El comunismo se hace más palpable con el frío. Ni la inmensidad de las construcciones tapizadas de filas de ventanas —que parecen fichas de dominó esperando a ser empujadas— ni el enorme letrero que marca la entrada a la segunda planta siderúrgica más grande de Polonia: HUTA im. T. Sendzimira, despiertan en el imaginario colectivo esta idea sacada de las películas de James Bond del comunismo como lo hace el frío polaco en Nowa Huta.
Originalmente, construida a las afueras de Cracovia a principios de la década de los cincuenta como ejemplo del desarrollo que podría traer el comunismo, Nowa Huta es ahora un barrio conurbado; uno que está por explotar. La mayor parte de sus habitantes data de la misma época que sus construcciones, y muchos de ellos jamás habrían imaginado ver los negocios que están floreciendo gracias al crecimiento económico y cultural en el que está Polonia, en especial Cracovia; una ciudad vieja habitada por jóvenes.
La manera más fácil de llegar a este suburbio es a través de las líneas 4, 15 y 22 del tranvía que recorre la avenida que lleva el nombre de uno de los cracovianos más famosos: Juan Pablo II. Hay que bajar en la estación Plac Centralny, la plaza central del barrio, ahora llamada (irónicamente) en honor al expresidente norteamericano Ronald Reagan, su nombre completo: Plac Centralny im. Ronalda Reagana. Cruzando la avenida se encuentra el moderno Centro Cultural de Nowa Huta (nck por sus siglas en polaco), en el que se expone el trabajo de diferentes artistas de la zona y del resto de la ciudad, la introducción perfecta a la vida actual del barrio.
En épocas festivas, la plaza se llena de puestos del mercado navideño en los que, entre dulces típicos y juegos tradicionales, se venden medallas de la Segunda Guerra Mundial, propaganda comunista, cascos del ejército y objetos del día a día de gente que fue desalojada en Kazimierz (el barrio judío). Al otro lado de la avenida, una plaza distinta es escoltada por dos conjuntos de edificios, los cuales marcan el perímetro de la manzana dejando en el centro espacio suficiente para albergar áreas comunes y calles al interior, las cuales se comunican con la plaza a través de una serie de arcos monumentales que enmarcan el resto de las ventanas del fondo.
Como si en la calle por la que uno camina hubiera un espejo gigante, una cuadra es la réplica exacta a la otra. Y es que la ciudad fue planificada al estilo comunista: colosal, práctico y simétrico. Estos edificios servían como vivienda para las familias de los trabajadores de la planta (departamentos que ahora pueden ser habitados gracias a ofertas en Airbnb), quienes tenían todo lo necesario para vivir alrededor: parques, restaurantes, tranvía, farmacias, etcétera.
Hoy en día, uno de esos antiguos restaurantes se mantiene tal como fue concebido: Restauracja Stylowa. Aquí, los locales olvidan los -6º C en el exterior con una botella de vodka en la mesa y un juego de póker. Las mesas son pequeñas y con manteles de color blanco con rojo. Para intentar encajar con los demás comensales basta pedir un vodka al azar o un postre, en especial el jabłka w cieście —una especie de strudel de manzana polaco—. Esto bajo la solitaria y quejumbrosa mirada de un Lenin inmortalizado en una estatua a la mitad del salón principal.
Otro lugar congelado en el tiempo es Bar Mleczny, una de las siete “sucursales” de comedores del gobierno en el que el precio de los alimentos está tan bien calculado que viene con milésimas de centavo: no 4 złotys ni 4.6, sino 4.63. La fila para llegar a la ventanilla está formada por vagabundos, parejas de la tercera edad y hipsters que buscan llenar sus mason jars con alguna sopa. Ya sea por la mala pronunciación de polaco (o la falta de ella), quizás uno terminará comiendo una cosa diferente a la que supuestamente había pedido. Una orden de barszcz —sopa de betabel servida en un vaso— y pierogis —pequeñas empanadas tipo dumpling— puede ser confundida con grzybowa —crema de hongos— y gołąbki —rollos de col—, entre muchas otras combinaciones de platillos que bien valdría la pena de ser probados.
Casi a la mitad de estos dos restaurantes se encuentra la heladería Good Lood, una de las últimas tendencias de la ciudad, donde el idioma no es un problema, ya que los jóvenes que atienden contrastan con los mayores que no saben ni una gota de inglés. Otra de las muestras del capitalismo en el barrio es el teatro Łaźnia Nowa, un espacio para obras de teatro, performances, proyección de películas, conciertos y más —sin ninguna restricción a la libertad de expresión—. Un estacionamiento de food trucks llamado Huciak y Klub Kombinator, una cervecería, son pequeñas pero importantes muestras de la incipiente apertura de negocios.
Caminar por Aleja Solidarności, la avenida principal, te remite a la canción “Welcome to the Machine” de Pink Floyd.
Las torres industriales se miran al fondo, y dos edificios flanquean el enormeletrero que marca el principio de la planta siderúrgica y el fin de la ciudad. Después de esas puertas —las cuales el turista no puede cruzar— se encuentra lo que fue la promesa del legado comunista, que para muchos europeos quedó tan cerca pero a la vez tan lejos.
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