De camino por el sur de África

Rinocerontes, paisajes únicos, barrios artísticos, todo eso es el sur de África

14 Aug 2018

Son las 6:20 de la mañana cuando salimos del Parque Nacional Pilanesberg, en el corazón del sur de África. La carretera es una línea recta que cruza una inmensa planicie, aunque está llena de hoyos y baches, lo que hace que conciliar el sueño resulte complicado. Aun así, casi todos dormitan. El sol empieza a aparecer a lo lejos, sin prisa, mientras nosotros seguimos moviéndonos hacia el sur, rumbo a Johannesburgo.

Aterricé hace varios días en la no-capital sudafricana, Johannesburgo –Pretoria, Bloemfontein y Cape Town hacen las veces de hogar de los poderes ejecutivo, judicial y legislativo, pero casi todo el mundo lo olvida–. Quería tomarme un tiempo para descubrir más de esta ciudad a la que, me parece, cuesta trabajo encontrarle el gusto. Instalada en el The Maslow, en Sandton, me dediqué a buscarle la onda.

Me llevó tiempo y esfuerzo, pero al final logré encontrarla en Maboneng, un desarrollo en el centro de la urbe que ha conseguido cambiarle el rumbo. Akani me enseña las cuatro o cinco manzanas que ocupa el desarrollo: se siente joven, vivo, fresco… ¡me encanta! La idea es rescatar, edificio por edificio, el centro, abandonado desde que terminó el apartheid y los blancos huyeron a Sandton. Estudios, departamentos, tiendas, bares y un ambiente amigable y relajado le dan el tono a este barrio atípico.

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No es fácil encontrar este tipo de espacios en Johannesburgo, una metrópoli que refleja todavía la falta de integración entre grupos. Lo noto también el día que visito Goodman Gallery, en Parkwood, y me toca presenciar una pelea entre choferes y dependientes de un local que no tiene ni pies ni cabeza. Dentro, los dibujos del sudafricano William Kentridge me hablan también de un país donde no todo está resuelto.

Esa tarde llega la primera parte de nuestro grupo: Annie, Michaela y Ryan, de Estados Unidos; Hilary y Lee, de Australia, y Seraph y Yan, de China. Lucy está a cargo de todos. Juntos nos disponemos a visitar el Soweto y el Museo del Apartheid. Tembo y David, dos guías del hotel que a estas alturas me conocen bien, nos llevan a descubrir el famoso township, hoy en día transformado, en algunas partes, en una zona de vivienda de clase media alta. Pero antes paramos en el Museo del Apartheid, que no solamente me impresiona por lo bien montado y por la inteligencia de la narrativa, sino por el gran reto que supone como mecanismo para mantener viva la memoria.

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De camino 

Cuando llegamos al sitio todo está listo para nuestro viaje: subimos a la canasta y nos acomodamos de pie en grupos de tres. Todavía algo preocupada por el aturdimiento, me acomodo esperando nuestra partida. Poco a poco, de manera casi imperceptible, despegamos del suelo, pero, para mi sorpresa, no nos elevamos más de ocho o diez metros, volamos casi a ras de tierra.

Entonces empezó a amanecer y a lo lejos los tenues rayos del sol iluminaron a un grupo de jirafas que comían tranquilas en el costado de un monte. Seguimos así, deslizándonos casi sin sentirlo, y empiezo a relajarme cuando me doy cuenta de que no hay movimientos bruscos ni violentas subidas o bajadas, al contrario, es el vuelo más natural que he sentido, y también el más silencioso. Solamente el ruido de los quemadores interrumpía cada vez que nuestro piloto –un verdadero veterano de 70 años– quema gas para mantenernos en el aire.

La experiencia del safari en globo es sin duda una de las más hermosas: uno se siente muy cerca del entorno, de manera muy natural. Hay algo en el ritmo tranquilo y relajado de la experiencia que la hace aún más placentera. En algún momento subimos bastante, unos 100 metros, pero el movimiento sigue siendo suave. Desde lo alto se puede apreciar lo vasto del paisaje y lo escaso de la vegetación. En general, en esta parte de África el verde no domina: de hecho, el entorno es sorprendentemente seco, cuesta trabajo entender cómo debajo existe una fauna tan rica.

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A pie y con rinocerontes

Esa tarde, después de unas horas de sol en la alberca del hotel, nos esperaba todavía otra excursión, también en el parque nacional, pero en una sección que está totalmente cercada pues el interior guarda uno de los tesoros más preciados de África: rinocerontes negros.

La caza furtiva ha puesto a estos prehistóricos animales al borde de la extinción, y cada vez son más las reservas que se dedican exclusivamente al cuidado de estos gigantescos mamíferos. Íbamos todas pensando que esta sería una actividad que haríamos, como otros safaris, subidas en un jeep, pero cuál fue nuestra sorpresa cuando llegamos y nos dimos cuenta de que lo que haríamos sería buscar a los rinocerontes a pie.

Éramos ocho chicas –Ryan y Michaela estaban grabando en el hotel– y ninguna estaba vestida para la ocasión: había desde Havaianas hasta bolsas Chanel. Resignados, los dos guías del grupo nos explicaron la mecánica de nuestro safari a pie. Intentaríamos encontrar a alguno de los rinocerontes siguiendo la señal que emiten los chips que les han sido colocados en el cuerno.

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Rumbo al Cabo

La suerte nos sonríe y, cuando salimos rumbo a Stellenbosch, pareciera que el sol tiene ganas de una tarde de vinos. Nuestra primera parada es Delaire Graff State, un pequeño hotel boutique con una hermosa colección de arte, viñedos, bodega y espacio para catas. Nos enamoramos al instante. Recorremos las habitaciones y el hotel fascinadas por las vistas, la decoración de las villas y las esculturas que decoran jardines y terrazas. Cuando llega la hora de bajar al restaurante y a la sala de catas, donde además hay una tienda de diamantes —Graff, desde luego—, la cara de todas denota absoluta felicidad.

Nos sentamos alrededor de la mesa y nos disponemos a probar los vinos de la casa. Delante de nosotros, las colinas suaves, llenas de vides, se convierten de pronto en dramáticas montañas rocosas y el sol baja y colorea de naranja el paisaje. El sauvignon blanc es mi favorito, tanto así que decido comprar dos botellas para llevar a casa.

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Sudáfrica es justamente el África más citadina y más cercana a nosotros y, al mismo tiempo, el África de los safaris y la naturaleza. Me quedo pensando en eso a la mañana siguiente mientras nuestro avión parte rumbo a Johannesburgo, desde donde cada quien emprenderá el camino de vuelta a casa. Hasta la próxima, pienso.

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