Llegamos a la Costa Chica cansados, después de casi 10 horas de viaje en autobús desde la Ciudad de México. Pasamos por Morelos, Chilpancingo, Acapulco, hasta llegar a Cruz Grande… la entrada a la Costa Chica. Nuestro destino final era Cuajinicuilapa, pero hicimos una escala en Marquelia, una playa de ensueño en la zona costera de Guerrero.
La Costa Chica es un encuentro con la historia negra de nuestro país. Es una de las siete regiones en las que se divide el estado de Guerrero. Pero también se extiende hasta Huatulco, en el estado de Oaxaca. Ésta, la cuna afromexicana del país, es un capítulo frecuentemente olvidado en los libros de texto de educación básica del país, pero que permanece vivo en la zona costera de Oaxaca y Guerrero.
Tras los pasos del mestizaje
Desde Marquelia, el clima tropical y el sol abrasante acompañan nuestros pasos. Una localidad de apenas 14 mil habitantes, en la que abunda el comercio local, los mariscos y unas playas hermosas, casi vírgenes, con atardeceres de pinceladas rojas y amarillas.
Del centro de Marquelia no hay que irse sin comer en el Discovery, un restaurante que nos recomendaron tres veces en ocasiones distintas. De apariencia sencilla, este comedor sirve porciones generosas en cualquier platillo que pidas. Hay que probar la langosta, a un precio súper accesible y muy bien servida.
La playa, ubicada a 15 minutos en taxi colectivo, es un spot ideal para descansar y ver el mar. Aquí no hay grandes cadenas de hoteles ni de restaurantes. Son los habitantes quienes ofrecen un cuarto o cabaña para hospedarse. Todo es local.
Para comer, la zona de palapas ofrece todo tipo de mariscos frescos, preparados con la sazón de los habitantes de Marquelia. Para enfatizar la conexión con la naturaleza y no a través de la pantalla, tampoco hay internet, pero puedes comprar fichas de internet por dos horas.
Tras un día en la playa, continuamos nuestro viaje hasta llegar a Cuajinicuilapa o Cuijla. Su nombre significa “río de los cuajinicuiles”. Los cuajinicuiles o jinicuiles son una planta exótica parecida a las leguminosas que crecen de un árbol conocido que puede alcanzar los 20 metros de altura.
En Cuijla se encuentra el Museo de las Culturas Afromestizas, el primero en su tipo en México y conocido como Sitio de Memoria de la Esclavitud. De apenas unos metros cuadrados, este museo recoge la historia e influencia africana en la sociedad y cultura mexicanas.
El museo forma parte del Programa Nacional Nuestra Tercera Raíz, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, pero actualmente se sostiene por donaciones y por el compromiso y cuidado de algunos vecinos de la zona. Eso sí, no se permite tomar fotos.
La historia de Cuajinicuilapa y en general de la Costa Chica, se remonta al siglo XVI. A partir de 1580, miles de esclavos africanos llegaron a los puertos de Veracruz y Campeche de la Nueva España, hoy México.
Fueron traídos en grandes embarcaciones por los colonizadores españoles para forzarlos a trabajar en minas, plantaciones y haciendas ganaderas. Venían de Mauritania, Vilidulgerid, la Nigricia, el Congo y Angola, entre otros lugares de África.
El Museo recoge parte de esta historia. Dedica una parte importante a las condiciones de vida de los africanos que llegaron a la Nueva España y a la importancia y herencia africana en la historia, tradiciones y manifestaciones culturales de nuestro país, comenzando por Vicente Guerrero, el líder independentista de origen afromexicano que firmó la independencia de México y cuyo apellido da nombre al estado. Siguiendo por los tradicionales bailes, como los sones de artesa que se bailan sobre una tarima de madera en forma de animal o la Danza de los Diablos.
El origen de nuestra diversidad
A los esclavos que huían se les conocía como “cimarrones”. Junto con otros prófugos, causaban revueltas y formaban comunidades llamadas palenques o quilombos o palenques. De hecho, el primer palenque de cimarrones está en Veracruz. Lleva el nombre de su libertador, Yanga.
La diversidad y el sincretismo es palpable en la Costa Chica donde, además, conviven diferentes etnias y grupos indígenas, como son los mixtecos, amuzgos, tlapanecos y chatinos y mestizos.
Antes de continuar nuestro camino, comimos en La Condesa de Jimmy Colon, platillos de mariscos deliciosos en un enorme patio techado.
El viaje terminó en Ometepec, una localidad de población mayoritariamente indígena amuzga. Aquí se corona una de las iglesias más bonitas del estado, la de Santiago Apóstol de Ometepec. De un color azul cielo intenso con detalles en color blanco, esta construcción está resguardada entre dos cerros.
Las fiestas en honor a Santiago Apóstol ocurren el 24 y 25 de julio y se celebra en medio de diferentes bailes tradicionales, como el de Toro de Petate.
La herencia e influencia de la Costa Chica en la historia de nuestro país necesita ser visibilizada, conocida y reconocida más.