Destinos, España, Europa, Extremadura

Por la Vía de la Plata

Un camino que esconde casi dos milenios de historia para asomarse al pasado de la península ibérica.

POR:

Desde tiempos inmemoriales, la Vía de la Plata ha atravesado España de sur a norte. Ya cuando los romanos invadieron la península ibérica, en el 218 a. C., existía esta ruta desde Mérida hasta Astorga, y fue ésa la base sobre la que se construyeron nuevos caminos, que se expandieron a través de los siglos a lo largo de 800 km, hasta conectar Sevilla con Gijón, en Asturias. El nombre de este camino no tiene relación con el metal, sino que es una deformación popular de la palabra árabe Balata (camino empedrado).

Esta vía es además uno de los Caminos de Santiago, lo que ha contribuido a que se convierta en una de las rutas culturales más ricas de España. Debido a sus orígenes hay gran cantidad de ruinas romanas, y en toda la ruta existen monumentos importantes de distintas épocas, siendo varias ciudades Patrimonio de la Humanidad, como Mérida, Cáceres y Salamanca.

1.  De Mérida a Trujillo
Iniciamos nuestro recorrido en Mérida, originalmente llamada Emérita Augusta, fundada en el año 25 a. C. por orden de Augusto (primer emperador romano) como asentamiento para los soldados veteranos eméritos que habían combatido en las guerras cántabras. Esta ciudad ofrecía todas las comodidades de una gran urbe romana y era la capital de la provincia romana de Lusitania.

Mérida es una ciudad pequeña que se puede recorrer a pie fácilmente. Indispensable empezar por la visita conjunta del teatro y anfiteatro romanos. Por lo general, se visita primero el anfiteatro que se inauguró en el año 8 a. C. y tenía un fin más del gusto popular que el teatro, ya que en la arena se realizaban representaciones de batallas, luchas entre gladiadores y bestias y carreras de carros. El majestuoso teatro, que tenía capacidad para seis mil espectadores, se construyó entre los años 16 y 15 a. C., según indican las inscripciones situadas sobre las puertas de acceso. A través de los siglos sufrió cambios y deterioros, pero desde 1933 alberga en julio y agosto el Festival Internacional de Teatro Clásico, con el cual recuperó su función original.

A continuación no se puede dejar de visitar el incomparable Museo Nacional de Arte Romano, obra del famoso arquitecto Rafael Moneo, quien consiguió que el museo tuviera el carácter y la presencia de un edificio romano. En su interior admiramos una de las mejores colecciones de escultura y de mosaicos romanos de la península ibérica.

Acertamos comiendo en el restaurante A de Arco, situado justo al lado del arco de Trajano. El sitio es amplio y moderno, con la tapería al nivel de la calle y el restaurante en el primer piso. El servicio atento y eficiente, la comida deliciosa y los precios muy accesibles. El chef, Enrique Frías Román, prepara una comida basada en los productos extremeños más representativos, usando siempre los que estén en temporada. Pedimos todo al centro y disfrutamos unas alcachofas a la plancha estupendas, unas habitas con jamón, un delicioso revuelto de “criadillas de la tierra” y cogumelos al ajillo, ambos hongos que se dan en Extremadura en primavera. Seguimos con una paletilla de cordero y unas chuletillas exquisitas, y de postre una tarta de queso casera buenísima. En la tapería se comen tapas excelentes a muy buen precio.

Para terminar nuestra estancia en Mérida, por la noche hicimos una visita guiada maravillosa con la ciudad iluminada, empezando por el famoso puente romano, la alcazaba árabe, el pórtico del foro y el templo de Diana, entre otros monumentos. Es algo que no puede perderse ningún visitante.

A sólo a 76 kilómetros se encuentra Cáceres, tan hermosa pero tan diferente de Mérida. Protegida por sus murallas de época árabe, su casco antiguo es uno de los mejor conservados de España. Debido a la solidez de sus construcciones, retiene el esplendor de sus palacios, mansiones, arcos e iglesias, coronados por torres y gárgolas. Fuimos caminando con nuestra guía por sus calles estrechas y empedradas, llenas de historia y magníficos edificios, y no podíamos dejar de asombrarnos y sentirnos transportados muchos siglos atrás. La visita interior de los palacios e iglesias es una sorpresa continua, incluyendo uno de los aljibes árabes mejor conservados del mundo. Quienes prefieran podrán alojarse en un edificio que es parte de la historia, el Parador de Cáceres está en un palacio que data del siglo xiv.

De muy merecida fama, el restaurante Atrio (con dos estrellas Michelin) del chef Toño Pérez es otro de los orgullos de Cáceres. La casa en sí es preciosa, integrada en el estilo de la ciudad, el restaurante luminoso y la bodega digna de una visita, como un museo del vino. Allí se guardan 35 mil botellas de diferentes países, y hay una “capilla” de Château d’Yquem, donde la más antigua es de 1806. Sólo hay dos menús degustación de 14 tiempos cada uno, más aperitivos y golosinas con el café: “El de siempre” con los platos más emblemáticos y “El de ahora” con las nuevas creaciones, extraordinarios de principio a fin tanto en su presentación como en su sabor.

El menú era novedosísimo, empezando por los aperitivos: diminutas galletas en sándwich con pasta de aceitunas, tejitas de papa con queso y unos gougères (especie de choux) con tocino, todo exquisito. Iniciamos el menú con un fresco raviol de láminas de zanahoria relleno de ortiguilla de mar sobre el que se vierte un jugo de zanahoria encurtida, manzanas, apio y jengibre. Siguió la empanadita de taro (un tubérculo crujiente) rellena del clásico guiso extremeño de tomate y comino. A continuación, llegó un plato con granizado de jitomate, helado de cebollitas y berberechos, sobre los que sirvieron el bloody mary picantito y delicioso. El carpaccio de camarones marinados, con crema ácida y caviar fue otra delicia. El turno era del ceviche de mero en un cuenco de hielo. Al lado venía una semiesfera de fruta de la pasión sobre medio limón. La semiesfera se comía primero para limpiar el paladar y el jugo se exprimía sobre el pescado que tenía cilantro y albahaca. Siguieron un brioche hecho con tinta de calamar y relleno de calamares, una merluza con puré de coliflor y almendra y crujiente de callo de hacha, y un atún cocido como carne con un velo de panceta ibérica, salsa de naranja y puré de camote. De último plato fuerte un filete de res tiernísimo cubierto con una costra de hierbas y una crema de brócoli.

Como prepostre, unas esferificaciones de torta del Casar, el famosísimo queso de Cáceres, con helado del queso, membrillo y bizcocho de té matcha. El fabuloso postre era de chocolate en diferentes texturas, acompañado de una copa de jerez PX, seguido por “la cereza que no es cereza”, pero que definitivamente lo parece: está hecha con gel de cereza con licor, rabito de chocolate y hueso de galleta. Terminamos en la mesa con unos arbolitos en los que había unas galletas de coco, y pasamos a tomar el café en el patio lleno de plantas con vista a la modernísima cocina. Allí nos trajeron unas golosinas sensacionales: madeleines etéreas, trufas de chocolate, pasta de frutas de frambuesa, macarons de limón y unos buñuelos rellenos de crema. No es que todavía tuviéramos hambre, pero había que probarlo todo. El precio es de 149 euros sin bebidas, un poco elevado para la mayoría de los turistas, pero definitivamente es una experiencia inolvidable que vale la pena vivir.

Apenas a 45 kilómetros se encuentra Trujillo, la llamada “ciudad de los conquistadores”, cuna de Francisco Pizarro, conquistador del Perú. Su escultura ecuestre preside la Plaza Mayor, el centro neurálgico de la ciudad, donde derivan calles estrechas y empinadas bordeadas de palacios. En la plaza se encuentra el palacio más importante, el del marqués de la Conquista, promovido por el hermano del conquistador, Hernando Pizarro. La ciudad está coronada por una alcazaba árabe conocida como El Castillo, construida entre el siglo IX y el XII, con cuatro torres defensivas que protegen las puertas de entrada. En el siglo xv se añadió un segundo recinto amurallado. Desde el castillo se admira una vista impagable de los campos de Extremadura.

2. De Salamanca a Zamora
Nuestro siguiente destino, a 200 kilómetros, era Salamanca, pero hicimos una parada en Guijuelo para degustar el jamón y los embutidos de Julián Martín. Esta empresa ofrece una visita guiada por las instalaciones para ver el proceso de elaboración, que incluye un minicurso de corte de jamón por sus maestros jamoneros y una degustación de productos cien por ciento de cerdo ibérico. Vale mucho la pena hacer esta visita.

Salamanca es la hermosa ciudad universitaria por excelencia, ya que fue la primera universidad que se creó en España y una de las más antiguas de Europa. Por ella han pasado algunos de los mejores pensadores,         artistas y escritores españoles y latinoamericanos, entre ellos el dramaturgo mexicano Juan Ruiz de Alarcón. Pero además de mucha historia, Salamanca también es moderna y divertida, pues la población estudiantil la mantiene en actividad las 24 horas del día.

Caminando por la Rúa Mayor, empezamos nuestro breve recorrido en la Casa de las Conchas. Esta famosa casa fue edificada en época de los Reyes Católicos y debe su nombre a las más de 300 conchas que decoran su fachada. Fue construida por un caballero de la Orden de Santiago y seguramente por eso utilizó el símbolo de los peregrinos de Santiago como ornamento. El interior es muy bonito, y hoy funciona como una biblioteca pública.

Uno de los edificios más importantes es la universidad, que se creó en el año 1218, a la que Alfonso X el Sabio convirtió en un referente frente a las universidades de Oxford, Bolonia y París. La joya del edificio es la fachada plateresca, tallada en piedra como una obra de orfebrería, llena de simbolismos. Hay que buscar la famosa rana sobre una calavera, que según la leyenda, da suerte en sus exámenes al estudiante que la encuentra. En el interior, alrededor de un patio central, se encuentran las antiguas aulas. Destacan el aula de Fray Luis de León del siglo xvi, el paraninfo y la capilla y la valiosísima biblioteca. Aprovechando la cercanía, entramos después al hermoso patio de Escuelas Menores.

Otra visita obligada son las dos catedrales, la “Nueva” se construyó entre los siglos xvi y xviii conservando la “Vieja” durante la construcción para mantenerla abierta al culto. La nueva es una mezcla de estilos gótico tardío, renacentista y barroco. La vieja se empezó a construir en 1120, en el momento en que el románico empezaba a darle paso al gótico, por lo que también es una mezcla de estilos. Había la intención de derrumbarla al terminar la nueva, pero al final quedaron las dos en pie. En la Edad Media los estudios universitarios se hacían en la propia catedral. En la capilla de Santa Bárbara, alrededor del claustro, los estudiantes que iban a defender su tesis tenían que permanecer encerrados un día entero en absoluta soledad, preparándose para el examen. Ahí nació la expresión “estar en capilla” que usamos hasta hoy. Al día siguiente entraban los profesores que se sentaban en los bancos que hay alrededor de la capilla a examinar al estudiante, y si era aprobado salía por la puerta grande de la catedral, donde lo esperaban sus amigos para celebrarlo en una fiesta pagada por él. Una minoría conseguía su título.

Aunque sea el monumento más joven del casco histórico, la Plaza Mayor, una de las más grandes y bellas de España, es el corazón y el centro de la vida social de Salamanca. Alberto Churriguera la construyó en el siglo xviii con piedra de Villamayor, con la que se construyeron los principales monumentos salmantinos. Al atardecer la piedra toma un magnífico color dorado con el reflejo del sol, y ése es el momento mágico para disfrutar de esta maravillosa plaza, sentado en uno de los cafés que hay por ahí.

En Salamanca todo está cerca, y en un momento llegamos al restaurante Oro Viejo, en la plaza de San Benito. Se entra por el Gastrobar, donde se sirven tapas y vinos en un ambiente informal. El restaurante es un bonito local abovedado, donde el chef Héctor Carabias nos sirvió un estupendo menú degustación de siete tiempos con creaciones muy novedosas y sabrosas, como un gazpacho de fresas con un langostino, seguido de un tartar de salmón con aguacate y velo de pepino, un huevo poché con virutas de papa, jamón y foie y un bacalao con crema de camarones y chipirones, entre otros. De postre, una torrija de pan brioche caramelizada con helado de queso de cabra. La excelente comida y precios muy razonables, tanto en el restaurante como en el bar, lo han convertido en un sitio muy concurrido y muy recomendable.

Nuestra última parada en la Vía de la Plata fue Zamora, situada a orillas del río Duero. La ciudad empezó a tener importancia con la llegada de los romanos, que la llamaron Ocellum Durii (los ojos del Duero), y la hicieron parte del recorrido de la Vía de la Plata. El nombre de Zamora tiene su origen durante la dominación musulmana y viene de la palabra árabe Samura. Después de la Reconquista, por el año 1010, la ciudad fue reconstruida y repoblada por Fernando I de León y pasó a llamarse Zamora.

El casco antiguo, de forma alargada, está circundado en gran parte por murallas y bordeado al sur por el río Duero. Durante el siglo xi y xii, la ciudad vivió una época de esplendor en la que se construyeron numerosos edificios románicos que se han conservado muy bien, lo que le valió el título de “Ciudad del Románico”. Hay alrededor de 20 iglesias en el casco antiguo, una de las más destacadas por su belleza es la catedral, del siglo xii, con su cúpula escamada en piedra y sostenida por un cimborrio de influencia bizantina. La segunda en tamaño e importancia es la iglesia de San Pedro y San Ildefonso, y por su belleza no se puede dejar de visitar la iglesia de la Magdalena.

Pero además de visitar las múltiples iglesias por fuera y por dentro, hay que ir al mirador del Troncoso, desde donde se contempla una vista preciosa del Duero a su paso por Zamora, con el puente románico del siglo xii y los campos zamoranos. Después hay que pasear por la Rúa de los Francos que refleja aún su antiguo trazado medieval, bordeada de edificios religiosos y civiles muy interesantes. Uno de estos edificios es el Palacio de los Condes de Alba y Aliste, construido durante el siglo xv sobre una antigua alcazaba romana. De estilo renacentista, destaca por su patio interior de dos pisos y su escalera con una bella decoración. Hoy está convertido en un maravilloso parador donde disfrutamos mucho nuestra estancia.

Hay gran abundancia y variedad de sitios donde comer tapas, uno de nuestros favoritos fue La Sal, que estaba lleno a tope, pero para cenar fuimos al Rincón de Antonio, muy cerquita del parador. Es un lugar muy agradable y el servicio es muy atento, el menú delicioso y a muy buen precio. Se preocupan por ofrecer platos Km 0, por lo que disfrutamos de delicias de la zona. Empezamos por un salmón marinado con queso de cabra, piñones y membrillo, seguido por los platos estrella del lugar: garbanzos de Fuentesaúco al ajoarriero zamorano y la carrillera de ternera de Aliste al vino de Toro con hongos, ambos deliciosos. De postre cañas de Zamora rellenas de crema, helado de chocolate y caramelo de fresa. Por supuesto, lo acompañamos con un vino de Toro que nos recomendó el capitán.

Hay mucho más camino que recorrer y ciudades que disfrutar por la Vía de la Plata, nosotros llegamos hasta aquí esta vez, esperando retomar este interesante camino en un futuro próximo.

 
Array
  • Compartir

Especiales del mundo

Las Vegas Stylemap

Una guía para conocedores