Llego a Los Cabos, aquí es donde empieza todo. Es la primera vez que estoy aquí y me recibe una tarde soleada con un aire fresco muy al estilo californiano –parece que todas las tardes aquí son así–. Al salir del aeropuerto, un amable chofer me encuentra entre la multitud que busca transporte y me lleva al coche, que resulta ser una Hummer del hotel One&Only Palmilla con Wi-Fi, botellas de agua y chocolates mexicanos. La sonrisa fue instantánea, las dos horas y media de vuelo desde la ciudad de México se me olvidaron de inmediato entre la plática y las risas con el chofer, quien incluso me permite elegir la música para amenizar nuestro camino. –Para nosotros, todo está en los detalles– me dice muy en serio.
Hace algunos años, en la década de los cincuenta, prácticamente no había grandes construcciones en la Baja, mucho menos la cantidad de hoteles y atractivos turísticos que hay hoy en día. Todo era desértico hasta que un día Abelardo Rodríguez, un empresario aviador hijo del expresidente mexicano, sobrevoló la punta de la península desde su avioneta y vio lo que nadie había visto antes; el potencial de un desarrollo turístico. Y así, en 1956, abrió el Palmilla Suites Resort con 18 habitaciones, un lugar muy exclusivo donde sólo era posible llegar en yate o avión privado. Poco a poco las estrellas de Hollywood de aquel tiempo eligieron este lugar como una buena escapada de Los Ángeles; lo suficientemente remoto para tomar unas íntimas vacaciones. De hecho, había entonces un aeropuerto privado para que pudieran llegar fácilmente.
En la década de los setenta se construyó la autopista que recorre toda la península –la Federal 1, mejor conocida como transpeninsular– conectando San José del Cabo con Cabo San Lucas (lo que hoy se conoce como “El corredor”). El Palmilla original fue vendido en 1984 y hoy es operado por One&Only. Es un resort de lujo, favorito de estrellas de Hollywood, como John Travolta, quién decidió celebrar aquí su fiesta de cumpleaños número 50.
Después de recorrer los 32 kilómetros de carretera, el recibimiento al llegar es por todo lo alto. Me esperan con una charola repleta de paletas heladas y margaritas de tamarindo. El personal que me recibe me llama por mi nombre y cálidamente me invita a tomar un lunch al aire libre en el restaurant Breeze en lo que mi habitación está lista. Ya para este momento me siento una persona súper importante, y es ahí cuando me presentan a Armando, el mayordomo personal que me atenderá durante mi estancia en el resort.
Esa misma tarde me espera una sesión de spa en una cabaña tropical privada, con música personalizada y aromaterapia. Envuelto en una bata gigante de algodón paso los 60 minutos más tranquilos de mi vida, dormitando mientras recibo un masaje relajante. Siento como si hubiera descansado una semana entera. Al terminar, mi masajista me encamina a un jardín –también privado– con un par de tumbonas, fruta picada y agua fresca con rodajas de naranja. Creo que la idea es fácil de entender: hay que seguir descansando.
En el One&Only Palmilla el lujo es cómodo, sin pretensiones. Aparte de tener todas estas amenidades que invitan a relajarte en una propiedad hermosa que cuida cada detalle de su decoración, la clave está en el trato de su personal: todos son amables y serviciales. Es necesario estar aquí para sentir su calidez: te saludan llevando la mano al pecho, un gesto adoptado de una comunidad huichola de Jalisco y que significa “te saludo con el corazón”.
En San José del Cabo, donde se encuentra el hotel, todavía se puede salir a caminar y disfrutar de un aire pueblerino y bohemio, muy distinto a lo que sucede en Cabo San Lucas, donde las olas de turistas inundan la ciudad durante el spring break. El centro de San José está rodeado de restaurantes y pequeñas galerías de arte, cada fachada pintada de un color distinto. Los jueves por la noche todas estas galerías abren sus puertas en una especie de corredor cultural e invitan al público a conocer su espacio en compañía de tequila y margaritas. Un plan perfecto si se quiere salir a conocer la vida cultural de Baja.
Segunda parada: Todos Santos
El segundo día salimos temprano para tomar la carretera Federal 19 rumbo el norte que nos lleva a nuestro siguiente destino: el famoso pueblo de Todos Santos. En este trayecto el contraste de vegetación hace que el paisaje sea único: de un lado está el mar y las mejores olas de Baja California, y del otro todo es desierto. Hacemos una parada obligada para ponernos el traje de baño y tomar el lunch a la orilla del mar. La playa se llama Los Cerritos y es uno de los spots favoritos por los surfers de la zona. Después de un chapuzón en el mar, nos sentamos a comer en una mesa plegable bajo una enramada; ceviche, tacos de pescado y un par de cubetas llenas de cervezas frías constituyen el lunch de hoy. A mitad de la comida, Laura, una de las compañeras de viaje que viene de Montana, nos interrumpe a todos y grita: Hey! We are in a Corona comercial! todos reímos con el comentario.
Todos Santos data de 1724, es un pueblo tradicionalmente pesquero, relativamente pequeño y muy tranquilo, su población apenas supera los 4 000 habitantes y gracias a la tranquilidad de sus calles se siente aún más pequeño. Lo primero que hacemos al llegar es instalarnos en el hotel boutique Guaycura para después salir a caminar alrededor del centro. Hoy hay mucho turismo en las calles, los restaurantes y pequeñas galerías de arte son los puntos que más atraen al turismo y en la playa, el atractivo son los cursos de surf y snorkel. El Centro Cultural Profesor Néstor Agúndez, mejor conocido como la Casa de la Cultura de Todos Santos, es un buen lugar para pasar un rato en la tarde y curiosear entre una colección de artefactos antropológicos, fotografías de la Revolución, libros y artesanías prehispánicas que conviven en las aulas de lo que antes fuera una escuela primaria. Al entrar al recinto resaltan los coloridos murales de las paredes laterales, estos fueron pintados por alumnos de la escuela Normal Rural en 1936 e ilustran el momento de la llegada de los españoles.
El otro gran atractivo de este pueblo mágico tiene que ver con el rock n’ roll. En algún momento de los años ochenta los ojos de los rockeros del mundo voltearon a Todos Santos por que se esparcía el rumor de que ahí se encontraba el mítico hotel que inspiró a The Eagles para escribir su canción Hotel California en 1977. Las opiniones al respecto están encontradas. Hay quien asegura que la letra coincide perfectamente con este lugar: On a dark desert highway / cool wind in my hair. Incluso, en los noventa el rumor decía que The Eagles llegaron a ser los dueños del hotel.
Sea cual sea la historia, lo que sí es un hecho es que el baterista del grupo, Don Henley, ha declarado en varias entrevistas que ese hotel nunca fue la inspiración de la canción. Pero da igual: cientos de turistas rockeros siguen tomándose la foto del recuerdo y comprando camisetas. Más allá de la leyenda, el hotel California es atractivo por sus coloridos corredores y las 11 habitaciones boutique son muy acogedoras. El patio interno es pequeño, con pocas mesas y perfecto para una cena en pareja. Después de recorrer el hotel, nos instalamos en el bar que presume tener el mejor tequila sunrise de Todos Santos. Así nos sorprende el atardecer, tomando tequila y escuchando Hotel California que suena varias veces a lo largo del día.
Tercera parada: La Paz
Muy temprano por la mañana salimos de Todos Santos para tomar carretera hacia el norte rumbo a La Paz, capital del estado y una de las ciudades menos visitadas de Baja California. Sin embargo, lejos del ruido turístico, La Paz se ha ido consolidando como un buen lugar de descanso, gracias a sus playas, la buena comida, y una escena artística emergente.
Una vez en La Paz, la visita a Espíritu Santo es lo primero que hacemos. Salimos en un barco hacia esta isla de 22 kilómetros de largo que se encuentra a 25 kilómetros del muelle de La Paz. De aguas cristalinas, nombrada patrimonio de la unesco, la isla es un área protegida y una reserva de la biosfera. El trayecto hasta aquí no es corto, pero sí muy disfrutable, así que todos nos relajamos y mantenemos la mirada en el horizonte.
Una vez en la isla, le pedimos a nuestro capitán que se dirija al islote ubicado en el extremo norte de Espíritu Santo. Hay decenas de lobos marinos tomando el sol, y si uno se anima, es posible acercarse a nadar muy cerca de ellos y practicar snorkel. Antes de navegar de regreso a La Paz, hay que hacer una parada para comer en alguna de las playas de la isla. En todas ellas, suelen haber personas que cocinan la pesca del día, además de rentar kayaks y paddle boards para salir a buscar mantarrayas, anguilas, peces globo, cangrejos y demás criaturas marinas. No por nada Jacques Cousteau nombró este lugar como “el acuario del mundo”.
A la mañana siguiente, nos levantamos temprano para caminar por el tranquilo malecón. Desde aquí se puede disfrutar una muy buena vista de la bahía y de paso disfrutar de las esculturas de bronce que se exhiben a lo largo del paseo, todas relacionadas con el mundo marino y realizadas por distintos artistas (como Juan Soriano y Octavio González). Al final se llega a una pequeña plaza llamada Vista Coral, donde el Café Capri es un favorito de los lugareños para sentarse al atardecer.
Cuarta parada: Las Barrancas
Volamos desde el aeropuerto de La Paz hacia la porción más norteña del estado de Sinaloa, los Mochis, para continuar con la segunda parte del viaje: El Chepe y las Barrancas del Cobre.
El tren se llama Chihuahua Pacífico (de ahí que se le conozca como Chepe, por sus iniciales) y conecta la ciudad de Chihuahua con el puerto de Topolobampo. La parada más alta de la ruta es Divisadero, a 2 400 metros sobre el nivel del mar. Nosotros llegamos a Los Mochis en la tarde y nos hospedamos en el histórico hotel Posada Hidalgo, una hermosa mansión de estilo colonial construida a finales del siglo xvii que fue el hogar de don Diego de la Vega, mejor conocido como “El Zorro”.
Por la mañana el tren sale alrededor de las seis y dejamos el hotel sin desayunar, para no perder tiempo. Una camioneta pasa por nosotros y nos lleva a la estación de Los Mochis, que no es más que algunas bancas bajo un techo que se sostiene por vigas acero junto a las vías del tren, lo suficiente para esperar en el frío. Por suerte, en algún lugar de la estación me encuentro con una señora que vende tortas de carne seca con aguacate y jitomate, la mejor opción para matar el hambre.
La experiencia de viaje en este tren es muy distinta dependiendo de la época del año en que se haga el recorrido. En noviembre el paisaje es nevado con temperaturas muy bajas; en mayo el clima es perfecto, el aire es fresco de montaña y la vista está muy verde por las lluvias. El tren cuenta con asientos de primera y segunda clase y un vagón cafetería bastante cómodo con excelente comida y ventanas muy grandes para disfrutar del paisaje tomando un buen café. Además, los meseros son muy amables y van muy bien vestidos.
Nosotros estamos viajando en el vagón de primera clase, donde los asientos son muy amplios y cómodos, aunque, con la emoción, la mayoría de nosotros vamos la mayor parte del recorrido en las puertas que hay entre vagones, asomándonos para ver el paisaje, riéndonos entre nosotros y tomando fotografías de un panorama desértico que conforme se adentra en la montaña y con la altura se transforma en un bosque de pino seco. Hay muchos hoteles y pueblos dónde quedarse a lo largo del camino pero hay que tener siempre en mente que el recorrido en el tren, con sus 87 túneles y 37 puentes, es el destino mismo.
Nuestra primera parada en el recorrido es en el pequeño pueblo tarahumara de Cerocahui, habitado desde tiempos prehispánicos, aproximadamente a 40 minutos en coche desde la estación de Bahuichivo. Es un pueblo clavado en la sierra donde todos andan con sombrero y en pick-ups, muy al estilo del norte del país. Nos hospedamos en el Hotel Posada Misi, a tan sólo dos cuadras de la plaza principal, donde la gente del hotel nos ha conseguido un guía que nos invita a dar un largo paseo a caballo por la montaña para después regresar a tomar un trago y escuchar algunos corridos en el pequeño y acogedor bar del hotel.
Al día siguiente el trayecto en el Chepe es mucho más corto y el paisaje cada vez se pone mejor. Conforme nos vamos adentrando en las Barrancas del Cobre la altura es mucho mayor, estamos a casi 2 200 metros sobre el nivel del mar y el aire se vuelve es más frío y penetrante. No está de más mencionar que este cañón es uno de los más grandes del mundo, cuatro veces más largo que el Gran Cañón, y este tren es el único medio de acceso.
La siguiente parada es Posada y está a una hora y media de Bahuichivo. Aquí no hay que perderse la espectacular vista desde la terraza del hotel Mirador, que cuenta con telescopios para observar la diversidad de aves y mamíferos que hay en la zona y algunas mesas para tomar un trago o un café si es que no hace mucho frío. Es famoso por ser el único hotel de la zona con balcón privado y vista a las Barrancas del Cobre. Además, cada habitación esta decorada con estilo de la cultura tarahumara.
Llegamos justo para comer en el restaurante. Después de esto tenemos un rato libre para caminar alrededor del hotel, descansar, dejar la maleta en la habitación, tomar la cámara y salir a hacer hiking por la sierra a media tarde. El frío empieza a sentirse conforme se mete el sol y el cielo y las montañas se encienden en tonos azules y morados. En el camino es posible encontrar a tarahumaras que venden sus artesanías: canastillas tejidas con palmillas, collares y pulseras de semillas. Julia, que viene desde Rusia, acaba de hacer una amiga rarámuri de cinco o seis años que nos ha acompañado durante nuestra caminata por el cañón. Ella nos va platicando cosas en tarahumara, Julia le contesta todo en ruso, parece que se entienden perfecto, yo prefiero no meterme y dejarlas platicar mientras caminamos.
De vuelta al hotel llega el momento de despedirnos de nuestra nueva amiga, Julia le regala un bálsamo de labios que trae en su bolsa, se dan un abrazo y ella regresa camino abajo con su familia.
Es momento de continuar con el viaje. El siguiente destino es Creel, al cual llegamos en camioneta desde Divisadero. La razón por la que ya no viajamos a bordo del tren hasta Creel es para hacer algunas paradas en puntos clave donde se tienen las mejores vistas de las barrancas. El primero se llama Piedra Volada y se encuentra dentro del Parque Nacional Basaseachi. Para llegar hay que manejar por un camino de terracería, sierra arriba, con el precipicio a escasos metros de coche. Es un camino vertiginoso pero vale la pena. Aquí se encuentra la cascada Piedra Volada, que sólo tiene agua durante la temporada de lluvias y es una de las caídas de agua más altas de México. La vista hacia el cañón desde aquí es de las más imponentes que hemos visto durante el viaje.
Seguimos al Parque de Aventura Barrancas de Cobre, uno de los atractivos turísticos más populares de la zona. Nunca he hecho una tirolesa de más de 100 metros, y ahora estoy por recorrer un conjunto de siete tirolesas y dos puentes colgantes a 500 metros de altura que suman casi cinco kilómetros de recorrido, uno de los más largos del mundo.
Un equipo de instructores nos da una clase para aprender a frenar y hacer todo correctamente. Para la última tirolesa todo es felicidad, los pulmones no dan para gritar más de la emoción, estoy a un kilómetro de altura del suelo y en cierto punto, la velocidad a la que voy ya no me deja respirar y gritar al mismo tiempo. Cuando llego al otro lado, volteo a ver el punto desde donde empecé y sólo veo una casita blanca en medio de la montaña: acabo de hacer la tirolesa más larga del recorrido, de casi un kilómetro.
Sin perder mucho tiempo, al terminar nuestro recorrido por las tirolesas regresamos a nuestra camioneta para avanzar hacia nuestra próxima parada: Creel, uno de los puntos más altos de la sierra Occidental, a 175 km de la ciudad de Chihuahua. Antes llamado Rochivo por los tarahumaras, con la construcción de la estación de tren, inaugurada en 1907 por el gobernador Enrique Creel, la población cambió a su nombre actual. Lo único que sabía de este pueblo eran las historias de mi familia, pues en los alrededores de este lugar mi bisabuelo construyó y perdió su fortuna.
El clima aquí es muy frío, se siente un ambiente boscoso con neblina que se antoja para traer una de esas chamarras de mezclilla con forro de peluche, como las que usa la mayoría de la gente en Creel. Al ser un pueblo maderero, gran parte de las casas y locales comerciales están construidos de madera y con techos de dos aguas, los locales venden mucha artesanía tallada en este material, e incluso los artesanos han empezado a hacer sus propias versiones de tótems. Sólo hay una calle principal que termina en la plaza central o plaza de las armas, con un quiosco muy sencillo. En invierno, este pueblo debe de ser lo más parecido al Polo Norte que tenemos en México. La mezcla de sus habitantes es muy especial: en la calle conviven tarahumaras, menonitas y turistas, cada uno con su vestimenta característica.
El mejor lugar para hospedarse es, sin duda, el Best Western Lodge. A diferencia de cualquier otro Best Western, éste tiene acabados rústicos en madera, las habitaciones son cabañas y cada una tiene un porche y una chimenea dentro del cuarto para no pasar frío. El restaurante tiene una carta muy variada, y su decoración es muy divertida; hay un mapa enorme del estado de Chihuahua junto al bar y el lugar está decorado con papel picado mexicano. Aquí encontramos foquitos de Navidad por todo el lugar, sin importar la época del año. Probamos toda la variedad de pizzas de la casa y lo mejor fue la de carne seca. Después de cenar, todos nos movemos al bar tipo saloon a jugar billar, dardos, y probar el sotol, la bebida típica de Chihuahua, cuyo aroma y textura es muy parecida a la del tequila.
Creel se recorre en un solo día, pero a sus alrededores hay un par de sitios muy interesantes. Por la mañana, tomamos el camino hacia el Valle de los Monjes. Este espacio “escultórico” tiene cientos de rocas de varios metros de altura, todas erosionadas en formas puntiagudas bastante peculiares, con texturas y colores ocre y amarillo. Caminamos entre ellas bosque adentro hasta llegar a la orilla del cañón y allí escalamos un poco estas piedras para tener otra de las vistas más impactantes de todo el recorrido. Vale la pena tomarse un par de horas en el camino de Creel a la ciudad de Chihuahua y visitar este enigmático lugar para observar un paisaje distinto al que se tiene en la mayoría del recorrido por las Barrancas del Cobre.
* * *
El final de nuestro viaje ha llegado. Ahora nos toca manejar cuatro horas hasta la ciudad de Chihuahua. Aquí visitamos el Palacio de Gobierno, un edificio del siglo xix ubicado en el centro de la ciudad, cuyo patio central resguarda el altar a la patria y es el sitio exacto donde fue fusilado el cura Miguel Hidalgo un 30 de julio de 1811 a las siete de la mañana.
GUÍA PRÁCTICA
DÓNDE DORMIR
Km 7.5 Carretera Transpeninsular
San José Del Cabo
T. 01 (624) 146 7000
Legaspi esquina Topete, Col. Centro Todos Santos
T. 01 (612) 175 0800
Divisadero, Chihuahua
EST CHEPE Km 622, Barranca del Cobre
T. 01 (668) 812 1613
Hidalgo 101, Col. Centro
El Fuerte, Sinaloa,
T. 01 (698) 893 1194
Av. López Mateos 61
Creel, Chihuahua
T. 01 (635) 456 0071