Lo mejor de la moda en Londres
En sus calles se puede encontrar cualquier cosa, desde marcas con grandes nombres a diseñadores emergentes.
POR: Redacción Travesías
Sí, hay otras capitales fashion —Nueva York, París, Milán— pero en ninguna otra parte el estilo combina con la individualidad como lo hace en las calles londinenses.
Desde las marcas con una herencia de cientos de años hasta los grandes nombres internacionales, los diseñadores emergentes y las innovadoras concept stores, en las calles de Londres se puede encontrar cualquier cosa. Hoy en día muchas de las marcas más importantes del mundo de la moda son inglesas o tienen diseñadores británicos —Burberry, Stella McCartney, Phoebe Philo at Céline y Sarah Burton at Alexander McQueen—. Incluso nuestras tiendas populares se han vuelto globales, con Topshop, llevando sus codiciadas y siempre accesibles colecciones a todas partes, desde Croacia hasta Chile.
La famosa escuela de moda Central Saint Martins (que recientemente se mudó a Kings Cross) merece el crédito por la reputación que tiene Londres como ciudad de la moda. Alexander McQueen, John Galliano, Christopher Kane, Stella McCartney, Phoebe Philo, Zac Posen y Jonathan Saunders son sólo algunos de los nombres, ahora famosos, que cortaron sus primeras colecciones aquí. Pero no sólo en los pasillos de Saint Martins se descubren diseñadores, también en algunas calles secretas.
La movida en Mount Street
Si se le pregunta a cualquier londinense dónde comprar moda de lujo, sin duda encabezarán la lista Bond Street o Selfridges. Pero los compradores más listos esquivan las multitudes de turistas, que llevan bolsas de marca, para perderse en las desapercibidas calles aledañas a Mayfair. Partiendo de la bonita plaza Berkeley Square, las grandiosas casas victorianas de ladrillo rojo de Mount Street han sido colonizadas lentamente por los diseñadores de moda, escondidos discretamente detrás de rejas de hierro forjado y ventanas con macetas a reventar de flores rosas y moradas. Aquí no hay escaparates alegres y llamativos: las ventanas ligeramente arqueadas con tallados intrincados ofrecen sólo un vistazo de lo que hay adentro, los orgullosos números dorados y los letreros casi imperceptibles anuncian a los residentes, las marquesinas sobresalen con la misma regularidad uniforme que los saludos de los nuevos reclutas del ejército sobre los anchos, pálidos y relucientes pavimentos de piedra de York.
Aquí la alta costura se codea con la alta sociedad: los elegantes y minimalistas interiores de establecimientos como Balenciaga o Lanvin, de la mano con las tiendas de prendas de tweed para salir de cacería y anticuarios llenos de objetos Ming y de caoba, una papelería con gruesas invitaciones blancas para bodas de alcurnia y agentes inmobiliarios anunciando bijoux pied-à-terres por varios millones de libras. Y, por supuesto, los carniceros Allens con 184 años de antigüedad —un retorno a los días en que esta era la calle principal de un barrio y no un enclave para gente de dinero—, con pedazos de carne, cadáveres colgando en la ventana y hombres placenteramente rollizos en delantales blancos blandiendo cuchillos, rebanando costillas o haciendo cortes de tenderloin en el mostrador.
Los edificios —que brillan bajo el sol en tonos que van del salmón más pálido, pasando por el rosa langosta, hasta el intenso rojo óxido— están tan bien arreglados como la gente que se ve en la calle: saboreando ostiones en la terraza de Scott’s, deteniéndose a tomar café en el Mount Street Deli o disfrutando sus filetes Wagyu en 34 (de la misma gente de The Ivy, el eterno favorito de las celebridades). El pasado noviembre, el comedor privado se volvió quizá la galería más exclusiva en Mayfair cuando Tracy Emin (la de Young British Artists, famosa por su cama destendida) lo decoró con sus bocetos de desnudos y esculturas de neón, en una de las cuales se lee “You loved me like a distant star / Me amaste como una estrella distante”.
Sólo hasta hace poco, Mount Street se ha convertido en rival de las otras calles de moda de la capital. Su distancia (relativamente corta, pero aún así significativa) de las zonas más transitadas la mantiene como un secreto entre los compradores serios. Céline abrió su sucursal en marzo —una ubicación acorde a la conocida timidez publicitaria de la directora creativa de la marca, Phoebe Philo— con un llamativo piso de mármol a manera de duela, una enorme lámpara de latón, del artista danés FOC, dominando el centro del espacio, alrededor del cual se distribuyen las áreas para los bolsos, los zapatos y la ropa. El equipaje de lujo de Moynat —famoso por sus elegantes baúles— llegó el mismo mes, y en junio, Roksanda (sin su a menudo mal pronunciado apellido de Ilincic) puso una tienda enfrente. Sus coloridos atuendos en zigzag, sobre rieles de oro rosado, lucen con el piso de mármol blanco, negro y gris. En diciembre, Christopher Kane abrirá su primera tienda aquí, frente a los muros blancos del diseñador de zapatos Nicholas Kirkwood, el telón de fondo perfecto para sus creaciones esculturales multicolor. Marc Jacobs fue uno de los trendsetters originales de Mount Street al abrir no una sino dos tiendas en 2007. Ahora, sus estrafalarios emporios venden de todo, desde coffee table books inusuales en Bookmarc hasta tarjeteros, por menos de diez libras (y no muchas cosas en Mount Street cuestan eso, ni siquiera un café). Y si no te has cansado, también están a la mano Christian Louboutin, Oscar de la Renta, Linda Farrow, Ralph Lauren, Goyard, Gina, Loewe y un poco más cerca del centro, cerca de Fortnum & Mason, está la flagships store de Thomas Pink, un absoluto clásico para quienes usan camisas y prefieren hacerlas a la medida.
En una amplia e inmejorable esquina, con el agua tranquila de Silence de Tadao Ando, el hotel The Connaught logró una nueva apariencia en 2007 —añadiendo, entre otras cosas, un sereno y minimalista Aman Spa en el sótano— y marcó el inicio de la renovación de Mount Street. El reluciente bar art déco del Connaught ahora es uno de los sitios más serios de la ciudad para tomar cocteles. Para entender porqué, solo pide un martini. A tu mesa llega el carrito laqueado, elige tu bitter, selecciona tu ginebra o vodka y observa el truco de magia. Como el resto de Mount Street, debería ser ostentoso, pero no lo es. Es un clásico old school.
No sorprende que el discreto duo de restauranteros formado por Christopher Corbin y Jeremy King hayan elegido un lugar a unas cuantas cuadras —en Brown Hart Gardens, al otro lado de Grosvenor Square— para poner su primer hotel, que abrirá este otoño. Como sus lujosas cafeterías estilo europeo (entre ellas The Wolseley, The Delaunay y Balthazar), la pareja se inspiró en el pasado para The Beaumont, pero esta vez puso la mirada al otro lado del Atlántico, en la Nueva York de los años veinte. Abajo hay una parrilla americana y un bar como debe ser (con el tintineo de los vasos de cristal y el rítmico sonido del shaker). Las habitaciones están hechas para un sofisticado hombre de mundo —con toques déco y antigüedades esparcidas por todas partes— pero el verdadero protagonista es el “Room”, una escultura de robot cúbico gigante arrodillado sobre un ala de la planta baja, creación del artista Antony Gormley. Por dentro —en las manos, los pies y la cabeza— está totalmente cubierto de páneles de oscuro roble ahumado. El único mueble es una cama y cuando las luces se apagan se hace una tiniebla total hasta que los vagos ángulos del interior de la escultura comienzan a revelarse conforme los ojos se ajustan a la oscuridad. Gormley colocó luces en lugares estratégicos, tan tenues que al principio son indetectables, pero las cuales —dice— le permitieron “esculpir la oscuridad” y que los clientes puedan dormir en una obra de arte.
Otra calle obligada de Mayfair, a sólo unos pasos de las grandes marcas de la calle Bond, es Dover Street. La puso en el mapa de la moda el epónimo Dover Street Market e incluso, diez años después de su apertura, a esta mezcla entre tienda departamental de diseñador e instalación de arte todavía está a la vanguardia. Ahora, con sucursales en Ginza, Tokio y, desde el pasado diciembre, Nueva York, Dover Street Market, este es el producto de la mente maestra de la fundadora de Comme Des Garçons, Rei Kawakubo y su esposo Adrian Joffe. Aquí, en seis pisos, los interiores en bruto —madera contrachapada, concreto, cajas registradoras ocultas en cabañas de fierro corrugado, hileras de luces fluorescentes— contrastan con las mercancías de ultralujo a la venta. Todos, desde Saint Laurent hasta el británico JW Anderson —y por supuesto todas las líneas de Comme des Garçons— se exhiben en este espacio de alto concepto que cierra cada seis meses para pasar por una reinvención total.
Enfrente, Victoria Beckham acaba de abrir su primera boutique, mientras que un poco más allá la línea de difusión McQ, de Alexander McQueen, y el estilo holmiense ultracool de Acne conviven en el club privado The Arts Club —fundado en 1863, contaba con Charles Dickens entre sus miembros; hoy son parte del consejo Gwyneth Paltrow y Stella McCartney, y Mark Ronson es el director musical—. En diciembre se añaden 16 suites táctiles (piel repujada, sedas y tapetes anudados a mano) arriba de sus tres restaurantes y un club nocturno en el sótano ¾ en los que los huéspedes pueden cenar y beber mientras están ahí.
Más adelante, otra maravilla es la marca francesa Loft Design By: dos pisos de muebles de medio siglo (en exhibición) y básicos franceses (a la venta). Mientras que enfrente de la calle Mark Hix (que ahora tiene un mini imperio de seis restaurantes en la ciudad y uno más en la costa, en Dorset) sirve comida británica de temporada en HIX Mayfair, más fresca de la granja que de altos vuelos, pero no por eso menos de moda.
Chiltern Street se enciende
Un hombre transformó Marylebone, de un lugar donde las señoras se juntaban a comer, a el sitio donde damas (y caballeros) hacen sus fiestas. ¿Su nombre? André Balazs. El guapo hotelero detrás de The Standard y el favorito de las celebridades en Los Ángeles, Chateau Marmont, eligió esta soñolineta esquina de la capital para poner su primer hotel afuera de Estados Unidos. Se llama Chiltern Firehouse porque, claro, está en una vieja estación de bomberos victoriana en Chiltern Street; el restaurante está a cargo del barbón chef portugués Nuno Mendes (robado de Viajante, con estrellas Michelin) abrió en febrero sin siquiera un comunicado de prensa. Cuando almorcé ahí la primera semana, el diseñador de modas Julian McDonald estaba sentado dos mesas más allá; cuando regresé a cenar unas cuantas semanas después, la actriz Marion Cotillard tomaba vino tinto en el booth a mi derecha. Y desde entonces todos, desde Kate Moss hasta Bradley Cooper, han probado A Quick One Before Dinner (un trío de vermouths, Aperol, champaña, toronja y cáscara de limón), devorado donas de cangrejo, apagado cigarros en los graciosos ceniceros de cubetas para incendio del patio y —si están en la lista— puesto viniles en los tocadiscos del bar Laddershed, exclusivo para residentes e invitados. Ni siquiera sabrías que las habitaciones están ahí porque el sitio de internet de Balazs es ultra secreto, pero manda un correo electrónico y puedes reservar una de las 26 suites, cada una con chimenea y una decoración elegante inspirada en el fin de siglo. Y dado que las reservaciones para el restaurante están actualmente cerradas, acampar ahí podría ser la única forma de obtener una mesa.
Pero aunque Chiltern Firehouse está causando alboroto en los medios (literalmente), el resto de los residentes de estas calles son decididamente más discretos. Árbitro del buen gusto y defensor del diseño japonés y escandinavo, la revista Monocle abrió su Monocle Cafe —con un techo rayado en blanco y negro— el pasado abril, curado con tanto esmero como se esperaría de Tyler Brûle (el editor de la revista fue fundador de Wallpaper*). Granos de Allpress, vajilla de la marca japonesa Hasami, cubiertos del danés Kay Bojessen podrían cohibirme si no fuera porque los rollos de canela y los delicados pasteles de infusión de té verde son endemoniadamente deliciosos.
A unas puertas de distancia, Trunk Clothiers ofrece una muestra curada con destreza de marcas de ropa para hombre, muchas de las cuales no están disponibles en ninguna otra parte de Londres, con una inclinación por lo sofisticado: sacos deportivos, shorts de tejido de algodón a rayas y los mejores suéteres tejidos. Más adelante, Trunk LABS está dedicado únicamente a los accesorios: corbatas de cashmere en colores tenues de Bigi en Milán, clásicos zapatos ingleses perforados de Crockett & Jones, pañuelos para saco perfectamente tejidos de Simonnot-Godard.
Mouki se ve diminuto desde fuera, pero adentro es un mundo como el de Alicia en el País de las Maravillas, con pequeños cuartos llenos de los hallazgos que su fundadora, Maria Lemos, trajo de sus viajes alrededor del mundo. Los antecedentes de Lemos en el mundo de la moda (antes estuvo en John Galliano y todavía dirige una agencia de ventas de moda) hacen que su mirada sea impecable: brazaletes ultra finos de oro y plata de Fay Andrada, ropa chic del sello parisino 45RPM y cojines de Coral & Tusk. Entra a los bonitos pisos geométricos de mosaico y piérdete en un viaje de descubrimiento de nuevas marcas.
La firma británica Sunspel quizá sea más famosa por vestir a James Bond (creó la camiseta polo Riviera para Daniel Craig en Casino Royale) y sus perfectos boxers azul claro (que introdujo a Gran Bretaña en 1947), pero esta tienda sencilla tiene ropa casual clásica para hombre y mujer. Camisetas perfectas en una paleta de grises, negros, blancos, rojos y azules que cuelgan de ganchos en una pared de madera, montones de pantalones de algodón o de pana doblados cuidadosamente en las repisas cercanas.
El más nuevo de la cuadra es Prism, que ofrece diseños increíblemente calculados para el guardarropa más chic de las vacaciones: gafas, bikinis —con piezas para combinar desde minúsculos hasta estilo años cincuenta, Rihanna es una de sus fans—, alpargatas, pareos y bolsos de playa diseñados por la ex editora de moda Anna Laub. Ella sabe lo que hace.
Para comer también con buen gusto, el último restaurante de Corbin & King, Fischer’s, está a corta distancia caminando sobre Marylebone High Street. Tanto los interiores como el menú están inspirados en la Viena de principios del siglo xx. Arenque ahumado sobre pan nórdico, wiener schnitzel y el strudel de manzana y nuez posan en una barra de madera pulida bajo el vigilante tictac de un antiguo reloj. Puede que Chiltern Firehouse esté rodeado de paparazzi en este momento, pero el brillo de Fischer’s es atemporal.
East End, siempre cool
Como Williamsburg en Brooklyn, Shoreditch en East London se ha convertido en sinónimo de cierta clase de hipster cool. La transformación de East London en el barrio más hip no es nada nuevo: los artistas se mudaron en los años 90, Tracy Emin y Gilbert & George bebían pintas en The Golden Heart frente al mercado Spitalfields, y en 2000 Lulu Kennedy montó Fashion East, un retoño atrevido, originalmente sin programa de la London Fashion Week, que ayuda a diseñadores emergentes a lanzar sus colecciones y producir una pasarela en la Old Truman Brewery, justo a la vuelta de la esquina de The Golden Heart. Hoy en día, la impresionante lista de ex alumnos de Fashion East incluye, entre otros, un nombre que ahora se ha graduado en Mount Street: Roksanda Ilincic.
Pero lo más sorprendente es que la vía más vanguardista de East London se ha desarrollado en una improbable calle lateral que corta de Shoreditch High Street hasta la parte alta de Brick Lane: Redchurch Street. Cuando me mudé a Londres, en 2007, vivía justo a una cuadra de la esquina de la calle con Brick Lane y caminaba por Redchurch sólo como un atajo hacia lugares más emocionantes, pasando una y otra vez por un puñado de pequeñas galerías, tiendas cerradas, posters despedazados de clubes nocturnos y The Owl and The Pussycat (en aquel entonces todavía un auténtico pub, antes de que también sufriera un cambio de look). Pero ese verano, Soho House abrió una sucursal en East End de su club privado —Shoreditch House— en el TEA Building, entre Redchurch Street y Bethnal Green Road, y todo eso empezó a cambiar.
Shoreditch House sigue teniendo una posición privilegiada para adentrarse en el área y no sólo por los miembros de la industria mediática. En 2010, el club abrió Shoreditch Rooms, 26 habitaciones estilo costero (paredes cubiertas de madera pintada de gris claro, ventanas blancas con postigos, hileras de perchas para colgar una canasta del mercado y un espejo para rasurarse) que son Tiny (mejor tírate en la cama) o Small (con un poco de más espacio). Pero aquí, el tamaño realmente no importa pues, al menos por unas noches, tienes acceso al club, conocido por ser muy exigente. Todos los huéspedes de los Shoreditch Rooms pueden sentirse como en casa, incluyendo la recién renovada alberca de la terraza. ¿Lo mejor de todo? Tendrás una silla para asolearte antes de que los primeros miembros hayan siquiera llegado a desayunar.
Sin embargo, está lejos de ser la única cama que incluye acceso a la escena de East London. Al otro lado de la calle de Shoreditch House, la terraza de The Boundary de Terence Conran está muy solicitada todas las temporadas (en invierno hay mulled cider y cobijas de lana gruesa; en verano, Pimm’s y a veces hay fila para entrar), mientras que cada una de las habitaciones (12 y cinco suites) están dedicadas a diferentes diseñadores o escuelas de diseño: Eames, Bauhaus, Shaker. Abajo, el deli y café The Albion se las arregla para hacer que las verduras en cajas de madera parezcan salidas de una naturaleza muerta de alguno de los maestros holandeses, al tiempo que sirve exquisitos devilled kidneys sobre pan tostado para el desayuno, ensaladas de temporada y sándwiches cargados de carne.
A la vuelta de la esquina en Shoreditch High Street, el Ace Hotel abrió sus puertas el año pasado. El fundador, Alex Calderwood, básicamente inventó el concepto de “hotel as hangout” con sus sucursales Ace, primero en Seattle, luego Portland, Palm Springs, Nueva York y, más recientemente, en Downtown LA. Y la encarnación de Shoreditch no es diferente. Pide ensalada de cangrejo y confit de cordero, los empleados hipsterestán equipados con tenis grises Air Max en Hoi Polloi (de Pablo Flack y David Waddington, responsables de los igualmente hip Bistrotheque y Shrimpy’s), bebe un jugo purificador de pera, pepino, piña y limón de Lovage; busca entre los viniles de la legendaria tienda Sister Ray Records de Soho, descubre nuevas bandas en el sótano del bar Miranda. Una selección de algunos de los mejores lugares de Londres sin siquiera dejar el hotel.
Sería tonto no regresar a Redchurch Street. Hay una sensación de lo utilitario en Aesop, la tienda australiana de cuidado de la piel basada en la botánica, con botellas inspiradas en la medicina —como el limpiador corporal de semilla de cilantro, el aceite de limpieza facial de semilla de perejil y el jabón para manos aromático Resurrection—, mesurada tipografía negra sobre etiquetas color hueso, repisas de madera sobre fregaderos antiguos de porcelana. Los tubos de bálsamo para manos y cuerpo, ya apachurrados y arrugados, son una compra instantánea en este espartano local. El sentimiento de funcionalidad continúa detrás de la fachada de azulejos verde esmeralda de Labour & Wait, en lo que antes era un pub. Los artículos domésticos de inspiración retro cubren todas las superficies y cuelgan de las paredes: platos y tazones de esmalte, plumeros de plumas de avestruz y focos vintage de filamentos.
En Hostem, la fachada de cuatro pisos pintada de negro contiene una tienda de ropa para hombre igualmente oscura y caprichosa. Con un aire de Dover Street Market, el espacio da la sensación de ser parte instalación y parte boutique: el “Chalk Room”; el sótano, está dedicado enteramente a camisas, trajes y accesorios hechos a la medida, y la decoración es una mezcla entre el almacén olvidado de un sastre —apenas iluminado con fantasmagóricos focos— y una fantasía surrealista —fíjate en el ropero chueco—. Arriba, los pisos nuevos tienen una atmósfera más ligera pero no menos ingeniosamente escasa, aumentando la colección de la planta baja con una mezcla de marcas de vanguardia y añadiendo —¡sorpresa!— ropa para mujeres.
Del minimalismo al maximalismo, la Maison Trois Garçons es un espacio de café y boutique, filial reciente del equipo a cargo del melodramático restaurante Les Trois Garçon. Un enorme corazón de neón brilla desde las paredes revestidas de tablas de madera, mientras que enfrente las repisas de metal tipo industrial exponen bolsas vintage a la venta —aunque aquí todo, hasta las mesas de mosaicos portugueses, sobre las que disfrutas tu ensalada de frijoles, está a la venta.
Old London, la gigantesca obra de arte callejero de Ben Eine, no podía ser más irónica en Redchurch Street hoy en día, pintada en el costado de una bodega que ahora alberga la tienda decididamente nueva de Aubin & Wills, un establecimiento del favorito de los adolescentes; Jack Wills, con un estilo de vida un poco más adulto, con todo y un cine lleno de sofás en la parte de abajo. Y a la vuelta, enfrente del TEA Building, Boxpark es otra rebanada de novedad: el primer centro comercial pop-up, que alberga de todo, desde marcas indie emergentes hasta Nike y zapaterías Swedish Hasbeen, en 60 contenedores.
Sin embargo, no sólo por la moda y el arte es que East London ha probado ser una incubadora de talento, muchas de las estrellas culinarias de la capital se foguean en E2. De nuevo en el interior del TEA Building, James Lowe abrió recientemente Lyle’s, donde se sirve comida británica sencilla pero sofisticada —girolles, huevo y angula ahumada; blood cake, grosellas negras y endivias; corazón de cordero, pepinillos y yogur— en un espacio ventilado, con muros de ladrillo blanqueados, sillas Ercol y mesas de madera pálida. A la vuelta de la esquina, Issac McHale —miembro del colectivo de chefs The Young Turks Collective, del que tanto se habla— ha abierto The Clove Club en el impresionante Shoreditch Town Hall. Adentro, el espacio utilitario (la cocina de azulejos, de hecho está adentro, no sólo está abierta al comedor) contrasta con la comida más experimental de McHale. Como en Lyle’s, por la noche hay un menú de degustación, en el que sin duda destaca un pollo frito en manteca, húmedo y crujiente, servido sobre un nido de ramas de pino. Después date una vuelta por Hoxton Street hasta White Lyan. Aquí, Ryan Chetiyawardana trata casi de manera científica a sus cocteles: sin hielo, sin fruta, nada fuera del menú. Con una lista que incluye un Bone Dry Martini hecho con vodka y tintura de hueso (de pollo rostizado), conmocionó a la escena de la coctelería cuando abrió el año pasado. Chetiyawardana ya fue invitado a dirigir el bar del nuevo hotel de Mondrian al otro lado del río, en South Bank. Porque en una ciudad como ésta, todo y todos están siempre en movimiento, cambiando, buscando descubrir la siguiente gran novedad, que está siempre —así parece— tan sólo a la vuelta de la esquina. t
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