La Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán —fundada en 1988— es una asociación civil sin fines de lucro que promueve y difunde la obra de quien es uno de los arquitectos mexicanos más importantes del siglo XX. En esta entrevista, su presidente —el reconocido arquitecto Juan Palomar Verea—, nos cuenta sobre los lugares imprescindibles que hay que visitar para acercarse a la obra de Luis Barragán (Guadalajara, 1902-Ciudad de México, 1988) y, además de hacer un breve apunte sobre la escena arquitectónica actual, nos habla sobre sus recuerdos y sus lugares favoritos en “la perla de Occidente”.
Cuando pensamos en arquitectura en Guadalajara, la primera referencia es Luis Barragán. ¿Cuáles son los trabajos de este arquitecto que es más importante visitar cuando se está en la ciudad y por qué?
En primer lugar, su obra inicial: los arreglos de la casa del licenciado Robles León de 1926 (esquina surponiente de Madero y Pavo), porque en esta intervención se pueden entender sus primeras influencias, pero también sus primeras intenciones.
Después, la obra cumbre de su etapa jalisciense, la casa González Luna (o ITESO-Clavigero), de 1928, en la calle de Bosque 2083 (o Guadalupe Zuno), en donde ya es patente su temprana maestría y se observa el planteamiento de diversos temas que acompañarían a Barragán durante toda su carrera. Y en tercer lugar la casa para José Clemente Orozco (1935), en López Cotilla 814, obra en la que se perfila con toda claridad la evolución del arquitecto hacia una abstracción cada vez más rigurosa y refinada. Y, en medio, una veintena de producciones que habría que recorrer y que por sí mismas conforman un opus completo y cuya coherencia e inventiva poética son deslumbrantes.
¿Qué hay de la arquitectura actual? ¿Cuáles son, en su opinión personal, los mejores nuevos elementos arquitectónicos de la ciudad?
Atravesamos, en este sentido, por tiempos ingratos, que naufragan entre el comercialismo ramplón, el servilismo a modas más o menos “arquitectónicas”, y el secuestro y la invisibilidad de las producciones domésticas de los arquitectos —siempre las más significativas— detrás de las murallas de los lamentables “cotos”.
Pero son destacables algunas intervenciones modestas de Salvador Macías y Magui Peredo, de Álvaro Moragrega, de Luis Aldrete, de algunos otros. He mencionado algunas veces, entre los mejores nuevos elementos arquitectónicos de la ciudad, a una pequeña obra que, a pesar de tener ya algunos años, sigue siendo verdaderamente nueva: una ferretería edificada por Guillermo Morfín, el Matador, en la esquina surponiente de Javier Mina y la 52 (Pedro Celestino Negrete). Pero los mejores nuevos elementos de la ciudad son, definitivamente, los nuevos árboles bien plantados.
¿Cuáles son los lugares de Guadalajara que recuerda, de manera más entrañable, haber recorrido con su abuelo, el ingeniero y urbanista Juan Palomar y Arias?
Mi abuelo tuvo una duradera costumbre, un doble recorrido tapatío que realizaba casi cotidianamente y al que lo acompañé con frecuencia: por un lado, revisitamos todos los barrios consolidados de la ciudad a partir de un saludo y un reconocimiento de la parroquia respectiva, de sus entornos y sus particularidades.
De manera paralela, solía recorrer minuciosamente los contornos exteriores de la ciudad en crecimiento, las nuevas barriadas, los viejos caminos periféricos, las grandes o pequeñas obras de infraestructura… Uno podía creer que al fin se había perdido en el laberinto de brechas y trazos recientes, pero siempre sabía el rumbo preciso. Ordenaba detenerse de repente, se bajaba del coche, fotografiaba con cuidado una escalera popular que juzgaba ingeniosa, una humilde fachada entre tantas que le parecía agraciada, una perspectiva de árboles, una determinada pila de ladrillos de lama, un color. (Y yo entendía así por qué Luis Barragán alguna vez me dijo que mi abuelo poseía el ojo más certero que conocía.) Hábitos del flâneur irredento, errancias que, irremediablemente, se continúan.
¿Cuáles son sus lugares favoritos de la ciudad? Restaurantes, bares, galerías que destaquen por su calidad tanto como por su arquitectura.
El acceso al Parque González Gallo, sobre la avenida del mismo nombre, obra de Fernando González Gortázar (a veces se ponen unas buenas paletas). El mercado de la Capilla de Jesús, sede del mejor tejuino posible.
La cochera por la calle de Camarena, en donde se pueden comer las insuperables tortas ahogadas de Enrique el Viejo. Los excelentes camarones de Toño, en la banqueta de la esquina de Jesús García y Aurelio L. Gallardo. La cafetería del Parque Mirador de la Barranca de Oblatos al final de la Calzada Independencia, con su vista portentosa.
La cantina El Tarro, sobre Pedro Loza (en la casa donde nació Barragán). La cafetería en el jardín de la casa González Luna. La siempre decadente y renaciente cantina Alemana, el Salón del Bosque con los mejores jardines conjeturales (si se pudieran rescatar de los coches). Y una buena casita de barrio arreglada como restaurante-cafetería sobre la calle de Juan Manuel: Caligari —un acertado homenaje expresionista realizado con economía y frescura, más una cocina inesperada y bien hecha.
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