A pocos kilómetros de la Ciudad de México, en la zona de Valle de Bravo, donde se alza un horizonte marcado por bosques de pinos y encinos, destacan tres proyectos que promueven el vínculo de la naturaleza con el bienestar humano a través de la agricultura orgánica.
Pioneros orgánicos
El más antiguo, Rancho La Paz, fue creado por el médico Dieter le Noir con la premisa de sanar la tierra para sanar al ser humano. Los cultivos orgánicos y biodinámicos son principalmente de hierbas y plantas medicinales, con los que elabora medicamentos naturales como tés, aceites corporales, extractos hidroalcohólicos, mieles funcionales y cremas bajo la marca Sanandi. Desde Rancho La Paz también se gestó el proyecto Fundación Valle La Paz, con el que se ejercen acciones sociales y educativas, las cuales impulsan una transformación del trabajo agrícola en la región, inspirando a productores mediante su visión y metodología para devolverle la fertilidad a la tierra.
“Queríamos vivir en el campo y poner nuestro granito de arena en producir alimentos buenos”
Esa misma intención de sanar el campo la tiene Mica y Lalo, emprendimiento de una pareja que, además de atender dos granjas, donde empezaron un sembradío de café y cultivan árboles frutales, de macadamia y aguacate, así como hortalizas y una milpa, acaba de lanzar unos huacales con productos sanos, vivos y frescos de una red comunitaria de buenas prácticas. Hacen entregas en Valle de Bravo y la Ciudad de México. Al mismo tiempo, manejan la cafetería del vivero Garden de Walo, donde ofrecen un menú de temporada con ingredientes únicamente orgánicos.
“Queríamos vivir en el campo y poner nuestro granito de arena en producir alimentos buenos”, afirma Micaela Miguel, quien, junto con su esposo Lalo Pérez, ha trabajado con paciencia para preparar el suelo de sus cultivos y devolverle toda su vitalidad. Entre sus prácticas biodinámicas, dispersan cuarzo en polvo, dinamizado con torbellinos de agua para atraer el sol. También preparan un tipo de composta que consiste en enterrar un cuerno de vaca con estiércol durante un año.
Biodiversidad gourmet
Este conocimiento de prácticas biodinámicas lo comparten con La Pausa, un rancho con certificación orgánica que produce alrededor de 160 variedades de vegetales, hierbas y frutas anualmente. Hace seis años, Armando García dejó su agencia de viajes para dedicarse al campo y cumplir el sueño de trabajar la tierra sin agroquímicos ni pesticidas, respetando el ecosistema. Las 60 hectáreas sembradas despachan variedad, formas y colores que promueven la biodiversidad. Entre sus productos insignia están los betabeles de colores, los espárragos morados y la alcachofa de Jerusalén, y pareciera que son de los pocos en México —quizá los únicos— que siembran espelta, un trigo ancestral. Antes vendían 95 % de su producción a restaurantes como Maximo Bistrot, Quintonil y Amaya, pero ahora abrieron un canal directo para que el cliente pueda recibir sus canastas.
Valle de Bravo se está convirtiendo en un lugar donde se aúnan fuerzas para alcanzar una agricultura menos extractiva, que valora esa conexión con la salud. Ojalá que, en un futuro, muchos más productores se emocionen con esta manera de cuidar el planeta y haya consumidores más conscientes.