Estambul: antigua y contemporánea
En sus barrios se combina lo tradicional con la ciudad que los artistas reinventan en galerías, con el diseño y la moda.
POR: Redacción Travesías
Sultanahmet
Estambul es hoy una metrópoli mundial de 14 millones de habitantes. Antes, la totalidad de su extensión estaba contenida en las murallas que emprendió Constantino y que siguieron construyendo sus sucesores.
Se conoce como Sultanahmet a esta parte vieja, que es el origen de la ciudad, casco de tierra ceñido por las aguas del Bósforo. Al este, del Mármara, al sur, y del estuario del Cuerno de Oro, al norte.
La topografía impresionante de este emplazamiento, dotado de un extraordinario puerto natural a su lado, decidió el destino mundial de la ciudad establecida aquí por los griegos, en el siglo VII a.C., llamada Bizancio.
Siglos más tarde, en el siglo IV d.C., llegó el emperador Constantino: la nombró Nueva Roma. Determinó que sería la nueva capital del imperio —la ciudad, después, adoptaría su nombre: Constantinopla, la primera ciudad cristiana del mundo.
El Imperio romano, que desapareció en Occidente en el siglo V, perduró aquí otros 1,000 años, conocido en la historia como Imperio bizantino.
El mar y las murallas, ampliadas a lo largo de los siglos, impidieron que alguno de sus invasores pudiera tomarla, hasta que el Sultán de los turcos otomanos, Mehmed, consiguió conquistarla con sus cañones, que efectivamente impidieron la navegación por el Bósforo, y 100,000 hombres —animados por tambores y trompetas— en mayo de 1453 (para subir la moral bizantina, las campanas de toda la ciudad sonaban a rebato durante el día entero).
Desde entonces, fue la sede del gran Imperio otomano, que se extendió, en su momento de máximo esplendor, del Magreb al Mar Caspio, de los Balcanes al Mar Rojo y al Golfo Pérsico, y que sólo se desintegró después de la Primera Guerra Mundial, en 1918. Los gobernantes de la república que le sucedió, cambiaron su nombre a Estambul.
El legado
Como legado de su pasado mundial, puede visitarse el monumento cumbre de su pasado romano, Santa Sofía, la gran catedral bizantina del siglo VI, que durante siete siglos se consideró el edificio más grandioso de la Tierra.
El Hipódromo, o lo que queda de él, aporta otra indicación monumental de ese pasado clásico, así como la Cisterna romana, una de las obras de ingeniería más ambiciosas del mundo antiguo.
La herencia —menos remota en el tiempo— del pasado otomano se palpa en las alcobas, los patios, los salones del Palacio de Topkapı, al mismo tiempo íntimo y señorial, adornado con una delicadeza aplicada más bien en cumplir una idea poética del confort y la hospitalidad, que en impresionar a los sujetos de su poder, y que fue al mismo tiempo residencia del Sultán y su corte y recinto del poder imperial otomano.
La escala del poder otomano puede medirse también en la Mezquita Azul, construida para asemejarse y superar a Santa Sofía, y establecer la norma de la arquitectura religiosa otomana.
Sultanahmet, además de contener algunos de los tesoros arqueológicos de la humanidad, es un vecindario vivo, y algunas de sus prácticas vigentes tienen siglos de antigüedad.
Es el caso del Gran Bazaar, activo hoy como hace 500 años, y el Mercado de las Especias, de apenas 300 años de antigüedad, y que es una de las ventanas de la ciudad que van a dar al oriente, con el golpe de sus violentas impresiones olfativas que propagan sus montañas de alcaravea, de azafrán, de pimienta, de cardamomo.
Además de los recintos monumentales, por las calles de la ciudad antigua los vestigios aparecen al paso: columnas romanas resquebrajadas, tumbas y fuentes, iglesias griegas, armenias, secciones de la muralla antigua, entre los gritos melódicos de los mercaderes, de las mezquitas que llaman a rezar, de trompos y de jugos de granada, de almendras.
Beyoğlu
De un lado del Cuerno de Oro, estaba la ciudad amurallada de Constantinopla. Del otro, un enclave más heterogéneo, más europeo, habitado principalmente por comerciantes genoveses, catalanes, venecianos, judíos sefaradíes y griegos ortodoxos.
“Pera —escribió el poeta Théophile Gautier luego de su viaje a la ciudad—, residencia de europeos, alza sus cipreses y casas de piedra por las pendientes de una colina.”
Ya no hay cipreses; en cambio, perdura intacto el carácter distinto, secular y cosmopolita, de Pera.
El barrio, que durante el siglo pasado cayó en el abandono, hoy concentra nuevamente el espíritu bohemio de su pasado, y se encuentra —como toda la ciudad— en plena efervescencia.
A partir de la última década, la comunidad artística de Estambul eligió al antiguo barrio de Pera, hoy distrito de Beyoğlu, para sentar sus reales.
Por sus calles tortuosas, de traza medieval, en casas recuperadas, de arquitectura europea, parisina, en mansiones neoclásicas o edificios de departamentos decimonónicos, se encuentran las galerías, las tiendas de diseño, los despachos creativos y ateliers que ponen a la ciudad al día de las corrientes internacionales del gusto y de la moda; los cafés nuevos de todo tipo: minimalistas, nostálgicos, artesanales, transnacionales; los restaurantes que llevan la delantera en experimentación y temeridad culinaria.
La colina por las que se desparraman calles y casas de Pera está coronada por la figura tutelar de la Torre de Gálata.
La calle peatonal de İstiklâl, por su parte, que conduce a la plaza de Taksim, funciona como una columna que sostiene, como racimos, a los vecindarios que la conforman, cada uno distinto en su identidad: Karaköy, Gálata, Cihangir, Çukurcuma, Tophane.
İstiklâl y alrededores
İstiklâl, antes Grand Rue de Pera, es una calle peatonal que recorre buena parte de Pera, por lo alto, hasta llegar a Taksim, la plaza central de Estambul. Un tranvía repleto de turistas recorre despacio su larga extensión.
A los costados, miles de turistas cumplen con el ritual obligado de recorrerla, y otros miles de turcos, principalmente jóvenes, hacen aquí un paseo vespertino que pareciera igualmente obligado. Es peatonal. Populosa y popular.
En todas las puertas, en todas las ventanas, algo se ofrece a la venta. Comida, que puede ser exquisita —los mejores budines y profiteroles del mundo se expenden aquí—, turca o de cualquier otro sitio.
Hace falta torcer por una de las calles aledañas para dar con una ciudad más íntima. Basta tornar en la calle de Balo para encontrarse en el Balık Pazarı, el mercado de mariscos de Beyoğlu.
En grandes camas de hielo, los vendedores ofrecen la pesca del Mar Negro. A un costado, un hombre vende conchas de mejillón rellenas de arroz especiado, bañado en limón.
Detrás, un hombre saca puñados de hamsi —la anchoa turca— del aceite, para servirlo acompañado de arúgula, o entre dos panes, como balik ekmek.
Más allá, las mesas ya con mantel esperan con aplicación y paciencia la hora de la comida, bajo la techumbre luminosa de un pasaje estilo parisino.
Entre las tiendas que ofrecen miel de distintas tonalidades, densidades, transparencias, las que ofrecen olivas sin hueso, con hueso, rellenas, lisas, rugosas, de color negro, verde o bermejo, están los expendios de conservas, que parecen más bien museos de todo lo que en el mundo se puede poner en salmuera: chiles verdes, rojos, delgados, gordos, grandes, pequeños, ajos, pepinillos, zanahorias, y nombres que faltan para designar los vegetales que contienen los frascos alineados uno tras otro con precisión geométrica.
Las galerías de arte contemporáneo que importan en Estambul se encuentran sobre İstiklâl, o al sur de esta avenida: Non, Pi, Nev, SALT.
En la parte de Beyoğlu que da al Bósforo, al sur de İstiklâl, en los vecindarios de Karaköy, Cihangir y Tophane, se gesta uno de los futuros más emocionantes de la ciudad.
Karaköy
La gente enterada de Estambul afirma que en dos años Karaköy será el vecindario de la ciudad con más futuro.
Se trata del puerto de Beyoğlu. De cara al Bósforo, concentra edificaciones industriales, hoy en proceso de renovación. Ahí atracan los cruceros internacionales.
Un poco más arriba, trepando las faldas de la colina que corona la Torre de Gálata, era el antiguo barrio financiero de Estambul.
Entre antiguos edificios de bancos se encuentran ya algunos de los hoteles más interesantes, recientemente habilitados, de la ciudad. La instalación, en este vecindario, del İstanbul Modern, el museo más grande de arte contemporáneo del país, es uno de las señales del cambio masivo e inminente que se avecina.
A unas cuadras de Namlı Gurme, y del local de baklava más famoso de la ciudad, Karaköy Güllüoğlu, han comenzado a aparecer restaurantes que funcionan como bares por las noches, como Bej Café, que son la predilección de los estambulitas informados de los lugares en que se mueve el espíritu elusivo y voluble de la moda, antes de volverse conocido de todos.
Sin embargo, Karaköy se encuentra aún en la ambivalencia entre lo que fue hasta ahora, el área donde se concentraba el gremio de los ferreteros, y lo que será: el recinto urbano del hip, acaso el estado que guarda más interés para un visitante extranjero.
Çukurcuma
Un coche cubierto por un tapete, sobre el tapete, una jaula de madera para pájaros, recuerdos del Expreso de Oriente, a un costado, mecedoras, maletines de cuero. En Çukurcuma se concentran los anticuarios de Estambul.
En los primeros pisos de los edificios vetustos del siglo XX, se encuentran colecciones ordenadas o caóticas que ofrecen toda clase de objetos, otomanos, o turcos, o genéricamente europeos.
Gálata
El puente de Gálata es un punto estupendo para iniciar la exploración de Pera.
Desde aquí se mira la torre que domina la colina completa, el Bósforo, el Cuerno de Oro, el lado asiático difuminado al frente, y, del otro lado, el casco viejo, erizado de minaretes.
Por encima, un ruidoso tranvía invariablemente atestado de turcos lo atraviesa, y, acodados ociosamente sobre la baranda, cientos de pescadores que sacan exiguas anchoas del agua del Bósforo, vendedores ambulantes que reparten chai, almendras, pepitas, o, frente a un asador, sándwiches de lubina, balık ekmek.
Debajo, uno tras otro, en sucesión ordenada, enciclopédica, se alinean los restaurantes de mariscos desde los que se puede mirar la inmensidad del Bósforo, el continente asiático, el ir y venir incesante de embarcaciones: pesqueros, ferris, buques cargueros, lanchas, yates de todo lujo.
Nişantaşı
Nişantaşı es un vecindario residencial del siglo XIX, que empieza al noroeste de Taksim. Nada en él hace pensar en la antigüedad milenaria de Constantinopla. Su aspecto es el de un digno y aburguesado vecindario del Imperio otomano crepuscular, de gusto europeo, de aspecto moderno, guarnecido de edificios del siglo XX que tienen decoro vintage: fachadas cubiertas de mosaico veneciano, y otras versiones pasadas de lo moderno —como el decó modernista de los cincuenta.
Nişantaşı es un vecindario joven de cuerpo y joven de alma.
Los turcos comprenden que los visitantes extranjeros acudan necesariamente a las partes viejas de la ciudad, como Beyoğlu y Sultanahmet, pero suelen llamar la atención sobre lo que pasa en otro Estambul que está vivo, cuya actividad corre aparte del atractivo monumental, y que suele pasar inadvertido a muchos de sus visitantes.
Tal es la condición de Nişantaşı. Para entender qué significa Estambul para sus habitantes contemporáneos, qué formas adopta aquí el lujo y la elegancia, qué versiones del prestigio se juegan en el presente vivo de la ciudad, es necesario visitar Nişantaşı, gozar de su discreto encanto, de sus parques profundos y frescos, de su oferta gastronómica excelente, de algunas de las mejores tiendas de diseño que hay en la ciudad, y de las galerías de arte contemporáneo que se citan aquí: como barrio que concentraba el prestigio de la riqueza, el buen gusto y la dignidad de la burguesía turca, también aquí, históricamente, las galerías de arte. Algunas nuevas, como Rampa, X-ist y Dirimart honran aquella noble reputación.
Desde lo alto de alguno de sus restaurantes, como el Vogue, se puede recordar, como en sueños, que uno está a un paso del Bósforo y de los monumentos de la mítica Constantinopla.
En la terraza de otros establecimientos, en las noches serenas de septiembre, cerca del parque Maçka, es un entretenimiento agradable mirar pasar a los jóvenes, ataviados para salier y ser vistos, pasar en grupos alegres, fraternales, entre los gatos perezosos y confiados de la calle.
En las calles de Nişantaşı, el recordatorio de que no está en el lugar donde se entreveran Oriente y Occidente no lo aporta el megáfono recurrente de la mezquita.
El toque de exotismo es la burka saudí que sale de alguna de tienda de las grandes marcas, que aquí se alinean disciplinadamente, una tras otra, a lo largo de sus calles empedradas, hasta agotar, sin sobresalto ni omisión, el catálogo internacional que es canónico.
- Extracto tomado del libro Turquía: la guía de los expertos, proyecto especial de Travesías Media en colaboración con Sea Song.
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