Indudablemente, hay más, muchos más, pero estos 11 son los más grandes e imponentes, bellos en arquitectura y paisaje, y que se guardan en los pueblos más bonitos. También, todos ellos, tienen el título de Patrimonio de la Humanidad, a pesar de que algunos sean tan poco conocidos.
Durante todo el trayecto, a veces sobre la autopista, a veces sobre la carretera federal, a un lado o a otro se alza imponente el volcán Popocatépetl, con su fumarola constante, que aumenta y disminuye (antes, a esta ruta se le conocía como Ruta del Volcán y se extendía hasta Puebla y el Estado de México), siempre presente detrás de uno de los cientos de cerros que tiene el estado. Mientras se vaya haciendo este recorrido de pueblo en pueblo y de convento en convento, hay que tener en mente que no es sólo una ruta eclesiástica: es un descubrimiento del estado, de su flora, de su (amplísima) historia, de su comida, de sus fiestas y tradiciones, de una parte de México que es poco vista y poco visitada y que es muy importante por su valor histórico, sí, pero también por la belleza que guardan cada uno de los pueblos y edificios a visitar.
La Ruta de los Conventos de Morelos está compuesta por edificios que fueron fundados por dominicos, agustinos y franciscanos (estos últimos fueron los primeros en llegar a evangelizar a los indígenas en México), por lo que los motivos en los techos, los frescos y las columnas son muy similares entre sí.
La primera parada es Zacualpan de Amilpas. Difícil de encontrar incluso por los morelenses, este pequeño pueblo es hogar de un convento enorme que es Patrimonio de la Humanidad y que aún está en funcionamiento: los monjes todavía viven ahí. Fue fundado por los agustinos en 1535, es conocido como el convento de la Inmaculada Concepción y es de los más antiguos de la zona. Los antiquísimos frescos que adornan las paredes aún se mantienen estoicamente, a pesar del nulo mantenimiento que se le da al convento, aunque se han ido borrando con el paso del tiempo. Por otro lado, los cimientos se vieron dañados con el temblor de 1999, que lastimó severamente las columnas y los muros del convento —y que aún no se han arreglado.
En Zacualpan es indudable que el atractivo es el enorme convento que se alza junto a la placita principal. Aquí cada domingo se juntan artesanos, campesinos y mercaderes del municipio y de los pueblitos aledaños a practicar —después de casi 500 años de tradición— el trueque. Casi 2 000 personas llegan a la plaza a intercambiar aceite por fruta, sopa deshidratada por tortilleros, canastas por alcancías, aguacates por ate, y así, mientras que a todo se le pueda encontrar un valor.
De ahí, el siguiente pueblo será Hueyapan, un poblado a una media hora de Zacualpan, modesto y chiquito (tan así que el zócalo del pueblo comparte la función como patio de la escuela). El convento dominico de Santo Domingo también es más modesto que el resto: nunca fue terminado y no tiene segundo piso. Sin embargo, su campanario tiene una de las mejores vistas del volcán, y su valor principal recae en que es el guardián del Nicho de Hueyapan, con un Cristo que fue labrado en una sola pieza de madera por Higinio López en el siglo xvii. También, en el atrio del convento se venden unos ponchos, llamados gabanes, que tardan hasta dos años en terminar de hilarse, actividad de la que viven muchas de las mujeres de Hueyapan.
Pero si pareciera, hasta ahora, que el recorrido se trata de pequeñitos pueblos con conventos que resultaron ser Patrimonio de la Humanidad, estamos equivocados. Y el pueblo que sigue lo demuestra. Tetela del Volcán, capital del municipio homónimo, se dedica principalmente a la siembra de frutas, está rodeado por cerros tupidos y las fumarolas del Popocatépetl. Su convento dominico dedicado a San Juan Bautista, original de 1563, es también uno de los más impresionantes del recorrido. Si bien su capilla es chica, los frescos han sido restaurados y se mantienen orgullosos en los muros y en las columnas del convento. Alusiones a San Agustín, cuya regla se utilizó en la fundación de la orden de Santo Domingo, se leen en varias inscripciones de las paredes; las figuras dominicas de color azul que adornan el techo le dan un toque alegre y colorido. El patio y el atrio están llenos de flores y son muy amplios.
Los frescos de este lugar (de todos, en realidad, pero aquí se pueden apreciar con mayor claridad) se utilizaban para evangelizar a los indígenas recién llegados los españoles, y muchos de los murales, si no es que la mayoría, fueron pintados por manos mexicanas. Pero es el artesonado en el techo de la sacristía el que se lleva la mención honorífica, el único techo original del convento, el único que no desapareció por culpa de la humedad y las polillas. Durante las procesiones de Semana Santa, algunos de los feligreses de San Juan Bautista se disfrazan de sayones —especie de soldados romanos— y acompañan a Jesús durante el vía crucis.
Si bien este paseo por los pueblos de Morelos tiene como excusa los conventos centenarios que aún se mantienen en pie ésta bien podría ser una ruta gastronómica: en Zacualpan se come algo que llaman “pan de mujer”, una especie de pan de pueblo —unos dulces, otros hechos con sal— que se desayuna y se cena y que sólo las mujeres preparan; en Hueyapan hay tamales, y nadie supera las frutas —duraznos y aguacates— de Tetela del Volcán, ni su licor hecho a base de tejocote, café o durazno. Pero si de comida se trata, la cecina de Yecapixtla, a una media hora de Tetela, es tan buena que le ha dado a este pueblo fama mundial, y es de aquí desde donde se extendió la tradición de esta carne salada al resto del estado.
Dicen los habitantes de Yecapixtla que la hacen con tanto cuidado que al cortar la carne varios ya se han ganado un par de heridas de los dedos, por lo delgado que debe ser el corte. Lo ideal al pararse a comer aquí (porque aquí hay que pararse a comer) es acompañar la famosa cecina con tortillas, guacamole, salsas de todos los colores, queso panela, chicharrón, frijoles y cerveza. Casi desde cualquier punto donde se decida sentarse a disfrutar del platillo local se puede ver el imponente y enorme convento agustino de San Juan Bautista, cuyos muros son más bien agresivos, lo que recuerda a un castillo medieval, con torres que parecieran tener la función de impedir un ataque enemigo. Arquitectónicamente, su parte más valiosa es su rosetón gótico de cantera de tres metros de diámetro. Y los murales. Y el siempre presente volcán.
La imponente arquitectura —que, según el año en que fueron construidos, o es estilo medieval gótico o tiene tintes renacentistas— de los conventos siempre es lo primero que llama la atención, en especial porque, a excepción de unos cuantos pueblos, es el edificio más grande y emblemático de sus centros. Es la razón por la cual mucha gente los visita, y, casi en todos los casos, aún se utilizan como monasterios o lugares de oración. Pero, y sobre todo, estos lugares guardan un valor histórico tremendo para México.
Cuentan la historia de las primeras órdenes religiosas que llegaron al país, cuando éste acababa de convertirse en la Nueva España, y de los primeros indígenas que fueron evangelizados y del enorme sincretismo religioso que resultó de la mezcla de culturas. Los murales al fresco —al ser pintados por manos mexicanas— reflejan una realidad que tiene mucho más que ver con los indígenas que con los europeos, por eso el Espíritu Santo que más una paloma parece un guajolote.
Muchos de estos conventos durante algún tiempo dejaron de serlo y se convirtieron en fuertes o universidades. Y ahora son museos y son iglesias, lugares de reunión, de fiesta. Algunos, bajo la protección del inah, se han logrado mantener en buen estado, pero muchos sólo son cuidados por el estado, el municipio o incluso por los padres de la iglesia local y los habitantes de los pueblos, por lo que, poco a poco, se han ido deteriorando.
El valor histórico de la Ruta de los Conventos es en particular tangible en el templo de Santiago Apóstol, en Ocuituco, fundado por los agustinos en 1534. Éste fue el primero que los agustinos fundaron en Nueva España, y en sus muros ya es casi imposible ver los frescos que alguna vez lo adornaban. El convento está dedicado, también, a fray Juan de Zumárraga, el primer obispo y arzobispo de la Nueva España.
La desnudez de las paredes le da un toque diferente, más iluminado, menos colorido. En este lugar es donde se va a realizar el primer museo en forma de arte sacro del estado de Morelos. Y es en Ocuituco, también, donde se dice que Zapata, desde el cerro de Sacro Monte, planeaba sus ataques y buscaba refugio. En este pequeño pueblito, como otra opción, se puede practicar la monta a caballo, se come un delicioso pan de jumitle, grandes hogazas de pan con azúcar incrustada, y la miel que aquí se produce es de la más alta calidad (y se presenta de varias maneras, en propóleo, para congelar, para untar, como dulce…). ¿El volcán? Ahí sigue.
Cada pueblo del recorrido tiene una celebración que se festeja acorde al santo de su devoción. Así, si el santo patrón del pueblo es San Juan Bautista, la fecha más importante es el día de quien bautizó a Jesús. Usualmente también festejan los tres días previos al miércoles de ceniza, antes de que empiece la cuaresma: se prepara comida, se hacen bailes, hay juegos mecánicos y pirotécnicos y bebida. Por tres días. Luego empieza una especie de reflexión antes de la Semana Santa.
Sin embargo, algunos otros pueblos tienen sus fiestas en los días que se va acercando la fecha más importante de quienes practican el catolicismo. Así, el primer viernes de cuaresma es la feria de cierto pueblo y se van recorriendo, hasta que en Atlatlahucan, por ejemplo, la fiesta más importante es el cuarto viernes de cuaresma.
La fiesta no es algo que se tome a la ligera. La feria del convento agustino de San Mateo, en Atlatlahucan, se planea con mucho tiempo de anticipación. El mayordomo del convento se encarga de planear y financiar la fiesta por sí mismo (a veces, su familia puede ayudar) para todo el pueblo y todos los feligreses de la iglesia. Es un honor hacerlo (nosotros conocimos a Marcelino, quien por tercera vez es el mayordomo del convento —a la vez que está involucrado en un movimiento político de izquierda). Este convento es uno de los mejor conservados de toda la ruta, a pesar de que nunca ha sido restaurado, y aún está en completo funcionamiento: cada domingo, un coro de monjas entona cantos gregorianos durante la misa (una de las principales atracciones del convento de San Mateo) que, curiosamente, aún se oficia en latín.
El templo está decorado con luces de colores y papel picado, que cambian según la fiesta que esté cerca (este pueblo tiene 54 festividades religiosas al año). Una de las celebraciones más características y peculiares de Atlatlahucan es la Fiesta de las Negras, en la que hombres selectos del pueblo se visten de mujeres (vestido, tacón, maquillaje y brassiere) y bailan con muñecas que simbolizan la fertilidad (uno de los más grandes ejemplos del sincretismo que se encontrarán durante el recorrido).
Las mujeres que son incapaces de concebir les piden que les agiten las muñecas cerca del vientre, y si les hacen el “milagrito”, el marido tiene la obligación de bailar durante los tres años siguientes en esta festividad. Pero la fertilidad también se refiere a la abundancia en el campo, en el dinero, en la buena suerte: para eso se baila. Todo esto mientras en el pueblo se bebe destilado de maguey o champurrado y se comen tamales.
Pero Atlatlahucan también es admirable por la manera en que se ha transformado en poco tiempo: en 10 años pasó de ser un pequeño pueblo muy sencillo a tener un bonito zócalo, una fuente y un quiosco que adornan la entrada del impresionante convento de San Mateo, que enmarca todo a la perfección al crecer verticalmente (todo esto fue posible desde el momento en que los impuestos del fraccionamiento Lomas de Cocoyoc se usan en el mantenimiento de Atlatlahucan).
Otra cosa importante de las fiestas de Atlatlahucan es que dicen que de aquí son originarios los chinelos. Estos personajes que se utilizan en bailes, con largas túnicas y máscaras coloridas con barba tipo español, son una tradición importantísima de todo Morelos. Se originaron durante la Conquista, en el punto en que todo estaba por explotar. Los indígenas, cansados del trato que les daban los españoles, se vestían con las batas que usaban las señoras para dormir, se ponían las máscaras para no ser reconocidos y salían durante el carnaval (los tres días previos al miércoles de ceniza), que eran sus días de asueto, a bailar y brincar protegidos por el anonimato de la máscara.
A partir de aquí, uno se empieza a alejar un poco del volcán. Así que la última parte del recorrido es más calurosa, lo que también la hace colorida. Más cerca del Estado de México está Totolapan. Este pequeñito pueblo es tranquilo y hogareño. No tiene pretensiones de ser más de lo que es: una linda vista, muy buena comida, los mejores músicos de Morelos (eso sí) y un gran ánimo cuando hay que celebrar la feria del pueblo. Tiene una impresionante vista del valle y del volcán desde el cerro más importante del lugar, el de Santa Bárbara.
El convento agustino de San Guillermo tiene una de las fachadas más bonitas del recorrido, con unos singulares medallones de estuco con los anagramas IHS y XPS (distintivos cristianos que, en latín, significan “Jesús Salvador del Hombre”, Iesus Hominum Salvator, y XHRISTOS, en letras griegas) en tonalidades azules. Aquí aún viven frailes franciscanos, y su enorme huerta está abierta a todos los habitantes del pueblo para ir a pasar la tarde. Aquí también está el famoso Cristo Aparecido que, se cuenta, fue robado por el pueblo de Iztapalapa y cada mañana reaparecía en este pueblo. El clima de Totolapan también se presta para acampar y practicar deportes al aire libre, ya que tiene un importante corredor biológico que llega hasta el Estado de México, y es buen lugar para quien disfruta de los temazcales.
El recorrido está lleno de brillantes pueblitos con pintorescos centros y calles empedradas, pero de todos, sólo dos tienen la denominación de Pueblo Mágico (que podría no parecer mucho, pero a los merecedores del honor se les premia con dinero que se puede utilizar en la conservación y renovación del pueblo). Uno es Tepoztlán. El otro, menos conocido, pero a la vuelta del primero, es Tlayacapan. Y no por nada. El pueblo tiene una colorida placita, varios lugares para comer, posadas para descansar, la Casa Museo Emiliano Zapata, puestos de comida y helados en las calles, clima delicioso y unos pintorescos árboles rosas llamados clavelinos, y fue un centro de tlatoanis, que aún se puede visitar sobre uno de los cerros que lo rodean.
El convento agustino de San Juan Bautista, evidentemente, no se queda atrás. El atrio es enorme y está bien conservado, y la fachada del convento y del templo también son de magnitudes majestuosas (éste es uno de los conventos que parecieran ser castillos más que iglesias). Por dentro está casi desnudo y blanco, pero los murales que aún guarda están muy bien conservados. Pero lo más importante de este lugar, sin duda, es su museo de arte sacro y el sitio donde se exhiben momias originales del siglo XVI.
De ahí, lo que sigue es Oaxtepec, en el municipio de Yautepec. Este pequeño pueblo es mejor conocido por sus balnearios que por su convento de Santo Domingo de Guzmán pero es el edificio el que en realidad merece una visita. Fue el primer convento que levantaron los dominicos en México. Austero por fuera, por dentro tiene aproximadamente 2 600 metros cuadrados en pinturas al fresco que, aun cuando están en muy buen estado, se están restaurando. El convento, que fue una escuela normal y ahora es un museo, tiene insectario, una colección de piezas toltecas y olmecas originales y la biblioteca pública municipal, con un área dedicada especialmente a los niños. Oaxtepec también es el lugar donde Moctezuma construyó su jardín botánico privado.
Las últimas dos paradas son, quizá, los lugares más visitados por los habitantes del DF en Morelos: Tepoztlán y Cuernavaca. El convento dominico de la Natividad, en Tepoztlán, es el único que es administrado por el INAH. Esto hace toda la diferencia al momento de conservar el edificio, pues su mantenimiento no sólo está a cargo del estado de Morelos, sino del Estado, con “e” mayúscula. El ex convento, se dice, es uno de los más austeros, pero en realidad el edificio es grande, amplio y de gruesas paredes. Contaba con baños y mirador, pasillos que mantenían frescos los cuartos de los frailes y, ahora, con biblioteca, museo, librería y un mural del siglo xvi. El museo narra la historia del pueblo.
Pero la joya de la corona es, sin duda, el convento franciscano de Nuestra Señora de la Asunción de Cuernavaca. La enorme catedral de la ciudad que Humboldt llamó de la “eterna primavera” tiene una bella e impresionante fachada, y el templo es, muy probablemente, uno de los más bonitos del país. Ahora, el convento de Nuestra Señora de la Asunción está en renovación y no se puede visitar, pero el enorme templo es muy atractivo. El altar fue renovado hace pocos años, y los murales de alrededor cuentan la historia del primer mártir mexicano, Felipe de Jesús, quien intentó hacer labores de evangelización en Japón.
Cuando la iglesia y el convento se construyeron, en 1526, sus cimientos estaban sobre el templo indígena (algo que resultaba muy común en la época), así que cuando estuvieron terminados, los indígenas se negaban a entrar a la iglesia por respeto a sus dioses. Se piensa que es por esta razón que se tuvo que construir una capilla abierta, paralela al eje de la nave: la de San José. También se cree que es aquí donde se oficiaba misa y se realizaban evangelizaciones. Esta capilla abierta es particularmente importante arquitectónicamente, ya que la manera en que está hecha su bóveda y el lugar donde está situada no tienen precedente ni en España ni en México. Hoy en día, cada domingo, se realizan misas con mariachi en la catedral.
Aquí, en la capital del estado de Morelos, parados a la sombra que da la inmensa catedral morelense, concluye la Ruta de los Conventos. Éste es el final del recorrido. Si se quisiera, sin embargo, se podría seguir por Puebla y visitar unos cuantos conventos más. Pero visitando estos 11 pueblos —estos 11 conventos— uno puede darse una muy buena idea de la comida, la historia, el color y el calor, la música y las fiestas que son habituales y cotidianas en uno de los estados más cercanos a la capital del país, pero (y aun así) menos explorados. ¿Qué resta? Irse a tomar una cerveza, un café o un helado al centro. Despídanse del volcán por ahora.