resto del grupo para hacer un último paseo: los Jardines Botánicos y el Museo Ulster. Decidimos caminar desde el centro, lo que nos toma más o menos una hora. Mientras nos vamos acercando a nuestro destino el cielo se va despejando. Así, cuando finalmente llegamos a los jardines, el clima ha cambiado radicalmente. Nos instalamos en unas bancas y como lagartijas nos dejamos calentar por el sol. Entre los jardines, repletos de árboles y flores, el sol y el cielo azul, sé que éste es uno de esos momentos que voy a recordar por mucho tiempo. Nos asomamos luego al Museo Ulster que guarda colecciones históricas de botánica, zoología e historia. Es el tipo de museo al que a uno le gustaría venir con niños, porque está diseñado de una manera muy didáctica. Nos vamos perdiendo entre los pasillos, cada uno curioseando en los temas que le interesan.

Cuando nos volvemos a encontrar, a la salida del museo, algunos deciden regresar en taxi e irse de compras y otros preferimos caminar de regreso al centro. El tiempo se nos pasa rápido platicando y no tardamos en estar de vuelta en el centro. Encontramos una plaza que parece recién abierta, en St. Anne’s Square, con varios restaurantes alrededor, elegimos Coppi y nos sentamos a comer. Es un local de pizzas, pastas y ensaladas. Moderno y fresco, este tipo de espacios, como el café que visité en la mañana y todos los restaurantes y bares que sus dueños me recomendaron también, me hacen pensar que Belfast está cambiando, a su ritmo, reinventándose así misma e inventándose un futuro que deje atrás su complicada historia política. Posiblemente como todo Irlanda del Norte. Algunas cosas, como su queridísimo Bushmills, seguirán siendo las mismas, mientras que otras, como sus ciudades, cambiarán.

¿Quieres hacer la visita tu también?

Bushmills Old Bushmills Distillery
2 Distillery Rd, Bushmills
bushmills.com
Visitas abiertas al público todos los días. Consultar horarios de invierno y de verano en la página web. Se puede reservar para grupos mayores de 15 personas.

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