La primera (y única) vez que visité Pomuch fue por una invitación para celebrar el Día de Muertos en este pequeño poblado del norte de Campeche. Era pleno octubre, pero el día ardía como si fuera el verano más candente. Por las tardes surgía la brisa y de noche era posible sentir el clima fresco del otoño.
La celebración incluía una visita por la panadería más clásica del pueblo: La Huachita. Panes de muerto tamaño familiar, humeantes y perfumados, salían del horno de piedra en charolas mientras los espectadores, entre los que me contaba, nos esforzábamos por mantener las formas y no abalanzarnos sobre ellos.
Parte del itinerario de la celebración, sin embargo, me preocupaba. En un rincón perdido del mail donde se planeaban los siguientes días, leí “limpieza de huesos en el cementerio”. Para una mente occidental (u occidentalizada), nada podía sonar más mórbido o terrorífico.
Sin embargo, la curiosidad era más fuerte y sospeché que si esa tarea se incluía en el itinerario habría una buena razón para ello.
La limpieza de “los santos restos”
La tradición del Día de Muertos en México tiene tintes tan diversos como las culturas que conforman la esencia del país: en Campeche, la herencia maya dejó su huella en una ceremonia que habla de amor, respeto y una idea de la vida más allá de la muerte que nos enlaza a todos en una gran cadena generacional.
He aquí el origen del asunto que tanto me preocupaba: la limpieza de los huesos. Los mayas de la región tenían un ritual funerario que consistía en enterrar a sus seres queridos dentro de sus casas: el piso era de tierra y estaban cubiertas por techos de paja. Al cabo de un par de años, exhumaban los restos ahí enterrados y los limpiaban: así, quedaban únicamente los huesos, organizados en un pequeño espacio (como una cajita), que eran colocados en un rincón de la vivienda, donde podían convivir con los que aún se encontraban en este plano: el de los vivos.
Con la llegada de la conquista y la cosmovisión europea a estas tierras, se les prohibió a los mayas continuar esta práctica dentro de sus domicilios, por lo que optaron por continuarla en los cementerios.
En la actualidad, localidades como Pomuch sostienen esta herencia cultural y cada año celebran el Día de Muertos con un ritual que incluye la visita al cementerio local, donde en lugar de cajas con cenizas o féretros enterrados con lápidas alusivas, ves arreglos florales espectaculares y dentro de pequeños nichos, cajitas con una manta bordada con el nombre del ser querido y sus huesos. Los familiares llevan esos días, como ofrenda, sus alimentos y bebidas favoritas y limpian el polvo que ha caído en ese tiempo sobre los huesos, con dedicación y afecto, hablándoles y platicando con los visitantes de su ser querido en tiempo presente.
Extrañamente, acercarse a esta experiencia produce un efecto consolador: nos enseña a vivir con naturalidad el pasaje de la vida a la muerte, a dejar de temerle a nuestros huesos, meras estructuras que sostienen nuestros cuerpos físicos; dejar de verlos como elementos de terror (el cine de ese género los ha explotado con creces, por cierto), y nos sume en una sensación hermosa de ser parte de la tierra, de ser como árboles que, una vez concluido su ciclo vital, dejan como recordatorio sus ramas secas.
Para vivir la experiencia
La gente de Pomuch es muy amable y educada: puedes visitar su comunidad y ser recibido en los cementerios sin necesidad de un guía local, aunque siempre es buena idea contratar uno, sobre todo para tener la posibilidad de ser invitado a una casa maya y conocer la tradición en boca de sus herederos.
La mejor temporada para ir es precisamente en estos días, ya que es cuando las familias acuden al cementerio a realizar la limpieza de los huesos. Hacia el 1 y 2 de noviembre, los habitantes de Pomuch celebran el Día de Muertos colocando preciosos altares en el interior y exterior de sus casas.
Es en esos días cuando, además, puedes probar los platillos de la temporada, como el pibipollo que, como su nombre sugiere, es un pollo pibil cocido bajo tierra, una delicia de los dioses que podemos degustar los simples mortales.