Arizona, Destinos, Estados Unidos

Roadtrip por tierras navajo

Desde la belleza de Antelope Canyon hasta el misticismo de Monument Valley, un recorrido por una de las zonas menos exploradas de EU.

POR: Mariana Castro

Entre montañas sagradas, historias no contadas, senderos color rojo, y la tranquilad del río Colorado, nos aventuramos en un viaje de carretera para descubrir gigantes naturales que esconden los misterios detrás de una de las comunidades nativas más grandes del país. 

El gigante obligado
Irónicamente, nuestro recorrido por los terrenos poco explorados de Arizona comenzó en una de sus atracciones más conocidas. El Grand Canyon National Park —catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1979— fue uno de los primeros 15 parques nacionales reconocidos en Estados Unidos y es, sin duda, una parada obligatoria en cualquier ruta que pase por el estado, aunque eso signifique desviarse un poco del itinerario. El ingreso puede hacerse por el borde sur o el norte, aunque este último permanece cerrado a partir de octubre y durante todo el invierno.

Si hay algo que caracteriza al Sistema de Parques Nacionales de nuestro vecino del norte es su impecable logística, y este lugar no es la excepción. Una vez que estás dentro, puedes recorrerlo como prefieras; en caminos perfectamente marcados para cada modalidad, ya sea en coche, bicicleta o a pie. También puedes hacer uso de los camioncitos gratuitos que cuentan con paradas distribuidas por todo el parque. Una buena opción es tomar el Grand Canyon Visitor Center como punto de partida, planear la ruta y aprovechar todo el día para explorar los alrededores. Además de los atractivos naturales evidentes, el parque cuenta con siete hoteles, zona para RVs, restaurantes, tiendas y hasta un taller mecánico. Prácticamente una microciudad que gira alrededor de su atracción principal: el Gran Cañón. Los senderistas experimentados pueden tramitar un permiso especial para acampar o hacer excursiones de varios días a nivel del río Colorado, sin embargo, nuestra experiencia se mantuvo al nivel de los miradores sin dejar de ser menos impresionante. 

Uno de los aspectos que más llaman la atención sobre el Gran Cañón son sus dimensiones, aproximadamente 450 kilómetros de largo, 29 de ancho y casi dos de profundidad. Poniéndolo de manera más gráfica, la superficie ocupada por el Gran Cañón equivale a más de tres millones de canchas de fútbol juntas (el número exacto 3,085,106) una extensión que parece infinita al estar parado en cualquiera de sus miradores. Desde esa misma perspectiva, el relieve del Gran Cañón es similar a una serie de volcanes miniatura en distintos tonos rojizos. Aunque realmente se trata de formaciones de roca estratificada con distintas capas que han quedado expuestas como consecuencia de miles de años de erosión. 

Por más cliché que parezca, uno de los mejores momentos para disfrutar del Gran Cañón es al atardecer. El parque incluso cuenta con un “Sunset Bus Tour” de dos horas que realiza varias paradas por el lado oeste del cañón para terminar en Mather Point. Una vez ahí, sólo queda esperar a que el sol haga su trabajo y pinte el cielo, las rocas y el río de increíbles tonos azules y rosas. Un espectáculo natural que, afortunadamente, dura lo suficiente para poder apreciarlo desde distintos ángulos del mirador.

¡Ya’at’eeh, Navajo Nation!
Después de la visita al Gran Cañón, llegó la hora de adentrarnos en territorio navajo, así que tomamos la ruta 89 con destino a Page, una pequeña ciudad al norte del estado donde se encuentran algunas de las principales atracciones de esta ruta. El camino es muy entretenido debido a la gran cantidad de gift shops antiguas en la carretera, algunas decoradas con letreros de madera que anuncian su existencia desde principios de 1900. Con el pretexto de recargar combustible, vale la pena entrar a alguna de estas curiosas tiendas, donde hay desde blusas tradicionales navajo hasta fundas de iPhone personalizadas, pasando por dreamcatchers de proporciones gigantescas y figuritas de colección de vaqueros hollywoodenses. El sincretismo del Viejo Oeste en su versión parafernalia.

Una vez en Page nos reunimos con la familia Tsosie, quienes operan una de las pocas compañías que hacen tours por Antelope Canyon. Debido a su ubicación dentro de una reserva navajo, los recorridos sólo se hacen con guías pertenecientes a esta comunidad, quienes dominan varios idiomas y lo hacen saber al saludar en alemán-japonés-francés-español a todos los turistas que se unan a su tour. Para llegar, nos dividimos en varios vehículos todo terreno color azul turquesa, que además de generar un bonito contraste con el tono naranja del desierto, te hacen sentir parte de una escena de persecución al estilo Mad Max.

Antelope Canyon es, probablemente, uno de los lugares más fotografiados del mundo y no es para menos. Se trata de una formación geológica con una fisura generada por las corrientes de agua que han pasado por ahí desde tiempos remotos. Gracias a esta fisura, ahora existe un estrecho sendero que permite recorrer el cañón de un extremo a otro con una caminata de poco más de 200 metros, no sin antes apreciar las originales formas espirales que decoran sus paredes internas, que llegan a medir hasta 40 metros de altura. La entrada de la luz al cañón causa distintos efectos dependiendo de la hora del día, a veces similar a un reflector de teatro y a veces parecido a un juego de sombras. Aunque es difícil resistirse a capturar en foto estos remolinos surreales de roca, nada como apreciarlos de cerca y con tus propios ojos. Eso sí, sin tocar o te espera un gran regaño en el idioma de tu preferencia.

A unos cuantos kilómetros, Horseshoe Bend levanta la mano como otro fenómeno natural digno de admirarse. Para llegar, volvimos a tomar la ruta 89 hacia el norte, y después de unos diez minutos nos topamos con un gran letrero en el que se lee “Horseshoe Bend Overlook”, que además de ser imposible de ignorar marca la única entrada al lugar. La caminata del estacionamiento al mirador principal es bastante corta rodeada de matorrales, cactus y huellitas de coyotes curiosos que se esconden montaña arriba.

Horseshoe Bend es un meandro, es decir, la curva pronunciada de un río en su curso, en este caso el Colorado. Una gran formación rocosa en forma de herradura de caballo (de ahí su nombre) rodeada por agua color turquesa que baja desde el lago Powell para resaltar los tonos rojizos de los cañones y montañas que la rodean. La altura desde el mirador hasta el río es de aproximadamente 300 metros, entonces primero hay que superar el vértigo para después recorrer el borde del acantilado en busca del mejor lugar para apreciar el paisaje. Los más conservadores optan por una superficie plana, mientras que los más extremos se animan a escalar algunas rocas, esquivando por igual a fotógrafos con lentes gran angular y parejas haciendo uso experto del selfie-stick. Con esas vistas, ni cómo culparlos.

El valle del silencio
Con más de 140 000 habitantes, Arizona es el estado con mayor población navajo en todo Estados Unidos. Para este punto del viaje, aún no habíamos entablado una sola conversación con ninguno. Esto cambió al llegar a Tuba City, donde Donovan Hanley estaba listo para guiarnos por uno de los lugares más emblemáticos de la Navajo Nation: Monument Valley. Antes de partir, tuvimos la oportunidad de adentrarnos al tema con una visita al Explore Navajo Interactive Museum, un espacio creado por la comunidad navajo para contar su propia historia, así como para preservar y promover diferentes aspectos de ella.

La naturaleza nómada de los diné (nombre que se dan a sí mismos) los llevó a establecerse en varias partes del sureste de Estados Unidos, principalmente en Arizona, Nuevo México, Utah y Colorado. En términos generales, los navajo son una comunidad muy espiritual y apegada a sus leyendas acerca del origen del mundo, por eso en un principio pueden parecer muy reservados y cautelosos. Aunque una vez en confianza, no tienen ningún problema en compartir detalles acerca de su cultura y tradiciones, como la jerarquía en sus clanes familiares o la orientación de sus hogans (casas tradicionales), que siempre se construyen mirando hacia el Este para tener la bendición del sol desde que despiertan hasta que cae la tarde y se reúnen para recordar historias del pasado.

Más allá de las fotos, videos y objetos exhibidos, la verdadera importancia del museo radica en las historias que cuenta acerca de los navajo y su esfuerzo por ser reconocidos como una parte importante en el desarrollo de Estados Unidos en los últimos años. Una de las anécdotas más interesantes se remonta a la Segunda Guerra Mundial, cuando un grupo de jóvenes soldados de origen navajo crearon un código secreto para intercambiar mensajes clave que, eventualmente, definirían la estrategia para conseguir la victoria en la batalla de Iwo Jima. En un país en el que los héroes de guerra son celebrados por encima de todo, cuesta creer que lo poco que se sabe acerca de este caso se le deba, entre otras personas, al trabajo de investigación del fotógrafo japonés Kenji Kawano, quien irónicamente ha documentado la vida de la población navajo desde la década de los setenta. 

Después de dos horas de viaje en línea recta por la ruta 163, a punto de llegar a la frontera con Utah, Monument Valley emerge como un territorio sagrado rodeado por montañas y, sobre todo, mucho silencio. Si no eres parte de la comunidad nativoamericana (de cualquier pueblo), hay que pagar una cuota de 20 dólares por vehículo, ya que se encuentra en una zona designada como Tribal Park, misma que puedes recorrer en coche en dos o tres horas siguiendo el camino principal de terracería. Si planeas pasar la noche dentro del parque, no hay necesidad de quebrarse la cabeza, pues la única opción es el hotel The View, donde dejamos nuestras cosas antes de tomar un jeep tour por los puntos más populares del valle.

Durante el auge del género western en el cine estadounidense, el director John Ford hizo de Monument Valley su locación favorita. Al recorrer su peculiar relieve color rojo (consecuencia de los altos niveles de hierro en las rocas erosionadas) uno puede entender la decisión de inmortalizar el valle en una película, y aún así resulta triste darse cuenta de que uno de los sitios más importantes para los navajo sea conocido gracias a Hollywood.

En Monument Valley el silencio no es incómodo sino imponente. No hace falta tener una gran inclinación espiritual para sentir la carga energética de un espacio tan sagrado, donde a la fecha se realizan prácticas culturales en forma de ceremonias, oraciones y canciones. Por la tarde, el viento se hace sentir tanto que al chocar con las grandes rocas rojas produce eco. Como un canto navajo que nos recuerda que es momento de volver al hotel y dejar que los dioses convivan libremente con las personas que habitan los hogan que se alcanzan a ver a lo lejos desde el mirador Artist Point.

Contrario a lo que pasa en el Gran Cañón, el mejor momento para disfrutar de Monument Valley es al amanecer. Afortunadamente, The View facilita mucho el esfuerzo madrugador gracias a los balcones privados en cada una de sus habitaciones, que miran directamente hacia los populares “mittens” —las tres formaciones rocosas más fotografiadas del valle—. La alarma debe sonar poco antes de las siete de la mañana para tener tiempo de ponerse una chamarra generosa y preparar la cámara. A las ocho, el espectáculo terminó y el sol acaricia Monument Valley con todo su esplendor.

Las ruinas de todos y de nadie
Desde 1989, Navajo Nation cuenta con un gobierno propio dividido en tres poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), al igual que un efectivo sistema educativo liderado por Diné College, que en 1968 abrió sus puertas como la primera universidad exclusiva para la comunidad navajo. Los poco más de dos mil alumnos inscritos se distribuyen en distintos campus, incluido uno en Chinle, que fue nuestra siguiente parada en el roadtrip y donde en los últimos años se han establecido más universidades públicas que buscan impulsar la formación académica de los jóvenes navajo.

Después de la escala en Diné College que también cuenta con un espacio de exhibición artística y una biblioteca con un importante archivo navajo—, nos dirigimos a Canyon de Chelly, el único monumento nacional de Estados Unidos ubicado en territorio nativoamericano. Desde hace varios años, el Sistema de Parques Nacionales y la comunidad navajo trabajan en conjunto para administrar los recursos del cañón, mismo que da sustento a una gran cantidad de familias diné que aquí habitan, principalmente dedicadas al ganado.

Canyon de Chelly se siente distinto a los otros gigantes naturales de la ruta. Para empezar, los colores de las rocas se inclinan más hacia el naranja que al rojo, y su vegetación es más tropical que desértica. Aquí hay árboles, cultivos y hasta riachuelos, así que es fácil creerle a las investigaciones que aseguran que este lugar ha servido como hogar para distintas poblaciones desde hace más de cinco mil años, entre ellas los navajo. Uno de los principales atractivos en Canyon de Chelly son los sitios arqueológicos en la base del cañón, entre ellos las White House Ruins (se calcula data entre 1060 y 1275) y sus impresionantes pictogramas, que sorpresivamente se han mantenido intactos a pesar de estar en una zona con alto nivel de erosión. Descender aquí es sencillo a través de un sendero que bien puede recorrerse a pie o a caballo. Una vez en la parte más baja del cañón, hay que internarse en territorio sagrado (de preferencia con los jeep tours) para llegar hasta la Spider Rock, un impresionante monolito de 244 metros de altura que se alza en medio de Canyon de Chelly y que cuenta la leyenda de la mujer araña, una deidad navajo que bajó del cielo para enseñarle a su pueblo el arte del tejido.

El adiós desde las alturas

A diferencia de la mujer araña, nuestra mañana siguiente consistió en subir lo más cerca del cielo posible, al menos hasta la cresta montañosa más alta de Arizona. Ahí,          Flagstaff, una conocida ciudad universitaria muy cerca de la histórica ruta 66, funciona como lugar de descanso durante todo el año. En el verano, los habitantes de Phoenix y Scottsdale huyen a sus casas de fin de semana en lo alto del Coconino National Forest para poder practicar bici de montaña, senderismo y el reconocido Observatorio Lowell. En el invierno, Flagstaff se cubre de nieve y se transforma en un relieve atípico para nuestra concepción de Arizona como un enorme desierto color rojo. 

La idea de nieve en Arizona no deja de causar conflicto hasta que te enfundas en tu ropa de montaña y llegas a Arizona Snowbol, el único centro de esquí de la ciudad. Este lugar está lejos de ser un resort pretencioso e intimidante para los que carecen (carecemos) de experiencia en los deportes de invierno. La vibra es relajada, los precios accesibles y las pistas muy bien trazadas. Sin duda, el lugar perfecto para hacer tus pininos en el esquí sin miedo a pasar más tiempo en el suelo que en lift. Para recuperar las calorías perdidas en la nieve, exploramos el creciente movimiento gastronómico de Flagstaff esa noche. Su naturaleza universitaria ha hecho que el centro se llene de muchos espacios liderados por jóvenes chefs y mixólogos sin temor a experimentar una cocina relajada y moderna. Las opciones van desde restaurantes gourmet hasta bares de cerveza artesanal, pasando por una taberna metalera o un karaoke decorado por luces neón.

Nuestro último día por las carreteras de Arizona comenzó en Sedona, un destino muy popular entre los entusiastas del wellness gracias a su oferta de centros de yoga y meditación rodeados por montañas color rojo intenso. Nosotros optamos por los populares Pink Jeep Tours para conocer uno de los cañones principales en una excursión que le dio todo el sentido del mundo a la frase “buckle up, it’s going to be a bumpy ride”. Los senderos irregulares de tierra —llenos de desniveles e inclinaciones que en momentos parecen imposibles de vencer— que suben por Mogollon Rim estaban, hace más de 100 años, ocupados por caravanas de carretas que viajaban de Sedona a Flagstaff con motivos comerciales. Las vistas hacia el Bear Wallow Canyon son impresionantes durante todo el camino, en especial, cuando llegas hasta el mirador de la roca Merry Go Round y los pinos ponderosa parecen cubrir Verde Valley en su totalidad. 

Por la tarde viajamos hacia Scottsdale, y llegamos justo a tiempo para despedir el viaje tal como lo iniciamos, disfrutando de uno de esos atardeceres estilo Arizona que pintan el cielo de colores y el ambiente de silencio. En esta ocasión, el mirador designado no fue Mather Point en el Gran Cañón, sino el último piso del hotel Valley Ho en un contexto totalmente distinto. Si bien las tierras sagradas quedaron atrás, la enseñanza diné de recordar historias viendo hacia el Este se mantuvo intacta. ¡Hágoónee’, Navajo Nation!

 
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