Destinos, Jalisco, México

Careyes: utopía en el Pacífico

Arquitectura deslumbrante, arte, gastronomía y servicios de lujo. En Careyes, todo lo que uno puede pedir, lo tiene. Y, además, en medio de una naturaleza exuberante. Un paraíso global y salvaje ideal para entregarse al dolce far niente.

POR: Mónica Isabel Pérez

Donde no hay azul hay verde. Desde donde estoy son esos, y ninguno más, los colores que dominan el panorama. Y eso que la primavera aún no comienza y que lo que veo —me dicen los careyenses— “no es nada”.

Tomo un café al filo de la ventana de la casita en la que me hospedo. Se llama Las Mandarinas y lo de “ventana” es un decir. La arquitectura de Careyes, que es un estilo en sí misma, aprovecha la benevolencia del clima de la costa jalisciense y hace de todos los interiores un nuevo exterior. Gracias a su juego de enormes huecos, palapas y a la conjunción de las estéticas mediterránea y mexicana, se está afuera aunque se esté dentro, lo que permite al visitante no perderse ni por un segundo la vista al mar, el aroma de la brisa y el sonido de las olas que lo llena todo porque si hay otra cosa que reina aquí, además del azul y el verde, es el silencio.

Es injusto, pienso, conocer este paraíso sabiendo que hay que dejarlo. Pero si hay algo peor, eso debe ser jamás conocerlo y seguir pensando que ya no hay refugio, que todas las playas de todo el país han sido invadidas por la contaminación, por las grandes construcciones y por el bullicio que irónicamente provocan quienes al huir del caos generan uno nuevo.

Limpias, pacíficas y ordenadas, las playas de Careyes son una excepción a una regla lamentable en materia de desarrollo en las costas mexicanas, así que por supuesto hay gente que llega aquí para quedarse, pero son un grupo privilegiado que, además de hacer fortuna, ha podido eliminar —o al menos reducir al máximo— sus ataduras con las grandes urbes.

En esencia habitacional, el desarrollo Careyes tiene un cupo aproximado de 430 habitantes —que hoy registran 42 nacionalidades sin que ninguna de ellas sea dominante—, un número que crecerá a unos 600 cuando la remodelación de su hotel-complejo de departamentos El Careyes Club & Residences quede terminado. De esos números hay que restar mucho para saber cuántas personas habitan la zona de manera permanente: hay sólo 30 careyenses “de tiempo completo”. El resto va y viene según las estaciones del año y los periodos vacacionales, dejando así un montón de bellos espacios disponibles que, gracias a un cuidadoso proceso de renta y a cambio de tarifas que van de unos cientos a unos miles de dólares, pueden ser disfrutados por los viajeros que han escuchado el rumor de este poblado utópico enclavado en la zona conocida como Costalegre.

Breve historia de unas “famosas playitas”
El primero de enero de 1959 el Daily News de Nueva YorkUn nuevo tren supersónico en Nueva York, como muchos otros periódicos de la época, mostraban un encabezado impactante: “Batista huye de Cuba; Castro toma el control”. Luego de seis años de lucha, los revolucionarios cubanos habían logrado derrocar al dictador Fulgencio Batista, un movimiento político y social que derivó en un embargo económico de parte de Estados Unidos y en un rompimiento total de las relaciones diplomáticas entre ambos países que recién en 2016 comenzaron a retomarse. La isla caribeña, que era un destino de lujo tanto para el jet-set como para los intelectuales y las celebridades del momento, fue abandonada por sus glamurosos visitantes. La Habana, como París, había sido una fiesta que —entre los años 30 y 50— contó entre sus asistentes a Ernest Hemingway, Marlon Brando, Marlene Dietrich y Frank Sinatra, entre muchos otros. Pero después de la revolución, quedó muy poco de aquellos días. Las celebridades de Hollywood, los grandes empresarios y los artistas que se codeaban con ambos bandos, tuvieron que buscar un nuevo refugio y fue así como, al comenzar los años sesenta, llegaron a un sitio poco explorado con el que algunos aventureros ya llevaban unos años coqueteando: Acapulco.

La bahía guerrerense comenzó a gozar de gran atención, de potentes inversiones y de un crecimiento desmedido. Quizá por eso hubo quien decidió ir más al norte sobre la misma costa. El adinerado boliviano Antenor Patiño, por ejemplo.

Considerado uno de los hombres más ricos del mundo en aquel tiempo y apodado “el rey del estaño” por hacer una fortuna gracias a que este metal salía con abundancia de sus minas, llegó a México en busca de una resolución de divorcio. Según cuenta el historiador Carlos Tello Díaz en su libro Los señores de la costa: Historias de poder en Careyes y Cuixmala (Ed. Grijalbo), don Antenor quería disolver su matrimonio con la española María Cristina de Borbón y Bosch-Labrus. Se había casado con ella en Madrid, en 1931. Muchos enredos políticos relacionados con el régimen de Franco hicieron que Patiño terminara en México, un país que al no tener relaciones con el gobierno español, prometía ser su salvación para terminar por fin con ese trámite que llevaba décadas intentando resolver. Cuenta Tello Díaz, que el entonces presidente mexicano Adolfo Ruiz Cortines lo ayudó a solucionar su problema a cambio de que hiciera una buena inversión en México. Fue así como, además del hotel María Isabel de la Ciudad de México, el rey del estaño construyó el resort más impresionante que se había visto hasta entonces en las costas del Pacífico: Las Hadas. Monumental, blanco y laberíntico, permitió que la élite internacional conociera y se enamorara de nuevas playas mexicanas. Cuenta una leyenda urbana popular en Manzanillo que a Antenor Patiño, la estructura de Las Hadas se le ocurrió toda en un sueño.

Fue debido al proyecto de construcción de Las Hadas que el banquero italiano Gian Franco Brignone llegó a México. A decir del libro antes citado, Brignone —nacido en Turín— “estaba harto de Europa”, y ante el éxito pronosticado para Las Hadas y la belleza de su ubicación, él también quería comprar tierras en Manzanillo y retirarse. El ingeniero Luis de Rivera lo acompañó a conocer algunos terrenos y, en aras de asesorar a Brignone, decidió mencionarle unas playas maravillosas que había descubierto hacía no mucho en una región despoblada en dirección a Chamela. Era 1968. Un dos de julio de ese año para ser exactos. Después de su recorrido por tierras mexicanas, Brignone debía regresar a Europa. Para tomar su vuelo, tenía que ir al aeropuerto de Puerto Vallarta, al que llegaría desde Manzanillo a bordo de una avioneta Cessna 172. En el citado libro de Tello Díaz, Luis de Rivera cuenta que Brignone lo invitó a unirse al vuelo: “¿Por qué no te vienes conmigo y me enseñas tus famosas playitas?”. “Era el día más bonito del mundo… Precioso. Divino. Todo estaba verde, el mar azul, las playas blancas. ¡Todo ideal!”, narra de Rivera en el libro. Brignone quedó impactado con esas playas que sólo vio desde el aire y, en ese momento, decidió comprar las tierras.

Desde entonces, Careyes es el hogar de Brignone y de su familia. Al elegante nonagenario -—que a decir de su hijo Filippo “México le parece un gran país porque aquí los franceses no se lamentan todo el día”— se le puede ver algunas tardes sentado en una mesa del restaurante Playa Rosa Beach Club mirando hacia el mar. Una boina en su cabeza y, en la mano, una copa de vino. Responde con movimientos sutiles los saludos de quienes pasan por ahí mostrándole sus respetos, sin interrumpir nunca su espacio personal. Excéntrico y elegante, a lo largo de ya casi cinco décadas ha visto cómo su sueño de retiro se convierte en una comunidad sólida y pluricultural, constituida por personas que, como él, han demostrado un amor profundo por la arquitectura monumental, la buena vida y el disfrute del arte y de la naturaleza.

“Mágico” es el adjetivo más usado
“La gente lo describe como un lugar mágico”, dice Filippo Brignone, quien entre otras decenas de cosas —como organizar festivales de arte y atender con paciencia las muchas dudas de los periodistas que se acercan a Careyes— dirige la fundación filantrópica del complejo. “El nombre de Teopa, la zona donde tenemos el santuario de las tortugas, significa ‘donde los dioses venían a descansar’. Es por eso, pienso, que desde siempre la gente habla de la magia de Careyes”. Parte de esa magia también tiene que ver con la ya muy mencionada arquitectura, que incluye entre los nombres que le dieron forma, a Marco Antonio Aldaco, Diego Villaseñor, Luis Barragán y al propio Gian Franco Brignone. Las colosales construcciones, como Mi Ojo —que fue la primera casa de Careyes y es hogar actual del señor Gian Franco— Tigre del Mar —el enorme hogar de Filippo, con una magnífica biblioteca, acceso privado a la playa, una curiosa cueva de la que suelen apoderarse los murciélagos y, desde sus alturas, dueña de una de las mejores vistas de todo el lugar— y los castillos Casa Oriente y Casa Occidente, que se miran entre sí y que hacen un juego semiótico de unión entre el cristianismo y el islam, son ya un pretexto para que los amantes de la arquitectura hagan un viaje de apreciación del estilo careyense. A eso hay que sumar que hay una gran variedad de formas y tamaños para ver: están los pequeños y acogedores búngalos de Playa Rosa (que pueden rentarse desde 350 dólares, si es temporada baja), las coquetas y coloridas Casitas de las Flores, las modernas Constelaciones —que tienen un tamaño intermedio entre las casitas y las grandes mansiones— y por último las villas, que son las más famosas y ya descritas.

Así que la arquitectura es un primer pretexto para vacacionar en Careyes, pero si ése no es el interés del viajero, también está el Festival Arte Careyes que se celebra en la primavera —su cartel incluye cine, música y arte plástico contemporáneo— y que desde su fundación en 2010, cada año cobra más fuerza. Para los melómanos está Ondalinda, evento curado y organizado por Filippo Brignone y Lulú Luchaire, que se estrenó con gran éxito en octubre del año pasado y que además de reunir a grandes DJs y agasajar a los asistentes con fiestas inolvidables, difundió el arte huichol. Hay una copa de polo, la Copa Agua Alta, organizada por Giorgio Brignone —hermano de Filippo—, quien es un fanático y gran practicante de este exclusivo deporte. Tema aparte son las celebraciones del año nuevo chino que, dicen, también son una cosa memorable. “Lo festejamos en grande, aunque no hay ningún chino viviendo en Careyes”, dice Filippo riendo como casi siempre.

Así que en el calendario de Careyes, los dos semestres tienen buenos eventos que atender, pero incluso cuando se va en épocas en las que no hay fiestas o festivales, hay cosas para hacer. La primera, explorar los restaurantes, que no son muchos, pero que tienen suficiente variedad y encanto para atrapar un buen rato a los viajeros. Está Playa Rosa Beach Club, ubicado en la playa homónima, a un lado de los búngalos y las casitas. Su menú, asegura Filippo, no ha cambiado en 30 años y no tiene por qué hacerlo. Ofrecen pastas, risottos y, en especial, la pesca del día, que se puede preparar al limón, a la mostaza, con salsa de tres chiles o de un montón de formas más. Es importante, al sentarse a la mesa, pedir de inmediato un guacamole turbo, que pasaría por un guacamole normal, pero cuyo sabor mejora al tener una mayor cantidad de cilantro y de chile verde que la receta estándar. Los desayunos también son muy buenos —los chilaquiles rojos enchilan hasta a los mexicanos más valientes— y la cercanía del mar le va bien al momento del primer café, pero la verdad es que en La Coscolina, ubicada en la Plaza de los Caballeros del Sol —un zocalito que es el corazón social de Careyes— hay muy buenas opciones para empezar el día: jugos recién hechos, smoothies y molletes de pan integral de chipotle.

Para la cena las ofertas se amplían. Está Punto. Como, donde conviene pedir una pizza napolitana y vino tinto. Es un sitio perfecto para cenar, relajarse y para echarle un vistazo a las películas que se proyectan al aire libre en la plancha de la plaza. Si se está en Careyes durante un fin de semana, hay que ir a Playa Careyitos, donde está el Cocodrilo Azul, un sushi-bar que al avanzar la noche invita a la fiesta gracias a la música de sus DJs residentes. Está también la Casa de Nada, que —montado en la que fue por muchos años la casita abandonada de velador— parece la opción más modesta y relajada de la zona. Tiene desayunos y comidas, pero ir en la noche implica poder disfrutar de su fogata y de sus mezcales. El menú no tiene ninguna pretensión de alta cocina. Hay quesadillas, hamburguesas, sopes, burritos y unas jugosas y bien servidas puntas de filete en salsa roja que sólo acompañan con arroz blanco porque no necesitan nada más. El peligro ahí, porque sí lo hay, es quedarse bebiendo hasta la madrugada. Y por último, pero no por eso menos importante, está el muy nuevo Pueblo 25, creado por el peruano-careyense Marco Lorelli. El lugar tiene apenas cuatro mesas y a decir de Lorelli así se quedará: “Mi idea no es tener un restaurante, eso es mucha presión. Quiero ofrecer a la gente muy buenos vinos, que pueden llevarse a beber a casa o que pueden tomar aquí mientras disfrutan de un menú muy breve que nos diseña un chef español. Queremos, eso sí, que ese menú sea móvil, pero que no pase de 15 opciones entre entradas, platos fuertes y postres”.

Algo hay que hacer entre comidas, por supuesto, y en la Plaza de los Caballeros del Sol —además de Punto. Como y La Coscolina— hay buena oferta de elementos para alimentar la vista. Está, por si se quiere hacer algo de shopping, la boutique Índigo, donde la careyense Geraldine de Caraman ofrece maravillosas prendas y accesorios hechos por mujeres indígenas de Guatemala. Justo enfrente, está la galería de arte diseñada por la arquitecta Emanuela Cattaneo Adorno donde, al cierre de esta edición, se presentaba la exposición “DIY Fiction” en la que —bajo la curaduría de Paulina Ascencio y Geovana Ibarra— se podían ver obras de Jorge Méndez Blake, Daniel Guzmán, Joaquín Segura e Isa Carrillo, entre otros artistas.

Prácticamente puerta con puerta, a un costado de la galería están las oficinas de la Fundación Careyes, donde Filippo Brignone maquila todos sus proyectos sociales y ecológicos. Han, hasta ahora, dado clases de inglés a cientos de niños de las comunidades cercanas y, para ello, incluso desarrollaron libros de texto propios. También, a los mismos niños, les han ofrecido talleres de arte en donde los maestros son artistas renombrados que se encuentran haciendo alguna residencia, y para fomentar el deporte entre ellos, invitan a las familias de las comunidades a jugar una divertida versión de polo en bicicleta. Los videos que atestiguan el éxito de estas actividades y algunas de las obras creadas por los pequeños se exhiben con orgullo en las paredes de la fundación.

La naturaleza envolvente
Como en Careyes hasta estando adentro uno está afuera, el contacto con la naturaleza es inevitable. Pero uno puede decidir si quiere dar un paso extra para vivirla y no sólo contemplarla. En las playas se puede hacer paddle boarding, andar en kayak, esnorquelear, surfear, hacer recorridos en bote —organizados por José Luis Solorio, a quien todos conocen como Capitán Crunchy—, en bicicleta, a pie —usando las rutas de hiking— o paseando a caballo a la orilla del mar con la guía del buen Fortunato, un señor de muy buen humor que trabaja en las caballerizas. También es posible ir a meditar y contemplar el mar desde la Copa del Sol, una hermosa escultura semiesférica de 10.8 metros de alto y 27 metros de diámetro que Gian Franco Brignone diseñó en honor a la naturaleza femenina. Otra manera de relajarse es hacer avistamiento de aves en una isla cercana llamada Pajarera por razones evidentes o, si es la temporada adecuada, más bien hay que ir a observar a las ballenas y a los delfines. Entre julio y noviembre, en la playa Teopa, se puede ver desovar a las tortugas bajo las estrellas. Esos huevitos, la gente de Careyes los cuida hasta que las tortugas nacen —entre septiembre y febrero— y llega la hora de ayudarlas a llegar al mar. En los últimos 32 años, gracias a los trabajos de conservación, se han liberado aproximadamente 1 300 000 tortugas, entre ellas muchas de carey, especie en peligro de extinción que da nombre a esta costa.

No sorprende que además de sus proyectos sociales, la Fundación Careyes esté involucrada con la ecología. Y es que cómo no hacerlo si la naturaleza es la base de la riqueza de la zona. Cuidan la tierra —en colaboración con Laboratorios Liddell— patrocinando huertos escolares en las comunidades cercanas e informando tanto a niños como a adultos acerca de los beneficios del uso de fertilizantes biológicos que nutren a la tierra y evitan su desgaste.

Tratándose del mar y su biodiversidad, además de proteger a la tortuga de carey, cuidan a otras especies, como la golfina, la prieta y la laúd. En un futuro cercano, pretenden implementar parques marinos que, en conjunto con organizaciones especializadas, los ayuden a proteger la vida marina que se ve amenazada por la industria pesquera.

La Fundación también apoya a la Reserva de la Biosfera Chamela-Cuixmala, que aloja a la Estación de Biología Chamela de la Universidad Nacional Autónoma de México. Esta reserva —que es hogar de más de 70 especies de mamíferos, 270 especies de aves y más de 1 200 especies de flora y fauna— ocupa un área combinada de 14 600 hectáreas y en cuyo centro se encuentra Costa Careyes.

El Careyes: el hotel que viene
“Este hotel ya existía. Tuvo un boom en los años ochenta, pero cambió de dueños y ya nada fue igual. Dada esa circunstancia, hace cinco años un nuevo desarrollador (Paralelo 19) presentó un proyecto para modernizarlo, mismo que los propietarios de los departamentos aceptaron (a la fecha, 35% de los departamentos tenían dueño y el resto aún estaba a la venta)”, explica Roxana Loera, encargada de la operación de negocio y del programa de rentas de El Careyes Club & Residences (elcareyes.com). Ella es experta en el mundo de la hotelería gracias a sus trabajos anteriores, que van desde residencias privadas hasta grandes cadenas como Four Seasons, por ejemplo.

Con esta renovación, que quedará terminada en agosto de 2017 (con miras a crecer en una segunda fase que se definirá a mediano plazo), se espera que más viajeros lleguen a Careyes, ya que además de los búngalos, casitas y villas, la oferta crecerá con los 36 departamentos de lujo —de una, dos, tres y hasta cuatro recámaras— que sumarán unas 100 habitaciones que se podrán rentar desde 450 dólares

El hotel contará con playa privada, un restaurante, un spa, áreas de relajación, cinco albercas infinitas —que prometen convertirse en la vista emblemática del lugar—, un fitness center y un club para niños. Además, los huéspedes podrán tener acceso a todas las actividades que ofrece Costa Careyes y podrán solicitar servicios personalizados como contar con un chef para cenas privadas, organización de eventos, niñeras, clases de cocina, de yoga y, en realidad, cualquier cosa que se le pueda ocurrir a los huéspedes en el lugar donde todos los días es —como una vez lo vio Gian Franco Brignone desde una Cessna— “el día más bonito del mundo”, porque todo está verde, el mar es azul y las playas blancas.

 
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